domingo, 30 de noviembre de 2008

I DOMINGO DE ADVIENTO Año B


LITURGIA DE LA PALABRA
Primera Lectura Is 63, 16b-17.19b; 64, 2-7
Salmo Responsorial - Salmo 79
Segunda Lectura 1 Cor 1, 3-9
Evangelio Mc 13, 33-37
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Queridos hermanos y hermanas en Cristo Jesús, con este Primer Domingo de Adviento comenzamos un camino de preparación y de conversión en la espera de la venida de Nuestro Señor Jesucristo, tanto en su segunda venida como rey glorioso como en su primera venida, en la debilidad y fragilidad de nuestra carne en Belén; como dice el prefacio de la Misa de hoy: “A su primera venida en la humildad de nuestra naturaleza humana él llevó a cabo la antigua promesa, y nos abrió el camino de la eterna salvación. Vendrá de nuevo en el resplandor de la gloria, y nos llamará a poseer el Reino prometido que ahora osamos esperar en vigilante espera”.
Las lecturas de este domingo hacen hincapié sobre el “vigilar”.
Jesús pone un pequeño ejemplo para darnos a entender en qué consiste este estar vigilantes: "Tengan cuidado, velen, porque no saben cuándo será el momento. Velen pues, ustedes no saben cuándo el dueño de casa volverá, si por la tarde o a medianoche o al canto del gallo o a por la mañana; hagan de tal modo que, llegando él de improviso, no los encuentre dormidos. Lo que a les digo a ustedes, lo digo a todos: Velen!".
En Cristo Jesús hemos sido enriquecidos con regalos o dones, el de su Palabra y aquel de poder conocerlo. Dios es nuestro Padre, nosotros somos arcilla y Él es quien nos plasma, todo nosotros somos obra de tus manos. Él conoce bien de qué estamos hechos, por eso no ha dado estos dones para que podamos tener el testimonio de Cristo, y conociéndolo, podamos establecernos en Él tan firmemente que no falte ningún carisma para la manifestación de nuestro Señor Jesucristo (como dice San Pablo en 1 Cor 1, 3-9).
Pero en la realidad de nuestras vidas, de nuestra sociedad, en la realidad de este mundo, ¡estamos tan lejos de este ideal! Que muchas veces el mal que existe y que nos rodea nos desanima, nos cuestiona y hasta a veces nos llega a cambiar la vida para mal de los males.
Por eso gritamos con el salmista: “Tú, pastor de Israel, escucha… guarda desde el cielo y mira, ven a visitar esta, tu viña que tu derecha ha plantado, protégela, y de Ti jamás nos alejaremos, danos vida y nosotros invocaremos tu nombre”.
Junto con el profeta Isaías te decimos: “Vuelve por amor de tus siervos, por amor de tus hijos, de tu herencia, porque tú ayudas los que practican con alegría la justicia y se acuerdan de tus caminos”.
“Tú te has irritado porque hemos pecado contra ti y hemos sido rebeldes a tu voluntad. Nos hemos vuelto una cosa impura, y como paño inmundo son todos nuestros actos de justicia”.
Porque en este mundo en que vivimos “nadie invoca tu Nombre” Señor.
Es por eso que la llamada de Jesús para nosotros -en este tiempo de espera y de esperanza por su venida y por su redención-, es una llamada a la vigilancia, a estar atentos y despiertos para cuando Él llegue, pues ninguno sabe cuándo será este momento.
No significa que adoptemos actitudes de desesperación o de misticismos trasnochados… que no sirven a nada, pues duran un tiempo y luego desaparecen, pues lo que los mueve no es una verdadera conversión sino el miedo a la condenación eterna.
Podemos preguntarnos, personamente, ¿qué significa para mí el adviento? ¿qué significa para mí esperar en Jesús, a su venida? Y… ¿por qué no?, ¿qué significa para mí que Jesús venga a mi vida, entre en mi vida, y si realmente lo quiero dejar entrar?
¿Qué sería para mí el presentarme ante Dios, con toda mi vida? ¿Me sentiría pronto a partir y al encuentro definitivo con Él?
La cuestión no está en preparanos AHORA, porque llega el adviento, sino en ESTAR SIEMPRE PREPARADOS, pues Jesús ya ha venido y está presente cada día, a cada instante, en mi vida y en la de los demás, sólo hay que saber descubrirlo en mí y en los demás, pues Él pasa y deja su huella.
Si buscáramos de esforzarnos por vivir en un modo más humano y cristiano, según la propuesta de Jesús; si abriéramos nuestro corazón a sus llamados, a sus visitas, podríamos estar más atentos a cómo vivimos y a desear convertirnos, cambiar de vida.
Que este esperar se traduzca en gestos concretos hacia ti mismo y hacia los demás, no desaproveches las oportunidades que Jesús te da, Él te ama con amor eterno, conoce tus miserias y debilidades, pero quiere que seas fuerte, con Su fuerza. Déjate llenar de su amor para poder convertir tu corazón a Él, es la mejor manera de esperar su venida, y el mejor modo de ser su discípulo.
Pues si es así, “Él nos hará firmes hasta al final, e irreprensibles en el día de Nuestro Señor Jesucristo”.
¡Feliz inicio de este camino de conversión y de espera gozosa en la venida de Jesús!
¡Maranathá! ¡Marana-thá!

