martes, 30 de marzo de 2010

Jueves Santo de la Cena del Señor

Jueves 01 de Abril, 2010



Gracias, Señor, por tu sangre que nos lava

De la muerte, Señor, me has librado

Cumpliré mis promesas al Señor

Escucha Señor, nuestra oración

Este es mi Cuerpo, que se da por vosotros

Según una antiquísima tradición de la Iglesia, en este día se prohíben todas las misas sin asistencia del pueblo. En la tarde, a la hora más oportuna, se celebra la misa de la Cena del Señor, con la participación de toda la comunidad local y con la intervención, según su propio oficio, de todos los sacerdotes y ministros.

Los sacerdotes que hayan celebrado ya en la misa del Santo Crisma o por alguna razón pastoral, pueden concelebrar en la misa vespertina.

Donde lo pida el bien de la comunidad, el Ordinario del lugar puede permitir que se celebre otra misa en la tarde en templos u oratorios públicos o semipúblicos; y en caso de verdadera necesidad, aun en la mañana, pero solamente en favor de los fieles que de ninguna manera puedan asistir a la misa de la tarde.

Téngase cuidado, sin embargo, de que estas celebraciones no se hagan en provecho de personas particulares y de que no sean en perjuicio de la asistencia a la misa vespertina principal. La sagrada comunión se puede distribuir a los fieles sólo dentro de la misa; pero a los enfermos se les puede llevar a cualquier hora del día.

Los fieles que hayan comulgado en la mañana en la misa del Santo Crisma, pueden comulgar de nuevo en la misa de la tarde. El Sagrario debe estar completamente vacío.

Conságrense en esta misa suficientes hostias, de modo que alcancen para la comunión del clero y del pueblo, hoy y mañana.



Primera Lectura

Lectura del libro del Éxodo

(12, 1-8. 11-14)

En aquellos días, el Señor les dijo a Moisés y a Aarón en tierra de Egipto: “Este mes será para ustedes el primero de todos los meses y el principio del año.
Díganle a toda la comunidad de Israel: ‘El día diez de este mes, tomará cada uno un cordero por familia, uno por casa. Si la familia es demasiado pequeña para comérselo, que se junte con los vecinos y elija un cordero adecuado al número de personas y a la cantidad que cada cual pueda comer. Será un animal sin defecto, macho, de un año, cordero o cabrito.
Lo guardarán hasta el día catorce del mes, cuando toda la comunidad de los hijos de Israel lo inmolará al atardecer. Tomarán la sangre y rociarán las dos jambas y el dintel de la puerta de la casa donde vayan a comer el cordero. Esa noche comerán la carne, asada a fuego; comerán panes sin levadura y hierbas amargas. Comerán así: con la cintura ceñida, las sandalias en los pies, un bastón en la mano y a toda prisa, porque es la Pascua, es decir, el paso del Señor.
Yo pasaré esa noche por la tierra de Egipto y heriré a todos los primogénitos del país de Egipto, desde los hombres hasta los ganados.
Castigaré a todos los dioses de Egipto, yo, el Señor. La sangre les servirá de señal en las casas donde habitan ustedes. Cuando yo vea la sangre, pasaré de largo y no habrá entre ustedes plaga exterminadora, cuando hiera yo la tierra de Egipto.
Ese día será para ustedes un memorial y lo celebrarán como fiesta en honor del Señor. De generación en generación celebrarán esta festividad, como institución perpetua’ ”.

Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.



Salmo Responsorial Salmo 115
Gracias, Señor, por tu sangre que nos lava.

¿Cómo le pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Levantaré el cáliz de salvación e invocaré el nombre del Señor.
Gracias, Señor, por tu sangre que nos lava.

A los ojos del Señor es muy penoso que mueran sus amigos. De la muerte, Señor, me has librado, a mí, tu esclavo e hijo de tu esclava.
Gracias, Señor, por tu sangre que nos lava.

Te ofreceré con gratitud un sacrificio e invocaré tu nombre. Cumpliré mis promesas al Señor ante todo su pueblo.
Gracias, Señor, por tu sangre que nos lava.



Segunda Lectura
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los corintios (11, 23-26)

Hermanos: Yo recibí del Señor lo mismo que les he trasmitido: que el Señor Jesús, la noche en que iba a ser entregado, tomó pan en sus manos, y pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo:
“Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía”.
Lo mismo hizo con el cáliz después de cenar, diciendo:
“Este cáliz es la nueva alianza que se sella con mi sangre. Hagan esto en memoria mía siempre que beban de él”.
Por eso, cada vez que ustedes comen de este pan y beben de este cáliz, proclaman la muerte del Señor, hasta que vuelva.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Juan (13, 1-15)
Gloria a ti, Señor.

Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre y habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.
En el transcurso de la cena, cuando ya el diablo había puesto en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, la idea de entregarlo, Jesús, consciente de que el Padre había puesto en sus manos todas las cosas y sabiendo que había salido de Dios y a Dios volvía, se levantó de la mesa, se quitó el manto y tomando una toalla, se la ciñó; luego echó agua en una jofaina y se puso a lavarles los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que se había ceñido.
Cuando llegó a Simón Pedro, éste le dijo:
“Señor, ¿me vas a lavar tú a mí los pies?” Jesús le replicó: “Lo que estoy haciendo tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde”.
Pedro le dijo:
“Tú no me lavarás los pies jamás”. Jesús le contestó:
“Si no te lavo, no tendrás parte conmigo”. Entonces le dijo Simón Pedro: “En ese caso, Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza”. Jesús le dijo: “El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. Y ustedes están limpios, aunque no todos”.
Como sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo:
‘No todos están limpios’.
Cuando acabó de lavarles los pies, se puso otra vez el manto, volvió a la mesa y les dijo:
“¿Comprenden lo que acabo de hacer con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor, y dicen bien, porque lo soy. Pues si yo, que soy el Maestro y el Señor, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies los unos a los otros.
Les he dado ejemplo, para que lo que yo he hecho con ustedes, también ustedes lo hagan”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.


Comentario a la Palabra de Dios

Queridos hermanos y hermanas en Jesucristo, que el Dios de la paz y el amor misericordioso nos colme con su gracia y nos conceda la conversión.


Estamos en la semana Mayor, en la Semana Santa, y en modo especial entramos al triduo pascual que comienza con la Cena del Señor.


El evangelio de Juan, a diferencia de los otros tres, nos presenta en detalle esta escena del lavatorio de los pies, pero no se detiene en la Cena del Señor y en la institución de la Eucaristía, para ello Juan dedica todo un discurso sobre el Pan de Vida a partir de la multiplicación de los panes en el capítulo 6.


Quiero comenzar nuestra reflexión con las últimas palabras de este texto del evangelio de hoy: “Les he dado ejemplo, para que lo que yo he hecho con ustedes, también ustedes lo hagan”.


El evangelista Juan termina esta parte donde Jesús nos invita a que hagamos lo que Él hizo, a que lo imitemos, pero ¿a qué se refiere esta invitación?


Dice el texto que “…antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre y habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”.


Estas palabras son realmente muy emotivas, nos muestran a un Jesús que se dispone a celebrar su última cena con sus queridos apóstoles, y tal amor es vivido y entregado hasta el extremo, hasta el límite más grande que puede tener el amor: darse todo entero y sin límites ¡hasta dar la vida!


Y fue en el transcurso de la cena, cuando ya el diablo había puesto en el corazón de Judas Iscariote la idea de entregarlo, Jesús, consciente de que el Padre había puesto en sus manos todas las cosas y sabiendo que había salido de Dios y a Dios volvía, se levantó de la mesa, se quitó el manto y tomando una toalla, se la ciñó; luego echó agua en una jofaina y se puso a lavarles los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que se había ceñido.


El Maestro se pone a lavar los pies de sus discípulos, es un gesto, no de servidumbre, sino de amor, de humildad, de entrega, pues Él. Que era el Señor se pone como servidor de ellos, y al llegar a Simón Pedro, éste le dijo:


“Señor, ¿me vas a lavar tú a mí los pies?” Jesús le replicó: “Lo que estoy haciendo tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde”.


Pedro le dijo insistiendo:


“Tú no me lavarás los pies jamás”. Jesús le contestó:


“Si no te lavo, no tendrás parte conmigo”.


Pedro, en su impulsividad, viendo a su Maestro realizando tal gesto, no quiso aceptarlo, pero las palabras de Jesús: “Si no te lavo, no tendrás parte conmigo” fueron para él un signo.


Jesús, en este gesto se pone como servidor de todos, se hace nada, y se vislumbra aquí su entrega total consumada en la cruz.


Lavarle los pies a los discípulos dice también de una purificación, los prepara a los suyos para entrar con Él en su pasión, los purifica de sus egoísmos y debilidades para que puedan tener parte en la herencia de Jesús.


No sabemos si Pedro comprendió el gesto, pero lo cierto es que le dijo: “En ese caso, Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza”.


Cuando acabó de lavarles los pies, se puso otra vez el manto, volvió a la mesa y les dijo:


“¿Comprenden lo que acabo de hacer con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor, y dicen bien, porque lo soy. Pues si yo, que soy el Maestro y el Señor, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies los unos a los otros. Les he dado ejemplo, para que lo que yo he hecho con ustedes, también ustedes lo hagan”.


Jesús con este gesto nos deja la invitación a que lo imitemos, y tal imitación consiste en salir de nosotros mismo para ponernos al servicio de los demás con una actitud de humildad, pero llena de amor.


