miércoles, 21 de septiembre de 2011

Vigésimo Sexto Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo A


Domingo 25 de Septiembre, 2011

Día del Señor
Descúbrenos, Señor, tus caminos
Mis ovejas escuchan mi voz, dice el Señor

Primera Lectura
Lectura del libro del profeta Ezequiel (18, 25-28)
Esto dice el Señor: “Si ustedes dicen: ‘No es justo el proceder del Señor’, escucha, casa de Israel: ¿Conque es injusto mi proceder? ¿No es más bien el proceder de ustedes el injusto?
Cuando el justo se aparta de su justicia, comete la maldad y muere; muere por la maldad que cometió. Cuando el pecador se arrepiente del mal que hizo y practica la rectitud y la justicia, él mismo salva su vida. Si recapacita y se aparta de los delitos cometidos, ciertamente vivirá y no morirá”.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 24
Descúbrenos, Señor, tus caminos.
Descúbrenos, Señor, tus caminos, guíanos con la verdad de tu doctrina. Tú eres nuestro Dios y salvador y tenemos en ti nuestra esperanza.

Acuérdate, Señor, que son eternos tu amor y tu ternura. Según ese amor y esa ternura, acuérdate de nosotros.

Porque el Señor es recto y bondadoso indica a los pecadores el sendero, guía por la senda recta a los humildes y descubre a los pobres sus caminos.

