domingo, 17 de mayo de 2009

VI DOMINGO DE PASCUA - Año B



Lecturas: Hch 10, 25-27. 34-35. 44-48; Sal 97; 1 Jn 4, 7-10; Jn 15, 9-17

Queridos hermanos y hermanas en Jesús, hoy continuamos con la liturgia de la Palabra a meditar sobre la continuación del evangelio del domingo pasado.
Era necesario para permanecer unidos a la Vid, unidos al Amor, que cumpliésemos los mandamientos que el Padre nos ha dado en Jesús.
Jesús nos dice que este mandamiento, con el cual permanecemos unidos, es el AMOR, pues nos dice que así como el Padre lo amó a Él, también Él nos ha amado a nosotros, y si permanecemos en su amor, permaneceremos también en el amor del Padre.
Entonces la condición para permanecer en su amor es: guardar sus mandamientos, como Él ha guardado los mandamientos del Padre, y permanece en su amor.
Esto nos lo dice Jesucristo para que su gozo esté en nosotros, y nuestro gozo sea colmado, pleno de su amor y de su gozo.
Sí, Jesús quiere compartir su alegría y su amor con nosotros, por eso nos pide que permanezcamos en su amor, guardando sus mandamientos, y nos da la norma para saber si vivimos o no unidos a Él y al Padre; éste es el mandamiento: que nos amemos unos a los otros como Él nos ha amado.
Él nos ha dado el ejemplo, pues esto del amor no es una utopía, o una cosa desencarnada de la realidad, o un discurso estereotipado, y si lo pensamos así, estamos muy lejos de la realidad. Jesucristo mismo lo vivió en carne propia, por eso nos dice: “nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos”. Pues Él mismo dio su vida por nosotros, derramó su sangre por nuestros pecados, porque nos ama, y sólo quiere nuestro bien, sólo quiere que compartamos su misma gloria y su misma alegría, la de permanecer unidos a Él.
Nos dice que somos sus amigos, si hacemos lo que Él nos manda: “que os améis los unos a los otros”.
Él mismo nos ha elegido, y nos ha destinado para que demos fruto, y que nuestro fruto permanezca.
San Juan, el discípulo amado de Jesús, nos lo vuelve a repetir, él que hizo la experiencia de apoyar su cabeza en el corazón de Jesús, de sentirse amado por el Maestro, de saberse elegido por Él, nos dice a nosotros para que podamos ser verdaderos discípulos amados del Señor: “Queridos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor”.
Y este amor de Dios no es algo fuera de este mundo, o algo imposible que nos pide, pues el Padre mismo nos manifestó el amor que nos tiene: “en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él”; muriendo su Hijo en una cruz, redimiéndonos con su amor de nuestras rebeldías y debilidades para que aspiremos a una vida mejor, en el amor.
“Pues en esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados”.
Sabemos que día a día nos sentimos bombardeados de cosas que no son lo que Dios nos pide, o lo que Dios desea para nosotros, nos llenamos o intentamos saciarnos de las cosas de este mundo sin encontrar la verdadera felicidad, a veces usamos a los demás o los pisoteamos con tal de sobresalir o de sentirnos mejores que los otros, queremos tener todo y a la vez no tenemos nada, pues nos falta la verdadera felicidad, el verdadero amor, el amor que Jesús nos pide y del cual Él nos dio ya el ejemplo: morir a nosotros mismos para dar vida a los demás. ¿De qué te sirve tener todo el mundo si tu vida es vivida en la in-saciedad, en la compulsividad de comprar y tener, en el deseo de poder, pero todo muy lejos del verdadero amor, del verdadero amar y sentirte amado?
Dediquemos unos minutos a pensar cómo vivo mi vida, y si permanezco en el amor de Jesús.
Que tengan una buena semana en el Señor. Amén.

domingo, 10 de mayo de 2009

V DOMINGO DE PASCUA - Año B



Lecturas: Hch 9,26-31; Sal 21; 1 Jn 3,18-24; Jn 15,1-8

Queridos hermanos y hermanas en el Señor.
Hoy la liturgia de la Palabra nos regala el hermoso texto con la imagen de la viña.
Jesús nos dice: “Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta, y todo el que da fruto, lo limpia, para que dé más fruto”.
Quien conoce este tipo de plantas, sabe muy bien lo que significa cuidar una viña, podarla en el tiempo oportuno, podando no sólo las ramas que puedan estar secas, sino también aquellas que están verdes para que pueda producir la uva con más fuerza y mayor calidad. En esta Vid, que es Cristo, estamos nosotros, y el Padre es el viñador, el encargado de cuidar su viña.
Pero uno se puede preguntar, para que tanta necesidad de podar, porqué no dejar la planta que crezca libremente, el problema es que si no se la poda, no llega a dar buenos frutos, no tendrá la fuerza necesaria y los frutos serán pocos, o bien, de muy mala calidad: “Permaneced en mí, como yo en vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada”.
Es por eso que es necesario estar unidos a la Vid para dar frutos, porque sin la savia que corre dentro no se puede vivir, y es la misma que corre por toda la planta y la mantiene viva, es la misma vida divina de Jesús la que nos mantiene alimentados; pero también es necesaria la poda, aún cuando parezca que sin ella todo pueda ir igualmente bien. La poda, que hace sufrir a la planta, la dispone para un bien mayor. Así hace le Padre con su Viña, la poda, la limpia, para que los frutos sean bueno y mejores, más allá de que sabe que la “poda” hace sufrir, produce dolor. Y si hay algo en la planta que no da fruto, y que le hace mal, debe ser arrancado de ella. Todo esto se arroja fuera, al fuego, pues no sirve sino para eso. “Si alguno no permanece en mí, es arrojado fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen, los echan al fuego y arden.
Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo conseguiréis. La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto, y seáis mis discípulos”.
Sí, queridos míos, el misterio de la “poda”, es decir, el misterio del dolor y del sufrimiento es algo que muchas veces no tiene explicación, pero es necesario para poder vivir y dar mayor calidad a la vida. Esto no es masoquismo, es la ley de la vida. Si vemos bien, desde el momento mismo en que nacemos y somos separados de la madre en el parto, sufrimos, pero si esta “poda” (sufrimiento) no se da, no habrá vida, ni para la madre ni para el hijo.
Pensemos bien en las cosas que es necesario dejarse podar por el Padre, y demos sentido a nuestra existencia, pongámonos en sus manos seguras que Él nos cuida y nos ayuda y enseña a dar frutos buenos y en abundancia. Y esta poda sucede muchas veces por la Palabra de Dios, cuando la escuchamos con atención y dejamos que de vida en nosotros, como dice Jesús: “Vosotros estáis ya limpios gracias a la Palabra que os he anunciado”.
Y en esto sabemos si verdaderamente estamos unidos a la Vid, y damos frutos verdaderos, como dice el apóstol Juan: “Hijos míos, no amemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad. En esto conoceremos que somos de la verdad”.
Sí, porque los frutos se ven cuando son reales y verdaderos, es decir, cuando son concretos; porque de nada sirve decir que amamos si en verdad no amamos con las obras. De nada sirve decir que amamos a Dios si al hermano que tenemos al lado no lo amamos, no lo ayudamos a crecer; porque el amor se expresa por las obras. Miremos como Dios nos mira y ama, y así entenderemos la misericordia con la cual atiende a este, su hijo, que está lleno de imperfecciones, pero sin embargo Él sigue amando, esperando, podando y acompañando para que no se rinda, para que siga luchando por estar unido a la Vid y pueda dar frutos buenos.
Y esto de dar frutos se hace evidente cuando “guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada” a Dios, porque “este es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros tal como nos lo mandó”.
Porque “quien guarda sus mandamientos permanece en Dios y Dios en él; en esto conocemos que permanece en nosotros: por el Espíritu que nos dio”.
Por tanto, dejemos que el mismo Espíritu del Señor nos ilumine, nos sostenga y acompañe, pero también dejémonos podar por su Palabra, para que podamos dar frutos en abundancia. Amén.

domingo, 3 de mayo de 2009

IV DOMINGO DE PASCUA - Año B



Lecturas: Hch 4,8-12; Sal 117; 1 Jn 3,1-2; Jn 10,11-18

Queridos hermanos y hermanas en Cristo Jesús, este domingo de Pascua, llamado también del “Buen Pastor”, la Iglesia lo dedica a la Jornada Mundial de oración por las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada.
Porque Jesucristo, que es la piedra angular, ya que no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos, es el Buen Pastor por excelencia.
Quisiera dedicar esta reflexión a los pastores, a aquellos que deben guiar al Pueblo de Dios mediante una misión divina, encomendada por el Padre a cada uno de ellos.
Nos dice San Juan en una de sus cartas: “Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! El mundo no nos conoce porque no le conoció a él”. Sí, todos somos hijos en el Hijo, y por ese gran amor con que nos ama el Padre nos ha concedido el nombre de “hijo”, pero sucede que de entre estos hijos, el Padre ha elegido a algunos para ser guías y pastores para que sean mediadores entre el Padre y los hijos, y entre el Pastor y su rebaño. Por eso Dios ha llamado de entre el rebaño a algunos con una misión, una vocación especial: ¡ser pastores!
Esto no es ningún mérito ni debe ser para sentirse más que los demás, todo lo ¡contrario!, son llamados para ser SERVIDORES, para que con humildad se pongan al servicio de sus hermanos.
Pero como los pastores elegidos son humanos, no están libres de errores y de tentaciones, de caídas y de pecados… por eso el mismo Jesús se pone como modelo de Pastor, Él es el BUEN PASTOR : “Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. El asalariado, que no es pastor, a quien no pertenecen las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye, y el lobo hace presa en ellas y las dispersa. Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí, como me conoce el Padre y yo conozco a mi Padre y doy mi vida por las ovejas”.
Sí, éste es el ejemplo a seguir, ¡Jesucristo mismo!
La imagen del pastor, en el pueblo de Israel, era una imagen común. El pastor pasaba mucho tiempo cuidando a sus ovejas, yendo de un lado a otro, por eso, llegaba a conocer a cada una personalmente, hasta llegar a darle un nombre a cada una, llegaba a conocer sus características, a conocerlas en profundidad, y estaba dispuesto a pasar por ellas muchas incomodidades, el calor, el frío, el mal tiempo, los peligros, pues su rebaño era todo para el pastor; no así para el asalariado, que solamente se contentaba con hacer lo justo y necesario, y hasta menos, pues las ovejas no eran suyas.
Jesús invita a los pastores a tomar su ejemplo, a imitarlo, a seguirlo, incluso a salir para buscar a otras ovejas que están lejos: “También tengo otras ovejas, que no son de este redil; también a ésas las tengo que conducir y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño, un solo pastor”.
“Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida. Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo; esa es la orden que he recibido de mi Padre”. Sí, este Jesús, que da su vida por las ovejas, y que tiene el poder de recobrarla, es el supremo Pastor del rebaño.
Recemos por nuestros pastores, pidamos por ellos, para que sean fieles imitadores de Jesús en la misión que el Padre les ha encomendado; pidamos para que haya más vocaciones, personas generosas que deseen seguir a Jesús y cuidar su rebaño. No tengamos miedo de preguntarnos también si el Señor no me llama a seguirlo en un modo especial, para continuar cuidando a sus ovejas.
Por último, como pueblo de Dios estamos llamados a acompañar y ayudar a los pastores a que cumplan su misión, estamos llamados a ayudarlos a crecer como pastores verdaderos.
Pongámoslos bajo el cuidado del Buen Pastor, para que ellos sean imagen y semejanza del único Pastor del rebaño de Dios. Amén.

