viernes, 25 de junio de 2010

Decimotercer Domingo del Tiempo Ordinario

= Domingo 27 de Junio, 2010

Enséñanos, Señor, el camino de la vida
Protégeme, Dios mío, pues eres mi refugio

Primera Lectura
Lectura del primer libro de los Reyes (19, 16. 19-21)
En aquellos tiempos, el Señor le dijo a Elías: “Unge a Eliseo, el hijo de Safat, originario de Abel-Mejolá, para que sea profeta en lugar tuyo”.
Elías partió luego y encontró a Eliseo, hijo de Safat, que estaba arando. Delante de él trabajaban doce yuntas de bueyes y él trabajaba con la última. Elías pasó junto a él y le echó encima su manto. Entonces Eliseo abandonó sus bueyes, corrió detrás de Elías y le dijo:
“Déjame dar a mis padres el beso de despedida y te seguiré”.
Elías le contestó: “Ve y vuelve, porque bien sabes lo que ha hecho el Señor contigo”.
Se fue Eliseo, se llevó los dos bueyes de la yunta, los sacrificó, asó la carne en la hoguera que hizo con la madera del arado y la repartió a su gente para que se la comieran. Luego se levantó, siguió a Elías y se puso a su servicio.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 15
Enséñanos, Señor, el camino de la vida.
Protégeme, Dios mío, pues eres mi refugio. Yo siempre he dicho que tú eres mi Señor. El Señor es la parte que me ha tocado en herencia: mi vida está en sus manos.
Enséñanos, Señor, el camino de la vida.
Bendeciré al Señor, que me aconseja, hasta de noche me instruye internamente. Tengo siempre presente al Señor y con él a mi lado, jamás tropezaré.
Enséñanos, Señor, el camino de la vida.
Por eso se me alegran el corazón y el alma y mi cuerpo vivirá tranquilo, porque tú no me abandonarás a la muerte ni dejarás que sufra yo la corrupción.
Enséñanos, Señor, el camino de la vida.
Enséñame el camino de la vida, sáciame de gozo en tu presencia y de alegría perpetua junto a ti.
Enséñanos, Señor, el camino de la vida.