sábado, 22 de noviembre de 2008

SOLEMNIDAD DE CRISTO REY


LITURGIA DE LA PALABRA
Primera Lectura Ez 34,11-12.15-17
Salmo Responsoriale Salmo 22
Segunda Lectura 1 Cor 15,20-26a.28
Evangelio Mt 25,31-46
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Con la solemnidad de Cristo Rey del Universo llegamos a la culminación de un año litúrgico.
Cristo es el culmen y la fuente de nuestra vida cristiana, es por eso que en Él seremos juzgados.
Es sobre esto que nos hablan las lecturas de hoy. Pero frente a este juicio no debemos temer, lo que debemos temer e sobre cómo llevamos nuestras vidas, sobre si en verdad vivimos coherentemente nuestra elección de cristianos, nuestra opción por Cristo.
Son duras las palabras que Jesús dirige en la imagen del juicio final: «Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria… se sentará sobre su trono de gloria. Delante de Él serán reunidos todos los pueblos. Él los separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de las cabras….
Entonces dirá a los de su derecha: “Vengan, benditos de mi Padre, reciban en herencia el reino preparado para ustedes desde la creación del mundo, porque tuve hambre y me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber, era extranjero y me acogieron, desnudo y me vistieron, enfermo y me vinieron a ver, en la cárcel y me visitaron”.
“…En verdad les digo: todo lo que han hecho a uno solo de estos, mis hermanos más pequeños, lo han hecho a mí”.
…Luego también dirá a los de la izquierda: “Fuera, lejos de mí, malditos, en el fuego eterno. En verdad les digo: todo lo que no han hecho a uno solo de estos más pequeños, no lo han hecho a mí”.
Es duro este relato, da una fuerte impresión al de Jesús, como juez de las naciones; y hasta suena un poco injusto, pues tanto los primeros como los segundos, no sabían que estaban haciéndolo –o no- por Él en la medida que ayudaban a uno de estos “pequeños”. La condena de Jesús va en la línea de la caridad expresada y vivida en obras concretas hacia el prójimo, en ningún momento reprocha por no creer en Él, su discurso es sobre las obras de caridad.
Jesús nos enseña también en otros pasajes del Evangelio que no debemos temer a este momento, y esto porque nos muestra el camino para vivir en profundidad la adhesión a Él.
Es Él quien nos busca, quien nos llama y custodia con amor, más allá de nuestros extravíos, de nuestras terquedades y pecados. Nos sigue llamando de mil maneras porque nos ama; nos atiende como un pastor a su rebaño, porque así nos dice el Señor:
“Yo mismo buscaré mis ovejas y las apacentaré… las reuniré de todos los lugares donde fueron dispersadas en los días nublados y de oscuridad…. Iré en busca de la oveja perdida y reconduciré al redil aquella extraviada, vendaré a la herida y curaré a la enferma, tendré cura de la gorda y la fuerte; las apacentaré con justicia”.
Es Jesús quien nos busca día a día para que no nos extraviemos, para que sigamos sus pasos, escuchemos sus palabras y lo sigamos.
Por eso no debo temer ningún mal, porque “Él es mi pastor: nada me puede faltar. Asegura mi alma, me conduce por el justo camino… Sí, su bondad y fidelidad me acompañan todos los días de mi vida”. Si vivimos así, en unión con Él, no podemos no ser sensibles a las necesidades de los demás, y creceremos cada vez más en la caridad perfecta. Entonces… ¿qué hay que temer, si vivimos unidos a Él?
Así, la muerte o el momento del juicio final será para nosotros un momento de gloria y de encuentro definitivo con el Aamado, con el Pastor, pues “hermanos, Cristo ha resucitado de entre los muertos...” Por eso “es necesario que Él reine hasta que haya puesto todo los enemigos bajo sus pies. El último enemigo a ser destruido será la muerte. Y cuando todo le haya sido sometido, también él, el Hijo, será sometido al Padre que le ha sometido cada cosa, para Dios sea todo en todo”.
La clave no está en como será el Juicio Final, sino en cómo vivimos nuestra vida de crisitanos comprometidos en la caridad; está en cómo nos dejamos conducir por el Pastor –Jesús- para que no caigamos, para que no nos perdamos o nos alejemos. “Cada cosa que hacemos en este mundo resuena en la eternidad”.
Hermanos, dejémonos conducir por el Pastor Eterno, siendo coherentes en nuestra vida cristiana, obrando en la caridad, como Jesús nos enseñó. Amén.