Hoy nos disponemos a celebrar la pascua con Jesús, a celebrar la cena Pascual, qué significa para mí imitar a Jesús ahí donde Él me envía, en mi familia, en el trabajo, en el estudio, etc…


“Habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”. Dejemos que resuenen en nuestros oídos y en el corazón estas palabras del evangelista. Sintamos el amor infinito, eterno y misericordioso de un Dios que nos ama con locura y se manifiesta en Jesús.

domingo, 21 de marzo de 2010

Quinto Domingo de Cuaresma - Ciclo C

Perdónanos y escúchanos, Señor

Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad



Lectura del libro del profeta Isaías (43, 16-21)

Esto dice el Señor, que abrió un camino en el mar y un sendero en las aguas impetuosas, el que hizo salir a la batalla a un formidable ejército de carros y caballos, que cayeron y no se levantaron, y se apagaron como una mecha que se extingue:

“No recuerden lo pasado ni piensen en lo antiguo; yo voy a realizar algo nuevo. Ya está brotando. ¿No lo notan? Voy a abrir caminos en el desierto y haré que corran los ríos en la tierra árida.

Me darán gloria las bestias salvajes, los chacales y los avestruces, porque haré correr agua en el desierto, y ríos en el yermo, para apagar la sed de mi pueblo escogido.

Entonces el pueblo que me he formado proclamará mis alabanzas”.

Palabra de Dios.

Te alabamos, Señor.



Salmo Responsorial Salmo 125

Cuando el Señor nos hizo volver del cautiverio, creíamos soñar; entonces no cesaba de reír nuestra boca, ni se cansaba entonces la lengua de cantar.

Grandes cosas has hecho por nosotros, Señor.



Aun los mismos paganos con asombro decían: “¡Grandes cosas ha hecho por ellos el Señor!” Y estábamos alegres, pues ha hecho grandes cosas por su pueblo el Señor.

Grandes cosas has hecho por nosotros, Señor.



Como cambian los ríos la suerte del desierto, cambia también ahora nuestra suerte, Señor, y entre gritos de júbilo cosecharán aquellos que siembran con dolor.

Grandes cosas has hecho por nosotros, Señor.



Al ir, iban llorando, cargando la semilla; al regresar, cantando vendrán con sus gavillas.

Grandes cosas has hecho por nosotros, Señor.



Segunda Lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los filipenses (3, 7-14)

Hermanos: Todo lo que era valioso para mí, lo consideré sin valor a causa de Cristo. Más aún pienso que nada vale la pena en comparación con el bien supremo, que consiste en conocer a Cristo Jesús, mi Señor, por cuyo amor he renunciado a todo, y todo lo considero como basura, con tal de ganar a Cristo y de estar unido a él, no porque haya obtenido la justificación que proviene de la ley, sino la que procede de la fe en Cristo Jesús, con la que Dios hace justos a los que creen.

Y todo esto, para conocer a Cristo, experimentar la fuerza de su resurrección, compartir sus sufrimientos y asemejarme a él en su muerte, con la esperanza de resucitar con él de entre los muertos.

No quiero decir que haya logrado ya ese ideal o que sea ya perfecto, pero me esfuerzo en conquistarlo, porque Cristo Jesús me ha conquistado. No, hermanos, considero que todavía no lo he logrado. Pero eso sí, olvido lo que he dejado atrás, y me lanzo hacia adelante, en busca de la meta y del trofeo al que Dios, por medio de Cristo Jesús, nos llama desde el cielo.

Palabra de Dios.

Te alabamos, Señor.



Evangelio

Lectura del santo Evangelio según san Juan (8, 1-11)

Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos y al amanecer se presentó de nuevo en el templo, donde la multitud se le acercaba; y él, sentado entre ellos, les enseñaba.

Entonces los escribas y fariseos le llevaron a una mujer sorprendida en adulterio, y poniéndola frente a él, le dijeron: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos manda en la ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú que dices?” Le preguntaban esto para ponerle una trampa y poder acusarlo. Pero Jesús se agachó y se puso a escribir en el suelo con el dedo. Pero como insistían en su pregunta, se incorporó y les dijo: “Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le tire la primera piedra”. Se volvió a agachar y siguió escribiendo en el suelo.

Al oír aquellas palabras, los acusadores comenzaron a escabullirse uno tras otro, empezando por los más viejos, hasta que dejaron solos a Jesús y a la mujer, que estaba de pie, junto a él.

Entonces Jesús se enderezó y le preguntó: “Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Nadie te ha condenado?” Ella le contestó: “Nadie, Señor”.

Y Jesús le dijo: “Tampoco yo te condeno. Vete y ya no vuelvas a pecar”.

Palabra del Señor.

Gloria a ti, Señor Jesús.



Comentario a la Palabra de Dios


Queridos hermanos y hermanas en Jesucristo, que el Dios de la paz y el amor misericordioso nos colme con su gracia y nos conceda la conversión.


La liturgia de este domingo nos regala este hermoso y emotivo texto del encuentro de Jesús con la pecadora.


El texto nos dice que Jesús, junto a la multitud, sentado entre ellos, les enseñaba.


El caso es que en ese momento los escribas y fariseos le llevaron a una mujer sorprendida en adulterio.


Para la sociedad y religión judía, el hecho de sorprender a una mujer en adulterio era motivo de pena capital, por ley merecía ser apedreada por ser uno de los pecados más graves.


Y, los escribas y fariseos, poniéndola frente a él, le dijeron: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos manda en la ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué dices?” Le preguntaban esto para ponerle una trampa y poder acusarlo.