Segunda Lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los gálatas (5, 1. 13-18)
Hermanos: Cristo nos ha liberado para que seamos libres. Conserven, pues, la libertad y no se sometan de nuevo al yugo de la esclavitud. Su vocación, hermanos, es la libertad. Pero cuiden de no tomarla como pretexto para satisfacer su egoísmo; antes bien, háganse servidores los unos de los otros por amor. Porque toda la ley se resume en un solo precepto:
Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Pues si ustedes se muerden y devoran mutuamente, acabarán por destruirse.
Los exhorto, pues, a que vivan de acuerdo con las exigencias del Espíritu; así no se dejarán arrastrar por el desorden egoísta del hombre. Este desorden está en contra del Espíritu de Dios, y el Espíritu está en contra de ese desorden. Y esta oposición es tan radical, que les impide a ustedes hacer lo que querrían hacer. Pero si los guía el Espíritu, ya no están ustedes bajo el dominio de la ley.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Lucas (9, 51-62)
Gloria a ti, Señor.
Cuando ya se acercaba el tiempo en que tenía que salir de este mundo, Jesús tomó la firme determinación de emprender el viaje a Jerusalén. Envió mensajeros por delante y ellos fueron a una aldea de Samaria para conseguirle alojamiento; pero los samaritanos no quisieron recibirlo, porque supieron que iba a Jerusalén.
Ante esta negativa, sus discípulos Santiago y Juan le dijeron: “Señor, ¿quieres que hagamos bajar fuego del cielo para que acabe con ellos?” Pero Jesús se volvió hacia ellos y los reprendió.
Después se fueron a otra aldea. Mientras iban de camino, alguien le dijo a Jesús: “Te seguiré a donde quiera que vayas”. Jesús le respondió:
“Las zorras tienen madrigueras y los pájaros, nidos; pero el Hijo del hombre no tiene en dónde reclinar la cabeza”.
A otro, Jesús le dijo:
“Sígueme”. Pero él le respondió: “Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre”. Jesús le replicó: “Deja que los muertos entierren a sus muertos. Tú ve y anuncia el Reino de Dios”.
Otro le dijo: “Te seguiré, Señor; pero déjame primero despedirme de mi familia”. Jesús le contestó: “El que empuña el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Comentario a la Palabra de Dios
Queridos hermanos y hermanas, el Señor que dirige nuestros corazones para que amemos a Dios esté con todos ustedes.
El texto del evangelio de Lucas, en el pasaje que la liturgia nos regala para este domingo, habla del seguimiento a Jesús.  
Se nos presentan tres casos distintos del seguimiento a Jesús en el marco del viaje hacia Jerusalén. Jesús, al que quiere seguirle: “Te seguiré a donde quiera que vayas”. Jesús le exige: “Los zorros tienen madrigueras y los pájaros, nidos; pero el Hijo del hombre no tiene en dónde reclinar la cabeza”, es decir,
desapego de los bienes y de las comodidades materiales, pues el Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar su cabeza; en el llamamiento de Jesús exige: “Deja que los muertos entierren a sus muertos. Tú ve y anuncia el Reino de Dios”, es decir, un romper con el pasado y el presente, incluso con la propia familia, y seguirlo: “El que empuña el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios”. “Tú ve y anuncia el Reino de Dios”. Todo esto tiene como fin que el seguidor de Cristo esté libre y bien dispuesto para poder anunciar el Reino de Dios.
Las lecturas marcan las exigencias de la vocación: desprendimiento, renuncia, abandonarlo todo para seguir a Jesús.
Quizás este texto del evangelio suene a nuestros oídos como un lenguaje duro, y difícil de actuar, pero tal desprendimiento exigido por Jesús, radical inmediato, está puesto bajo el signo de la urgencia, pues Jesús ha iniciado la subida a Jerusalén, es decir, Jesús va encaminado decididamente a cumplir su misión.
Tal subida a Jerusalén será el culmen de su misión con su entrega total hasta la muerte, por tal motivo exige a los discípulos una toma de conciencia, a través de la renuncia, del riesgo que implica el compartir tal aventura.
Esto nos trae a la memoria las palabras de Santa Teresa de Ávila, donde al verse probada por distintas situaciones, se quejó a su Señor, el cual le respondió: “así trato yo a mis amigos”, y ella le respondió: “con razón, Señor, tienes tan pocos amigos”. Es que los discípulos deben ser conscientes de la magnitud de tal empresa, los sacrificios que conlleva y la gravedad de los compromisos a asumir con tal seguimiento.
Es así como el seguir a Jesús comporta ciertas renuncias como el estar dispuesto a vivir en la inseguridad del discípulo que no tiene donde descansar por seguir a Jesús; una ruptura con el pasado y empezar a vivir el proyecto de Jesús.
Y en este decidir seguirlo, no hay lugar para dudas o vacilaciones, es una elección irrevocable.
Hoy en día el Señor sigue llamando a hombres y mujeres que se entreguen totalmente a Dios para hacer realidad el Reino de Dios ya aquí en la tierra, en la construcción de un mundo mejor donde reine la justicia y la igualdad entre todos.
Si bien el seguir a Jesús proviene de una invitación divina, al mismo tiempo exige una respuesta de nuestra parte. Es don y tarea, don de Dios y tarea de los hombres.
Tal seguimiento y tal radicalidad en la entrega a Dios, tiene que ver con esta admiración y enamoramiento con el Cristo, que se transforman en devoción, en imitación, en compartir la misma vida, para ser verdaderos discípulos y apóstoles por el Reino.
San Pablo en su carta a los gálatas nos ayuda a entender un poco más esto del seguimiento, pues nos dice que “Cristo nos ha liberado para que seamos libres. Conserven, pues, la libertad”, pues tal vocación recibida desde el bautismo es la libertad.
Por esto mismo, por tener una vocación de libertad, es que se nos exhorta a que vivamos de acuerdo con las exigencias del Espíritu, pues si el Espíritu es el que nos guía, ya no estamos bajo el dominio de la ley.
Sintámonos atraídos por el amor de Dios y la llamada a seguir a Jesús, por nuestra vocación recibida en el bautismo; vocación recibida y de todo cristiano, que consiste en seguir a Cristo y vivir una vida de entrega y de renuncia por amor a Dios y al prójimo por el bien de toda la humanidad y salvación de las almas. Él nos ha mostrado el camino, ¿qué esperamos para imitarlo?