Segunda Lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los filipenses (2, 1-11)
Hermanos: Si alguna fuerza tiene una advertencia en nombre de Cristo, si de algo sirve una exhortación nacida del amor, si nos une el mismo Espíritu y si ustedes me profesan un afecto entrañable, llénenme de alegría teniendo todos una misma manera de pensar, un mismo amor, unas mismas aspiraciones y una sola alma. Nada hagan por espíritu de rivalidad ni presunción; antes bien, por humildad, cada uno considere a los demás como superiores a sí mismo y no busque su propio interés, sino el del prójimo.
Tengan los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús. Cristo, siendo Dios, no consideró que debía aferrarse a las prerrogativas de su condición divina, sino que, por el contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de siervo, y se hizo semejante a los hombres.
Así, hecho uno de ellos, se humilló a sí mismo y por obediencia aceptó incluso la muerte y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo exaltó sobre todas las cosas y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús todos doblen la rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y todos reconozcan públicamente que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Mateo (21, 28-32)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: “¿Qué opinan de esto? Un hombre que tenía dos hijos fue a ver al primero y le ordenó: ‘Hijo, ve a trabajar hoy en la viña’.
Él le contestó: ‘Ya voy, señor’, pero no fue. El padre se dirigió al segundo y le dijo lo mismo. Este le respondió: ‘No quiero ir’, pero se arrepintió y fue. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre?” Ellos le respondieron: “El segundo”.
Entonces Jesús les dijo: “Yo les aseguro que los publicanos y las prostitutas se les han adelantado en el camino del Reino de Dios. Porque vino a ustedes Juan, predicó el camino de la justicia y no le creyeron; en cambio, los publicanos y las prostitutas, sí le creyeron; ustedes, ni siquiera después de haber visto, se han arrepentido ni han creído en él”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Comentario a la Palabra de Dios
            Queridos hermanos y hermanas, que el Dios de la vida permanezca siempre con todos ustedes y que la paz de Cristo habite en sus corazones y sean signo de la presencia del Amor en medio del mundo por medio de la acción del Espíritu Santo.
            Una vez más la liturgia nos lleva a hacer un camino de conversión a través de las lecturas bíblicas. Todos los textos de hoy dicen algo al respecto.
            San Pablo nos habla de una exhortación en nombre de Cristo Jesús, y tal exhortación no es sino una invitación a vivir en el amor como Cristo nos enseñó: “Si alguna fuerza tiene una advertencia en nombre de Cristo, si de algo sirve una exhortación nacida del amor, si nos une el mismo Espíritu y si ustedes me profesan un afecto entrañable, llénenme de alegría teniendo todos una misma manera de pensar, un mismo amor, unas mismas aspiraciones y una sola alma. Nada hagan por espíritu de rivalidad ni presunción; antes bien, por humildad, cada uno considere a los demás como superiores a sí mismo y no busque su propio interés, sino el del prójimo. Tengan los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús”. La invitación a cambiar de vida debe partir de una confrontación con Jesucristo, con su mensaje y su modo de vida.
            Pero a su vez las lecturas plantean un tema polémico: La conversión de los que el pensar religioso considera como pecadores. Y es que debería ser un signo profético el que todos puedan y tengan la posibilidad de cambiar de vida, de ir por el camino del bien.
            En la mentalidad judía y en la religiosidad de la época, aquellos que eran grandes pecadores estaban fuera de toda religión, de toda salvación, pues sus mismos pecados impedían volver a Dios; sin embargo Jesús nos dice lo contrario: “Yo les aseguro que los publicanos y las prostitutas se les han adelantado en el camino del Reino de Dios. Porque vino a ustedes Juan, predicó el camino de la justicia y no le creyeron; en cambio, los publicanos y las prostitutas, sí le creyeron; ustedes, ni siquiera después de haber visto, se han arrepentido ni han creído en él”. No sólo habla de la posibilidad de salvación de aquellos que eran tenidos por los más grandes pecadores, sino que éstos se adelantan a los que se creen o se tienen por justos, pues –tanto el profeta Ezequiel como el evangelio- se refieren a esta realidad: los que se consideran a sí mismos ya salvados, son incapaces de darse cuenta y de cambiar su manera de pensar y obrar para poder abrirse a la gracia y a la acción de Dios.
            Y es que el pecado más grande de estos personajes, religiosos cumplidores de la Ley, representantes de la religión del pueblo (sacerdotes, fariseos, escribas, etc.), inciden en el pecado de la falsa conciencia religiosa de caer en la pretensión infundada de considerarse salvados por sus propios méritos y no por la gracia de Dios.
            La parábola que hoy nos propone Jesús nos ejemplifica sobre lo que venimos meditando; la viña es el lugar donde Dios nos pone para trabajar y construir su reino, y es urgente, y a esa viña el Padre envía a sus dos hijos. La respuesta de ambos es clara: uno dice que sí irá y el otro dice que no, pero entre la respuesta y el obrar de cada uno se produce una ambigüedad, pues el que dice de ir no va y quien dice de no ir finalmente va. Sin embargo, sólo el compromiso del que al inicio se había negado a ir a trabajar nos hace ver un cambio positivo de actitud. Es así como Jesús denuncia la actitud de todo el pueblo y de los que lo dirigen, pues inicialmente y públicamente se comprometen a servir al Señor, pero se vuelven incapaces de obrar coherentemente. Muy distinto es la actitud de aquellos que, si bien se niegan al inicio, terminan colaborando con el Reino de Dios y cambiando su obrar.
            La parábola plantea una disyuntiva –como dijimos anteriormente- pues, los que eran considerados pecadores por el sistema religioso eran, verdaderamente, los que se dejaban tocar y transformar.
            La conversión no es “SÍ” y después un “NO”, tampoco un “NO” de entrada, pero si al menos ese “NO” se transforma luego en un “SÍ”, al menos habrá habido un cambio positivo en la vida de la persona. Es lo que está de fondo en la parábola: a quienes se dio primero el mensaje de Dios y fue tomado como camino de vida, terminan siendo duros, leguleyos y por tanto, separándose del verdadero planteo de conversión de Dios; en cambio, a aquellos a quienes por diversos motivos no les llegó o no quisieron aceptar el mensaje, se les da un cambio en sus vidas, se han dado cuenta de la tristeza que trae consigo un “NO” dado a Dios, y es así como las prostitutas y los publicanos terminan siendo los primeros en aceptar verdaderamente el mensaje de Dios en Cristo Jesús.
            Y hablar de prostitutas y publicanos no sólo era hablar pecadores y dar Jesús un ejemplo de ello para realizar su parábola, sino que tiene un mensaje de fondo, pues era hablar de profesiones consideradas como lo peor de lo peor y de personas despreciadas y marginadas por el resto del pueblo, por el ejercicio de tales “oficios”, por quienes las ejercían, eran considerados personas totalmente separadas del resto de la gente y de la gente de bien.
            Jesús pone en ridículo a los grandes sabios y maestros de la ley pues ni siquiera la presencia de Juan el Bautista es capaz de ayudar a tomar conciencia, y así poder transformar sus vidas.
            En definitiva, lo que se nos presenta es la cuestión de la coherencia de vida, coherencia entre lo que vivo y lo que creo. Pues: “Si ustedes dicen: ‘No es justo el proceder del Señor’, escucha, casa de Israel: ¿Conque es injusto mi proceder? ¿No es más bien el proceder de ustedes el injusto?
Cuando el justo se aparta de su justicia, comete la maldad y muere; muere por la maldad que cometió. Cuando el pecador se arrepiente del mal que hizo y practica la rectitud y la justicia, él mismo salva su vida. Si recapacita y se aparta de los delitos cometidos, ciertamente vivirá y no morirá”.
            El Señor es grande y sabe de nuestras miserias, por eso nos invita a escuchar su Palabra y a vivir la de todo corazón, tratando de asimilarla para que nos ayude a hacer un proceso serio de conversión en el amor. Amén.