domingo, 26 de abril de 2009

III DOMINGO DE PASCUA - Año B



Lecturas: Hch 3,13-15.17-19; Sal 4; 1 Jn 2,1-5a; Lc 24,35-48

Queridos hermanos y hermanas en Cristo Jesús.
El Evangelio de hoy nos relata el regreso de los discípulos de Emaús, junto con la trasmisión de su experiencia al partir el pan y reconocer a Jesús resucitado en medio de ellos y la aparición de Jesús al resto de los apóstoles reunidos.
“Estaban hablando de estas cosas, cuando él se presentó en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros»”. “Y, entonces, abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras, y les dijo: «Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día y se predicara en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén. Vosotros sois testigos de estas cosas”.
Jesús, se presenta nuevamente a los suyos y les ayuda a entender lo que Él les ha anunciado ya cuando predicaba. La paz que les da es para que la vivan y la comuniquen al mundo, mediante el testimonio de aquello que han visto y oído de Él. Y el mensaje central es este, el kerygma, el primer anuncio, que consiste en anunciar que Jesús murió y resucitó por nosotros, para el perdón de nuestros pecados.
Ante esto, puede surgir un problema, que no nos sintamos capacitados para lo que el Señor nos manda, porque a lo mejor no somos fieles discípulos de su Palabra, y por tanto no somos “testigos de estas cosas”.
Por eso la invitación de san Juan viene en nuestra ayuda para aclararnos y enseñarnos lo que debemos hacer: “Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. El es víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero. En esto sabemos que le conocemos: en que guardamos sus mandamientos. Quien dice: «Yo le conozco» y no guarda sus mandamientos es un mentiroso y la verdad no está en él. Pero quien guarda su Palabra, ciertamente en él el amor de Dios ha llegado a su plenitud. En esto conocemos que estamos en él”.
¡Su mensaje no puede ser más claro! Nos dice de no pecar, pero que si caemos, no nos quedemos allí, sino que nos levantemos, pues tenemos un abogado, Jesús, que nos ha redimido; y el modo de dar testimonio de Él ante el mundo es guardando su Palabra, sus mandamientos, sólo así podremos hacer experiencia de Jesús, pues Él es el Verbo, la palabra que pronunció Dios Padre para nosotros, para que vivamos con Él y como Él.
Tantas veces nos disculpamos personalmente e interiormente, dejándonos llevar por cosas que son contrarias a nuestros valores y creencias, con la escusa de no ser anticuados, con el pretexto de vivir como el resto de las personas, pero nos olvidamos que el anuncio que Dios nos dio a través de Jesús no es una moda sino un modo de vida, una exigencia de vida, un vivir mi vida en sintonía con Él. ¡No nos dejemos llevar por aquellas cosas que parecen más fáciles o simples, hagamos la experiencia del amor de Dios en nuestras vidas, y así podremos amar su Palabra y hacerla carne en nosotros! Es decir, encarnar el Evangelio de Jesús en nuestras vidas.
Por eso, si nos decimos cristianos, si llevamos el nombre de los seguidores de Cristo, si decimos que lo conocemos, entonces debemos vivir en la verdad, en la verdad de la Palabra de Dios, viviéndola cada día, porque “quien guarda su Palabra, ciertamente en él el amor de Dios ha llegado a su plenitud. En esto conocemos que estamos en él”. Amén.

domingo, 19 de abril de 2009

II DOMINGO DE PASCUA - "de la Divina Misericordia"



(Domingo de la Octava de Pascua) - Año B
Lecturas: Hch 4,32-35; Sal 117; 1Jn 5,1-6; Jn 20,19-31

Queridos hermanos y hermanas, «la paz esté con ustedes».
En este domingo de la octava de Pascua, llamado también de la “Divina Misericordia” la liturgia nos presenta un hermoso texto del Evangelio de Juan.
Dice que “al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros». Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor”.
Jesús se presenta en medio de los suyos transmitiéndoles los frutos de la Pascua, la PAZ, y a su vez les muestra los signos de su amor por la humanidad: las heridas abiertas de los clavos y del costado. El crucificado es el mismo resucitado.
Pero esta vez Jesús les dice de nuevo: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío», y soplando sobre ellos y les dice: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».
Sí, Jesús no les da la PAZ para que la conserven para ellos mismos, sino que les transmite la paz de su espíritu, para que anuncien a la humanidad lo que han visto y oído, pues la pascua de Jesús es el evento redentor para todo hombre y mujer de todos los tiempos.
Y al soplar sobre ellos les da el poder de perdonar los pecados, pues la misericordia de Dios es inmensa y sabe de nuestra fragilidad, por eso no basta con su Pascua, también nosotros debemos hacer experiencia de la Pascua, tanto de la de Jesús como de la nuestra personal: morir a nosotros mismos para resucitar. Porque su amor es eterno y siempre nos espera, nos da aún el regalo del perdón de los pecados en esta vida para crecer como cristianos.
Pero en todo este relato, Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor».
Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré».
Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: «La paz con vosotros».
Luego dice a Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente».
Tomás le contestó: «Señor mío y Dios mío».
Dícele Jesús: «Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído».
Esta parte del relato bien se puede aplicar a nosotros, que no hemos vivido con Jesús y que no hemos hecho experiencia de estar con él en carne y hueso.
Muchas veces podemos tener la tentación de decir a los demás: “si no lo veo, no lo creo”; o “no creo que Dios exista, puesto que suceden tantas cosas malas en el mundo”, etc., creo que cada uno podría contar algo al respecto. Es que necesitamos signos para creer, muchas veces no nos basta lo que nos dicen los demás, y necesitamos ver para creer. Jesús aquí nos deja una enseñanza: «Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído», nos llama dichosos a nosotros, que creemos en Él sin haberlo visto. Sí, porque la fe en Dios no es algo que se pueda medir por el microscopio, lo mismo que el amor; ¿cómo puedes demostrarle a la otra persona que la amas? Es imposible medir el amor, poder palparlo, tocarlo, pues el amor no es una medida matemática o científica, es la expresión de la persona que se da, que se dona al otro con libertad, como lo hizo Jesús por mí, por ti, por todos y cada uno de nosotros.
Por eso nos dice Jesús: “dichosos”, porque creemos en Él con una fe mayor. Y muestra de este amor de Jesús por nosotros son sus signos: los estigmas de la cruz, su presencia en mi vida, aún cuando el camino se hace difícil o casi imposible de seguir… Él está a mi lado, a tu lado, para sostenerte, pues recuerda que Él ya tomó la cruz por nosotros, Él ya tomó nuestros pecados y rebeldías, nuestros dolores y desesperanzas, nuestras fatigas y desalientos sobre sus hombros, y llevó todo a cumplimiento con su muerte en cruz y su resurrección triunfante, y todo ¡porque nos ama con amor eterno!
El evangelista dice luego que: “Jesús realizó en presencia de los discípulos otras muchas señales que no están escritas en este libro. Estas han sido escritas para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre”. Amén.

viernes, 3 de abril de 2009

DOMINGO DE RAMOS Y DE LA PASIÓN DEL SEÑOR


Año B

Lecturas: Is 50,4-7; Sal 21; Fil 2,6-11; Mc 14,1-15,47

Queridos hermanos y hermanas en Cristo.
Hoy celebramos con toda la Iglesia la entrada triunfante de Jesús a Jerusalén, y también –¿por qué no?- la entrada triunfante de Jesús con su cruz, pues más allá de que la cruz significó una frustración y un ver apagados los sueños de muchos, paradojalmente, la cruz ha sido el triunfo de Jesús sobre la muerte y el pecado, y la victoria de la humanidad entera en Cristo Jesús.
La lectura de la “Pasión del Señor” debe llevarnos a contemplar las escenas de la pasión misma, ver cada uno de los personajes, saber escuchar los diálogos y usar bien de la imaginación para representarnos todo el proceso.
Por una parte, vemos a los jefes de los Sumos Sacerdotes que buscan capturar a Jesús; la mujer que entra en la sala y perfuma los pies de Jesús en Betania, y la actitud de los demás frente a este hecho. La acción de Judas que busca entregar al Maestro, nos muestran los claroscuros de lo que va viviendo Jesús en estos últimos días de su vida terrena.
En el diálogo de los discípulos con Jesús, que le dicen: “¿Dónde quieres que te preparemos la pascua?”, podemos preguntarle también nosotros esto mismo a Jesús, ¿dónde quieres que te preparemos la Pascua?, ¿en nuestro corazón? Pues es ahí donde debemos vivir la pascua con Él, en lo profundo de nuestro ser, bien dispuestos a dejarnos tocar por Él, dispuestos a morir con Jesús para darnos y dar vida.
Más allá de todas escenas, me parece interesante, para que pongamos atención, los momentos centrales de la pasión.
Jesús debe asumir el cáliz que el Padre le pide, ha aprendido a obedecer, y esta obediencia no es sino AMOR, amor al padre y amor a la humanidad, pues quien ama sólo puede obedecer, pues el amor es tan fuerte que sólo se puede obedecer a ese amor que mueve la inteligencia y el corazón con la voluntad, y esto es tal que se lleva a amar hasta la locura de la cruz.
Jesús muy bien podía rebelarse contra los que lo entregaban contra los que lo negaron o abandonaron (como Pedro y los demás apóstoles), sin embargo, era la hora de la prueba, donde se prueba el verdadero amor, donde Dios se juega por amor a la humanidad.
Esto debe llevarnos a reflexionar sobre nuestras vidas y nuestra relación con el Señor, en qué medida sabemos responder a ese amor libre y gratuito. Y sin embargo, cuántas veces somos egoístas en dar amor, y más que dar amor, lo exigimos sin más, sin siquiera amar de verdad.
Pedro, con su carácter impulsivo y siempre dispuesto a todo por su Maestro, no se conoce en profundidad y hace promesa que no podrá cumplir, pues en aquél momento que prenden a Jesús, su coraje y su amor por Jesús se desvanecerá cuando se sentirá presionado por la gente al reconocerlo como uno de sus seguidores. Sí, el miedo a morir, a ser torturado todavía no está en sus planes, es que no se da cuenta que lo que vale es el amor de Dios que obrará en él la salvación por medio de la pascua de Jesús, y no tanto su persona como discípulo en demostrase capaz –o incapaz aquí- de ser el primero en prometer a Jesús que no lo abandonará nunca y hasta será capaz de dar la vida por Él. Pero… el canto del gallo le recordó su cobardía, su falta ante su querido maestro, y el llanto amargo lo hizo recapacitar en su miseria, tan necesitado de la misericordia y del amor de Dios.
Lo mismo sucederá en el huerto de los Olivos, el sueño será más fuerte que el amor por el maestro, y no serán capaces los discípulos de velar con Él para sostenerlo en la dura prueba de asumir el cáliz que le ofrecía el Padre. Jesús se encuentra solo, con una soledad de amargura y angustia, con el tentador a su lado que lo atormenta y lo tienta para que abandone la empresa de morir en la cruz; para Él no es fácil aceptar la voluntad del Padre, pero su amor a Él y a la humanidad lo harán vencer esta dura batalla.
Seguramente el beso de entrega de Judas fue un golpe duro para todos, y a la vez contradictorio, pues mediante un gesto bueno se está realizando otro que nada tiene que ver con el amor.
Una vez conducido Jesús para juzgarlo, los Sumos Sacerdotes ponen testigos falsos para enjuiciarlo, pues no encuentran realmente de qué cosa juzgarlo, pero su envidia y su egoísmo hacen que busquen pruebas falsas. Por último, Jesús, reafirmando su verdad (ser Hijo de Dios) será condenado por ellos.
Pero luego, frente a Pilatos, las cosas no cambiarán, y éste, por miedo a los judíos, entregará a Jesús, sabiendo que no hay maldad alguna en Él.
La sentencia ya está dada, Jesús, luego de ser maltratado, va camino al Calvario con su cruz, esa cruz que son nuestras vidas, con nuestros pecados y miserias, con nuestro rencores y odios, con nuestros miedos y debilidades, con nuestro amor e infidelidades… sí, allí estamos también, y se hace pesada la cruz, pues Él se hizo pecado por nosotros, para redimirnos con su sangre.
En su camino se encuentra con aquellos que lo consuelan y también con los que se burlan, pero hay en Él una experiencia de soledad, pues sólo Él puede llevar esta cruz, solo Él puede llevar a término lo que el Padre le ha confiado, ni siquiera el cirineo que lo ayuda a llevar la cruz puede verdaderamente cargar con todo esto.
Ya en cruz, al final del tormento, Jesús exclama: «Eloì, Eloì, lemà sabactàni?» («Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»), es que siente incluso el abandono de su Padre. Su soledad es mortal, y sin embargo, sigue fiel a la voluntad del Padre.
Cuánto dolor y cuanta pena habrá experimentado Jesús en todo esto, pero también cuánto amor y cuanto ardor por nosotros experimentó, al punto de no dar marcha atrás.
Queridos hermanos y hermanas, revivir la pasión del Señor no es un paseo, no es una novela o una historia de alguien que fracasó, ¡es la HISTORIA DE AMOR de Dios por nosotros! Y es necesario que lleguemos a desear penetrar este misterio para poder comprenderlo y ser más conscientes de ello para que nuestras vidas sean realmente un vivir en unidad al amor de Dios.
Francisco de Asís, cuando pasó su último tiempo terrenal en La Verna, le pidió a Jesús la gracia –antes de morir- de poder experimentar en su propia vida –en la medida de su posibilidad-, en su propia persona y en su alma, los sufrimientos que Él experimentó al dar su vida en la Cruz, y el poder experimentar el amor que Jesús experimentó por nosotros al entregar su vida. Fue así que el Señor le concedió recibir los estigmas de la pasión.
Quizás nosotros no pidamos recibir esto, pero sí podemos pedir al Señor el poder sentir un poco de aquel amor que Él vivió por nosotros cuando entregaba su vida al Padre redimiéndonos.
Que podamos vivir esta Semana Santa y estas Pascuas de Resurrección en la gracia de experimentar esta AMOR de Jesús, de Dios por nosotros, que nos amó y nos ama con amor eterno (Jer 31,3), hasta la locura de la cruz. Amén.