lunes, 21 de junio de 2010

Decimosegundo Domingo del Tiempo Ordinario-C

 Domingo 20 de Junio, 2010

Día del Señor
Mis ovejas escuchan mi voz, dice el Señor
Firmeza es el Señor para su pueblo

Primera Lectura
Lectura del libro del profeta Zacarías (12, 10-11; 13, 1)
Esto dice el Señor: “Derramaré sobre la descendencia de David y sobre los habitantes de Jerusalén, un espíritu de piedad y de compasión y ellos volverán sus ojos hacia mí, a quien traspasaron con la lanza. Harán duelo, como se hace duelo por el hijo único y llorarán por él amargamente, como se llora por la muerte del primogénito.
En ese día será grande el llanto en Jerusalén, como el llanto en la aldea de Hadad-Rimón, en el valle de Meguido”.
En aquel día brotará una fuente para la casa de David y los habitantes de Jerusalén, que los purificará de sus pecados e inmundicias.
Palabra de Dios.
Te alabamos Señor.

Salmo Responsorial Salmo 62
Señor, mi alma tiene sed de ti.
Señor, tú eres mi Dios, a ti te busco; de ti sedienta está mi alma. Señor, todo mi ser te añora como el suelo reseco añora el agua.
Señor, mi alma tiene sed de ti.
Para admirar tu gloria y tu poder, con este afán te busco en tu santuario. Pues mejor es tu amor que la existencia; siempre, Señor, te alabarán mis labios.
Señor, mi alma tiene sed de ti.
Podré así bendecirte mientras viva y levantar en oración mis manos. De lo mejor se saciará mi alma. Te alabaré con jubilosos labios.
Señor, mi alma tiene sed de ti.

