sábado, 26 de enero de 2013

Tercer Domingo del tiempo ordinario – Ciclo C



Libro de Nehemías 8,2-4a.5-6.8-10. 
El sacerdote Esdras trajo la Ley ante la Asamblea, compuesta por los hombres, las mujeres y por todos los que podían entender lo que se leía. Era el primer día del séptimo mes. 
Luego, desde el alba hasta promediar el día, leyó el libro en la plaza que está ante la puerta del Agua, en presencia de los hombres, de las mujeres y de todos los que podían entender. Y todo el pueblo seguía con atención la lectura del libro de la Ley.
 
Esdras, el escriba, estaba de pie sobre una tarima de madera que habían hecho para esa ocasión. Junto a él, a su derecha, estaban Matitías, Semá, Anaías, Urías, Jilquías y Maaseías, y a su izquierda Pedaías, Misael, Malquías, Jasúm, Jasbadaná, Zacarías y Mesulám.
 
Esdras abrió el libro a la vista de todo el pueblo - porque estaba más alto que todos - y cuando lo abrió, todo el pueblo se puso de pie.
 
Esdras bendijo al Señor, el Dios grande y todo el pueblo, levantando las manos, respondió: "¡Amén! ¡Amén!". Luego se inclinaron y se postraron delante del Señor con el rostro en tierra.
 
Ellos leían el libro de la Ley de Dios, con claridad, e interpretando el sentido, de manera que se comprendió la lectura.
 
Entonces Nehemías, el gobernador, Esdras, el sacerdote escriba, y los levitas que instruían al pueblo, dijeron a todo el pueblo: "Este es un día consagrado al Señor, su Dios: no estén tristes ni lloren". Porque todo el pueblo lloraba al oír las palabras de la Ley.
 
Después añadió: "Ya pueden retirarse; coman bien, beban un buen vino y manden una porción al que no tiene nada preparado, porque este es un día consagrado a nuestro Señor. No estén tristes, porque la alegría en el Señor es la fortaleza de ustedes".
 

Salmo
 19(18),8.9.10.15. 
La ley del Señor es perfecta, 
reconforta el alma;
 
el testimonio del Señor es verdadero,
 
da sabiduría al simple.
 

Los preceptos del Señor son rectos,
 
alegran el corazón;
 
los mandamientos del Señor son claros,
 
iluminan los ojos.
 

La palabra del Señor es pura,
 
permanece para siempre;
 
los juicios del Señor son la verdad,
 
enteramente justos.
 

¡Ojalá sean de tu agrado
 
las palabras de mi boca,
 
y lleguen hasta ti mis pensamientos,
 
Señor, mi Roca y mi redentor!
 



Carta I de San Pablo a los Corintios
 12,12-30. 
Así como el cuerpo tiene muchos miembros, y sin embargo, es uno, y estos miembros, a pesar de ser muchos, no forman sino un solo cuerpo, así también sucede con Cristo. 
Porque todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu para formar un solo Cuerpo -judíos y griegos, esclavos y hombres libres- y todos hemos bebido de un mismo Espíritu.
 
El cuerpo no se compone de un solo miembro sino de muchos.
 
Si el pie dijera: "Como no soy mano, no formo parte del cuerpo", ¿acaso por eso no seguiría siendo parte de él?
 
Y si el oído dijera: "Ya que no soy ojo, no formo parte del cuerpo", ¿acaso dejaría de ser parte de él?
 
Si todo el cuerpo fuera ojo, ¿dónde estaría el oído? Y si todo fuera oído, ¿dónde estaría el olfato?
 
Pero Dios ha dispuesto a cada uno de los miembros en el cuerpo, según un plan establecido.
 
Porque si todos fueran un solo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo?
 
De hecho, hay muchos miembros, pero el cuerpo es uno solo.
 
El ojo no puede decir a la mano: "No te necesito", ni la cabeza, a los pies: "No tengo necesidad de ustedes".
 