domingo, 29 de marzo de 2009

V DOMINGO DE CUARESMA - Año B




Lecturas: Jer 31,31-34; Sal 50; Heb 5,7-9; Jn 12,20-33

¡Queridos hermanos y hermanas en Jesucristo!
Nos acercamos rápidamente a la Semana Santa y las lecturas de este domingo nos ofrecen una clave de lectura para entrar en sintonía.
El evangelio hace referencia a la subida al Templo de Jerusalén para las fiestas; allí había algunos griegos, que subían también a la fiesta. Buscaban a Jesús… Estos se dirigieron a Felipe, y le rogaron: “queremos ver a Jesús”.
Jesús les respondió: “Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo de hombre. Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto. El que ama su vida, la pierde; y el que odia su vida en este mundo, la guardará para una vida eterna”.
El relato no dice qué cosa buscaban sobre Jesús, sino a Jesús mismo, y no se ve diálogo alguno sino sólo el discurso de Jesús sobre el grano de trigo que cae en tierra y muere para dar fruto.
Sí, es algo paradójico tener que morir para dar vida, morir para dar fruto…, pero aquí el Señor nos está dando a entender la clave de su misión y la clave para seguirlo verdaderamente: “Si alguno me sirve, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor. Si alguno me sirve, el Padre le honrará”.
Esta predilección de Jesús por nosotros es algo que viene del Padre, pues Jesús no viene por su cuenta sino que es enviado por el Padre por nosotros.
Tal misión no ha sido fácil para Él, pues no es algo simple morir, dar la vida por los demás, y más cuando tal muerte sucede en modo cruento. También Él tuvo miedo, se sintió débil frente a la muerte, a la entrega definitiva, por eso decía: “Ahora mi alma está turbada. Y ¿qué voy a decir? ¡Padre, líbrame de esta hora! Pero ¡si he llegado a esta hora para esto!”
Jesús, “habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente, y aun siendo Hijo, con lo que padeció experimentó la obediencia; y llegado a la perfección, se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen”. Sí, este es el ejemplo que Él mismo nos da: por obediencia fue causa de salvación para nosotros, así debemos hacer también, por obediencia a su amor, saber morir a nosotros mismos para dar frutos en nosotros y en los demás.
Ésta es la alianza que Jesús sella con nosotros, ya no como la de Yahveh que pactó con la casa de Israel (y con la casa de Judá), sino que esta será la alianza que Él pacta con nosotros: “pondré mi Ley [de AMOR] en su interior y sobre sus corazones la escribiré, y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo”.
Cristo, con su muerte, con su sangre derramada en la cruz, aprendió a obedecer, aprendió a aceptar la voluntad del Padre: dar la vida en rescate por todos nosotros.
La invitación que Jesús nos hace hoy, en preparación para estas Pascuas, es la imagen del grano de trigo que cae en tierra y muere. Todos tenemos experiencia de haber plantado una semilla, de haber hecho un germinador, de haber esperado y visto morir la semilla, abrirse y destruirse para poder dar vida a una planta. Esa muerte es a la que estamos llamados.
Preguntémonos y pidamos a Dios que nos ilumine para saber a qué debemos morir para poder tener vida en nosotros y dar vida a los demás. No hace falta hacer grandes cosas, sino que en lo cotidiano se encuentran estas posibles “muertes” personales para dar vida: morir a mis vicios, morir a mi egoísmo, morir a mi imagen, morir a mi falta de tolerancia y a mi falta de comprensión, morir a mis prejuicios y salir de mí para conocer y amar verdaderamente a los demás, morir a mis tiempos personales para dar de mi tiempo a la familia, a los amigos, a los que nos necesitan… en fin, cada uno de nosotros sabe bien a qué cosas morir.
Pidamos a Jesús la gracia de aprender, en la obediencia del amor que es don y entrega desinteresada, a saber morir. Amén.

domingo, 22 de marzo de 2009

IV DOMINGO DE CUARESMA - Año B



Lecturas: 2 Cro 36,14-16.19-23; Sal 136; Ef 2,4-10; Jn 3,14-21

Queridos hermanos y hermanas en Cristo.
La liturgia de la Palabra de este domingo nos ayuda a meditar sobre el obrar de Dios y su misericordia. Aparecen algunos elementos interesantes que es bueno profundizar.
En el Evangelio de Juan, se presenta parte del diálogo de Jesús donde le dice a Nicodemo:
“Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga por él vida eterna”. Es el signo que Él le da para que crean en Dios y que Él ha sido enviado por Dios para una misión de redención, Él es el Mesías esperado.
“Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él”.
Como dice el Libro 2° de las Crónicas, “en aquellos días, todos los jefes de Judá, los sacerdotes y el pueblo multiplicaron sus infidelidades, imitando en todo las abominaciones de los demás pueblos, y contaminaron el templo, que el Señor se había consagrado a Jerusalén”.
Sin embargo, más allá de todo este rechazo, Dios no perdió oportunidad de “mandar atentamente y continuamente sus mensajeros a reprocharlos, porque tenía compasión de su pueblo”, para que volvieran a Él. “Pero ellos se burlaron de los mensajeros de Dios, despreciaron sus palabras y escarnecieron a sus profetas al punto que la cólera de Yahvéh contra su pueblo alcanzó la cumbre, sin más remedio”. Dejándolos en su pecado, pues Dios no obra por la fuerza para que el hombre se convierta, sino que lo deja en su libertad para que opte por sí mismo.
Pero como dice san Pablo: “Hermanos, Dios, rico en misericordia, por el gran amor con el que nos ha amado, de muertos que éramos por las culpas, nos ha hecho revivir con Cristo: por su gracia hemos sido salvados”.
Y todo esto porque Dios no es vengativo, Él no guarda rencor contra nosotros, que somos infieles y pecadores, pues muchas veces lo rechazamos, aún cuando nos dio a su Hijo Jesús a cambio de nuestra liberación.
Muchas veces pensamos que Dios, por ser perfecto no puede sufrir o sentir, pero no es así, creemos que “perfección” es sinónimo de “no sufrimiento”, quizás no es en el modo en que sufrimos nosotros, pues su sufrimiento es por AMOR, pues justamente el amor es la “debilidad” de Dios por nosotros, pues ese amor por nosotros, y al vernos tan perdidos, en su locura de amor por nosotros nos envió a su propio hijo como “pecado” por nosotros para redimirnos con su cruz.
Sí, es así, porque Dios no deja de amarnos, más allá de los múltiples rechazos de nuestra parte,
Por eso, “el que cree en él, no es juzgado; pero el que no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios”. Y este creer no es sólo un decir, sí, creo, sé que Dios existe, o creo que está presente, sino que este CREER es, a su vez, una confianza y una aceptación del mensaje que Dios nos ofrece como camino de salvación mediante la conversión.
“Por gracia, en efecto, somos salvados a través de la fe; y eso no viene de vosotros, sino que es regalo de Dios; ni viene de las obras, porque nadie pueda jactarse de ello”.
“Y el juicio está en que vino la luz al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal aborrece la luz y no va a la luz, para que no sean censuradas sus obras. Pero el que obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios”.
“Somos en efecto su obra, creado en Cristo Jesús para las obras buenas, que Dios ha preparado para que en ellas camináramos”.
Que esta cuaresma, que poco a poco va llegando a su fin, nos ayude a meditar sobre este gran misterio de amor de Dios por nosotros. Su amor por nosotros no es un discurso, es una REALIDAD, tan real como que Jesús murió por mí, por ti, por todos nosotros.
Meditemos sobre esto, y pensemos qué podemos hacer para responder a esta gran llamada de amor de Dios, ya cercana a la Pascua.
Que el Señor nos regale un corazón dócil y abierto a su Palabra para dejarnos amar por Él y poder recibir la redención. Amén.