Fiesta de Santa Cecilia, patrona de la música


Cecilia es venerada como santa de la Iglesia católica, mártir de Roma en el siglo III bajo Marco Aurelio. Su culto es muy popular ya que Cecilia es la patrona de la música.

SU VIDA
Según la tradición, Cecilia habría nacido de una noble familia romana. Casada con Valeriano, le habría comunicado su voto de perpetua virginidad, convirtiendo al cristianismo al marido junto al hermano de él, Tiburzio. Después de la muerte de Valeriano, el Prefecto de la ciudad, Almachio, la habría hecho encarcelar y por lo tanto decapitar. Cecilia vino enterrada en las catacumbas de San Callisto.

EL CULTO
En el año 821 sus reliquias fueron transportadas por Papa Pascual I en la iglesia de Santa Cecilia en Trastevere.
En el 1599, durante las restauraciones de la basílica ordenadas por el cardenal Paolo Emilio Sfondrati con ocasión del próximo Jubileo del 1600, fue hallado un sarcófago con el cuerpo de Cecilia en óptimo estado de conservación.
Entonces el cardenal le encargó a Stefano Maderno (1566-1636) una estatua que reprodujera el aspecto y la posición del cuerpo de Cecilia tal como fue encontrado, estatua que hoy se encuentra bajo el altar central de la iglesia.

PATRONA DE LA MÚSICA
Es al cuánto incierto el motivo por cuyo Cecilia se habría convertido en patrona de la música. En realidad, un explícito enlace entre Cecilia y la música es documentado solamente a partir de la tardía Edad Media.
La explicación más creíble parece ser la de una errada interpretación de la antífona de entrada de la Misa en la fiesta de la santa, y no como a veces se afirma, de una pieza de la “Passio”. El texto de tal canto en latín sería: "Cantantibus organis, Cecilia virgo in corde suo soli Domino decantabat dicens: fiat Domine cor meum et corpus meum inmaculatum ut non confundar" ("Mientras tocaron los instrumentos musicales (?), la virgen Cecilia cantó solamente en su corazón para Dios, diciendo: Señor, mi corazón y mi cuerpo estén inmaculados para que yo no sea confundida"). Para dar un sentido al texto, tradicionalmente se lo refirió al banquete de bodas de Cecilia: mientras los instrumentos musicales, profanos, tocaron, Cecilia le cantó interiormente a Dios. De aquí el paso a una interpretación aún más malentendida fue fácil: “Cecilia le cantó a Dios... con el acompañamiento del órgano! Se empezó así, a partir del siglo XV, a representar a la santa con un pequeño órgano.
En realidad los códigos más antiguos no reconducen esta lección de la antífona. Los "órganos", por lo tanto, no serían para nada orquestas musicales, sino los instrumentos de tortura, y la antífona describiría a Cecilia que "entre los instrumentos de tortura incandescente, le cantó a Dios en su corazón". La antífona no se referiría pues al banquete de bodas, sino al momento del martirio.