Siempre y continuamente vemos a estos personajes que buscan probar a Jesús y tratar de hacerlo caer en sus trampas y juegos para poder condenarlo, pero Jesús se agachó y se puso a escribir en el suelo con el dedo.


Jesús no toma en cuenta aparentemente lo que le dicen y escribe en el suelo. Este gesto ha sido y es motivo de muchas preguntas e hipótesis: ¿qué escribía Jesús? ¿Los pecados de los que la condenaban?


Pero como insistían, les dijo: “Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le tire la primera piedra”. Se volvió a agachar y siguió escribiendo en el suelo.


Jesús les hace entender que los motivos por los cuales quieren condenar a muerte a la mujer es sólo por haber cometido un pecado grave, quizás muy grave para aquella época, pero Jesús se coloca por encima de la Ley desde la caridad y la misericordia, y les pone ese planteo: el que se vea libre de pecado tiene derecho a condenarla…


Pero al oír aquellas palabras, los acusadores comenzaron a irse uno tras otro, hasta que dejaron solos a Jesús y a la mujer, que estaba de pie, junto a él.


Entonces Jesús le preguntó: “Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Nadie te ha condenado?” Ella le contestó: “Nadie, Señor”. Y Jesús le dijo: “Tampoco yo te condeno. Vete y ya no vuelvas a pecar”.


Mediante ese signo Jesús libera a la mujer de tal brutal condena y le da una nueva oportunidad.


Creo que muy bien puede ayudarnos a completar la reflexión la carta de Pablo a los filipenses, donde dice que todo lo que era valioso para él, lo consideró sin valor a causa de Cristo. Y que más aún, que nada vale la pena en comparación con el bien supremo, que consiste en conocer a Cristo Jesús, por cuyo amor ha renunciado a todo, y todo lo considera como basura, con tal de ganar a Cristo y de estar unido a él.


Pablo, llamado Saulo, el fariseo, el legalista, uno de los más preparados y mejores estudiosos y practicantes de la Ley, considera que todo lo que él es, que todo lo que sabe, su riqueza intelectual, etc., es nada en comparación con Jesucristo y el conocimiento que tiene de Él.


Y no se cree perfecto, tampoco se cree autosuficiente, pues él no se salva por lo que hace sino que procede de la fe en Cristo Jesús, con la que Dios hace justos a los que creen.


La clave está en la apertura a la gracia de Dios, como esa mujer, que en su encuentro con Jesús no se siente condenada sino perdonada, pero Jesús termina diciéndole: “Vete y ya no vuelvas a pecar”.


Porque al igual que Pablo, debemos pensar que no hemos logrado ya ese ideal, pero debemos esforzarnos por conquistarlo, porque Cristo Jesús ya nos ha conquistado y debemos dejarnos conquistar por Él en modo real y personal.


Por eso es necesario olvidar lo que dejamos atrás, nuestros pecados, miserias y debilidades, y lanzarnos hacia adelante, “en busca de la meta y del trofeo al que Dios, por medio de Cristo Jesús, nos llama desde el cielo”.


Que en este tiempo ya próximo a la celebración de las fiestas pascuales, sea un proceso de reconocernos pecadores, de vernos necesitados del amor de Dios, y de poder dejarnos conquistar por Él a fin de sentirnos perdonados y que Dios nos vuelve a dar otra oportunidad como lo hizo con la mujer adúltera y como lo hizo con Pablo. Amén.

viernes, 12 de marzo de 2010

Cuarto Domingo de Cuaresma – Ciclo C

Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor
Proclamemos la grandeza del Señor

Primera Lectura
Lectura del libro de Josué (5, 9. 10-12)

En aquellos días, el Señor dijo a Josué: “Hoy he quitado de encima de ustedes el oprobio de Egipto”.
Los israelitas acamparon en Guilgal, donde celebraron la Pascua, al atardecer del día catorce del mes, en la llanura desértica de Jericó.
El día siguiente a la Pascua, comieron del fruto de la tierra, panes ázimos y granos de trigo tostados. A partir de aquel día, cesó el maná. Los israelitas ya no volvieron a tener maná, y desde aquel año comieron de los frutos que producía la tierra de Canaán.

Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.



Salmo Responsorial Salmo 33

Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor.

Bendeciré al Señor a todas horas, no cesará mi boca de alabarlo. Yo me siento orgulloso del Señor, que se alegre su pueblo al escucharlo.
Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor.

Proclamemos la grandeza del Señor y alabemos todos juntos su poder. Cuando acudí al Señor, me hizo caso y me libró de todos mis temores.
Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor.

Confía en el Señor y saltarás de gusto, jamás te sentirás decepcionado, porque el Señor escucha el clamor de los pobres y los libra de todas sus angustias.
Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor.