domingo, 15 de marzo de 2009

III DOMINGO DE CUARESMA - Año B



Lecturas: Ex 20,1-17; Sal 18; 1 Cor 1,22-25; Jn 2,13-25

Queridos hermanos y hermanas en el Señor.
Hoy la liturgia nos regala unos textos interesantes sobre nuestra relación con Dios a partir de sus mandamientos.
El evangelio nos narra el hecho de la expulsión de los mercaderes en el Templo. Es una de las pocas veces que se nos muestra a Jesús con una actitud severa y dura. Impacta su autoridad en tal acción.
El texto relata que Jesús encuentra en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas en sus puestos y que, haciendo un látigo con cuerdas, echa a todos fuera del Templo, con las ovejas y los bueyes; desparramando el dinero de los cambistas y volcando las mesas, diciendo: «Quitad esto de aquí. No hagáis de la Casa de mi Padre una casa de mercado».
Pero como siempre, los judíos le replicaron diciéndole: «Qué señal nos muestras para obrar así?»
Jesús les responde: «Destruid este Santuario y en tres días lo levantaré.»
Pero en realidad, “él hablaba del Santuario de su propio cuerpo”. Y “cuando resucitó, de entre los muertos, se acordaron sus discípulos de que había dicho eso, y creyeron en la Escritura y en las palabras que había dicho Jesús”.
El relato termina diciendo que Jesús no se confiaba de las personas “porque los conocía a todos y no tenía necesidad de que se le diera testimonio acerca de los hombres, pues él conocía lo que hay en el hombre”.
Si bien la actitud de Jesús es fuerte y tajante, en el fondo nos deja una profunda enseñanza, que no es otra que la de la ley de Moisés, dada por Dios en el Sinaí.
El libro del Éxodo dice entonces que pronunció Dios todas estas palabras diciendo: “No tomarás en falso el nombre de Yahveh, tu Dios”... “Recuerda el día del sábado para santificarlo. Seis días trabajarás y harás todos tus trabajos, pero el día séptimo es día de descanso para Yahveh, tu Dios”… son los preceptos de Dios para su pueblo, para mantener la alianza sellada y celebrada mediante la pascua judía y el paso por el Mar Rojo liberándolos del poder de Egipto.
Los mandamientos enumerados se refieren a Dios, pero están íntimamente unidos a los mandamientos de la caridad y del respeto al prójimo. Pues no se puede vivir divididos dando culto y gloria a Dios, participando de sus celebraciones y estar maltratando u olvidándose del prójimo.
Lo que el Señor quiere es lo que nos dice el salmo de hoy: “El temor del Señor es puro y permanece para siempre; los juicios del Señor son fieles, son todos justos”. Es decir, quiere que vivamos en el “temor de Dios”, expresado no en el miedo a un Dios que castiga, sino motivado en el amor a un Dios al cual no quiero ofender (ni a Él ni al prójimo en Él) por su infinita bondad y paciencia para conmigo.
Pero este Jesús no se ahorró para nada a sí mismo, sino que se dio por entero a nosotros, y debemos seguir sus enseñanzas como camino seguro hacia el Padre eterno; por eso dice San Pablo: “Nosotros predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; …mas para los llamados, un Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios”.
Sí, vivir de acuerdo a lo que Dios nos pide es para valientes y para todos aquellos que se quieren jugar en serio por el Reino. Es vivir en nuestras vidas al mismo Cristo crucificado, es imitarlo, amarlo y seguirlo.
Por eso su celo es grande, y no quiere que hagamos de las cosas de Dios cualquier cosa, sino algo serio, donde realmente cada cristiano tome con realismo y responsabilidad su ser bautizado.
Qué diríamos si en una fiesta se comienza a poner música religiosa, cantos de Misa… enseguida nos molestaríamos porque al sentido común, una cosa así está fuera de lugar, ¿no? Y sin embargo, cuántas veces hacemos de nuestras Iglesias y de nuestras celebraciones de la Misa y de los sacramentos una cosa que al sentido común tampoco ayuda. Éste es el reclamo de Dios, de Jesús mismo –hoy- para nosotros, y para los cristianos de todos los tiempos: “Hagan de mi casa una casa de oración”.
Todos nosotros por el bautismo formamos el Cuerpo de Cristo, y si tratamos así a Él, que es nuestra cabeza, ¿qué queda para el resto del Cuerpo?
Estemos atentos a lo que Dios nos pide, seamos más sensibles a las cosas de Dios para poder vivir su mensaje y dejarnos transformar por Él. Amén.

domingo, 8 de marzo de 2009

II DOMINGO DE CUARESMA - Año B



Lecturas: Gen 22,1-2.9a.10-13.15-18; Sal 115; Rm 8,31b-34; Mc 9,2-10

Queridos hermanos y hermanas en Cristo Jesús.
Hoy la liturgia nos regala el hermoso texto de la transfiguración de Jesús.
El texto del evangelio dice que “Jesús tomó consigo a Pedro, Santiago y Juan, y los condujo a un monte alto... y se transfiguró delante de ellos… Vino una nube que los cubrió con su sombra y de la cual salió una voz: «¡Este es mi Hijo, el amado: escúchenlo!»… Mientras bajaban del monte, les ordenó de no contar a nadie lo que habían visto, si no después que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos.”
La simbología de la transfiguración posee muchos elementos del AT, sobre todo del éxodo. La persona de Moisés (que aparece junto a Elías y Jesús), Jesús transfigurado (la zarza que no se consume), el monte alto (el Sinaí), la nube que los envuelve (la columna de nube que acompañaba a los israelitas por el desierto)… nos están hablando de la pascua judía, del gran evento salvador, del prodigio obrado por Yahvéh para salvar a su pueblo elegido. De la gran pascua judía.
Moisés y Elías, que se aparecen junto a Jesús son la imagen de la Ley y lo Profetas, el AT. Ellos hablan con Jesús del éxodo que debe cumplir: su muerte y resurrección, su pascua, su alianza nueva y eterna.
También la primera lectura, del libro del Génesis nos habla del evento salvador de Jesús. Pues en la persona de Abrahán e Isaac está prefigurada la pascua de Jesús, donde le Padre entrega a su Hijo, el primogénito, en rescate por nosotros.
En esos días, Dios puso a la prueba a Abrahán: «Toma a tu hijo, tu unigénito que amas, Isaac, ve al territorio de Moria y ofrécelo en holocausto sobre el monte que yo te indicaré».
Y cuando estaba por inmolarlo, el ángel del Señor le dice: «¡No extiendas la mano contra el muchacho y no le hagas nada! Ahora sé que tu temes a Dios y no me has negado tu hijo, tu unigénito». Por esto, “te colmaré de bendiciones”.
El Padre, que no ahorró a su Hijo sino que lo entregó para nuestra redención, espera de nuestra parte que hagamos lo mismo, es decir, entregar lo más preciado que tenemos a Él, para ser colmados de sus bendiciones, de su amor, de su gracia. Entregar lo más preciado significa, no inmolarlo, no un ofrecer sacrificios a Dios, sino el vivir sólo de su amor, desprendidos de todo y libres para amar. Pues si esto es así, Dios estará con nosotros, en nuestro caminar, en nuestra vida diaria, para seguir ofreciéndonos a su Hijo para redimirnos.
Por eso, “Hermanos, si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? Él, que no ha conservado su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿no nos concederá toda cosa junto con Él?... ¡Jesucristo murió, es más, resucitó y está a la diestra de Dios e intercede por nosotros!”.
Y todo esto porque el final de nuestra vida no es la muerte sino la vida eterna, y quien se deja conquistar por el amor redentor de Dios en Jesús, alcanza la vida en plenitud ya aquí en esta tierra.
Señor, enséñanos a cumplir tu voluntad, como tu Hijo Jesús supo llevarla acabo, donándose totalmente por nosotros para que volviéramos a Ti. Amén.

domingo, 1 de marzo de 2009

I DOMINGO DE CUARESMA - Año B


Lecturas: Gen 9,8-15; Sal 24; 1 Pe 3,18-22; Mc 1,12-15

Queridos hermanos y hermanas en Cristo Jesús.
Hoy la liturgia nos regala unos hermosos textos para meditar sobre nuestra condición humana y sobe la alianza que Dios ha sellado con nosotros.
De hecho Dios dice a Noé luego del diluvio: “Yo establezco mi alianza con ustedes, y con su futura descendencia, y con toda alma viviente que los acompaña”.
Pero esta alianza se realizó en modo perfecto en “Cristo, (que) para llevarnos a Dios, murió una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, muerto en la carne, vivificado en el espíritu… En el espíritu fue también a predicar a los espíritus encarcelados…, a ésta corresponde ahora el bautismo que nos salva y que no consiste en quitar la suciedad del cuerpo, sino en pedir a Dios una buena conciencia por medio de la Resurrección de Jesucristo”.
Pues esta Alianza, Nueva y Eterna, fue sellada con su propia vida, con su propia sangre derramada en la cruz, dándose a todos nosotros, los que ya pasaron, los que estamos y los que vendrán. Por esto hemos recibido un bautismo en el agua y en la sangre de Jesús, que nos purifica y nos devuelve la dignidad de hijos de Dios, y nos da la conciencia de serlo realmente.
En este caminar, en este “ser fieles a la Alianza” de nuestra parte, es necesario obrar como dice el salmista hoy, pidiendo y obrando en consecuencia: “Muéstrame tus caminos, Señor, enséñame tus sendas. Guíame en tu verdad, enséñame, que tú eres el Dios de mi salvación. Acuérdate, Señor, de tu ternura, y de tu amor, que son de siempre. De los pecados de mi juventud no te acuerdes, pero según tu amor, acuérdate de mí. Por tu bondad, Señor. Bueno y recto es el Señor; por eso muestra a los pecadores el camino; conduce en la justicia a los humildes, y a los pobres enseña su sendero”. Sí, es cierto, Dios es fiel a su Alianza, pero también nos pide un esfuerzo de nuestra parte para colaborar con su obra redentora en cada uno de nosotros y en los demás. Pues de nada sirve saber los caminos del Señor, reconocernos pecadores y necesitados de su bondad, si en verdad no cambiamos nuestra actitud, si en verdad no nos convertimos y somos fieles al pacto divino.
Un ejemplo de todo esto es el Evangelio, donde Jesús mismo es puesto a prueba para luego salir fortalecido y vencedor y poder llevar a cabo la misión encomendada por el Padre:
“A continuación, el Espíritu lo empuja al desierto, y permaneció en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás. Después …, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios: «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; conviértanse y crean en la Buena Nueva.»
Muchas veces nos encontramos en tiempos de tribulación, en tiempos de prueba, de tentaciones de todo tipo, con ganas de bajar la guardia, y hasta a veces, ya cansados, nos dan ganas de dejarlo todo pues nos parece pelear en vano por un ideal que no todos quieren vivir. Pero todo esto forma parte de la vida del discípulo de Jesús, todos nosotros, por ser bautizados, somos sus discípulos, y muchas veces, estos momentos de tribulación son momentos para fortalecernos en el Señor, momentos de desprendimiento de aquello que no es lo esencial, de búsqueda de Dios, aunque por momentos se vuelva una difícil prueba, debemos saber que son momentos de una grande gracia espiritual que nos reviste de Cristo para que, una vez convertidos y fortalecidos, demos testimonio ante el mundo y anunciemos la Buena Noticia del amor de Dios derramado en nuestros corazones.
No nos dejemos vencer por las pruebas o por los momentos de desaliento, que nuestra roca firme sea siempre Jesús y sólo Él. Amén.