Segunda Lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los gálatas (3, 26-29)
Hermanos: Todos ustedes son hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús, pues, cuantos han sido incorporados a Cristo por medio del bautismo, se han revestido de Cristo.
Ya no existe diferencia entre judíos y no judíos, entre esclavos y libres, entre varón y mujer, porque todos ustedes son uno en Cristo Jesús. Y si ustedes son de Cristo, son también descendientes de Abraham y la herencia que Dios le prometió les corresponde a ustedes.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Lucas (9, 18-24)
Gloria a ti, Señor.
Un día en que Jesús, acompañado de sus discípulos, había ido a un lugar solitario para orar, les preguntó: “¿Quién dice la gente que soy yo?” Ellos contestaron: “Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías, y otros, que alguno de los antiguos profetas que ha resucitado”.
El les dijo: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” Respondió Pedro: “El Mesías de Dios”.
El les ordenó severamente que no lo dijeran a nadie. Después les dijo: “Es necesario que el Hijo del hombre sufra mucho, que sea rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, que sea entregado a la muerte y que resucite al tercer día”.
Luego, dirigiéndose a la multitud, les dijo: “Si alguno quiere acompañarme, que no se busque a sí mismo, que tome su cruz de cada día y me siga. Pues el que quiera conservar para sí mismo su vida, la perderá; pero el que la pierda por mi causa, ése la encontrará”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Comentario a la Palabra de Dios
Queridos hermanos y hermanas, que el Señor que dirige nuestros corazones para que amemos a Dios esté con todos ustedes.
Dice San Pablo en su carta a los gálatas que todos son “hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús, pues, cuantos han sido incorporados a Cristo por medio del bautismo, se han revestido de Cristo”. Es decir, por medio del bautismo somos miembros de Cristo, de su Iglesia, y seguidores de Él; por tanto, destinados a dar frutos de santidad por el mismo bautismo recibido.
En el Evangelio, se nos dan algunas indicaciones de lo que implica vivir esta vocación de bautizados.
La lectura está compuesta en tres partes: La confesión mesiánica de Pedro (vv. 18-21); el primer anuncio de la Pasión (v. 22); y  las condiciones para el seguimiento de Cristo (vv. 23-24).
Jesús no lanza una pregunta ingenua a sus discípulos cuando les pregunta qué dice la gente de Él, y menos aún cuando la hace directamente a sus discípulos: ¿Quién soy yo para ustedes? Es una pregunta esencial en la vida del cristiano, pues nuestra fe está centrada en Jesucristo, seguimos a Cristo, y hemos sido redimidos por Él. Por tanto, el dar una respuesta positiva es algo que todos debemos hacer. ¿Quién es Jesús para mí? ¿Qué lugar ocupa en mi vida? ¿Qué significa conocerlo, amarlo, imitarlo y seguirlo?... porque Él mismo nos marca un camino, el mismo camino del Maestro, que tendrá que sufrir mucho por causa del Evangelio, pero Dios lo ensalzará por encima de todo y de todos.
El Señor nos marca un camino de seguimiento, y nos dice “Si alguno quiere seguirme, que no se busque a sí mismo, que tome su cruz de cada día y me siga. Pues el que quiera conservar para sí mismo su vida, la perderá; pero el que la pierda por mi causa, ése la encontrará”. ¿En qué consiste -entonces- cargar con la cruz? Quiere decirnos que todos nosotros, sus discípulos, tenemos que estar dispuestos a vivir de la misma manera que él vivió, aun sabiendo que este modo de vivir trae persecuciones y sufrimiento. No es inventarnos una cruz a nuestra medida, sino aquella que Jesús mismo quiere para nosotros y con la cual nos santificamos siguiéndolo y sirviéndolo a Él y a nuestros hermanos. Jesús nunca dijo que el camino del discípulo estaría libre de problemas y de sufrimiento.
Negarnos a nosotros mismos y cargar con la cruz, es hacer nuestro el camino de Jesús. Él eligió el camino de la entrega y de la esperanza para todos, Él eligió el camino de la libertad, que nos lleva a ser hijos de Dios.
Hoy más que nunca se hace difícil seguir a Cristo y llevarlo a los hermanos, pero debemos sentirnos dichosos de su elección, de poder ser sus instrumentos para dar un poco de esperanza a este mundo que adolece de Dios.
Que nos sintamos alegres de este llamado del Señor a ser sus discípulos, para que siguiendo sus pasos y tomando nuestra cruz, podamos ser en este mundo sal de la tierra y luz en las tinieblas para este mundo olvidado de Dios. Amén.

sábado, 12 de junio de 2010

Decimoprimer Domingo del Tiempo Ordinario

Domingo 13 de Junio, 2010

Perdona, Señor, nuestros pecados
Escucha, Señor, mi voz y mis clamores

Primera Lectura
Lectura del segundo libro de Samuel (12, 7-10. 13)
En aquellos días, dijo el profeta Natán al rey David:
“Así dice el Dios de Israel: ‘Yo te consagré rey de Israel y te libré de las manos de Saúl, te confié la casa de tu señor y puse sus mujeres en tus brazos; te di poder sobre Judá e Israel, y si todo esto te parece poco, estoy dispuesto a darte todavía más.
¿Por qué, pues, has despreciado el mandato del Señor, haciendo lo que es malo a sus ojos? Mataste a Urías, el hitita, y tomaste a su esposa por mujer. A él lo hiciste morir por la espada de los amonitas. Pues bien, la muerte por espada no se apartará nunca de tu casa, pues me has despreciado, al apoderarte de la esposa de Urías, el hitita, y hacerla tu mujer’ ”.
David le dijo a Natán: “¡He pecado contra el Señor!” Natán le respondió: “El Señor te perdona tu pecado. No morirás”.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 31
Perdona, Señor, nuestros pecados.
Dichoso aquel que ha sido absuelto de su culpa y su pecado. Dichoso aquel en el que Dios no encuentra ni delito ni engaño.
Perdona, Señor, nuestros pecados.
Ante el Señor reconocí mi culpa, no oculté mi pecado. Te confesé, Señor, mi gran delito y tú me has perdonado.
Perdona, Señor, nuestros pecados.
Por eso, en el momento de la angustia, que todo fiel te invoque, y no lo alcanzarán las grandes aguas, aunque éstas se desborden.
Perdona, Señor, nuestros pecados.
Alégrense con el Señor y regocíjense los justos todos, y todos los hombres de corazón sincero canten de gozo.
Perdona, Señor, nuestros pecados.

