sábado, 13 de febrero de 2010
Sexto Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo C
Dichoso el hombre que confía en el Señor
Escucha, Señor, mi voz y mis clamores
Primera Lectura
Lectura del libro del profeta Jeremías (17, 5-8)
Esto dice el Señor: “Maldito el hombre que confía en el hombre, que en él pone su fuerza y aparta del Señor su corazón. Será como un cardo en la estepa, que no disfruta del agua cuando llueve; vivirá en la aridez del desierto, en una tierra salobre e inhabitable.
Bendito el hombre que confía en el Señor y en él pone su esperanza. Será como un árbol plantado junto al agua, que hunde en la corriente sus raíces; cuando llegue el calor, no lo sentirá y sus hojas se conservarán siempre verdes; en año de sequía no se marchitará ni dejará de dar frutos”.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Salmo Responsorial Salmo 1
Dichoso el hombre que confía en el Señor.
Dichoso aquel que no se guía por mundanos criterios, que no anda en malos pasos ni se burla del bueno, que ama la ley de Dios y se goza en cumplir sus mandamientos.
Dichoso el hombre que confía en el Señor.
Es como un árbol plantado junto al río, que da fruto a su tiempo y nunca se marchita. En todo tendrá éxito.
Dichoso el hombre que confía en el Señor.
En cambio los malvados serán como la paja barrida por el viento. Porque el Señor protege el camino del justo y al malo sus caminos acaban por perderlo.
Dichoso el hombre que confía en el Señor.
Segunda Lectura
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los corintios (15, 12. 16-20)
Hermanos: Si hemos predicado que Cristo resucitó de entre los muertos, ¿cómo es que algunos de ustedes andan diciendo que los muertos no resucitan? Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, es vana la fe de ustedes; y por tanto, aún viven ustedes en pecado, y los que murieron en Cristo, perecieron. Si nuestra esperanza en Cristo se redujera tan sólo a las cosas de esta vida, seríamos los más infelices de todos los hombres. Pero no es así, porque Cristo resucitó, y resucitó como la primicia de todos los muertos.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Lucas (6, 17. 20-26)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús descendió del monte con sus discípulos y sus apóstoles y se detuvo en un llano. Allí se encontraba mucha gente, que había venido tanto de Judea y de Jerusalén, como de la costa de Tiro y de Sidón.
Mirando entonces a sus discípulos, Jesús les dijo: “Dichosos ustedes los pobres, porque de ustedes es el Reino de Dios. Dichosos ustedes los que ahora tienen hambre, porque serán saciados. Dichosos ustedes los que lloran ahora, porque al fin reirán.
Dichosos serán ustedes cuando los hombres los aborrezcan y los expulsen de entre ellos, y cuando los insulten y maldigan por causa del Hijo del hombre. Alégrense ese día y salten de gozo, porque su recompensa será grande en el cielo. Pues así trataron sus padres a los profetas.
Pero, ¡ay de ustedes, los ricos, porque ya tienen ahora su consuelo! ¡Ay de ustedes, los que se hartan ahora, porque después tendrán hambre! ¡Ay de ustedes, los que ríen ahora, porque llorarán de pena! ¡Ay de ustedes, cuando todo el mundo los alabe, porque de ese modo trataron sus padres a los falsos profetas!”
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Comentario a la Palabra de Dios
Queridos hermanos y hermanas en Jesucristo.
El texto de Lc 6,20-26 es paralelo a Mt 5,1-12. En ambos casos se trata de un gran discurso programático de Jesús. En el de Lucas Jesús abre su discurso en la Sinagoga de Nazareth (4,18-22), con un anuncio que es igual al discurso de la montaña. Sólo que éste es quizás más genuino y concreto.
Jesús comienza diciendo: «El Espíritu de Dios está sobre mí» me ha enviado a evangelizar a los pobres, liberar los encarcelados y oprimidos, sanar a los ciegos, y proclamar un año de gracia del Señor (cf. Is 61,1-2; Lc 4,18-22).
La «buena noticia» que los pobres esperan es que su infeliz condición tenga fin, y no cualquier día que no se sepa cuál, sino ya, en seguida, se pueda alcanzare. «Hoy se ha cumplido esta Escritura que han oído», dice Jesús a los pobres y oprimidos que lo escuchan (4,20,28).