miércoles, 25 de febrero de 2009

MIÉRCOLES DE CENIZA Año B


Lecturas: Jl 2,12-18; Sal 50; 2 Cor 5,20-6,2; Mt 6,1-6.16-18

Queridos hermanos y hermanas en Cristo.
Hoy comenzamos un tiempo especial de conversión, el tiempo de la Cuaresma. Muchas veces pensamos en vivir una cuaresma mejor, bien preparada, que nos lleve a cambiar, a ser mejores cristianos… pero al final, cuando ya es la Pascua, nos damos cuenta que todo ha seguido igual, no nos hemos implicado mucho y no hemos logrado aquello que queríamos para ser tierra fecunda en la cual pueda obrar Dios la redención. Esperemos que este año podamos cambiar esta actitud y vivir realmente un tiempo de conversión.
En el Evangelio se nos presenta a Jesús que habla de las verdaderas obras de la cuaresma, llamadas obras de justicia en su época.
En cada una de las obras Jesús nos da la clave para vivirla en profundidad: “Cuídense de practicar las buenas obras delante de los hombres para ser admirados por ellos, de lo contrario, no tendrán la recompensa del Padre que está en los cielos.
Cuando den limosna, no suenes la trompeta delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles para ser elogiados por los hombres… Cuando des limosna, no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha, para que tu limosna quede en el secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
Y cuando oren, no sean como los hipócritas, que gustan de orar en las sinagogas y en las esquinas de las plazas bien plantados para ser vistos de los hombres…Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
Cuando ayunen, no pongan cara triste, como los hipócritas, que desfiguran su rostro para que los hombres vean que ayunan…Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro, para que tu ayuno sea visto, no por los hombres, sino por tu Padre que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará”.
Salta a la vista dos cosas en el discurso de Jesús: “no sean como los hipócritas” y “en el secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará”.
Jesús no pide hacer cosas para aparentar, sino que sean realmente obras de un corazón entregado y convertido. Como dice en el libro de Joel: “Vuelvan a mí con todo el corazón… rasguen el corazón y no sus vestidos, vuelvan al Señor su Dios, porque él es misericordioso y bueno,
lento a la cólera y rico en benevolencia”.
Por eso Pablo nos dice: “En nombre de Cristo les suplicamos: ¡reconciliaos con Dios!... Les exhortamos a que no reciban en vano la gracia de Dios”.
Y ¿cómo hacer para poder volver a Dios y no ser un obstáculo a la gracia de Dios? ¿Cómo hacer para no recibir en vano la Gracia de Dios?
La clave nos la ha dado Jesús en el Evangelio, pero eso es una cosa, las obras que debemos realizar. Pero otra cosa es el sabernos necesitados de Él, y la clave de esto nos la da el salmista:
“Tenme piedad, oh Dios, según tu amor, por tu inmensa ternura borra mi delito, lávame a fondo de mi culpa, y de mi pecado purifícame.
Pues mi delito yo lo reconozco, mi pecado sin cesar está ante mí; contra ti, contra ti solo he pecado, lo malo a tus ojos cometí.
Mas tú amas la verdad en lo íntimo del ser, y en lo secreto me enseñas la sabiduría.
Rocíame con el hisopo, y seré limpio, lávame, y quedaré más blanco que la nieve.
Devuélveme el gozo y la alegría…
Crea en mí, oh Dios, un puro corazón, un espíritu firme dentro de mí renueva”.
Sí, éstas son las actitudes de un corazón dispuesto a la conversión: reconocerse pecador y débil ante Dios, necesitado de su misericordia, y que pide al Señor ser renovado con firmeza de espíritu para poder llevar a cabo la obra que Dios ha comenzado.
Queridos hermanos y hermanas, no nos dejemos llevar por la hipocresía, seamos hombres y mujeres con un corazón indiviso, todo entregado a Dios y a los hermanos por la caridad.
“¡DEJÉMONOS RECONCILIAR POR DIOS!”

domingo, 22 de febrero de 2009

VII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO Año B


Lecturas: Is 43,18-19.21-22.24b-25; Sal 40; 2 Cor 1,18-22; Mc 2,1-12

Queridos hermanos y hermanas en Cristo.
Hoy el Evangelio nos relata la curación de un paralítico, al cual Jesús cura perdonándole sus pecados, pero detrás de esta curación nos deja algunas enseñanzas para nuestra vida.
Marcos, en su Evangelio, nos dice que Jesús entró de nuevo en Cafarnaúm, y se supo que él estaba en casa, y muchas personas se juntaron allí, tanto que no había más lugar, ni siquiera delante de la puerta, y él les anunciaba la Palabra. Le llevaron un paralítico. Pero no pudiendo llevarlo delante, a causa de la multitud, levantaron el techo justo donde él se encontraba, y haciendo un hueco, bajaron la camilla con el paralítico. Jesús, viendo la fe de la gente, dice al paralítico: «Hijo, te son perdonados tus pecados».
Algunos escribas pensaban en su corazón: «¿Por qué éste habla así? ¡Bestemia! ¿Quién puede perdonar los pecados sino solo Dios?». Pero Jesús, conociendo lo que pensaban, les dice: «¿Por qué pienan estas cosas en sus corazones? ¿Qué es más fácil decir: "Tus decado son perdonados", o “Levántate, toma tu camilla y camina”? Ahora para que sepan que el Hijo del hombre tiene el poder de perdonar los pecados sobre la tierra, dice al paralítico: “Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa”. Aquél se levantó enseguida, tomó su camilla ante la mirada de todos y se fué».
Una cosa así, no era de verse todos los días, y además, mediante este milagro posterior al perdón de los pecados del paralítico, Jesús confirmaba que era Dios, y que tenía tal poder.
Quizás ninguno se esperaba esta reacción de Jesús, de perdonar los pecados… todos esperaban la curación del enfermo, sin embargo, Jesús hace saber que tiene tal potestad por su divinidad.
Con este hecho podemos decir con el salmista: “Beato el hombre que cuida del débil: en el día de la desventura el Señor lo libera. El Señor velará sobre él. El Señor lo sostendrá en el lecho del dolor”.
Una cosa es de alabar de esta gente, y son estos cuatro que llevan al paralítico para ser curado. Del paralítico no se dice nada, y de estos cuatro sólo se dice que lo llevaron ante Jesús, haciendo lo imposible por acercarse a Él y que fuera curado. Esto nos enseña sobre el cuidado que debemos tener sobre nuestros enfermos, sobre aquellos que nos necesitan, y necesitan ser llevados ante Jesús. Esto habla de altruismo, de caridad verdadera hacia el prójimo.
Pero en todo este discurso, como dice la primera lectura, Jesús “hace una cosa nueva: ya está germinando ¿no se dan cuenta? En cambio, no me has invocado. Tú me has dado molestia con los pecados, me has cansado con tus iniquidades. Yo, yo borro tus pecados por amor a mí mismo, y no recuerdo más tus pecados».
Es decir, muchas veces no nos damos cuenta de lo que Dios está obrando y quiere obrar en nosotros mismos, y nos quejamos de la vida, de nuestros dolores y pesares, pero no miramos a fondo en nuestra alma y corazón, no nos reconocemos pecadores necesitados de perdón, y así continuamos la vida sin mayores cambios.
Por eso, San Pablo nos dice: “Hermanos, Dios es testimonio de que nuestra palabra hacia ustedes no es «sí» y «no». El Hijo de Dios, Jesucristo…no fué «sí» y «no», sino «sí». De hecho, todas las promesas de Dios en él son «sí». Es Dios mismo que nos confirma, junto a ustedes, en Cristo y nos ha conferido la unción, nos ha impreso el sello y nos ha dado la garantía del Espíritu en nuestros corazones”.
Es decir, una tal conversión no es un “no”, sino que debe ser un “sí”, un sí a la Alianza, al Amor de Dios en nosotros que busca nuestra conversión, nuestro perdón. Dios no quiere la muerte del pecador, sino su conversión, quiere perdonar sus pecados.
Se dice que una vez, San Jerónimo, retirado en la soledad para traducir la Biblia, un día se le apareció Jesús pidiéndole algo: “Jerónimo, ¿qué tienes para darme?”. Jerónimo, un poco turbado le dijo: “te ofrezco todo lo que tengo, el trabajo que realizo, mis sacrificios, mis combates…”
En fin, Jerónimo enumeró muchas cosas que podía ofrecer a Jesús, pero una vez terminado su ofrecimiento, Jesús le volvió a decir: “Jerónimo, ¿qué más tienes para darme?”. Y Jerónimo, un poco desconfiado ante la pregunta de Jesús, y luego de una larga lista de cosas, Jesús le dijo:
“¡Jerónimo, quiero tus pecados. Dame tus pecados para que pueda perdonártelos!”
Es así, queridos hermanos y hermanas, muchas veces creemos que nuestros pecados son para ocultar, para olvidar, en vez, Jesús los quiere para perdonarnos, para ofrecernos su perdón, pues para esto vino, para salvarnos de nuestros pecados perdonándonos con su cruz.
No dudemos de la misericordia de Dios, pero tampoco pretendamos ser sanados y perdonados si no colaboramos abriendo nuestro corazón al perdón, a la gracia.

