viernes, 20 de abril de 2012

Tercer Domingo de Pascua – Ciclo B


Domingo 22 de Abril, 2012

En ti, Señor, confío
Señor, eres mi tranquilidad

Primera Lectura
Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles (3, 13-15. 17-19)
En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo:
“El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su siervo Jesús, a quien ustedes entregaron a Pilato, y a quien rechazaron en su presencia, cuando él ya había decidido ponerlo en libertad.
Rechazaron al santo, al justo, y pidieron el indulto de un asesino; han dado muerte al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos y de ello nosotros somos testigos.
Ahora bien, hermanos, yo sé que ustedes han obrado por ignorancia, de la misma manera que sus jefes; pero Dios cumplió así lo que había predicho por boca de los profetas: que su Mesías tenía que padecer. Por lo tanto, arrepiéntanse y conviértanse para que se les perdonen sus pecados”.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 4
En ti, Señor, confío. Aleluya.
Tú que conoces lo justo de mi causa, Señor, responde a mi clamor. Tú que me has sacado con bien de mis angustias, apiádate y escucha mi oración.

Admirable en bondad ha sido el Señor para conmigo, y siempre que lo invoco me ha escuchado; por eso en él confío.

En paz, Señor, me acuesto y duermo en paz, pues sólo tú, Señor, eres mi tranquilidad.

