sábado, 9 de enero de 2010

Bautismo del Señor



Hijos de Dios, glorifiquen al Señor
“Este es mi Hijo amado; escúchenlo”

Primera Lectura
Lectura del libro del profeta Isaías (42, 1-4. 6-7)
Esto dice el Señor: “Miren a mi siervo a quien sostengo, a mi elegido, en quien tengo mis complacencias. En él he puesto mi espíritu para que haga brillar la justicia sobre las naciones.
No gritará, no clamará, no hará oír su voz por las calles; no romperá la caña resquebrajada, ni apagará la mecha que aún humea. Promoverá con firmeza la justicia, no titubeará ni se doblegará hasta haber establecido el derecho sobre la tierra y hasta que las islas escuchen su enseñanza.
Yo, el Señor, fiel a mi designio de salvación, te llamé, te tomé de la mano, te he formado y te he constituido alianza de un pueblo, luz de las naciones, para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión y de la mazmorra a los que habitan en tinieblas”.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 28
Te alabamos, Señor.
Hijos de Dios, glorifiquen al Señor, denle la gloria que merece. Postrados en su templo santo, alabemos al Señor.
Te alabamos, Señor.
La voz del Señor se deja oír sobre las aguas torrenciales. La voz del Señor es poderosa, la voz del Señor es imponente.
Te alabamos, Señor.
El Dios de majestad hizo sonar el trueno de su voz. El Señor se manifestó sobre las aguas desde su trono eterno.
Te alabamos, Señor.

Segunda Lectura
Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles (10, 34-38)
En aquellos días, Pedro se dirigió a Cornelio y a los que estaban en su casa, con estas palabras: “Ahora caigo en la cuenta de que Dios no hace distinción de personas, sino que acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que fuere. El envió su palabra a los hijos de Israel, para anunciarles la paz por medio de Jesucristo, Señor de todos.
Ya saben ustedes lo sucedido en toda Judea, que tuvo principio en Galilea, después del bautismo predicado por Juan: cómo Dios ungió con el poder del Espíritu Santo a Jesús de Nazaret y cómo éste pasó haciendo el bien, sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él”.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Lucas (3, 15-16. 21-22)
Gloria a ti Señor.
En aquel tiempo, como el pueblo estaba en expectación y todos pensaban que quizá Juan el Bautista era el Mesías, Juan los sacó de dudas, diciéndoles: “Es cierto que yo bautizo con agua, pero ya viene otro más poderoso que yo, a quien no merezco desatarle las correas de sus sandalias. El los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego”.
Sucedió que entre la gente que se bautizaba, también Jesús fue bautizado. Mientras éste oraba, se abrió el cielo y el Espíritu Santo bajó sobre él en forma sensible, como de una paloma, y del cielo llegó una voz que decía: “Tú eres mi Hijo, el predilecto; en ti me complazco”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Comentario a la Palabra de Dios


Queridos hermanos y hermanas en Cristo Jesús.
Hoy celebramos un hecho que no pasa desapercibido para el pueblo de Dios, pues celebramos en el Bautismo de Jesús nuestro propio bautismo y la misión a la cual somos enviados a través de esta llamada y elección a formar parte de la familia divina.
El Evangelio nos dice que el pueblo estaba en expectación y todos pensaban que quizá Juan el Bautista era el Mesías, pero él los sacó de sus dudas, diciéndoles: “Es cierto que yo bautizo con agua, pero ya viene otro más poderoso que yo, a quien no merezco desatarle las correas de sus sandalias. El los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego”.
Es decir, el bautismo de Juan era un bautismo de conversión, de preparación a la venida de Jesús, pero no era el Bautismo que venía a traernos Jesús mismo con su Pascua.
Y sucedió que entre la gente que se bautizaba, también Jesús fue bautizado. Él, que no tenía pecado ni mancha alguna quiso hacerse bautizar para que se manifestara a todos la voluntad del Padre, y mientras éste oraba, se abrió el cielo y el Espíritu Santo bajó sobre él en forma de paloma, y del cielo llegó una voz que decía: “Tú eres mi Hijo, el predilecto; en ti me complazco”.
El mismo Dios nos daba a conocer quién era Jesús, el mismo Hijo de Dios, Dios mismo.
Como decía el Profeta Isaías: “Esto dice el Señor: Miren a mi siervo a quien sostengo, a mi elegido, en quien tengo mis complacencias. En él he puesto mi espíritu para que haga brillar la justicia sobre las naciones”. Ya desde mucho tiempo antes Dios nos anunciaba su designio a través de su Ungido, pues Él debía brillar en el mundo por su virtud, pues Él “no gritará, no clamará, no hará oír su voz por las calles; no romperá la caña resquebrajada, ni apagará la mecha que aún humea. Promoverá con firmeza la justicia, no titubeará ni se doblegará hasta haber establecido el derecho sobre la tierra y hasta que las islas escuchen su enseñanza”.
En el bautismo de Jesús, al igual que en el nuestro, Dios nos llama por nuestro nombre porque nos ama profundamente, con predilección, y en esta llamada de amor nos deja una misión, la de ser sus testigos en el mundo como lo fue Jesús.
Y el Bautismo de Jesús es un bautismo que es para todos, sin excepción alguna de raza, condición o estado en que se encuentre la persona, porque “Dios no hace distinción de personas, sino que acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que fuere”.
Una vez que Dios ungió con el poder del Espíritu Santo a Jesús, éste “pasó haciendo el bien, sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él”.
Queridos hermanos y hermanas, hoy podemos renovar nuestras promesas bautismales, y hacer conciente el llamado de Dios y la respuesta nuestra dada, ya sea por nuestros padres y padrinos o por nosotros mismos, pues así como el señor nos hizo hijos suyos en el Hijo, el padre nos vuelve a decir: “Yo el Señor, fiel a mi designio de salvación, te llamé, te tomé de la mano, te he formado y te he constituido alianza de un pueblo, luz de las naciones, para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión y de la mazmorra a los que habitan en tinieblas”.
Sí, esa es nuestra condición de bautizados, ser hijos en Jesús, cumpliendo con la misión a la que fuimos llamados un día por nuestro nombre, ser LUZ DEL MUNDO Y SAL DE LA TIERRA.
Pidamos al señor que nos renueve en nuestro bautismo con un bautismo de fuego en el Espíritu Santo, para que seamos cada vez más concientes de lo que significa ser cristianos y dar testimonio en el mundo. Amén.