¡Feliz día de la música y felicidades a los que son músicos o se dedican al canto!
Para Don Bosco y la tradición salesiana este día tiene mucha importancia, pues en el Oratorio de Valdocco (y después en cada obra salesiana) era motivo de fiesta y de bellas academias bien preparadas, pues: “Una casa sin música es como un cuerpo sin alma” –decía Don Bosco-.

sábado, 15 de noviembre de 2008

Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario


LITURGIA DE LA PALABRA
Primera Lectura Pr 31,10-13.19-20.30-31
Salmo Responsorial Salmo 127
Segunda Lectura 1 Ts 5,1-6
Evangelio Mt 25,14-30

Comentario a las lecturas:
Estamos llegando al final del año litúrgico que concluirá con la solemnidad de Cristo Rey.
Las lecturas nos presentan en cierta manera el final de los tiempos, como lo dice San Pablo a los cristianos de Tesalónica: “Respecto al tiempo y al momento, hermanos no hay necesidad de que les escriba; de hecho saben bien que el día del Señor vendrá como un ladrón en la noche…
Pero ustedes no vivan en la tinieblas, así aquel día no los sorprenda como un ladrón. Seamos todos hijos de la luz e hijos del día… No durmamos como los demás, sino que vigilemos y estemos sobrios”.
Jesús nos enseña cómo estar atentos a su venida inesperada mediante esta parábola llamada de los “talentos”. En ella se nos habla fe aquello que sucede a quienes no son capaces de hacer fructificar los dones recibidos, en este caso llamados talentos.
Este hombre, que parece ser un hombre rico y de importante rango, reparte a sus servidores “sus bienes”, es decir, le scomparte y les encarga sus propios valores, su propia riqueza, en cierto modo (como se verá después) les comparte y comunica su propia vida.
A CADA UNO LE DA SEGÚN SU PROPIA CAPACIDAD, dice la parábola, por eso uno recibe cinco talentos, otro dos, y el último uno.
Dice que inmediatamente, el que había recibido cinco se puso en acción para tacerlo producir, lo mismo el segundo, no así el tercero, que lo fue a esconder en la tierra.
El problema es cuando vuelve el Patrón para ver cuánto han sabido producir de acuerdo a lo que les ha dado, todos producen según su capacidad, menos el último.
Los que han hecho producir los talentos son premiados por este Señor y reciben un encargo mayor, porque han sido FIELES EN LO POCO que se les encomendó, y por eso SON INVITADOS A TOMAR PARTE DEL GOZO DE SU SEÑOR. No será así con el tercero, que sabiendo que su Señor es un hombre exigente, dejó escondido su talento en la tierra sin que produzca fruto. Tuvo miedo –dice- y por eso lo escondió.
Las palabras dirigidas a él no son las mismas, lo trata de “siervo malvado y perezoso“, pues sabía bien de la exigencia de su Patrón, y sin embargo no hizo nada por producir frutos.
Y al final, la suerte de este siervo serán las tinieblas, donde hay llanto y rechinar de dientes.
Ciertamente esta parábola no se refiere solamente a “los talentos” que cada uno tiene, sino -en general- a la vida que Dios nos regala a cada uno. Es la gracia que Dios nos concede a cada uno y que nos “reparte” sabiendo nuestra propia capacidad de hacer fructificar aqullo que nos concede en su bondad y misericordia. Pero el problema está en que esto que Dios nos regala debe crecer, dar fruto. Es decir, este don exige de nosotros una responsabilidad, que es la de hacerlo crecer.
En nuestra vida, muchas veces obramos por amor, y eso nos da la alegría de sentirnos plenos (es la plenitud del “Patrón”, que nos hace sentir anticipadamente su misma vida de gracia, su misma vida divina); pero… otras veces obramos por temor, o más bien, no obramos, pecamos de omisión al no darnos cuenta del don recibido, al no sentirnos partícipes de este don. Pecamos de omisión por temor, por vanidad, por egoísmo, etc., y al final no producimos frutos. No llegamos a ser fieles en lo poco que Dios nos confía, y eso mismo nos trae otros pecados, otros sinsabores, otras situaciones que nos dejan paralizados, pues no hemos llegado a experimentar el amor de Dios en nosotros, y entonces no llegamos a ser concientes de este GRAN don que Él nos concede para hacerlo producir en nuestra vida y a través de ella.
Ser fieles en lo poco, significa reconocer lo que Dios nos confía para hacerlo producir aún más, para hacer crecer esta gracia de Dios en nosotros y en los demás.
Ser fieles en lo poco, significa estar atentos, en tensión hacia Dios, siempre atentos y en espera de su venida (cotidiana y al final de los tiempos) para gozar de su misma vida divina en plenitud.
Que sepamos reconocer todo aquello que Dios nos confía: talentos, dones, gracias, favores, trabajo, familia, etc., etc., para que en el amor y con amor, sepamos hacerlos crecer y fructificar, y así, día a día, gozar un poco más de la misma vida divina de nuestro Señor. Amén.