Segunda Lectura
Lectura de la primera carta del apóstol san Juan (2, 1-5)
Hijitos míos:
Les escribo esto para que no pequen. Pero, si alguien peca, tenemos como intercesor ante el Padre, a Jesucristo, el justo. Porque él se ofreció como víctima de expiación por nuestros pecados, y no sólo por los nuestros, sino por los del mundo entero.
En esto tenemos una prueba de que conocemos a Dios: en que cumplimos sus mandamientos. Quien dice: “Yo lo conozco”, pero no cumple sus mandamientos, es un mentiroso y la verdad no está en él.
Pero en aquel que cumple su palabra, el amor de Dios ha llegado a su plenitud, y precisamente en esto conocemos que estamos unidos a él.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Lucas (24, 35-48)
Gloria a ti, Señor.
Cuando los dos discípulos regresaron de Emaús y llegaron al sitio donde estaban reunidos los apóstoles, les contaron lo que les había pasado por el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan.
Mientras hablaban de esas cosas, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo:
“La paz esté con ustedes”.
Ellos, desconcertados y llenos de temor, creían ver un fantasma. Pero él les dijo:
“No teman; soy yo. ¿Por qué se espantan? ¿Por qué surgen dudas en su interior? Miren mis manos y mis pies.
Soy yo en persona. Tóquenme y convénzanse: un fantasma no tiene ni carne ni huesos, como ven que tengo yo”. Y les mostró las manos y los pies. Pero como ellos no acababan de creer de pura alegría y seguían atónitos, les dijo: “¿Tienen aquí algo de comer?” Le ofrecieron un trozo de pescado asado; él lo tomó y se puso a comer delante de ellos.
Después les dijo:
“Lo que ha sucedido es aquello de que les hablaba yo, cuando aún estaba con ustedes: que tenía que cumplirse todo lo que estaba escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos”.
Entonces les abrió el entendimiento para que comprendieran las Escrituras y les dijo: “Está escrito que el Mesías tenía que padecer y había de resucitar de entre los muertos al tercer día, y que en su nombre se había de predicar a todas las naciones, comenzando por Jerusalén, la necesidad de volverse a Dios y el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de esto”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Comentario a la Palabra de Dios
            Queridos hermanos y hermanas, que el Dios de la vida que resucitó a Jesucristo de entre los muertos permanezca siempre con todos ustedes y que su paz de Cristo habite en sus corazones y sean signo de la presencia del Amor en medio del mundo por medio de la acción del Espíritu Santo.
            Las lecturas de hoy nos hablan de conversión y del perdón de los pecados, pero en un contexto pospascual.
            El evangelio nos relata la vuelta de los discípulos de Emaús, y la experiencia vivida por ellos que comunican a la comunidad, y mientras hablaban de estas cosas Jesús se les apareció, dándoles la paz, ya hemos dicho que la paz es uno de los frutos de la resurrección, y Jesús la comunica a los suyos, para que esa paz sea transmitida a todo el mundo.
            Pero ellos, quedan desconcertados y llenos de temor ante la presencia de Jesús, pues creían ver un fantasma. Pero él les dijo: “No teman; soy yo. ¿Por qué se espantan? ¿Por qué surgen dudas en su interior? Miren mis manos y mis pies. Soy yo en persona. Tóquenme y convénzanse: un fantasma no tiene ni carne ni huesos, como ven que tengo yo”. Y les mostró las manos y los pies. Con lo cual Jesús les está diciendo a los suyos que es Él, el mismo crucificado que ha resucitado.
            Pero ante la conmoción y como no acababan de creer de la alegría y seguían estupefactos, les dijo: “¿Tienen aquí algo de comer?”, y Jesús comió parte de un pescado asado que le habían traído. Jesús quiere hacernos ver que no es un espejismo, una aparición, un fantasma o un espíritu, sino que en verdad es Él resucitado de entre los muertos según la carne.
            Y Jesús les explicó las Escrituras y que el mesías debía pasar por todo eso para poder entrar en su gloria “y que en su nombre se había de predicar a todas las naciones, comenzando por Jerusalén, la necesidad de volverse a Dios y el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de esto”.
            Jesús les comunica todo esto y les hace recordar lo que les había anunciado porque ellos son los testigos cualificados que deberán predicar a todas las naciones las maravillas de Dios en Jesucristo, y que debían volver a Dios y recibir así el perdón de los pecados; pues Cristo murió por nosotros y canceló nuestra deuda, pero la redención también depende del hombre y de su apertura a la gracia, pues la acción de Dios, si bien es eficaz, no es mágica, pues “Quien te creó a ti, sin ti, no te salvará a ti sin ti” (San Agustín), es el mismo mensaje del pasaje que hemos leído en Hechos a través de la persona de Pedro: “Dios cumplió así lo que había predicho por boca de los profetas: que su Mesías tenía que padecer. Por lo tanto, arrepiéntanse y conviértanse para que se les perdonen sus pecados”.
            Y siguiendo con la reflexión, Juan nos dice que en esto tenemos una prueba de la acción de Dios y de que lo conocemos, y es esta: “en que cumplimos sus mandamientos. Quien dice: “Yo lo conozco”, pero no cumple sus mandamientos, es un mentiroso y la verdad no está en él”, sí, esto es así, pues no puedo darme el “lujo” de vivir libremente sin importarme nada creyendo que Dios ya saldó todo en Cristo Jesús, pero justamente Dios necesita también de nuestra parte para poder realizar en plenitud su obra redentora en Jesús, por eso “en aquel que cumple su palabra, el amor de Dios ha llegado a su plenitud, y precisamente en esto conocemos que estamos unidos a él”.
            Y en esta misma línea, continuamos compartiendo lo del evangelista Juan en su 1° carta: “Les escribo esto para que no pequen”, pues Dios “a nadie ha mandado ser impío, a nadie ha dado licencia de pecar” (Eclo 15,20). Pero el Señor nos conoce, sabe de qué estamos hechos, por eso “si alguien peca, tenemos como intercesor ante el Padre, a Jesucristo, el justo. Porque él se ofreció como víctima de expiación por nuestros pecados, y no sólo por los nuestros, sino por los del mundo entero”. Sí, nadie puede decir que no puede con su vida, nadie puede decir que le es imposible seguir o cambiar, pues más allá de nuestros pecados, tenemos un INTERCESOR ante el Padre y es Cristo Jesús, el único justo, y quien nos libra de todo pecado y de todo mal.
            Pidamos al Señor la gracia de poder ser fieles a su amor y a su acción misericordiosa realizada en su muerte y resurrección. Con Cristo, por Cristo y en Cristo salimos victoriosos aún cuando podamos llegar a caer, pues Él venció todo pecado y toda maldad y nos dio y da su gracia para la redención. Amén.

jueves, 12 de abril de 2012

Segundo Domingo de Pascua - Ciclo B


Domingo 15 de Abril, 2012

Domingo de la Divina Misericordia
La misericordia del Señor es eterna
“La paz esté con ustedes”