sábado, 10 de septiembre de 2011

Vigésimo Cuarto Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo A


Domingo 11 de Septiembre, 2011

Día del Señor
El Señor es compasivo y misericordioso
Señor Dios, qué valioso es tu amor

Primera Lectura
Lectura del libro del Eclesiástico (Sirácide) (27, 33—28, 9)
Cosas abominables son el rencor y la cólera; sin embargo, el pecador se aferra a ellas. El Señor se vengará del vengativo y llevará rigurosa cuenta de sus pecados.
Perdona la ofensa a tu prójimo, y así, cuando pidas perdón se te perdonarán tus pecados. Si un hombre le guarda rencor a otro, ¿le puede acaso pedir la salud al Señor?
El que no tiene compasión de un semejante, ¿cómo pide perdón de sus pecados?
Cuando el hombre que guarda rencor pide a Dios el perdón de sus pecados, ¿hallará quien interceda por él?
Piensa en tu fin y deja de odiar, piensa en la corrupción del sepulcro y guarda los mandamientos.
Ten presentes los mandamientos y no guardes rencor a tu prójimo.  Recuerda la alianza del Altísimo y pasa por alto las ofensas.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 102
El Señor es compasivo y misericordioso.
Bendice al Señor, alma míaque todo mi ser bendiga su santo nombre. Bendice al Señor, alma mía, y no te olvides de sus beneficios.

El Señor perdona tus pecados y cura tus enfermedades; él rescata tu vida del sepulcro y te colma de amor y de ternura.

El Señor no nos condena para siempre, ni nos guarda rencor perpetuo. No nos trata como merecen nuestras culpas, ni nos paga según nuestros pecados.

Como desde la tierra hasta el cielo, así es de grande su misericordia; como un padre es compasivo con sus hijosasí es compasivo el Señor con quien lo ama.