domingo, 15 de febrero de 2009

VI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO Año B


Lecturas: Lv 13,1-2.45-46; Sal 31; 1 Cor 10,31-11,1; Mc 1,40-45

Queridos hermanos y hermanas en Cristo Jesús. Las lecturas de este domingo nos hacen entrar en la lógica de la conversión.
Los textos no llevarán, a partir de una enfermedad física, a descubrir el verdadero sentido de la conversión, de lo que significa celebrar el perdón, de lo que significa cambiar, pasar de una vida de pecado a una vida de gracia.
El libro del Levítico nos dice bien claro el sentido que tenía la enfermedad, sobre todo de un enfermedad grande y grave como la lepra: “El leproso que posea llagas, llevará los vestidos rasgados y la cabeza descubierta… irá gritando: "¡Impuro! ¡Impuro!". Será impuro hasta que dure en él el mal; es impuro, estará solo, habitará fuera del campamento”.
En el Antiguo Testamento, se creía que la enfermedad era fruto del pecado y, sobre todo, enfermedades de este tipo eran indicativas de pecados graves cometidos. El signo claro de haber expiado las culpas y de haber recibido el perdón de Dios era la curación, cosa que rara vez sucedía, pues eran enfermedades incurables.
En el Evangelio se relata la curación de un leproso, el cual, suplicándole y puesto de rodillas delante de Jesús, le dice: «Si quieres, puedes limpiarme».
“Compadecido de él, extendió su mano, lo tocó y le dijo: «Quiero; queda limpio».
Y al instante, le desapareció la lepra y quedó limpio”.
Jesús se compadece de esta persona que está enferma y la sana.
Muchas veces le ponemos condiciones a Dios para que nos sane de nuestras enfermedades y de nuestros pecados o esclavitudes, como si fuese Él el culpable de nuestro pecado, cosa muy lejana de la realidad, pues Dios no es el culpable del mal en el mundo, y menos del pecado personal. Cada uno es responsable de sus actos, pero como nos cuesta convertirnos, muchas veces le decimos a Dios: “por ahora no, más tarde, ya tendré tiempo”, o como el leproso: “si quieres, puedes sanarme”; es como decir: “si Tú quieres perdonarme, puedes hacerlo”… “porque quizás yo no estoy muy convencido de cambiar”. Jesús es el primero en movernos a la conversión y al cambio de vida; es el primero en querer sanarnos de nuestras rebeldías y egoísmos, pero cuántas veces ponemos esa condición del “si quieres…”. Por sobre todas las cosas, cada uno debe QUERER ser sanado, curado, perdonado por Dios; si no estoy convencido de querer cambiar, ese cambio seguramente será muy difícil o casi imposible, pues no dejamos que la gracia actúe en nosotros.
“¡Dichoso el que es perdonado de su culpa, y le queda cubierto su pecado!
Dichoso el hombre a quien el Señor no le tiene en cuenta el delito, y en cuyo espíritu no hay fraude”.
En todo esto hay una lógica interna, que es el de reconocernos enfermos, el reconocernos pecadores, el reconocernos necesitados del perdón de Dios, de su misericordia, como dice el salmista: “Mi pecado te reconocí, y no oculté mi culpa; dije: «Me confesaré a Yahveh de mis rebeldías». Y tú absolviste mi culpa, perdonaste mi pecado. ¡Alégrense en Yahveh, oh justos, exulten, griten de gozo, todos los de recto corazón!”
Respecto a esto nos dice San Pablo: “Por tanto, ya comáis, ya bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios. No deis escándalo ni a judíos ni a griegos ni a la Iglesia de Dios; lo mismo que yo, que me esfuerzo por agradar a todos en todo, sin procurar mi propio interés, sino el de la mayoría, para que se salven. Sean mis imitadores, como lo soy de Cristo”.
En verdad, Pablo nos invita a vivir como verdaderos cristianos en medio de la gente, sin dar escándalo a ninguno, siendo rectos en nuestro obrar, esforzándonos por agradar a Dios y no agradarme a mí mismo o mi egoísmo, y así, con mi misma recta conducta ayudar a otros a que se conviertan y cambien de corazón y se vuelvan a Dios.
Por esto dice Pablo ¡Sean imitadores míos como yo lo soy de Cristo!, y esto no es arrogancia, es tener la conciencia tranquila y en paz con Dios y con los hombres, una conciencia que no reprocha nada porque está en sintonía y en unión con Dios, en caridad con los demás.
Que todos podamos decir estas palabras de San Pablo, o al menos, sentirlo así, al sabernos verdaderos hijos de Dios, comprometidos por el Reino.
“Dejémonos reconciliar por Dios” y veremos sus maravillas y sus frutos en nuestras vidas, así podremos ser sus auténticos testigos en el mundo. Amén.

domingo, 8 de febrero de 2009

V DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO Año B


Lecturas: Jb 7,1-4. 6-7; Sal 146; 1 Cor 9,16-19.22-23; Mc 1, 29-39

Queridos hermanos y hermanas en el Señor.
Los textos de este domingo nos dejan al menos dos mensajes, dos cosas en la cuales el Señor nos pide crecer, o al menos darnos cuenta para comenzar un camino de mayor crecimiento humano y espiritual. Analizando los textos lo descubriremos…
El Evangelio nos presenta en síntesis una jornada del Señor: dice que Jesús curó la suegra de Simón, y al llegar la tarde, cuando el sol iba cayendo, le traían todos los enfermos y endemoniados. Toda la ciudad estaba reunida delante de la puerta de la casa de Simón Pedro, y curó muchos afectados por diversas enfermedades. Por la mañana, Jesús se levantó cuando todavía era oscuro y se retiró en un lugar, solo, a rezar. Pero Simón y los que estaban con él lo buscaban. Cuando lo encontraron Jesús les dijo que debían ir a otros lugares vecinos porque para eso Él ha venido.
Vemos a Jesús que “sana los corazones doloridos y venda sus heridas”. Porque el Señor sostiene a los pobres… Cura a los enfermos y demoniados, anuncia el Reino de Dios a los pueblos, y se mantiene en unión con el padre a través de la oración filial.
Es un Jessú celoso de los suyos, celoso en cuanto cuida de su pueblo, cuida de nosotros, nos sana y nos marca un camino a seguir en sus enseñanzas. El no viene a facilitarnos la vida, es cierto que curó a muchos en su tiempo, pero no curó a TODOS, también porque muchos se rebelaban contra sus enseñanzas, pues lo más difícil de cambiar muchas veces es el corazón del hombre cuando se encuentra lejos de Dios…
Este año es el año paulino, y es bueno valernos de las enseñanzas de Pablo para hacer nuestra reflexión. Pablo nos dice que “anunciar el Evangelio no es para él un vanagloriarse, sino una necesidad que se impone: ¡pobre de mí si no anuncio el Evangelio!
De hecho, siendo libre de todos, me he hecho servidor de todos con tal de ganar el mayor número de personas. Me he hecho débil con los débiles, para ganar a los débiles; me he hecho todo para todos, para salvar a todo costo a alguno. Pero todo esto lo hago por el Evangelio, para llegar a ser partícipe de él también yo”.
Las palabras de Pablo no tienen desperdicio alguno, él habla de su experiencia, de ser imitador de Cristo. Jesús caló tan hondo en su vida, en su corazón, que el anunciar a Cristo Jesús no es para él sino algo que se impone por sí solo, es algo que lleva dentro y que no puede ocultar ¡y que es necesario anunciar!
Pero una cosa que llama la atención es este “hacerse todo a todos para ganar a alguno”, es el compartir verdaderamente –como lo hizo Jesús- lo que vive la gente, en su propia vida, con tal de poder anunciar el Evangelio también a los más lejanos, a los más pobres y débiles de nuestra sociedad, y poder atraerlos hacia Jesús.
Creo que de todo esto tenemos bastante para imitar, sobre todo en:
1. Dejarnos transformar y conquistar del amor sanador y redentor de Jesucristo, que vino a anunciarnos su Reino y su redención;
2. Conquistados del amor de Jesús, que “sana los corazones doloridos y venda nuestras heridas”, imitemos a pablo en su ardor pastoral por anunciar a Aquel al cual hemos creído y del cual hemos conocido el AMOR que Dios nos tiene.
No nos dejemos vencer por la desidia, no seamos cobardes en anunciarlo, ¿o es que no estamos convencido de nuestra fe? Si es así, es hora de que comencemos a pensar en serio sobre nuestro ser en este mundo, como cristianos, como bautizados.
Jesús no quiere gente tibia, que no se compromete con la vida, quiere personas VIVAS, que se den enteramente por la construcción del Reino, allí, donde nos toca estar, “porque donde fuimos sembrados es allí donde debemos florecer”.
Sí, no hace falta ser religioso o religiosa consagrada o sacerdote para anunciar a Cristo, basta ser bautizado y creer con fe viva lo que vives para ser testigo y testimonio del amor de Dios por la humanidad. Amén.

domingo, 1 de febrero de 2009

IV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO Año B


Lecturas: Dt 18,15-20; Sal 94; 1 Cor 7,32-35; Mc 1,21-28

Queridos hermanos y hermanas en Cristo.
Los textos que la liturgia nos regala en este domingo tienen una cracterística especial, que trataremos de ir descubriendo en nuestra reflexión.
Al inicio, en el libro del Deuteronomio hay una promesa de Yahveh, promesa que lleva en sí misma una responsabilidad para el pueblo de Dios: “Yo suscitaré un profeta en medio de sus hermanos y pondré en su boca mis palabras, y él dirá a ellos cuanto le indique. Si alguno no escuchara las palabras que él dirá en mi nombre, Yo le pediré cuentas. Pero el profeta que tenga la presunción de decir en mi nombre alguna cosa que yo no le he indicado decir, o que hablará en nombre de otros dioses, ese profeta deberá morir”.
Sí, son duras las palabras de Dios para su pueblo, pero son el signo de la presencia de Dios para su pueblo, y la norma de conducta para vivir en su presencia, pues Él es “la roca de nuestra salvación”. “Él es nuestro Dios y nosotros su pueblo, el pueblo que él mismo conduce”. Por eso, ¡escuchemos hoy su voz! “No endurezcamos el corazón como en Meribá, o en el día de Masá en el desierto…aún habiendo visto las obras del Señor”.
“Comportémonos degnamente siendo fieles al Señor, sin desviaciones”. Dios nos manda signos y pruebas de su obrar en nuestras vidas, pero muchas veces esperamos signos extraordinarios y estamos sedientos de doctrinas nuevas y de hechos prodigiosos que nos hagan más fácil la vida, más ligera la carga que debemos llevar… Pero ¡atención! Que muchas veces nos dejamos llevar por falsos profetas, que saben decirnos hasta las cosas que nos suceden en la vida, falsos profetas que usan de nuestra sensibilidad para “robarnos” la vida de fe en Jesús, llevándonos a creer en el poder oculto de fuerzas y en el obrar del demonio, como si éstos fueran más fuertes que el poder de Dios. ¡No nos dejemos engañar por estas cosas!
Y la prueba de todo esto la tenemos en Jesús. El Evangelio de hoy nos dice que la gente quedaba admirada y estupefacta de las enseñanzas de Jesús: “Él, de hecho enseñaba como uno que tiene autoridad”.
El hecho del endemoniado nos lo dice caramente: “En la sinagoga donde predicaba había un hombre poseído de un espíritu impuro, y comenzó a gritar: «¿Qué quieres de nosotros Jesús Nazareno? ¿Has venido a arruinarnos? Yo sé quién eres tú: ¡el santo de Dios!». Y Jesús le ordenó severamente: «¡Cálla y sal de él!». Y el espíritu impuro, atormentándolo y gritando fuerte, salió de él».
El pasaje del Evangelio habla por sí solo, Jesús no es cualquier profeta, o alguno que se aprovecha de situaciones para hacer proselitismo religioso. Es una persona que tiene la autoridad propia de Dios, habla palabra de Dios, y hasta los demonios lo reconocen como tal. Pero sólo el poder de Jesús hace cambiar las situaciones de pecado del hombre y en el hombre.
Por tanto, ¿por qué buscamos fuera de Jesús? ¿por qué nos empeñamos en ver a falsos profetas que no nos hablan con claridad de la Verdad, del Camino y de la Vida?
No demos la culpa a cosas extrañas, a personas o situaciones… comencemos por ver cómo va nuestra vida y si somos capaces de vivir la Palabra de Dios que nos transmite Jesús con toda autoridad. Si escuchamos verdaderamente a Él, debemos también poner por obra sus enseñanzas, pues “¡el Hijo del hombre vino a bscar y a salvar lo que estaba perdido”!
¡Que Jesús sea el centro, fuente y culmen de nuestras vidas! Amén.