Primera Lectura
Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles (4, 32-35)
La multitud de los que habían creído tenía un solo corazón y una sola alma; todo lo poseían en común y nadie consideraba suyo nada de lo que tenía.
Con grandes muestras de poder, los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús y todos gozaban de gran estimación entre el pueblo. Ninguno pasaba necesidad, pues los que poseían terrenos o casas, los vendían, llevaban el dinero y lo ponían a disposición de los apóstoles, y luego se distribuía según lo que necesitaba cada uno.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 117
La misericordia del Señor es eterna. Aleluya.
Diga la casa de Israel: “Su misericordia es eterna”. Diga la casa de Aarón: “Su misericordia es eterna”. Digan los que temen al Señor: “Su misericordia es eterna”.

La diestra del Señor es poderosa, la diestra del Señor es nuestro orgullo. No moriré, continuaré viviendo para contar lo que el Señor ha hecho. Me castigó, me castigó el Señor; pero no me abandonó a la muerte.

La piedra que desecharon los constructores, es ahora la piedra angular. Esto es obra de la mano del Señor, es un milagro patente. Este es el día del triunfo del Señor, día de júbilo y de gozo.


Segunda Lectura
Lectura de la primera carta del apóstol san Juan (5, 1-6)
Queridos hermanos:
Todo el que cree que Jesús es el Mesías, ha nacido de Dios. Todo el que ama a un padre, ama también a los hijos de éste. Conocemos que amamos a los hijos de Dios, en que amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos, pues el amor de Dios consiste en que cumplamos sus preceptos. Y sus mandamientos no son pesados, porque todo el que ha nacido de Dios vence al mundo. Y nuestra fe es la que nos ha dado la victoria sobre el mundo. Porque, ¿quién es el que vence al mundo? Sólo el que cree que Jesús es el Hijo de Dios.
Jesucristo es el que se manifestó por medio del agua y de la sangre; él vino, no sólo con agua, sino con agua y con sangre. Y el Espíritu es el que da testimonio, porque el Espíritu es la verdad.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Juan (20, 19-31)
Gloria a ti, Señor.
Al anochecer del día de la resurrección, estando cerradas las puertas de la casa donde se hallaban los discípulos, por miedo a los judíos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo:
“La paz esté con ustedes”.
Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Cuando los discípulos vieron al Señor, se llenaron de alegría.
De nuevo les dijo Jesús:
“La paz esté con ustedes.
Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo”. Después de decir esto, sopló
sobre ellos y les dijo:
“Reciban al Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar”.
Tomás, uno de los Doce, a quien llamaban el Gemelo, no estaba con ellos cuando vino Jesús, y los otros discípulos le decían:
“Hemos visto al Señor”.
Pero él les contestó:
“Si no veo en sus manos la señal de los clavos y si no meto mi dedo en los agujeros de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré”.
Ocho días después, estaban reunidos los discípulos a puerta cerrada y Tomás estaba con ellos. Jesús se presentó de nuevo en medio de ellos y les dijo:
“La paz esté con ustedes”.
Luego le dijo a Tomás:
“Aquí están mis manos; acerca tu dedo. Trae acá tu mano, métela en mi costado y no sigas dudando, sino cree”. Tomás le respondió: “¡Señor mío y Dios mío!”
Jesús añadió:
“Tú crees porque me has visto; dichosos los que creen sin haber visto”.
Otras muchas señales milagrosas hizo Jesús en presencia de sus discípulos, pero no están escritas en este libro. Se escribieron éstas para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengan vida en su nombre.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Comentario a la palabra de Dios
Que el Dios de la vida que resucitó a Jesucristo de entre los muertos rompiendo las ataduras del pecado y de la muerte que nos ataban, esté con todos ustedes.
Una vez ocurrida la muerte de Jesús, los discípulos sienten el miedo ante las represalias que puedan tomar contra ellos los judíos.