Segunda Lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los gálatas (2, 16. 19-21)
Hermanos: Sabemos que el hombre no llega a ser justo por cumplir la ley, sino por creer en Jesucristo. Por eso también nosotros hemos creído en Cristo Jesús, para ser justificados por la fe en Cristo y no por cumplir la ley. Porque nadie queda justificado por el cumplimiento de la ley.
Por la ley estoy muerto a la ley, a fin de vivir para Dios. Estoy crucificado con Cristo. Vivo, pero ya no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí. Pues mi vida en este mundo la vivo en la fe que tengo en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí. Así no vuelvo inútil la gracia de Dios, pues si uno pudiera ser justificado por cumplir la ley, Cristo habría muerto en vano.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Lucas (7, 36—8, 3)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, un fariseo invitó a Jesús a comer con él. Jesús fue a la casa del fariseo y se sentó a la mesa. Una mujer de mala vida en aquella ciudad, cuando supo que Jesús iba a comer ese día en casa del fariseo, tomó consigo un frasco de alabastro con perfume, fue y se puso detrás de Jesús, y comenzó a llorar, y con sus lágrimas bañaba sus pies, los enjugó con su cabellera, los besó y los ungió con el perfume.
Viendo esto, el fariseo que lo había invitado comenzó a pensar: “Si este hombre fuera profeta, sabría qué clase de mujer es la que lo está tocando; sabría que es una pecadora”.
Entonces Jesús le dijo:
“Simón, tengo algo que decirte”.
El fariseo contestó: “Dímelo, Maestro”. Él le dijo: “Dos hombres le debían dinero a un prestamista. Uno le debía quinientos denarios y el otro, cincuenta. Como no tenían con qué pagarle, les perdonó la deuda a los dos. ¿Cuál de ellos lo amará más?” Simón le respondió: “Supongo que aquel a quien le perdonó más”.
Entonces Jesús le dijo: “Haz juzgado bien”. Luego, señalando a la mujer, dijo a Simón: “¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y tú no me ofreciste agua para los pies, mientras que ella me los ha bañado con sus lágrimas y me los ha enjugado con sus cabellos. Tú no me diste el beso de saludo; ella, en cambio, desde que entró, no ha dejado de besar mis pies. Tú no ungiste con aceite mi cabeza; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por lo cual, yo te digo: sus pecados, que son muchos, le han quedado perdonados, porque ha amado mucho. En cambio, al que poco se le perdona, poco ama”.
Luego le dijo a la mujer: “Tus pecados te han quedado perdonados’’.
Los invitados empezaron a preguntarse a sí mismos: “¿Quién es éste, que hasta los pecados perdona?” Jesús le dijo a la mujer: “Tu fe te ha salvado; vete en paz”.
Después de esto, Jesús comenzó a recorrer ciudades y poblados predicando la buena nueva del Reino de Dios. Lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que habían sido libradas de espíritus malignos y curadas de varias enfermedades. Entre ellas iban María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, el administrador de Herodes; Susana y otras muchas, que los ayudaban con sus propios bienes.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

COMENTARIO A LA PALABRA DE DIOS
Que el Dios y Padre de las misericordias esté siempre con ustedes y que el amor de Cristo derramado en la cruz por nuestra salvación permanezca siempre.