Segunda Lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los romanos (14, 7-9)
Hermanos: Ninguno de nosotros vive para sí mismoni muere para sí mismo. Si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. 
Por lo tanto, ya sea que estemos vivos o que hayamos muerto, somos del Señor.  Porque Cristo murió y resucitó para ser Señor de vivos y muertos.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Evangelio
 Lectura del santo Evangelio según san Mateo (18, 21-35)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Pedro se acercó a Jesús y le preguntó:
“Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?” Jesús le contestó:
“No sólo hasta siete, sino hasta setenta veces siete”.
Entonces Jesús les dijo:
“El Reino de los cielos es semejante a un rey que quiso ajustar cuentas con sus servidores. El primero que le presentaron le debía muchos millones. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él, a su mujer, a sus hijos y todas sus posesiones, para saldar la deuda. El servidor, arrojándose a sus pies, le suplicabadiciendo: ‘Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo’.
El rey tuvo lástima de aquel servidor, lo soltó y hasta le perdonó la deuda.
Pero, apenas había salido aquel servidor, se encontró con uno de sus compañeros, que le debía poco dinero.  Entonces lo agarró por el cuello y casi lo estrangulaba, mientras le decía:
Págame lo que me debes’.
El compañero se le arrodilló y le rogaba: ‘Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo’. Pero el otro no quiso escucharlosino que fue y lo metió en la cárcel hasta que le pagara la deuda.
Al ver lo ocurrido, sus compañeros se llenaron de indignación y fueron a contar al rey lo sucedido. 
Entonces el señor lo llamó y le dijo: ‘Siervo malvado. Te perdoné toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también haber tenido compasión de tu compañerocomo yo tuve  compasión de ti?’ Y el señor, encolerizado, lo entregó a los verdugos para que no lo soltaran hasta que pagara lo que debía.
Pues lo mismo hará mi Padre celestial con ustedes, si cada cual no perdona de corazón a su hermano”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Comentario a la Palabra de Dios
            Queridos hermanos y hermanas, que el Dios de la vida permanezca siempre con todos ustedes y que la paz de Cristo habite en sus corazones y sean signo de la presencia del Amor en medio del mundo por medio de la acción del Espíritu Santo.
            En este domingo continuamos con la temática que se viene desarrollando sobre la caridad con el hermano. El libro de Ben Sira, llamado del Eclesiástico, compuesto aproximadamente dos siglos antes de Cristo, nos refiere algunos criterios morales para que la persona pueda crecer en madurez humana y en las relaciones sociales. El libro muestra que son “cosas abominables… el rencor y la cólera; sin embargo, el pecador se aferra a ellas”. Por eso el camino correcto es el del perdón del hermano: “perdona la ofensa a tu prójimo, y así, cuando pidas perdón se te perdonarán tus pecados. Si un hombre le guarda rencor a otro, ¿le puede acaso pedir la salud al Señor?
El que no tiene compasión de un semejante, ¿cómo pide perdón de sus pecados?” con esto se ve también la reciprocidad en perdonar y obtener perdón, porque no se puede anhelar el perdón por pecados cometidos si no hay una disposición a perdonar a los demás: “Cuando el hombre que guarda rencor pide a Dios el perdón de sus pecados, ¿hallará quien interceda por él? Piensa en tu fin y deja de odiar, piensa en la corrupción del sepulcro y guarda los mandamientos. Ten presentes los mandamientos y no guardes rencor a tu prójimo”. Al leer estas palabras nos viene a la memoria las palabras del Padre Nuestro: “…Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Sí, esto es así porque muchas veces nos cuesta mirar al que nos ofende desde una mirada de compasión, como si sólo nosotros podríamos ser disculpados por nuestros pecados y errores. Y es que todo perdón se queda en la nada si se mira solamente desde el ámbito humano, por eso nos dice Ben Sira: “Recuerda la alianza del Altísimo y pasa por alto las ofensas”. Es el verdadero amor de Dios, de su Alianza el que nos impulsa, nos mueve y nos hace comprender lo que significa el perdón. La Alianza de Dios es terna, más allá de nuestras miserias, inmadureces y pecados, porque nos conoce y tiene compasión de sus hijos. Ese mismo amor debe brillar y reinar entre nosotros, sus hijos.
            La carta a los Romanos nos ayuda a comprender esto, pues Jesucristo es Señor de vivos y muertos, y su señorío consiste en que nos amó dando la vida y resucitando por nosotros y nuestros pecados rescatándonos de la muerte y del pecado. Por eso mismo: ¿Quién soy yo para oponerme al plan amoroso de Dios? Pues amar al prójimo es vivir para el Señor y en el Señor, por tanto, quien vive para el Señor sabrá amar, comprender, compadecerse y perdonará a su prójimo, a su hermano.
            En el evangelio de hoy Pedro pregunta cuántas veces tendrá que perdonar a su “hermano" las ofensas que le haga. Jesús le dice que siempre debe perdonar, y lo hace narrándoles una parábola en la que el modelo de vida que Dios quiere para todos es el espíritu de perdón mutuo, continuo, de compasión y sin condiciones. La dureza de la parábola muestra la realidad humana, e invita a una mirada hacia el hermano inspirada en la compasión: “El rey tuvo lástima de aquel servidor, lo soltó y hasta le perdonó la deuda”, el problema está planteado cuando el que es perdonado obra de manera contraria a lo que sucedió con él: “Pero, apenas había salido aquel servidor, se encontró con uno de sus compañeros, que le debía poco dinero.  Entonces lo agarró por el cuello y casi lo estrangulaba, mientras le decía:
‘Págame lo que me debes’. El compañero se le arrodilló y le rogaba: ‘Ten paciencia conmigo y te lo pagaré  todo’. Pero el otro no quiso escucharlo, sino que fue y lo metió en la cárcel hasta que le pagara la deuda”.
La insistencia de Jesús en la parábola está puesta en la compasión hacia el hermano, que es lo que no mueve a comprenderlo y poder perdonar la deuda, la ofensa cometida. Quien no obra así está arriesgando su propia vida de gracia porque no sabe perdonar de corazón a su hermano. Si Jesús ya condonó la deuda que teníamos, ¿quiénes somos nosotros para obrar distinto? Por eso ser cristianos tiene sus exigencias: perdonar siempre, por difícil que sea, pues Jesús ya nos perdonó.
            Como en la parábola, quien no perdona de corazón a su propio hermano pierde también la gracia recibida de Dios, pues por sobre todas las cosas la gracia y el perdón lo hemos obtenido gratuitamente de Dios. Sucede que nuestro corazón muchas veces se aferra a las ofensas recibidas, y no las dejamos ir, y por eso al no haber un desprendimiento y una entrega a Dios de la ofensa recibida uno se queda en el enojo, en el dolor, en la bronca, en el odio, y así difícilmente podremos perdonar a quien nos ofende.
            Pidamos de corazón a Dios la gracia de sabernos comprendidos, de saber de la compasión de Él en nuestras vidas y de nuestras miserias y pecados, para poder saber dar el paso del perdón hacia el otro que me ofende, y saber que el rencor y la falta de perdón sólo hace que nos perdamos de la gracia que Dios nos regala a diario. Amén. 