Segunda Lectura
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los corintios (5, 17-21)

Hermanos: El que vive según Cristo es una creatura nueva; para él todo lo viejo ha pasado. Ya todo es nuevo. Todo esto proviene de Dios, que nos reconcilió consigo por medio de Cristo y que nos confirió el ministerio de la reconciliación. Porque, efectivamente, en Cristo, Dios reconcilió al mundo consigo y renunció a tomar en cuenta los pecados de los hombres, y a nosotros nos confió el mensaje de la reconciliación. Por eso, nosotros somos embajadores de Cristo, y por nuestro medio, es Dios mismo el que los exhorta a ustedes. En nombre de Cristo les pedimos que se reconcilien con Dios.
Al que nunca cometió pecado, Dios lo hizo “pecado” por nosotros, para que, unidos a él, recibamos la salvación de Dios y nos volvamos justos y santos.

Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.


Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Lucas (15, 1-3. 11-32)
Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores para escucharlo. Por lo cual los fariseos y los escribas murmuraban entre sí: “Este recibe a los pecadores y come con ellos”.
Jesús les dijo entonces esta parábola: “Un hombre tenía dos hijos, y el menor de ellos le dijo a su padre: ‘Padre, dame la parte de la herencia que me toca’. Y él les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se fue a un país lejano y allá derrochó su fortuna, viviendo de una manera disoluta. Después de malgastarlo todo, sobrevino en aquella región una gran hambre y él empezó a padecer necesidad. Entonces fue a pedirle trabajo a un habitante de aquel país, el cual lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. Tenía ganas de hartarse con las bellotas que comían los cerdos, pero no lo dejaban que se las comiera.
Se puso entonces a reflexionar y se dijo: ‘¡Cuántos trabajadores en casa de mi padre tienen pan de sobra, y yo, aquí, me estoy muriendo de hambre! Me levantaré, volveré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Recíbeme como a uno de tus trabajadores’.
Enseguida se puso en camino hacia la casa de su padre. Estaba todavía lejos, cuando su padre lo vio y se enterneció profundamente. Corrió hacia él, y echándole los brazos al cuello, lo cubrió de besos. El muchacho le dijo: ‘Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo’.
Pero el padre les dijo a sus criados: ‘¡Pronto!, traigan la túnica más rica y vístansela; pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies; traigan el becerro gordo y mátenlo.
Comamos y hagamos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado’. Y empezó el banquete.
El hijo mayor estaba en el campo y al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y los cantos. Entonces llamó a uno de los criados y le preguntó qué pasaba.
Este le contestó: ‘Tu hermano ha regresado y tu padre mandó matar el becerro gordo, por haberlo recobrado sano y salvo’. El hermano mayor se enojó y no quería entrar.
Salió entonces el padre y le rogó que entrara; pero él replicó: ‘¡Hace tanto tiempo que te sirvo, sin desobedecer jamás una orden tuya, y tú no me has dado nunca ni un cabrito para comérmelo con mis amigos! Pero eso sí, viene ese hijo tuyo, que despilfarró tus bienes con malas mujeres, y tú mandas matar el becerro gordo’.
El padre repuso: ‘Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo. Pero era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado’ ”.

Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Comentario a la Palabra de Dios

Queridos hermanos y hermanas en Jesucristo. Que el Señor que dirige nuestros corazones para que amemos a Dios esté con ustedes.
Hoy la liturgia nos regala este hermoso pasaje de la parábola del “hijo pródigo”, o mejor: del “padre misericordioso”.
Puede ser que a veces sintamos que es un texto muy trillado, muy usado en distintas ocasiones, pero también es cierto que –como Palabra de Dios que es- siempre tiene algo nuevo para decirnos.
En primer lugar, podemos adentrarnos en la escena e imaginarnos la situación, los personajes, los diálogos que se dan, las actitudes, los lugares, etc.
En segundo lugar podemos profundizar sobre algún personaje en particular con el cual nos sintamos en sintonía y que a la vez nos ayude a meditar y poner en práctica este texto del evangelio.

La perícopa dice que se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores para escucharlo, y por esto mismo los fariseos y los escribas murmuraban: “Este recibe a los pecadores y come con ellos”.


El punto es este: los fariseos y los escribas se creen justos, se creen sin pecado alguno y juzgan a los otros como si fueran indignos y, por tanto, a Jesús como uno más o como uno que no es digno por juntarse con “esa clase de personas”.


Pero Jesús les deja entonces esta enseñanza.
Se habla aparentemente de una familia, pero en la cual se conoce solamente al padre y a sus dos hijos, luego entrarán en escena los servidores.


El menor de los hijos le dijo a su padre: “Padre, dame la parte de la herencia que me toca”. Y él les repartió los bienes.


Se habla de una herencia que es reclamada por el hijo menor, y el padre accede a repartirla entre sus hijos.


Pero días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se fue a un país lejano y allá derrochó la fortuna de su padre viviendo de una manera libertina. Después de malgastarlo todo, sobrevino en aquella región una gran hambre y él empezó a padecer necesidad. Entonces fue a pedirle trabajo a un habitante de aquel país, el cual lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. Tenía ganas de hartarse con las bellotas que comían los cerdos, pero no lo dejaban que se las comiera.


