domingo, 21 de junio de 2009

XII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - Año B



Lecturas: Jb 38,1.8-11; Sal 106; 2 Cor 5,14-17; Mc 4,35-41

Queridos hermanos y hermanas, ¡alabado sea Jesucristo!
El evangelio de hoy nos presenta una escena muy interesante situada en el mar de Galilea, mientras intentan pasar a la otra orilla del mar, en la región de Gerasa.
Ese día, luego de predicar Jesús a la orilla del lago, al atardecer, les dice a sus discípulos: «Pasemos a la otra orilla». Despiden a la gente y le llevan en la barca, como estaba; e iban otras barcas con él. En esto, se levantó una fuerte borrasca y las olas irrumpían en la barca, de suerte que ya se anegaba la barca. El estaba en popa, durmiendo sobre un cabezal. Le despiertan y le dicen: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?» El, habiéndose despertado, increpó al viento y dijo al mar: «¡Calla, enmudece!» El viento se calmó y sobrevino una gran bonanza. Y les dijo: «¿Por qué estáis con tanto miedo? ¿Cómo no tenéis fe?» Ellos se llenaron de gran temor y se decían unos a otros: «Pues ¿quién es éste que hasta el viento y el mar le obedecen?»
Aunque el texto es muy breve, es muy rico en su contenido.
Jesús ha estado predicando sobre la fe, sobre el Reino de Dios, sobre el hacer fructificar la semilla de la fe recibida, hacer crecer el Reino de Dios en la tierra… y luego de esto, ya embarcados, en medio del lago, se despierta esta fuerte tormenta con el riesgo de anegar y afondar en el mar.
Curiosamente, ante tal tormenta, Jesús duerme, tal es así que lo fueron a despertar para que hiciera algo para que no se hundieran.
Jesús, luego de hacer “callar” el viento y el mar amonesta a los suyos por su falta de fe, aún cuando han sido ellos quienes lo han invocado para que hiciera algo. Sin embargo, parece que esa fe de los discípulos ¡no basta!, necesita ser más fuerte y más pura, que no sea por un interés como el de obrar algún milagro. Quizás sea esa la queja de Jesús. Pero ¿quién no temblaría frente a una tormenta así, con el riesgo de perder la vida todos?
En el lenguaje bíblico el ámbito del mar corresponde al dominio del mal, de lo desconocido, de lo peligroso, de lo inescrutable. Aquí ellos se encuentran navegando en medio de un mar violento, revolucionado, pero Jesús muestra su poder sobre la naturaleza, y no sólo eso, muestra simbólicamente su poder frente al mal de este mundo.
Jesús “duerme” para poner a prueba la fe de los suyos, de aquellos que ha elegido y que deben crecer en la confianza viva y verdadera en Jesús.
Este “dormir” de Jesús lo representa muy bien Sta. Teresita del Niño Jesús en sus escritos, cuando describe sus tiempo de prueba, y siente a Jesús niño que tiene en sus manos un pequeño juguete, y como niño, juega como niño, hasta que se duerme y deja “abandonado” su juguete; en tal juguete, decía la santa, se veía identificada. La imagen es creativa, pero no es que Jesús juegue con nuestras vidas y luego nos deje abandonados luego de “jugar” con nosotros, sería un Dios sarcástico, y entonces ¿dónde quedaría ese Dios y hombre verdaderos que murió en la cruz por nosotros?
La imagen nos habla de otra cosa: Dios a los que ama los pone a prueba, para que su fe sea más fuerte y pura, limpia de egoísmos y mala comprensión, purificada de todo mal entendido, quiere una fe libre, sencilla y fecunda, capaz de abandonarse totalmente y confiadamente en este Dios que nos ama con amor eterno al punto de darse totalmente por nosotros. Esa es la queja de Jesús para con los suyos, y también para con nosotros, cuando creemos y queremos que nos facilite la vida, que nos libere de las pruebas.
Es como la oruga, que al llegar a su plenitud deja su ser gusano para transformarse en una bella mariposa, pero para ello debe luchar para salir de su antiguo cuerpo o estado de vida para hacerse fuerte en sus alas y afrontar la nueva vida que se le da.
Queridos amigos en Cristo, el Dios de la vida nos ha regalado el don de la fe y con ello, el don de ser hombres y mujeres nuevos en Cristo Jesús, sepamos pedirle al Señor la sabiduría de vida, para saber vivir nuestra fe como verdaderos cristianos, como Él lo quiere, para vivir sólo de Él y con Él. Amén.