Más aún, los miembros del cuerpo que consideramos más débiles también son necesarios,
 
y los que consideramos menos decorosos son los que tratamos más decorosamente. Así nuestros miembros menos dignos son tratados con mayor respeto,
 
ya que los otros no necesitan ser tratados de esa manera. Pero Dios dispuso el cuerpo, dando mayor honor a los miembros que más lo necesitan,
 
a fin de que no haya divisiones en el cuerpo, sino que todos los miembros sean mutuamente solidarios.
 
¿Un miembro sufre? Todos los demás sufren con él. ¿Un miembro es enaltecido? Todos los demás participan de su alegría.
 
Ustedes son el Cuerpo de Cristo, y cada uno en particular, miembros de ese Cuerpo.
 
En la Iglesia, hay algunos que han sido establecidos por Dios, en primer lugar, como apóstoles; en segundo lugar, como profetas; en tercer lugar, como doctores. Después vienen los que han recibido el don de hacer milagros, el don de curar, el don de socorrer a los necesitados, el don de gobernar y el don de lenguas.
 
¿Acaso todos son apóstoles? ¿Todos profetas? ¿Todos doctores? ¿Todos hacen milagros?
 
¿Todos tienen el don de curar? ¿Todos tienen el don de lenguas o el don de interpretarlas?
 

Evangelio según San Lucas
 1,1-4.4,14-21. 
Muchos han tratado de relatar ordenadamente los acontecimientos que se cumplieron entre nosotros, 
tal como nos fueron transmitidos por aquellos que han sido desde el comienzo testigos oculares y servidores de la Palabra.
 
Por eso, después de informarme cuidadosamente de todo desde los orígenes, yo también he decidido escribir para ti, excelentísimo Teófilo, un relato ordenado,
 
a fin de que conozcas bien la solidez de las enseñanzas que has recibido.
 
Jesús volvió a Galilea con del poder el Espíritu y su fama se extendió en toda la región.
 
Enseñaba en las sinagogas y todos lo alababan.
 
Jesús fue a Nazaret, donde se había criado; el sábado entró como de costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura.
 
Le presentaron el libro del profeta Isaías y, abriéndolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:
 
El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. El me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos
 
y proclamar un año de gracia del Señor.
 
Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él.
 
Entonces comenzó a decirles: "Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír".
 