La actitud de este hijo nos habla de su inmadurez ya que derrocha todo lo de su padre viviendo una vida liberal, y cuando ya no tiene nada, queda cuidando cerdos y hambriento. Esa hambre es el que lo lleva a reflexionar y entrar en sí diciéndose: “¡Cuántos trabajadores en casa de mi padre tienen pan de sobra, y yo, aquí, me estoy muriendo de hambre! Me levantaré, volveré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Recíbeme como a uno de tus trabajadores”.


No es que el hijo se descubre realmente, es decir, no toma conciencia del mal hecho sino que sólo mira el hambre que tiene y la condición de los servidores de su padre que viven bien aún cuando son solamente siervos. Es por eso que piensa qué va a decirle a su padre –posiblemente ante la negativa de recibirlo nuevamente como hijo luego de lo sucedido-. Piensa pedirle que al menos lo trate como un jornalero suyo, y no ya como su hijo. Y enseguida se puso en camino hacia la casa de su padre.


Estaba todavía lejos, cuando su padre lo vio y se enterneció profundamente. Corrió hacia él, y echándole los brazos al cuello, lo cubrió de besos.


Seguramente el padre estaría atento por si algún día quisiera volver su hijo… y viéndolo desde lejos salió a su encuentro. Dice el texto que el padre se ENTERNECIÓ PROFUNDAMENTE. Nos hace ver la gran bondad y el gran corazón de ese padre y su amor y ternura entrañable por sus hijos. Tal es así que no esperó a que llegara su hijo sino que le salió al encuentro con abrazos y besos.


Entonces el muchacho intentó decirle su discurso preparado con antelación: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”… pero el padre no hizo caso a sus palabras, pues estaba demasiado contento por la vuelta de su hijo a su hogar y dijo a sus criados: “¡Pronto!, traigan la túnica más rica y vístansela; pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies; traigan el becerro gordo y mátenlo. Comamos y hagamos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado”. Y empezó el banquete.


El padre nos habla de la alegría porque lo ha recobrado sano y salvo. ¡Porque ha vuelto a la vida!


Es por eso que el hijo mayor, que estaba en el campo, cuando vuelve a la casa, al oír la música y los cantos llama a uno de los criados y le pregunta qué pasa.


Ante la respuesta de: ‘Tu hermano ha regresado y tu padre mandó matar el becerro gordo, por haberlo recobrado sano y salvo’. El hermano mayor se enojó y no quiso entrar.


Tuvo que salir entonces el padre y le rogó que entrara; pero él le replicó: ‘¡Hace tanto tiempo que te sirvo, sin desobedecer jamás una orden tuya, y tú no me has dado nunca ni un cabrito para comérmelo con mis amigos! Pero eso sí, viene ese hijo tuyo, que despilfarró tus bienes con malas mujeres, y tú mandas matar el becerro gordo’.


Pareciera que, por estas palabras, se sabía bien en la familia lo que hacía y lo que había ocurrido con este hijo menor, que había derrochado todo y ahora –cuando ya no tiene nada- vuelve a la casa: “¡Qué descaro el de este hijo menor!” (Éste es el pensamiento del hijo mayor).


Pero el padre repuso: “Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo. Pero era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado”.


No sabemos qué es peor: ¿lo que hizo el hijo menor o lo que hizo el mayor? Porque ciertamente el menor (el pecador, el publicano), obró con total despilfarro y libertinaje; pero el mayor, el cumplidor, el hijo fiel (el fariseo, el escriba…), viviendo siempre y en servicio a su padre nunca supo que la verdadera dicha era estar con el padre y gozar de todo lo suyo.


Y es que la herencia del padre no es algo que se pueda dar, la herencia es estar con Él, es estar en Él, vivir de su misma vida en filiación total. La herencia es el padre mismo, y la pierde quien no sabe valorar su presencia y su estar con y en Él. Ambos habían perdido la herencia del padre, uno porque se fue y otro porque estando no estaba, vivía como un empleado en vez de gozar de la herencia.


Muchas veces nos sucede que desaprovechamos la herencia de nuestro padre en Cristo Jesús, desaprovechamos su misma vida de gracia, sea porque nos comportamos en modo libertino o porque nos comportamos en modo rígido sin darnos cuenta que estar en las cosas del padre no es para vivir como esclavos, sino como quien goza de lo que Dios nos da, de la misma vida divina que Él nos regala por mantenernos en su gracia.


Aprovechemos este tiempo especial de gracia que es la Cuaresma para realizar un hermosa y profunda confesión, reconociéndonos realmente necesitados de la ternura entrañable de este PADRE que nos ama con amor eterno y quiere que poseamos su herencia eterna y divina. Amén.

domingo, 7 de marzo de 2010

Tercer Domingo de Cuaresma - ciclo C

Bendice al Señor, alma mía
El Señor es compasivo y misericordioso



Primera Lectura

Lectura del libro del Éxodo (3, 1-8. 13-15)

En aquellos días, Moisés pastoreaba el rebaño de su suegro, Jetró, sacerdote de Madián. En cierta ocasión llevó el rebaño más allá del desierto, hasta el Horeb, el monte de Dios, y el Señor se le apareció en una llama que salía de un zarzal. Moisés observó con gran asombro que la zarza ardía sin consumirse y se dijo: “Voy a ver de cerca esa cosa tan extraña, por qué la zarza no se quema”.