domingo, 14 de junio de 2009

SOLEMNIDAD DEL SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO - Año B


Lecturas: Ex 24, 3-8; Sal 115; Heb 9, 11-15; Mc 14, 12-16. 22-26

Queridos hermanos y hermanas, ¡alabado sea Jesucristo!
El día de la Pascua, mientras estaban comiendo, Jesús tomó pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio y dijo: "Tomad, este es mi cuerpo." Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio, y bebieron todos de ella.
Y les dijo: "Esta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos.
Hoy celebramos con toda la Iglesia esta gran solemnidad, gran misterio y gran regalo que Dios nos hizo y hace a través de Jesús.
Esta solemnidad nos habla del gran misterio de la encarnación, muerte y resurrección de Jesús, es decir, su Encarnación y su Pascua. Así como los hebreos antes de salir de Egipto celebraron la Pascua judía, y la siguen celebrando como recuerdo de aquel gran evento fundamental de su fe, y de la acción de Dios, de su Alianza con ellos, así también –y en modo superior- el Hijo único de Dios, queriendo hacernos partícipe de su divinidad, tomó nuestra naturaleza, a fin de que hecho hombre, divinizase a los hombres, y en su querer perpetuar su Pascua, eligió celebrar su Pascua son sus discípulos, como evento celebrativo anticipatorio y como memorial de lo que iba a ocurrir: la Pascua de Jesús, nuestra gran liberación y redención obrada en su propia carne, en su propia humanidad y divinidad. Con esta Alianza, Jesús selló una ALIANZA nueva y eterna, perpetua e imperecedera con nosotros; por eso, cada vez que celebramos la Eucaristía celebramos y hacemos actual la Pascua de Jesús, nuestra pascua. Es revivir el único y sublime sacrificio de Cristo en la Cruz. Por eso debemos tomar conciencia de lo que celebramos en cada Misa: el sacrificio de Cristo en la Cruz, y nuestra liberación. Es motivo para dar gracias a Dios por tal regalo y momento de renovar nuestra alianza con Él; de renovar nuestro deseo de conversión.
Jesús al entregarse por nuestra salvación, tomó de nosotros todo lo que somos; por nuestra reconciliación ofreció sobre el altar de la cruz, su cuerpo como víctima a Dios, su Padre, y derramó su sangre como precio de nuestra libertad y como baño sagrado que nos lava, para que fuésemos liberados de la esclavitud y fuéramos purificados de todos nuestros pecados.
Por esto, como Alianza y como memorial perpetuo, quiso que guardásemos por siempre en nosotros tan gran beneficio, dejándonos, bajo la apariencia de pan y de vino, su cuerpo, para que fuese nuestro alimento, y su sangre, para que fuese nuestra bebida, pues aquél que se nos ofrece para comer es el mismo Cristo, verdadero Dios y hombre.
Por esto, qué sacramento más admirable y saludable que éste, con el cual se borran los pecados, se aumentan las virtudes y se nutre el alma con la abundancia de todos los dones espirituales.
Tal sacramento, tal sacrificio, se ofrece, en la Iglesia, por los vivos y por los difuntos para que a todos aproveche, ya que ha sido establecido para la salvación de todos.
Por eso, para que la inmensidad de este amor se imprimiese más profundamente en el corazón de los fieles, en la última cena, cuando, después de celebrar la Pascua con sus discípulos, iba a pasar de este mundo al Padre, Cristo instituyó este sacramento como el memorial perenne de su pasión, como el cumplimiento de las antiguas figuras y la más maravillosa de sus obras; y lo dejó a los suyos como singular consuelo en las tristezas de su ausencia.
Por esto, ante tal abundancia de dones en Cristo Jesús, celebremos con fuerza y convicción este misterio de Amor de Dios por nosotros. Preparémonos con seriedad y conciencia a celebrar y a recibir a este Jesús que se quedó en medio nuestro en este sublime sacramento.
Muchos milagros atestiguan de la presencia divino-humana de Jesús, demostrándonos que Él está VIVO Y PRESENTE en la Eucaristía, que no es un signo o un símbolo, sino que es una presencia REAL y VIVA en medio nuestro, y así lo quiso: quedarse con nosotros para alimentarnos en este peregrinar hacia la Patria Eterna.
Si vemos la vida de los santos, su amor hacia la Eucaristía, como por ejemplo el Padre Pío, con sus largos momentos de contemplación y oración ante el sagrario, o cuando celebraba la Misa, su devoción y ardor hacia Jesús se traslucía en su persona y en su vida.
Dejémonos enamorar por Jesús, pidamos a Dios la gracia de crecer en amor a la Eucaristía, y de dejarnos transformar por ella.
No creamos que lo que recibimos en un poco de pan y un poco de vino, es Jesús todo entero al que recibimos, a quien adoramos y quien nos transforma al recibirlo. Preparémonos adecuadamente al recibirlo en la Misa, y dedicarle un momento para estar en intimidad con Él, ¡el mismo Señor Jesucristo! Amén.