domingo, 9 de noviembre de 2008

9 de Noviembre Dedicación de la Basílica de Letrán (CATEDRAL DE ROMA)


Reflexión:
El Palacio de Letrán, propiedad de la familia imperial, se convirtió en el siglo IV, residencia oficial del Papa. La basílica adyacente, dedicado al “Divino Salvador”, fue la primera catedral en el mundo, donde se celebran bautismos especialmente en la noche de Pascua. También dedicada a dos santos Juan el Bautista y Juan Evangelista, durante mucho tiempo se consideró la Madre Iglesia de Roma y organizó reuniones de los cinco grandes consejos ecuménicos.
Iglesias de todo el mundo, se unión hoy a la Iglesia de Roma.
En cada edificio-iglesia dedicado a Dios se celebra como "misterio de la salvación" que hace maravillas en María, los ángeles y los santos.
La Palabra se hizo carne, y ha plantado su tienda entre nosotros (cf. Jn 1:14). Cristo está presente en su Iglesia es la Cabeza. Las iglesias-edificio son un signo de la presencia de que es Cristo el que habla, se da a sí mismo como alimento, preside la comunidad reunida en la oración, “sigue con nosotros para siempre” (SC 7).
"El templo como una figura de la Iglesia (cf. LG 6) es un reclamo a la comunidad y comunión. Como edificio, todos los miembros de la Iglesia "comunidad de fe, esperanza y amor "(LG 8) debemos vivir y trabajar en una sincera y constante comunión y solidaridad".
Hoy en día, ¿qué sentido tiene, para nosotros cristianos, el celebrar la fiseta de la dedicación de una Iglesia, de un edificio consagrado al culto a Dios y a la santificación de las almas?
Estamos asistiendo a un evento triste, y es que las iglesias se ven cada vez más despobladas de gente, sobre todo en lo que se refiere a la celebración de la Eucaristía dominical. ¿Será que hay menos sensibilidad religiosa y espiritual? Puede ser, pero por otra parte estamos viendo que la gente busca y busca, se interesa por otras religiones, y descuida la suya propia. ¿No será esto un problema de los pastores que deben velar por el rebaño? O, ¿no será que la vivencia del bautismo de los cristianos se ha convertido en algo efímero, sin sentido, en un evento social como está pasando con el resto de los sacramentos? Creo que hay un poco de todo esto, no se puede echar culpa a la “Iglesia” pues somos todos, TODOS los bautizados somos IGLESIA y somos todos responsables de nuestra vida religiosa y espiritual y también de la de los demás, pues mi vida, mi vivencia y testimonio de la fe influyen en la vida de los demás. Cuántas veces sentimos: “No voy a Misa porque no quiero ser falso e hipócrita como muchos que van y luego hacen de sus vidas todo lo contrario”.
Ciertamente esto no es un pretexto para no participar de la Misa dominical y de loos sacramentos, pero ocurre que debemos mirar un poco más adentro de nosotros mismos y ser más sinceros, y comprometernos a vivir en profundidad nuestra FE.
¿Cuántos de nosotros ha leído o estudiado el catecismo? ¿Cuántos de nosotros lee y medita la Biblia?... ¿Cuántos de nosotros vive una vida armónica y unida, viviendo como verdaderos cristianos en este mundo, como “buenos cristianos y honrados ciudadanos”?
Sucede que es más fácil echar la culpa a los otros, a los pastores, al os que intentan vivir su fe, etc… en vez de esforzarme yo mismo por vivirla con responsabilidad y seriedad, con compromiso y realismo, con coraje y testimoniándola siempre y en todo lugar.
Creo que si no cambiamos de actitud, nunca creceremos como verdaderso Hijos de Dios por el Espíritu.
Que la celebración de esta fiesta de la Catedral de Roma sea para nosotros un dejarnos interrogar por Dios a cerca de cómo estamos viviendo nuestra FE cristiana y católica.
Pidamos al Señor la gracia de ser concientes de nuestra debilidad y de dejarnos guiar y transformar por Él, a fin de que lleguemos a ser verdaderos cristianos comprometidos con nuestra Iglesia, la Iglesia de Cristo y de la cual somos miembros, y comprometidos con el mundo actual en que vivimos, siendo testigos y testimonio de Dios en esta tierra. Amén.