Viendo el Señor que Moisés se había desviado para mirar, lo llamó desde la zarza: “¡Moisés, Moisés!” El respondió: “Aquí estoy”. Le dijo Dios: “¡No te acerques! Quítate las sandalias, porque el lugar que pisas es tierra sagrada”.

Y añadió: “Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob”.

Entonces Moisés se tapó la cara, porque tuvo miedo de mirar a Dios. Pero el Señor le dijo: “He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas contra los opresores y conozco bien sus sufrimientos. He descendido para librar a mi pueblo de la opresión de los egipcios, para sacarlo de aquellas tierras y llevarlo a una tierra buena y espaciosa, una tierra que mana leche y miel”.

Moisés le dijo a Dios: “Está bien. Me presentaré a los hijos de Israel y les diré: ‘El Dios de sus padres me envía a ustedes’; pero cuando me pregunten cuál es su nombre, ¿qué les voy a responder?”

Dios le contestó a Moisés:

“Mi nombre es Yo-soy”; y añadió: “Esto les dirás a los israelitas: ‘Yo-soy me envía a ustedes’. También les dirás: ‘El Señor, el Dios de sus padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob, me envía a ustedes’. Este es mi nombre para siempre. Con este nombre me han de recordar de generación en generación”.

Palabra de Dios.

Te alabamos, Señor.



Salmo Responsorial Salmo 102

El Señor es compasivo y misericordioso.

Bendice al Señor, alma mía, que todo mi ser bendiga su santo nombre. Bendice al Señor, alma mía, y no te olvides de sus beneficios.

El Señor es compasivo y misericordioso.

El Señor perdona tus pecados y cura tus enfermedades; él rescata tu vida del sepulcro y te colma de amor y de ternura.

El Señor es compasivo y misericordioso.

El Señor hace justicia y le da la razón al oprimido. A Moisés le mostró su bondad, y sus prodigios al pueblo de Israel.

El Señor es compasivo y misericordioso.

El Señor es compasivo y misericordioso, lento para enojarse y generoso para perdonar. Como desde la tierra hasta el cielo, así es de grande su misericordia.

El Señor es compasivo y misericordioso.



Segunda Lectura

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los corintios (10, 1-6. 10-12)

Hermanos: No quiero que olviden que en el desierto nuestros padres estuvieron todos bajo la nube, todos cruzaron el mar Rojo y todos se sometieron a Moisés, por una especie de bautismo en la nube y en el mar. Todos comieron el mismo alimento milagroso y todos bebieron de la misma bebida espiritual, porque bebían de una roca espiritual que los acompañaba, y la roca era Cristo. Sin embargo, la mayoría de ellos desagradaron a Dios y murieron en el desierto.

Todo esto sucedió como advertencia para nosotros, a fin de que no codiciemos cosas malas como ellos lo hicieron. No murmuren ustedes como algunos de ellos murmuraron y perecieron a manos del ángel exterminador. Todas estas cosas les sucedieron a nuestros antepasados como un ejemplo para nosotros y fueron puestas en las Escrituras como advertencia para los que vivimos en los últimos tiempos. Así pues, el que crea estar firme, tenga cuidado de no caer.

Palabra de Dios.

Te alabamos, Señor.



Evangelio

† Lectura del santo Evangelio según san Lucas (13, 1-9)

Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, algunos hombres fueron a ver a Jesús y le contaron que Pilato había mandado matar a unos galileos, mientras estaban ofreciendo sus sacrificios. Jesús les hizo este comentario: “¿Piensan ustedes que aquellos galileos, porque les sucedió esto, eran más pecadores que todos los demás galileos? Ciertamente que no; y si ustedes no se arrepienten, perecerán de manera semejante.

Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿piensan acaso que eran más culpables que todos los demás habitantes de Jerusalén? Ciertamente que no; y si ustedes no se arrepienten, perecerán de manera semejante”.

Entonces les dijo esta parábola: “Un hombre tenía una higuera plantada en su viñedo; fue a buscar higos y no los encontró. Dijo entonces al viñador: ‘Mira, durante tres años seguidos he venido a buscar higos en esta higuera y no los he encontrado. Córtala. ¿Para qué ocupa la tierra inútilmente?’

El viñador le contestó: ‘Señor, déjala todavía este año; voy a aflojar la tierra alrededor y a echarle abono, para ver si da fruto. Si no, el año que viene la cortaré’ ”.

Palabra del Señor.

Gloria a ti, Señor Jesús.



Comentario a la Palabra de Dios



Queridos hermanos y hermanas en Jesucristo. Que el Señor que dirige nuestros corazones para que amemos a Dios esté con ustedes.


Vamos a detenernos en este hermoso pasaje de las Sagradas Escrituras sobre este encuentro de Dios con Moisés.