La pobreza no es un bien que Dios ha contemplado en su creación; es un mal, una carencia, que lleva a otros males y que obstaculiza el camino del hombre. La era mesiánica debía marcar un tiempo de realización junto a una renovación de las relaciones del hombre con Dios.
El deseo de Jesús mira a todo el hombre en su integridad, en su espíritu, a las relaciones con Dios y los hombres; abraza todo y a todos sin escluír a ninguno, pero sus preferidos son loshumildes, los pequeños, los indigentes, los enfermos, es decir, los “pobres”, porque tienen más necesidad de Dios.
Los «pobres» a evangelizar por Mateo son los ”pobres de espíritu”: son los humildes que saben desprenderse en espíritu del propio “YO”, para hacer más plena la entrega a Dios.
Lucas, en cambio, toma el mensaje evangélico de los pobres en otra clave: El mensaje se refiere los cristianos que son perseguidos, exiliados… por esto tienen hambre, sufren y lloran.
Las promesas de Jesús no se habían cumplido en las primeras comunidades cristianas, y –es más- habían provocado sufrimiento y persecuciones. A estos creyentes que están en crisis en su persona y en la fe, les ofrece Lucas una relectura de las BIENAVENTURANZAS mostrando la realización en el futuro, en un tiempo sucesivo, posterior, al final, en el Reino de los cielos.
En la mente de Jesús, el «reino de los cielos» era la realización de las promesas mesiánicas, y tenía su realización plena al final de esta vida.
«Ahora» tienen hambre, lloran, son perseguidos, pero un día, o “en aquél día”, en definitiva «en los cielos», serán saciados, reirán, se alegrarán y exultarán.
Y es que la vida terrena y, sobre todo, aquella del cristiano, está marcada por la pobreza, las injusticias, las persecuciones, los sufrimientos… y lo que el evangelista propone es la paciencia, la aceptación, en la espera de ver cumplidas las promesas de Dios, en un día que ninguno sabe cuál será ni cuándo sucederá, pero la fe asegura que sucederá ciertamente.
Luego, el evangelista Lucas habla de los “HAY” que deberán sufrir los ricos, los saciados, los que ríen….
La historia será cambiada y los infelices serán felices. Es el cambio del que habla el Magnificat, (Lc 1,46-56). Lo mismo sucederá según Mateo, en el «juicio universal»: los «benditos» irán al reino del padre, y los «malditos» al fuego eterno (25,34-42).
Este evangelio tiene mucho de lo que se vive hoy en distintas partes del mundo, y e salgo que nunca cambiará mientras los hombres no aprendamos a convivir como hermanos, aceptando a los otros en lo que son. El hecho de que el evangelista presente esta versión de las bienaventuranzas habla de un problema muy concreto y que actual. Quiere ofrecer a los que sufren el consuelo de una vida futura mejor.
Creo que la clave no está en sufrir por sufrir para alcanzar un premio, o despojarse de lo que tenemos para sufrir y así vivir las bienaventuranzas… No, la clave es otra, y se descubre mirando a Dios, porque cuando Dios desciende hacia nosotros, entra en nuestra vida, en nuestra historia, no queda en una posición neutral, sino que obra para ayudarnos a vivir con integridad lo que apparentemente no tiene sentido. Él se hizo como nostro asumiendo TODO (menos el pecado) para que nuestra vida tenga sentido en Él, viviendo como Él, obrando como Él….
En definitiva, el mensaje de Jesús es una advertencia de lo que hemos escuchado del Señor en el profeta Jeremías:
“Maldito el hombre que confía en el hombre, que en él pone su fuerza y aparta del Señor su corazón. Será como un cardo en la estepa, que no disfruta del agua cuando llueve; vivirá en la aridez del desierto, en una tierra salobre e inhabitable” (17,5).
Al contrario,
“Bendito el hombre que confía en el Señor y en él pone su esperanza. Será como un árbol plantado junto al agua, que hunde en la corriente sus raíces; cuando llegue el calor, no lo sentirá y sus hojas se conservarán siempre verdes; en año de sequía no se marchitará ni dejará de dar frutos” (v. 7).
Queridos hermanos y hermanas, vivamos con integridad la vida que el Señor nos regala, haciendo el bien a todos y viviendo nuestra vida centrada en Dios, con plena confianza en Él, porque el que contruye sobre la arena es como aquél que pone la confianza en sí mismo y en sus fuerzas, «alejando su corazón del Señor» (cfr. Jer 17,5-7). Amén
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