 Comentario a la Palabra de Dios
         Queridos hermanos y hermanas, que el Dios de la vida permanezca siempre con todos ustedes y que su paz de Cristo habite en sus corazones y sean signo de la presencia del Amor en medio del mundo por medio de la acción del Espíritu Santo.
         El evangelista san Lucas será quien nos presente a Jesús en este año litúrgico, hoy se presenta él mismo dirigiendo su evangelio a Teófilo: inicia diciendo “Excelentísimo Teófilo”, significa “amigo de Dios”, y seguramente podemos decir que nos dedica a cada uno de nosotros el Evangelio, a los que queremos ser o somos amigos de Dios.
         Y continúa: “Muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que se han verificado entre nosotros. Siguiendo las tradiciones transmitidas por los que primero fueron testigos oculares y luego predicadores de la Palabra. Yo también, después de comprobarlo todo exactamente desde el principio, he resuelto escribírtelos por su orden para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido”.
         Después de la presentación que hace él mismo de lo que quiere comunicarnos, nos presenta a Jesús pasando desde el Jordán a Galilea donde va a hacer la mayor parte de su apostolado: “Jesús volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu y su fama se extendió por toda la comarca”.
         Jesús tenía “como treinta años”, entró en la sinagoga de su pueblo, tomó el rollo de la Biblia y leyó al profeta Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí porque Él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres…” y enrollando el libro se presentó él mismo como el Ungido de Dios: “hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír”.
         Por su parte, el libro de Nehemías nos relata cómo fue la presentación de la Ley en la “plaza de la puerta del Agua” a la multitud que había regresado del destierro de Babilonia. La gente adoró a Dios y escuchó emocionada hasta el llanto. Regresaban nuevamente a Jerusalén, y en este reencontrarse con la Palabra de Dios, veían lo lejos que estaban de haberla cumplido y por eso lloraban.
         Esdras, el sacerdote y escriba, y los levitas leían e interpretaban las Escrituras al pueblo, y junto con Nehemías el gobernador, insistían al pueblo diciendo: “Hoy es un día consagrado al Señor, no hagáis duelo ni lloréis”. Luego los despidieron mandándoles hacer fiesta: “No estéis tristes, pues el gozo en el Señor es vuestra fortaleza”, y que compartieran con aquellos que menos tenían atendiendo a las necesidades de los demás.
         El salmo responsorial hace hincapié en la fuerza de la Palabra de Dios: “Tus palabras, Señor, son espíritu y vida”, “la ley del Señor es perfecta y es descanso del alma…”.
         San Pablo a los Corintios enseña que todos formamos una unidad y hace esta comparación:
Lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos son un solo cuerpo, así también es Cristo”.
         Los cristianos que siendo muchos y diferentes formamos una unidad en Cristo, Él es la cabeza y nosotros los miembros, y  cada uno debe cumplir su función, manteniéndonos todos en la unidad (que no es lo mismo que uniformidad).
         Las lecturas nos dejan claramente un mensaje sobre la Palabra de Dios: Ella es guía, es alimento, es caricia, es bálsamo, es norma, es Dios, es Jesús, y debemos llevarla en nuestro corazón, ¿cómo? Acercándonos más a Ella, mediante la lectura y meditación, mediante el estudio serio, pues allí es donde nos alimentamos y donde somos sostenidos y donde nos confrontamos para vivir como lo hicieron los apóstoles, como verdaderos “amigos de Dios” (como verdaderos Teófilos), y en ella encontraremos la unidad en la diversidad, pues la misma Palabra será también portadora para nosotros de dones y carismas para el servicio de la comunidad en la unidad de Cristo, cabeza del cuerpo. Amén.

         “Sacia tu sed en el Antiguo Testamento para, seguidamente, beber del Nuevo. Si tú no bebes del primero, no podrás beber del segundo. Bebe del primero para atenuar tu sed, del segundo para saciarla completamente... Bebe de la copa del Antiguo Testamento y del Nuevo, porque en los dos es a Cristo a quien bebes. Bebe a Cristo, porque es la vid (Jn 15,1), es la roca que hace brotar el agua (1Co, 10,3), es la fuente de la vida (Sal 36,10). Bebe a Cristo porque él es “el correr de las acequias que alegra la ciudad de Dios” (Sal 45,5), él es la paz (Ef 2,14) y “de su seno nacen los ríos de agua viva” (Jn 7,38). Bebe a Cristo para beber de la sangre de tu redención y del Verbo de Dios. El Antiguo Testamento es su palabra, el Nuevo lo es también. Se bebe la Santa Escritura y se la come; entonces, en las venas del espíritu y en la vida del alma desciende el Verbo eterno. “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra de Dios” (Dt 8,3; Mt 4,4). Bebe, pues de este Verbo, pero en el orden conveniente. Bebe primero del Antiguo Testamento, y después, sin tardar, del Nuevo.
         Dice él mismo, como si tuviera prisa: “Pueblo que camina en las tinieblas, mira esta gran luz; tú, que habitas en un país de muerte, sobre ti se levanta una luz” (Is 9,1 LXX). Bebe, pues, y no esperes más y una gran luz te iluminará; no la luz normal de cada día, del sol o de la luna, sino esta luz que rechaza la sombra de la muerte”.
         San Ambrosio (c 340-397), obispo de Milán y maestro de San Agustín, doctor de la Iglesia 
Comentario al salmo 1, 33; CSEL 64, 28-30