El texto relata que Moisés pastoreaba el rebaño de su suegro, Jetró, sacerdote de Madián. En cierta ocasión llevó el rebaño más allá del desierto, hasta el Horeb, el monte de Dios, y el Señor se le apareció en una llama que salía de un zarzal.


Moisés al ver que la zarza ardía sin consumirse fue a investigar. Entonces el Señor lo llamó desde la zarza: “¡Moisés, Moisés!” El respondió: “Aquí estoy”. Le dijo Dios: “¡No te acerques! Quítate las sandalias, porque el lugar que pisas es tierra sagrada”.


A partir de un hecho simple Dios se hace el encontradizo con Moisés. Una zarza que arde, pero lo llamativo es que no se consume…


Este hecho es muy significativo: Dios que llama a Moisés desde la zarza ardiente, y éste responde “Aquí estoy”, su respuesta es de disponibilidad, de apertura.


Dios le dice que se quite las sandalias porque “el lugar que pisas es tierra sagrada”. En este encuentro con el Señor Él le manifiesta que está en un lugar sagrado, sagrado porque ahí está Dios. Es el ámbito de lo sagrado, donde está el misterio y donde sólo se nos está permitido conocer una parte.


Entonces Yahveh se presenta: “Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob”. Es decir, le hace ver que es el mismo Dios de la alianza hecha con sus antepasados y que sigue estando ahora con él, es un Dios fiel, que cumple su alianza por generaciones.


Un gesto de Moisés fue el taparse la cara, por temor de mirar a Dios, pues se decía que quien podía ver a Dios cara a cara no podía seguir viviendo, sin embargo Dios se hace presente y cercano a los hombres, es un Dios que se mete en la historia de su pueblo, y por eso le dice: “He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas contra los opresores y conozco bien sus sufrimientos. He descendido para librar a mi pueblo de la opresión de los egipcios, para sacarlo de aquellas tierras y llevarlo a una tierra buena y espaciosa, una tierra que mana leche y miel”.


Moisés acepta la misión, pero le dice: “Me presentaré a los hijos de Israel y les diré: ‘El Dios de sus padres me envía a ustedes’; pero cuando me pregunten cuál es su nombre, ¿qué les voy a responder?”.


Dios le contestó a Moisés: “Mi nombre es Yo-soy”; y añadió: “Esto les dirás a los israelitas: ‘Yo-soy me envía a ustedes’.


Este “Yo-soy” significa el nombre de Dios, pero más que el nombre significa la acción de Dios: es un Dios que está, que existe, que obra, que actúa, que está presente y se compromete con el hombre, pues su presencia en medio del pueblo es presencia y acción salvadora.


Pero también le pide que les diga: ‘El Señor, el Dios de sus padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob, me envía a ustedes’. Este es mi nombre para siempre. Con este nombre me han de recordar de generación en generación”.


El señor se presenta como el Dios de la Alianza, como el Dios del pacto realizado con Abraham y que se cumple de generación en generación, es el Dios de la historia, que irrumpe en la vida del hombre, pero sobre todo, que ama y actúa. Éste Dios es el que envía a Moisés a los suyos.


Con este nombre recordarán a Dios, significa que este Dios así como obró en el pasado y lo sigue haciendo en el presente, lo seguirá haciendo en el futuro. Él es el Dios eterno, de la Alianza eterna.


Es lo que Jesús nos quiere transmitir en esta parábola del hombre que tenía una higuera plantada en su viñedo; a la que fue a buscar higos y no los encontró. Dijo entonces este hombre al viñador: ‘Mira, durante tres años seguidos he venido a buscar higos en esta higuera y no los he encontrado. Córtala. ¿Para qué ocupa la tierra inútilmente?’


El viñador le contestó: ‘Señor, déjala todavía este año; voy a aflojar la tierra alrededor y a echarle abono, para ver si da fruto. Si no, el año que viene la cortaré’ ”.


Jesús, el viñador, es quien nos sigue esperando, es quien nos sigue cuidando, ofreciendo lo mejor, preparando la tierra… para que demos fruto algún día. Sepamos darnos cuenta de lo que el Señor va realizando en nuestras vidas, sabiendo percibir su paso, reconociendo sus dones, para que así podamos dar frutos y en abundancia.


Aprovechemos para hacer nuestra la oración del salmo, bendigamos al Señor, démosle gloria porque es un Dios que se compromete con nuestra existencia, con nuestra historia, que mantiene su alianza más allá de nuestras infidelidades, de nuestras negaciones y rebeldías.


Recemos a modo de acción de gracias y pidiendo la bendición del Señor:

Bendice al Señor, alma mía, que todo mi ser bendiga su santo nombre. Bendice al Señor, alma mía, y no te olvides de sus beneficios. El Señor perdona tus pecados y cura tus enfermedades; él rescata tu vida del sepulcro y te colma de amor y de ternura. El Señor hace justicia y le da la razón al oprimido. El Señor es compasivo y misericordioso, lento para enojarse y generoso para perdonar. Como desde la tierra hasta el cielo, así es de grande su misericordia. Amén.