Pero las cosas comienzan a cambiar, pues Jesús se presenta en medio de ellos comunicándoles su paz, uno de los frutos de la resurrección; con su saludo restaura la paz que habían perdido. 
Al presentarse les muestra sus manos y su costado, estas son las pruebas concretas de su pasión y muerte, son los indicadores de que el mismo que murió en la cruz es el mismo que resucitó. Estos signos son ahora no ya signos de dolor sino realmente los signos de su amor entregado y de su victoria sobre el pecado y sobre la muerte. 
Su presencia fue causa de alegría y de disipación de temores y de miedos.
Luego Jesús les comunica su Espíritu para darles la fuerza necesaria para enfrentar el mundo y anunciar lo que han visto y oído, porque la muerte no tiene poder sobre Cristo.
Pero sucedió que uno de ellos, Tomás, no estaba con el resto ese día, y no creyó a lo que le decían sus compañeros. No acepta que lo hayan visto y exige una prueba para creer. No se da cuenta que su testarudez lo lleva a quedarse en su falta de fe y en pedir signos y pruebas en vez de aceptar el testimonio de sus hermanos y de abrir el corazón para buscar y dejar que el Resucitado entre en su vida definitivamente.
Pero llegó el día en que se le presentó Jesús y le dijo: «Trae aquí tu dedo, mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino fiel». Y Tomás pronuncia su confesión de fe diciendo: “Señor mío y Dios mío”. 
Por su actitud incrédula será reprochado por parte de Jesús, que llama bienaventurados a todos los que sin verlo ni tocarlo tendrán que descubrirlo en la comunidad y palpar en ella su presencia siempre viva y resucitada. Esto es un llamado de atención para todos, pues también al resto le costó creer en el resucitado, y es un mensaje especial para todos nosotros y todos aquellos que ya no hemos convivido con el Jesús histórico y hemos recibido el Cristo de la fe, pero se trata de aceptar en nuestras vidas a JESUCRISTO, pues el mismo crucificado es el mismo resucitado.
De ahora en más, Jesús se hace presente en la comunidad, en la iglesia comunidad de hermanos en la fe que a su vez debe ser expresión de amor, de unión, de fe, de vida, de alegría... Una comunidad que sea reflejo de las primeras comunidades como describe el libro de los Hechos (4,32-35): "Lo poseían todo en común".
Este texto es un llamado a vivir en nuestras comunidades haciendo presente al resucitado viviendo como Él nos enseñó y confiando en su palabra y en su presencia viva y eficaz en medio nuestro. Amén. 









martes, 3 de abril de 2012

Preparándonos para la Pascua... en oración

Querido hermano, querida hermana, te dejo esta oración de un anónimo que encontré, a lo mejor pueda ayudarnos a ir preparando el corazón para la Pascua unidos en oración:


"Señor y Dios mío, fuerza de amor insondable que llena mi alma y mi vida.
Gracias por este momento de oración, por regalarme tu presencia hermosa, 
por sentirme profundamente amado por ti, gratuitamente amado por ti. 
Sé que confías en mí más que lo que confío en mi mismo. 
Sé que me amas con amor eterno, con un amor pleno y purísimo.
Me miro y siento tu presencia en mi vida, y me avergüenzo de mis miserias, de mis pecados, pero veo la grandeza y hermosura de tu amor y mi corazón estalla en lágrimas de amor, 
en un torrente de lágrimas porque no puede comprender tanto amor gratuito, TANTO AMOR que se dona sin esperar nada a cambio, aún sabiendo que puede ser traicionado. 
Para Ti no hay límites en el amar, me pides que te ame como soy, y que ese amor con el que te amo, pequeño reflejo del GRAN AMOR que me das, es y será lo que me irá mostrando que sólo basta amar, y que Tu amor me purifica y me purificará de todo lo que no es tuyo y que me aparta de Ti o paraliza mi espíritu.
Gloria y alabanzas a Ti, mi Dios y Señor, mi Amor y mi Todo, mi Rey y Señor, Bondad plena, sin Ti, sin tu amor no puedo ya vivir, y me rindo y quiero rendirme a tus pies. 
Quiero que me hagas experimentar, aunque sea, una minúscula parte de ese gran amor que experimentaste Señor cuando dabas tu vida por mí en esa cruz.
¡Te amor mi Señor! 
¡¡Gracias por pensarme y amarme desde la eternidad!! 
Amén".