En este contexto de las celebraciones próximas pasadas del Sagrado Corazón de Jesús, la Iglesia nos propone estas lecturas que nos hablan del perdón y de la misericordia de Dios por nosotros.
Sabemos que el evangelio de Lucas se caracteriza por ser el evangelio que predica la misericordia y el perdón sin límites de por parte de Dios hacia el hombre. Son conocidas además las parábolas del hijo pródigo, de la oveja perdida, etc.
Por otra parte es el evangelio del anuncio de la salvación para todas las naciones, es decir, la salvación no es sólo para el pueblo judío, sino que está abierta a todos, es lo que se llama la universalidad de la salvación.
Es en este contexto donde nos ubicamos a la hora de comentar este texto del evangelio.
Dice la perícopa que un fariseo invitó a Jesús a comer con él, y estando a la mesa con él, una mujer de mala vida en aquella ciudad, tomando consigo un frasco de alabastro con perfume, fue y se puso detrás de Jesús, y comenzó a llorar, y con sus lágrimas bañaba sus pies, los enjugaba con sus cabellos, besaba sus pies y los ungía con el perfume.
La reacción del fariseo que lo había invitado a comer fue de prejuzgar, pues pensaba: “Si este hombre fuera profeta, sabría qué clase de mujer es la que lo está tocando; sabría que es una pecadora”.
Pero Jesús, conociendo su pensamiento le dijo:
“Simón, tengo algo que decirte”. “Dos hombres le debían dinero a un prestamista. Uno le debía quinientos denarios y el otro, cincuenta. Como no tenían con qué pagarle, les perdonó la deuda a los dos. ¿Cuál de ellos lo amará más?” Simón le respondió: “Supongo que aquel a quien le perdonó más”.
Entonces Jesús le dijo: “Haz juzgado bien”. Luego, señalando a la mujer, dijo a Simón: “¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y tú no me ofreciste agua para los pies, mientras que ella me los ha bañado con sus lágrimas y me los ha enjugado con sus cabellos. Tú no me diste el beso de saludo; ella, en cambio, desde que entró, no ha dejado de besar mis pies. Tú no ungiste con aceite mi cabeza; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por lo cual, yo te digo: sus pecados, que son muchos, le han quedado perdonados, porque ha amado mucho. En cambio, al que poco se le perdona, poco ama”.
Luego le dijo a la mujer: “Tus pecados te han quedado perdonados’’.
El texto tiene un juego de palabras sobre el amor y el perdón: porque amó mucho se le perdona mucho y porque se le perdona mucho ama mucho.
En definitiva, lo que quiere transmitirnos el Señor es que el amor supera todo mal, todo pecado, toda maldad. Cuando hay verdadero arrepentimiento el amor se vuelve perdón y amor pleno para quien se arrepiente de sus mucho pecados, para quien se reconoce pecador y a la vez necesitado del amor que todo lo perdona y salva. Pero a su vez, tal movimiento a la conversión es una gracia de Dios, gracia que proviene del amor infinito y misericordioso del Padre. Por eso Jesús le dijo a la mujer: “Tu fe te ha salvado; vete en paz”. Porque es la fe en ese amor infinito y pleno el único que puede redimir, sanar, salvar, curar un amor herido, una vida de pecado.
Y en esto san Pablo nos ayuda con su reflexión en la carta a los gálatas: “Sabemos que el hombre no llega a ser justo por cumplir la ley, sino por creer en Jesucristo”. Vivir sujetos a la ley por la ley esclaviza, nos hace caer en pecado, porque no vivimos por amor sino por un legalismo, por cumplir con una ley y no por vivir en el amor, por eso es que debemos creer en Cristo Jesús, “para ser justificados por la fe en Cristo y no por cumplir la ley. Porque nadie queda justificado por el cumplimiento de la ley. Por la ley estoy muerto a la ley, a fin de vivir para Dios”.
La clave en definitiva es el amor y la fe en ese Amor con mayúsculas, que es Dios mismo, como dice el apóstol Juan: “Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor” (1Jn 4,8).
Es por eso que en ese amor “estoy crucificado con Cristo”. He crucificado mi vida de pecado para vivir en y del amor, vivir en  y de Cristo. Sólo así podré decir con san Pablo: “Vivo, pero ya no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí. Pues mi vida en este mundo la vivo en la fe que tengo en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí”.
Es hermoso poder sentir este amor de filiación y de amistad con el Señor; y tal amor exige una respuesta valiente de nuestra parte, desde nuestro amor pequeño, para colaborar con este gran AMOR que Dios ha sembrado en nuestros corazones.
Que podamos experimentar en nuestras vidas este amor intenso e infinito de un Dios que se da totalmente por nosotros y para nosotros, y que tal amor nos vaya cambiando y ayudando a cambiar para vivir en plenitud lo que el Señor quiere para nosotros. Amén.