domingo, 7 de junio de 2009

SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD - Año B


Querido hermano y hermana, ¡alabado sea Jesucristo!
Este domingo la Iglesia nos regala meditar sobre la Santísima Trinidad, gran misterio sobre el cual es mejor callar y contemplar, por eso te ofrezco un espacio de reflexión mediante la contemplación del icono de la trinidad de Rublëv.

ABRAHAM Y SUS TRES HUÉSPEDES (Gen 18, 1-16)

Tres dulces figuras: una delante de nosotros, una a izquierda y una a derecha.
Al centro una mesa y un cáliz. Todo aparece sin tiempo, en una atmósfera de paz. Las tres figuras tienen alas. ¿Son ángeles o representan al Señor?
Así A. Rublëv ha fijado por siempre en nuestros ojos (y en el corazón) la hospitalidad de Abraham.
Algo grande se juega en el encinar de Mamré. ¿Podemos también nosotros ser comensales en esa mesa? ¿Podemos entrar en comunión con estas tres figuras? ¿O bien, son ellos los que tienen que venir a comer en nuestra mesa?
He aquí los elementos que ofrezco para un itinerario vital, para recorrer personalmente o en grupo.
No pretendo darte fórmulas, estas las encontrarás en los tratados de dogmática. Pretendo ayudarte a contemplar –a través de este icono- la Trinidad en tu vida, como lo vivió Abraham.

LECTURA DEL ICONO (comentario artístico de GIUSEPPE SALA: “Abraham y sus tres huéspedes”)
Ahora leamos con simplicidad el cuadro con la ayuda del relato bíblico. Su título más común es “La Trinidad Angélica”, pero más correctamente el Oriente la titula el fragmento en donde ella tiene origen “Filossenia”, inspirándose en Heb 13,2: “Amor por lo extranjero”. “Xenofobia” quiere decir propiamente lo contrario. Abraham en efecto tiene la inesperada visita de tres extranjeros; los recibe; les sirve en la mesa y pone sobre ella abundante comida. El anuncio del próximo nacimiento de un hijo, hecho por los tres extranjeros, hace de esta escena la primera Anunciación de la Biblia. El gran extranjero que es cada hijo para cada padre, es anunciado por tres extranjeros. Recibir a estos últimos es recibir el primero. Con fe, sin garantía alguna. Pero ¿cómo no mirar al horizonte de estos grandes y fundamentales eventos humanos, el gran extranjero, el gran Otro, que es Dios para el hombre? ¿Y cómo no conmoverse al descubrir que a la mesa del hombre se sienta el Señor? ¿Y qué cosa podría pensarse de terrible para el hombre que en su aventura tiene la chance de recibir a su Señor? Respuesta: la eventualidad atroz, pero posible, del rechazo. Sodoma y Gomorra rechazaron a los tres extranjeros que fueron a ellos después del encuentro con Abraham. Hoy, también yo, también tú puedes decir “no” a la Palabra; podrías decir lo mismo que los habitantes de las dos ciudades: nosotros nos saciamos de nuestros bienes y de nuestros gustos que ninguno puede poner en discusión. Nos bastamos a nosotros mismos. El otro, el extranjero, el no-idéntico, hasta en el sexo (hombre – mujer) y en la generación (padre – hijo) no es de nuestro agrado. Si bajo el árbol de Mamré la vida se abre al futuro, aquí (a la sombra de la ciudad-civilización del pecado) hace aparición la muerte. En el icono, velo transparente sobre lo eterno, Abraham no está. Ha reanudado su viaje en el tiempo y en el espacio. Está dejándose plasmar el corazón de su Dios, así de extraño de que llegue a ser padre, ya anciano, de Isaac; así de extraño de aparecerle una familia. Tan extraño de hacerlo sentir enternecido frente al peligro mortal de las dos ciudades. Las dos ciudades tenían poco trato con su sobrino Lot. El tío no pide venganza, sino que pide misericordia, perdón, intercediendo junto a Dios por ellos. Abraham, ¿también en esto es nuestro padre en la fe? De por sí Abraham es lejano, en el icono quedan tres puntos de relación del relato: la encina, la tienda (llega a ser ya tradicionalmente una construcción esquemática de un edificio de piedra. ¿Es la Iglesia?) y el banquete de los tres. Sobre la mesa está la copa (plato para la comida) con el cordero. Esta última escena toma todo el espacio del icono. Los tres están iluminados por el relato total de la Biblia: de la Creación a Pentecostés. Al centro está el Cordero inmolado, que a su vez está al centro de la mesa de la fiesta. Propiamente delante de nosotros hay un sitio que espera la llegada del huésped. Este huésped será Abraham con todos sus hijos en la fe, con toda la humanidad creyente que, de retorno del largo viaje sobre la tierra, al término de la aventura en el tiempo y el espacio, se sentará a la mesa por la eternidad.