viernes, 2 de septiembre de 2011

Vigésimo Tercer Domingo del Tiempo Ordinario-Ciclo A


Domingo 04 de Septiembre, 2011


Día del Señor
Señor, que no seamos sordos a tu voz
Eres justo, Señor, y rectos son tus mandamientos

Primera Lectura
Lectura del libro del profeta Ezequiel (33, 7-9)
Esto dice el Señor: “A ti, hijo de hombre, te he constituido centinela para la casa de Israel. Cuando escuches una palabra de mi boca, tú se la comunicarás de mi parte.
Si yo pronuncio sentencia de muerte contra un hombre, porque es malvado, y tú no lo amonestas para que se aparte del mal camino, el malvado morirá por su culpa, pero yo te pediré a ti cuentas de su vida.
En cambio, si tú lo amonestas para que deje su mal camino y él no lo deja, morirá por su culpa, pero tú habrás salvado tu vida”.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 94
Señor, que no seamos sordos a tu voz.
Vengan, lancemos vivas al Señor, aclamemos al Dios que nos salva. Acerquémonos a él, llenos de júbilo, y démosle gracias.

Vengan, y puestos de rodillas, adoremos y bendigamos al Señor, que nos hizo, pues él es nuestro Dios y nosotros, su pueblo, él nuestro pastor y nosotros, sus ovejas.

Hagámosle caso al Señor, que nos dice: “No endurezcan su corazón, como el día de la rebelión en el desierto, cuando sus padres dudaron de mí, aunque habían visto mis obras”.