domingo, 25 de enero de 2009

III DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO Año B


Lecturas: Jon 3,1-5.10; Sal 24; 1 Cor 7,29-31; Mc 1,14-20

Queridos hermanos y hermanas en Jesucristo: Las lecturas de este domingo nos recuerdan el don de la conversión. Y digo “don” porque es un regalo de Dios, una llamada de su amor y de su misericordia hacia Él, para volver a Él.
En la primera lectura, aparece el profeta Jonás, uqe por mandato de Dios manda a anunciar a los ninivitas: «Todavía cuarenta días y Nínive será destruída». Su anuncio hizo que los ciudadanos de Nínive creyeran a Dios y con ayunos y penitencias se convirtieron en su conducta, y Dios, al ver su conversión, los perdonó.
Y ¿cómo saber en qué cosa debemos convertirnos, o cómo realizar este camino de conversión?
Con el salmista podemos decir a Dios: “Hazme conocer, Señor, tus caminos, enséñame tus senderos. Guíame en tu fidelidad e istrúyeme, porque eres tú el Dios de mi salvación”. Y esto porque la conversión no es un sentimiento, o una emoción que nos lleva por miedo a querer cambiar, es necesario pedir al Señor que él también nos muestre en qué cosas debemos cambiar, pues en definitiva se trata de volver a Él, porque ¡el Señor no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva!, porque “bueno y recto es el Señor, indica a los pecadores la via justa;
guía a los pobres según la justicia, enseña a los pobres su camino”.
San Pablo (de quien hoy -25 de enero- se recuerda su conversión, y en el año paulino) nos dice en su 1° carta a los corintios al respecto del tiempo de la conversión: “Esto les digo, hermanos: el tiempo es breve; de ahora en adelante, quello que tienen mujer, vivan como si no la tuvieran; aquellos que lloran, como si no lloraran; aquellos que se alegran, como si no se alegraran; aquellos que compran, como si no poseyeran; aquellos que usan los bienes del mundo, como si no los usaran plenamente: ¡porque pasa, de hecho, la figura de este mundo!”
Con todo esto, no significa dejar de hacer nuestra vida normal, sino que nos indica una actitud fundamental para llegar a la conversión del corazón y poder ¡vivir anclados en el AMOR DE DIOS!, esta actitud es la de la indiferencia respecto a las cosas de este mundo, respecto a lo que vivimos y poseemos, es decir, vivir DESPRENDIDOS de aquello que tenemos para estar PRENDIDOS del amor de Dios, para estar ¡ENRAIZADOS EN LAS COSAS DE DIOS!
Un ejemplo concreto de esto, de dejarlo todo, de ser deprendidos para seguir a Jesús en el estado de vida que nos llama, es el testimonio de los primeros apóstoles, como lo relata Marcos en el Evangelio: “Jesús fue a la Galilea, proclamando el evangelo de Dios, y decía: «El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios está cerca; conviértanse y crean en el Evangelio».
Pasando por el mar de Galilea, ve a Simón y Andrés, hermano de Simón, mientras echaban las redes al mar; eran, de hecho, pescadores. Jesús les dice: «Vengan detrás de mi,y haré que sean pescadores de hombres». Y enseguida dejaron las redes y lo siguieron…”.
Es lo que sucedió con san Pablo, cuando cambió su vida, de perseguidor de Cristianos y de Cristo, a ser Apóstol de Cristo. Jesús se le apareció en Damasco, y lo hizo caer y darse cuenta de su ceguera humana y espiritual… fue así que Pablo comprendió que debía cambiar, convertirse a aquél a quien perseguía con todas sus fuerzas: así llegó a ser un ferviente apóstol de Jesucristo, hasta dar la vida por Él y su Evangelio. También nosotros necesitamos que Jesús nos tire por el suelo y nos haga ver nuestras cegueras, nuestras miopías, que no nos dejan ver y seguir realmente a JESÚS.
Hoy en día es difícil el realizar un camino de conversión y mantenerse en él, pues las cosas de este mundo nos apartan del mensaje Evangélico de Jesús. Vivimos “tapados” de cosas que nos quitan la mirada hacia Jesucristo y su mensaje. Vivimos ocupados y preocupados en lo de todos los días, estresados por lo que nos toca vivir, aún cuando tengamos pocas riquezas o cosas de qué ocuparnos, pero como decíamos, todo esto depende de la actitud fundamental del desprendimiento y de la indiferencia, es decir, del vivir como si nada tuviéramos, sino ¡sólo a Jesús y Jesús solo!
Cada uno sabe bien “donde le ajusta más el zapato”, cada uno de nosotros sabe bien que hay que comenzar a vivir una vida más cristiana, más comprometida en modo más radical con Cristo y con el prójimo, entonces… ¿qué esperamos para cambiar? Si Jesús nos concede cada día su gracia para volver a Él, para CONVERTIRNOS a Él, entonces, no desperdiciemos su gracia.
¡Alabado sea Jesucristo!

domingo, 18 de enero de 2009

II DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO Año B


Lecturas: 1 Sam 3,3b-10.19; Sal 39; 1 Cor 6,13c-15a.17-20; Jn 1,35-42

Queridos hermanos y hermanas en el Señor. Hoy la liturgia nos regala unos hermosos textos para reflexionar sobre nuestra relación con Dios, con nosotros mismos y también con el prójimo.
En el 1° libro de Samuel, encontramos la llamada que Dios hace a Samuel cuando todavía éste no lo había conocido.
Dice que el Señor llamó a Samuel, y él le respondió: «Aquí estoy», y fue al encuentro de Elí diciendo: «¡Me has llamado, aquí estoy!». Elí le responde: «No te he llamado, ¡vuelve a dormir!». Así el Señor llamó a Samuel tres veces, y él tres veces fue a ver a Elí.
Comprendió entonces Elí que era Yahveh quien llamaba al muchacho, y dijo a Samuel: «Vete y acuéstate, y si te llaman, dirás: Habla, Yahveh, que tu siervo escucha». Samuel se fue y se acostó en su sitio. Vino Yahveh, se puso a su lado y lo llamó como las veces anteriores: «¡Samuel, Samuel!». Respondió Samuel: «¡Habla, que tu siervo escucha!». «Samuel crecía, Yahveh estaba con él y no dejó caer por tierra ninguna de sus palabras».

Este pasaje es un hermoso testimonio de la llamada que Dios hace a los hombres para colaborar con su Reino. Pero también es importante el estar atentos a esta llamada y responder con prontitud como Samuel, que enseguida se puso al servicio de Dios, y no dejó de lado ninguna de las palabras que el Señor le dirigió. Esto habla de fidelidad a la llamada, a la cual TODOS, sin excepción, estamos invitados a responder positivamente.
Así, al sentir la llamada de Dios a colaborar de cualquier modo o forma en la construcción de su Reino podremos decir con el salmista: “He esperado en el Señor, él se ha inclinado hacia mí y ha escuchado mi grito. Ha puesto en mi boca un canto nuevo… Entonces dije: «Heme aquí, que yo vengo».
“Hacer tu voluntad, eso deseo. He anunciado tu justicia en la gran asamblea, no he tenido cerrado mis labios”.

Porque el Señor nos llama para una misión, para ser profetas en medio de este mundo, para anunciar y denunciar, pero para esto es necesario vivir de acuerdo al Evangelio que anunciamos para hacer credible nuestro anuncio y testimonio de cristianos (como laicos, como religiosos, como sacerdotes… como Iglesia). De esto nos habla san Pablo en su 1° carta a los Coríntios:
“Hermanos, el cuerpo no es para la impureza, sino para el Señor, y el Señor es para el cuerpo. Dios, que ha resucitado al Señor, resucitará también a nosotros con su fuerza. Por eso, estemos lejos de la impureza. Cualquier pecado que el hombre cometa, está fuera de su cuerpo, pero quien se da a la impureza, actúa contra su propio cuerpo. ¿Saben que sus cuerpos son templos del Espíritu Santo, que habita en ustedes? Lo han recibido de Dios y ustedes ya no pertenecen a ustedes mismos. De hecho, han sido comprados a un caro precio: ¡glorifiquen, entonces, a Dios en sus cuerpos!”. Es necesario, para ser testigos del Señor en este mundo, vivir de acuerdo a su voluntad en el amor y en la caridad, poniendo de nuestra parte la voluntad a su gracia, pues la gracia perfecciona nuestra naturaleza.

Otro ejemplo de elección de vida, y que confirma lo que hemos dicho antes es el pasaje del Evangelio de hoy sobre la elección de los discípulos: “En aquel tiempo, Juan (el Bautista) estaba con dos de sus discípulos y, fijando la mirada en Jesús que pasaba, dice: «¡Este es el cordero de Dios!». Y sus discípulos, sintiéndolo hablar así, siguieron a Jesús. Entonces Jesús se dio vuelta … y les dijo: «¿Qué buscan?». Ellos le respondieron: «Rabbi -maestro -, ¿dónde vives?». Les dijo: «Vengan y verán»… Uno de los dos que habían escuchado a Juan y lo habían seguido a Jesús, era Andrés, hermano de Simón Pedro. Él, encontrando primero a su hermano Simón le dice: «Hemos encontrado al Mesías -al Cristo- y lo conduo hasta Jesús».

Dos discúpulos que por el testimonio de Juan el Bautista deciden seguir a Jesús, y el “vengan y vean” habla también del testimonio, de lo que despierta en el otro el ver a una persona comprometida con la vida, con Dios, con el prójimo; esto mismo hizo que Andrés se sintiera involucrado en la misión de Jesús y decidiera compartir su gozo y alegría de ser apóstolo con Simón Pedro, su hermano.
Esto debe dejar en nosotros el deseo de descubrir verdaderamente al Maestro, a Jesús, de buscarlo con sincero corazón, de “ir y ver” para luego transmitir a otros esta experiencia de Dios.
TODOS estamos llamados a esta tarea, de ser apóstoloes del Evangelio, a testimoniarlo, pero es necesario impregnarnos de la vida de Jesús, para poder transmitirlo a otros.
Y tú, ¿qué esperas para seguirlo y darlo a conocer?

sábado, 10 de enero de 2009

BAUTISMO DEL SEÑOR


DOMINGO DESPUÉS DE EPIFANIA
Año B - Fiesta

Lecturas: Is 55,1-11; Is 12,2-6; 1 Gv 5,1-9; Mc 1,7-11

Queridos hermanos y hermanas en Cristo. Con esta fiesta del Bautismo del Señor se cierra el tiempo de Navidad y se abre nuevamente el tiempo ordinario durante el año hasta el inicio de la Cuaresma.
La fiesta de hoy es muy singular, se nos presenta a Jesús cumpliendo con lo que pide el profeta, la conversión del corazón, y se hace bautizar por Juan el Bautista. Y sucede allí una manifestación de la Trinidad: el Padre que habla del Hijo amado, la Paloma que baja sobre Jesús, y el Hijo presente en el Jordán.