¿TRINIDAD?
Hay libros enteros escritos para caracterizar en los tres Ángeles las particulares personas de la santísima Trinidad. Alguno duda de que haya una explícita voluntad de representar el misterio trinitario objetando que nunca en Oriente el Padre viene a ser representado y, si realmente se quiere aludir a Él, se lo distinguiría netamente como “Origen” respecto a la figura del Hijo y del Espíritu. Pero señalada debidamente esta puntualización, cabe recordar que el texto bíblico es respetado rigurosamente. De hecho la hospitalidad de Abraham está toda. Está la tienda, está la encina. Mas este deslizarse en primer plano de las tres figuras angélicas, los engrandece hasta ocupar prácticamente toda la escena, parece un río llegado al mar. Todo el Evangelio, toda la evolución de los distintos tipos de exégesis bíblica, toda la tradición cristiana, todo el recorrido de la liturgia y toda la historia de un pueblo que camina con el soplo del Espíritu, han hecho de estos relatos una evidente alusión al misterio trinitario. Rublëv ha pintado este icono para la iglesia de la Trinidad, sobre el lugar donde San Sergio (que propiamente en aquellos días venía siendo aclamado santo, habiendo muerto hacía poco tiempo) se sumergía en meditaciones profundísimas sobre el misterio trinitario. Es logrado de tal manera que el icono se refiere a la Santísima Trinidad, que más recoge las subsiguientes tentativas por caracterizar las particulares figuras de la Trinidad. El Padre, según una interpretación entre las más probables, es reconocible en el Ángel de la izquierda (de coloración más etérea, transparente); el Hijo es el Ángel central que bendice la copa, tiene el vestido azul y moreno (= dos naturalezas) y se coloca bajo el árbol de la vida; el Espíritu es el Ángel de la derecha porque es más dinámico, más joven, más bello y más fuerte. Pero se hace fatiga en decir las diferencias. Vienen ganas de comenzar desde el principio y cambiar las atribuciones. Vienen ganas de entender el secreto de la figura geométrica que pone de nuevo continuamente en tela todas las tentativas de “poseer” el icono. El nombre de Dios al final queda siempre secreto. Sólo él te lo puede susurrar en tu corazón.

Andrej Rublëv y los iconos
Andrej Rublëv nace en 1360, en Rusia, crea un tipo de pintura completamente independiente de los cánones bizantinos. Junto con Teofane el Greco es autor de la iconóstasis de la Iglesia de la Anunciación en Moscú, de los frescos de la Iglesia de la Dormisión en Vladimir, y de otras obras. Su principal trabajo es considerado el icono “La filossenia di Abramo”. Ella es conservada en Moscú en la Galería Tretjakov. Ha sido pintada en los inicios del siglo XV. En este icono, se armonizan profundidad teológica y sentido místico. Rublëv muere en 1430.