Segunda Lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los romanos (13, 8-10)
Hermanos: No tengan con nadie otra deuda que la del amor mutuo, porque el que ama al prójimo, ha cumplido ya toda la ley. En efecto, los mandamientos que ordenan: “No cometerás adulterio, no robarás, no matarás, no darás falso testimonio, no codiciarás” y todos los otros, se resumen en éste: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”, pues quien ama a su prójimo no le causa daño a nadie. Así pues, cumplir perfectamente la ley consiste en amar.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Mateo (18, 15-20)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Si tu hermano comete un pecado, ve y amonéstalo a solas. Si te escucha, habrás salvado a tu hermano. Si no te hace caso, hazte acompañar de una o dos personas, para que todo lo que se diga conste por boca de dos o tres testigos.
Pero si ni así te hace caso, díselo a la comunidad; y si ni a la comunidad le hace caso, apártate de él como de un pagano o de un publicano.
Yo les aseguro que todo lo que aten en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desaten en la tierra quedará desatado en el cielo.
Yo les aseguro también que si dos de ustedes se ponen de acuerdo para pedir algo, sea lo que fuere, mi Padre celestial se lo concederá; pues donde dos o tres se reúnen en mi nombre, ahí estoy yo en medio de ellos”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Comentario a la Palabra de Dios
            Queridos hermanos y hermanas, que el Dios de la vida permanezca siempre con todos ustedes y que la paz de Cristo habite en sus corazones y sean signo de la presencia del Amor en medio del mundo por medio de la acción del Espíritu Santo.
            La liturgia de la Palabra de este domingo es una invitación a reflexionar sobre la corresponsabilidad comunitaria en el vivir la fe, y en el ser corresponsables unos de otros con la vida de cada hermano, pues somos todos iglesia e hijos de un mismo Padre Dios por el bautismo.
Ezequiel, que es profeta del exilio, es presentado o elegido por Dios para ser guardián de su pueblo, para ser centinela. Dios le indica que debe estar alerta para que todo lo que Él le diga lo comunique para alertar y prevenir al pueblo. Un profeta verdadero es quien está atento a escuchar la Palabra de Dios y ver los acontecimientos de la historia para interpretarlos a la luz de la Palabra: “A ti, hijo de hombre, te he constituido centinela para la casa de Israel. Cuando escuches una palabra de mi boca, tú se la comunicarás de mi parte”. Pero también el pueblo o cada persona puede o no aceptar lo que comunica el profeta de parte de Dios, pero aquí hay una exigencia mayor, la de no suponer nada sino de intervenir en todo lo que se pueda para salvar al pecador, pues el profeta está implicado en manera especial con sus hermanos y es responsable principal por la misión encomendada por Dios: “Si yo pronuncio sentencia de muerte contra un hombre, porque es malvado, y tú no lo amonestas para que se aparte del mal camino, el malvado morirá por su culpa, pero yo te pediré a ti cuentas de su vida”. Ahora bien, si una vez que el profeta interviene no hay respuesta favorable de la otra parte, entonces el profeta queda libre de cargos y culpas: “si tú lo amonestas para que deje su mal camino y él no lo deja, morirá por su culpa, pero tú habrás salvado tu vida”.
En el pasaje del evangelio de Mateo que leemos hoy, se nos presenta una situación que podemos denominar como “corrección fraterna”, pues no se intenta hacer ningún juicio, o no se trata de un proceso judicial al hermano, sino que se busca: “no quiero la muerte del pecador sino que se convierta y viva”, y siguiendo con la tónica de la primera lectura, podemos hablar de corrección o comunicación fraterna para ayudar a crecer al hermano y a la comunidad entre todos, como corresponsables unos de otros en la fe y en la caridad.
Seguramente, el texto expresa los conflictos internos que podían vivir las primeras comunidades cristianas: “Si tu hermano comete un pecado, ve y amonéstalo a solas. Si te escucha, habrás salvado a tu hermano. Si no te hace caso, hazte acompañar de una o dos personas, para que todo lo que se diga conste por boca de dos o tres testigos. Pero si ni así te hace caso, díselo a la comunidad; y si ni a la comunidad le hace caso, apártate de él como de un pagano o de un publicano”. Se habla del pecado cometido por un hermano de la comunidad, no se hace referencia a qué tipo de pecado, solamente se dice del pecado. Planteado así, el pecado aunque sea individual, compete a la comunidad, pues la misma comunidad debe velar por cada hermano. No se trata –por lo visto- de un dejar que cada cual haga su vida, ni tampoco se trata de un rigorismo en donde nadie queda libre de cargos sin un mínimo de contemplación y de ayuda por quien cometió el pecado.
El texto deja en claro que no se trata de dejar mal parado o de eliminar de la comunidad al hermano en pecado, sino que se refiere a un proceso pedagógico que busca inducir y/o movilizar a la persona para que cambie su actitud y realice un proceso de arrepentimiento y conversión. La insistencia en la corrección fraterna de llamar testigos, o finalmente apelar a la comunidad misma, es un claro testimonio de caridad y de valoración del hermano por su persona y no por el pecado cometido. Sin embargo, si la persona no acepta la invitación a cambiar y arrepentirse, entonces sí la comunidad se verá obligada a tomarlo como “pagano o publicano”, es decir, como persona que a sí misma se excluye de la comunión.
El tema en todo esto es que nuestro compromiso como creyentes es buscar la verdad, la rectitud, la honestidad, la caridad… y nuestras comunidades ser lugares de reconciliación donde reine la caridad y la verdad, pues sólo así se vivirá en comunión con Cristo Jesús. Tal compromiso con la justicia, la verdad y la reconciliación es una actitud profética, como lo hemos contemplado más arriba.
Y para reforzar sobre lo que venimos meditando, vemos que Pablo en la carta a los Romanos invita a los creyentes de la comunidad a que “no tengan con nadie otra deuda que la del amor mutuo, porque el que ama al prójimo, ha cumplido ya toda la ley”. Y si bien hace una lista de los mandamientos que se ordenan a la relación con el prójimo: “no cometerás adulterio, no robarás, no matarás, no darás falso testimonio, no codiciarás y todos los otros” que se puedan cometer, en definitiva éstos se resumen en éste: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”, “pues quien ama a su prójimo no le causa daño a nadie. Así pues, cumplir perfectamente la ley consiste en amar”.
Así que tanto quien peca como quien corrige, todos deben volver su mirada y su corazón a la ley del amor para poder cambiar de vida, para poder corregir con amor y saberse amados por Dios, que es quien quiere nuestra redención y santificación, no sólo personalmente sino también en comunidad. Amén.