Isaías nos dice: “¿Por qué gastamos dinero en aquello que no es pan, sus ahorros en aquello que no sacia?” Escúchenme, “pongan el oído y vengan a mí, escuchen y vivirán. Yo estableceré con ustedes una alianza eterna”.
“Busquen al Señor mientras se deja encontrar, invóquenlo mientras está cerca. Que el impío abandone su vía y el hombre iniquo sus pensamientos; vuelvan al Señor que tendrá misericordia, a nuestro Dios que perdona en abundancia”.
“Porque como la lluvia y la nieve caen del cielo y no vuelven sin haber mojado la tierra, sin haberla fecundado y haberla hecho germinar, así será la Palabra que sale de mi boca: no volverá a mí sin efecto, sin haber hecho lo que deseo y sin haber cumplido aquello para lo cual fue mandada”.

Con esto el Señor nos invita a ponernos en camino, a dejar de lado el mal, a dejra de lado una vida de pecados o de imperfecciones, con la certeza de que su Palabra también actúa en nosotros y obra lo que Dios quiere, para nuestro bien.
Por eso, como dice el salmista: “Dios es mi salvación; yo tendré confianza y no tendré temos, porque mi fuerza y mi poder es el Señor, Él es mi salvación”.
Y esto es real, pues “éste es el testimonio de Dios, que él ha dado respecto a su propio Hijo”:
“Jesús vino de Nazareth de Galilea y fue bautizado en el Jordán por Juan. Y en seguida, saliendo del agua, vio abrirse los cielos y al Espíritu descender sobre Él con forma de paloma. Y vino una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo, el amado: en quien me complazco”.

Es cierto que debemos poner de nuestra parte para poder llegar a convertirnos, pero también es cierto que contamos con la gracia de Dios. el bautismo de Jesús es un signo de su solidaridad con nuestra débil humanidad, y Él –enquien ya estaba el Espíritu- recibe el Espíritu para dárnoslo a nosotros y así compartir su misma condición de hijos de Dios en el Hijo.
Renovemos hoy nuestras promesas bautismales, renovando nuestra fe y renunciando con una voluntad más decidida a todo aquello que proviene del Maligno y de nuestras inclinaciones, no dando tregua al pecado en nuestras vidas. Amén.

martes, 6 de enero de 2009

EPIFANÍA DEL SEÑOR Solemnidad


6 ENERO
Lecturas: Is 60,1-6; Sal 71; Ef 3,2-3a.5-6; Mt 2,1-12

Queridos hermanos y hermanas en Cristo Jesús, hoy celebramos con toda la Iglesia la solemnidad de la epifanía del Señor, y epifanía no es otra cosa que la “manifestación” del Señor, es la manifestación de Dios al munso, es el mostrarse de Dios –en su Hijo Jesús- a todos los pueblos de la tierra para hacernos presente la llegada de su salvación para cada uno.
Por eso, hagamos nuestras las palabras del Profeta Isaías: “Levántate, revístete de luz, porque viene tu luz, la gloria del Señor brilla sobre ti. Porque las tinieblas recubren la tierra, …pero sobre ti resplandece el Señor, su gloria aparece sobre ti”.
“Porque Él librará al miserable que lo invoca, al pobre que no encuentra ayuda”.
Éste es el gran regalo de Dios a la humanidad, el darnos a su propio Hijo como luz del mundo y esperanza de las naciones, sobre todo de los oprimidos, de los más débiles, los pobres y afligidos.
“Esto no ha sido manifestado a los hombres de generaciones precedentes como ahora ha sido revelado a nostro por medio del Espíritu: que estamos todos llamados, en Cristo Jesús, a condividir la misma herencia, a formar el mismo cuerpo y a ser partícipes de la misma promesa por medio del Evangelio”.

Sí, quizás suene a utopía, pero para Dios nada es imposible, y si Dios nos dio a su Hijo Jesús nacido en la carne, en nuestra humanidad, significa que hay un inmenso amor de Él hacia nosotros. Por eso, también debemos asumir una conducta diversa al recibir este anuncio de parte de Dios, pues Él cuenta con nosotros para renovar y cambiar el mundo, y entonces… entonces ya no será una utopía, será una realidad, como lo fue realidad y lo sigue siendo el hecho que Jesús, el Verbo divino se haya encarnado por nosotros.

El Evangelio nos muestra el episodio de los Reyes magos del Oriente que van en busca del Mesías desperado, siguiendo una estrella, y aunque su nacimiento significa una esperanza cierta para el pueblo, también es cierto que el Hijo de Dios no estuvo exento de peligros y persecuciones desde que nació.
El rey Herodes, viendo que corría peligro su reinado si era verdad que había nacido el “rey de los Judíos”, se aseguró bien de ser informado y de informar a los magos para luego hacer matar al niño.

Aquí se ven dos actitudes bien diversas, por un lado, los Magos, que dedican su vida y se preocupan por encontrar al Mesías, siguiendo un signo, la estrella. Y la otra actitud, la de Herodes, de egoísmo, soberbia y avaricia que lo hace tan ciego de querer asesinar a un niño recién nacido por el solo hecho de verse en peligro su reinado.
Desgraciadamente, en este mundo en que vivimos, reina la segunda actitud, la de la soberbia, la avaricia, el egoísmo, la violencia… y todo porque no sabemos cultivar una actitud de búsqueda de la verdad, del amor y de la esperanza como fue la actitud de los Magos de oriente.

Que en este día de la manifestación de Dios en Jesús, sepamos descubrir real y verdaderamente a este Dios-con-nosotros que se manifiesta en nuestras vidas y nos ofrece una vida mejor, una vida de solidaridad con el pobre, con el que sufre, con el marginado, con el pecador… pues Él dio el primer paso en esto asiéndose solidario con nuestra humana debilidad encarnándose. Amén.

sábado, 3 de enero de 2009

II DOMINGO DESPUÉS DE NAVIDAD


Lecturas: Sir 24,1-4.8-12; Sal 147; Ef 1,3-6.15-18; Jn 1,1-18

¡Queridos hermanos y hermanas en Jesús!
Hoy las lecturas nos hacen entrar en el misterio grande de la encarnación del Hijo de Dios. La primera lectura nos habla de la Sabiduría, con la cual, a través de los tiempos se ha identificado a Jesús, el Verbo, la Palabra que estaba junto a Dios desde siempre, y con la cual y por la cual fueron creadas todas las cosas.

Esta Sabiduría, por designio del Padre etreno fue “fijó su tienda…” puso sus raíces en medio de su pueblo elegido, “en la ciudad que Él ama la ha hecho habitar”.
Por eso con San Pablo podemos decir también: “Bendito sea Dios, Padre de nuestro SeñorJesucristo, que nos ha bendecido con toda bendición espiritual en los cielo en Cristo. En Él nos ha elegido, antes de la creación del mundo para ser santos e inmaculados frente a Él en el amor, predestinándonos a ser sus hijos adoptivos mediante Jesucristo, según el designio de amor de su voluntad”.

Cuánto amor y regalo de parte de Dios, que nos envió a su Hijo Jesús hecho uno como nosotros para que pudiéramos ser rescatados del pecado, de la oscuridad de la muerte. Por eso “vino un hombre mandado por Dios: él vino como testigo para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. Él no era la luz, pero debía dar testimonio de la luz”. Éste era Juan el Bautista, que vino a preparar el camino, la venida de “la luz verdadera”.

Es hermoso y a la vez triste el pasaje de Juan en su prólogo al evangelio, cuando dice que esta Luz “estaba en el mundo y el mundo fue hecho por medio de Él; pero el mundo no lo ha reconocido.
Vino entre nostros y no lo hemos recibido. Pero a cuantos lo han recibido les ha dado el poder de llegar a ser hijos de Dios”. “A aquellos que creen en su nombre, de Dios han sido generados”.

Es algo sin igual, pues que Dios se abaje a nuestra condición para salvarnos, tomando nuestra misma naturaleza humana es algo que habla de un amor único por nosotros; pero es triste que habiendo venido por nosotros, no lo hayamos reconocido.
Si el Padre envió al Verbo, a la Palabra (hecha carne) era para que la escucháramos, no para que nos desentendiéramos de Ella. Pues cuando se pronuncia la Palabra es necesario escucharla, si no, no tiene sentido que Dios hable estando nuestros oídos y el corazón cerrado. Repetidas veces Dios se refería al pueblo: “Escucha Israel”.

Bueno, hoy mismo el Padre nos vuelve a dar al Verbo, su Palabra, escuchémosla, aceptémosla en nuestro corazón, hagámosle un lugar para que sea bien acogida y produzca frutos de conversión en nosotros.

Que este tiempo de Navidad sea un seguir contemplando en nuestras vidas al Verbo hecho carne que continua hablándonos. Abramos el corazón para escuchar su voz y seamos testigos de su Luz y de su mensaje para este mundo en tinieblas como lo fue Juan el Bautista, testigo y precursor de Jesús.

jueves, 1 de enero de 2009

SANTA MARÍA MADRE DE DIOS - Solemnidad


1° de ENERO

Lecturas: Núm 6,22-27; Sal 66; Gál 4,4-7; Lc 2,16-21

¡Queridos hermanos y hermanas en Jesucristo!
Muy feliz inicio del año 2009. Esta solemnidad de María Madre de Dios es una hermosa oportunidad para comenzar un año en la presencia de Dios y de la mano de María, nuestra Madre.

Si bien la solemnidad es de la Madre de Dios -la más grande de las fiestas de María, pues todas las demás gracias recibidas por parte de Dios fueron en vistas de esta maternidad divina, fueron en previsión de ser la Madre de Dios-, la primera lectura inicia, junto con el salmo, una antigua bendición del pueblo de Israel. Luego, las lecturas se centran en el misterio de la encarnación del Hijo de Dios y de la maternidad divina de María.

San Pablo dice que cuando se cumplió la plenitud de los tiempos, Dios mandó a su Hijo, nacido de mujer, para que fuéramos hijos en el Hijo, y la prueba de esto es que Dios mandó en nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abbá! ¡Padre! Por tanto, ¡no somos ya esclavos sino hijos, y si somos hijos, somos también herederos de la gracia de Dios!
Y todoe sto, sin ningún mérito de nuestra parte, sino sólo por el amor inmenso de Dios hacia nosotros, que ha querido adoptarnos como sus hijos en su Hijo.
¡Sí!, somos herederos de la gracia de Dios, por tanto, sepamos aprovechar de ella, no la despreciemos, éste es el sueño hermoso de Dios para cada uno de nosotros, que lleguemos a ser hijos en el Hijo.

El Evangelio dice que María guardaba todas estas cosas en su corazón, es decir, las conservaba como regalo especial del amor misericordioso de Dios, y siendo la Madre de Dios, supo vivir con humildad este inmenso don de Dios.
Creo que para comenzar este año impostado en las cosas del Padre eterno, sería bueno contemplar a María en su actitud e imitarla, pero también podemos hacer otra cosa más, y es pensar en María como Madre de Dios, pero también como Madre nuestra que es. Como decía una inscripción en un instituto de menores: “Sin una madre la vida no tiene sentido”. Pues bien, sin nuestra Madre, nuestra vida pierde sentido, pues es de su mano que llegaremos a Jesús (a Cristo por María).

Y por último, les dejo esta bendición antigua del pueblo de Israel, como bendición de mi parte y como deseo profundo para ustedes en este nuevo año que se inicia de la mano de María Madre de Dios y Madre nuestra:
“El Señor te bendiga y te proteja.
El Señor haga resplandecer su rostro sobre ti y te conceda su gracia.
El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz”. Amén