domingo, 31 de julio de 2011

Décimoctavo Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo A



Domingo 31 de Julio, 2011
Día del Señor
Dios mío, ven en mi ayuda
Abres, Señor, tu mano y nos sacias de favors

Lectura del libro del profeta Isaías (55, 1-3)
Esto dice el Señor: “Todos ustedes, los que tienen sed, vengan por agua; y los que no tienen dinero, vengan, tomen trigo y coman; tomen vino y leche sin pagar. ¿Por qué gastar el dinero en lo que no es pan y el salario, en lo que no alimenta?
Escúchenme atentos y comerán bien, saborearán platillos sustanciosos. Préstenme atención, vengan a mí, escúchenme y vivirán.
Sellaré con ustedes una alianza perpetua, cumpliré las promesas que hice a David”.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 144
Abres, Señor, tu mano y nos sacias de favores.

El Señor es compasivo y misericordioso, lento para enojarse y generoso para perdonar. Bueno es el Señor para con todos y su amor se extiende a todas sus creaturas.

A ti, Señor, sus ojos vuelven todos y tú los alimentas a su tiempo. Abres, Señor, tus manos generosas y cuantos viven quedan satisfechos.

Siempre es justo el Señor en sus designios y están llenas de amor todas sus obras. No está lejos de aquellos que lo buscan; muy cerca está el Señor, de quien lo invoca.

Segunda Lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los romanos (8, 35. 37-39)
Hermanos: ¿Qué cosa podrá apartarnos del amor con que nos ama Cristo? ¿Las tribulaciones? ¿Las angustias? ¿La persecución? ¿El hambre? ¿La desnudez? ¿El peligro? ¿La espada?
Ciertamente de todo esto salimos más que victoriosos, gracias a aquel que nos ha amado; pues estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni el presente ni el futuro, ni los poderes de este mundo, ni lo alto ni lo bajo, ni creatura alguna podrá apartarnos del amor que nos ha manifestado Dios en Cristo Jesús.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Mateo (14, 13-21)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan el Bautista, subió a una barca y se dirigió a un lugar apartado y solitario. Al saberlo la gente, lo siguió por tierra desde los pueblos. Cuando Jesús desembarcó, vio aquella muchedumbre, se compadeció de ella y curó a los enfermos.
Como ya se hacía tarde, se acercaron sus discípulos a decirle: “Estamos en despoblado y empieza a oscurecer. Despide a la gente para que vayan a los caseríos y compren algo de comer”. Pero Jesús les replicó:
“No hace falta que vayan.
Denles ustedes de comer”.
Ellos le contestaron:
“No tenemos aquí más que cinco panes y dos pescados”.
El les dijo: “Tráiganmelos”.
Luego mandó que la gente se sentara sobre el pasto.
Tomó los cinco panes y los dos pescados, y mirando al cielo, pronunció una bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos para que los distribuyeran a la gente.
Todos comieron hasta saciarse, y con los pedazos que habían sobrado, se llenaron doce canastos. Los que comieron eran unos cinco mil hombres, sin contar a las mujeres y a los niños.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Comentario a la Palabra de Dios

Queridos hermanos y hermanas, que el Dios de la vida permanezca siempre con todos ustedes y que la paz de Cristo habite en sus corazones y sean signo de la presencia del Amor en medio del mundo por medio de la acción del Espíritu Santo.
La lectura de este domingo es una exhortación que ofrece una clave de lectura para comprender toda la segunda parte del libro., y termina con el texto que compara la Palabra de Dios con la lluvia.
tanto el hambre como la sed son necesidades fundamentales, esta necesidad vital mirada desde la fe sirve para mostrarnos que la Palabra de Dios es algo más que un mensaje divino; es necesidad que alimenta nuestro ser y nos da vida.
así la Palabra de Dios se convierte en un manjar que puede ser degustado por pura gratuidad.
El profeta Isaías nos invita a degustar los dones que Dios nos ofrece. Lo mismo sucede con la Palabra de Dios, donde se nos invita y llama a hacer de estevalle de lágrimas’ un jardín  donde florezca la justicia y la sabiduría (Sal 72, 1-9).
La multiplicación de los panes y los peces nos invita a considerar que no es únicamente con la satisfacción de las necesidades básicas lo que nos conduce al Reino de los Cielos. Jesús viendo a la multitud pidió a los discípulos que ayudaran a cubrir las necesidades de la gente, pero los discípulos no supieron responder, es muy fácil -cuando no se tienen los medios necesarios para cubrir las necesidades- despedir a la multitud hambrienta para que cada cual consiga lo necesario para subsistirJesús no quiere eso, sino que él mismo pide a los  suyos que sean ellos quienes se ofrezcan a ser agentes solidarios entre el pueblo, ofreciendo lo que son y lo que tienen por poco que sea.
Lo que Jesús quiere con todo esto es que se hagan cargo los discípulos de la gente, que sean solidarios y compasivos con ellos, y que a su vez sepan que Dios puede hacer algo más a partir de lo poco que puedan a portar. Así, a partir de unos pocos panes y peces se realiza el milagro de la multiplicación saciando a la multitud.
Tal milagro nos pone en sintonía con la primera lectura del profeta, y es en y con Jesús que se ven realizadas las promesas de Dios sobre su pueblo: ser alimentados no sólo del pan material sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.
Miremos nuestras vidas, ¿qué es de lo que tenemos habre y sed? Jesús nos invita a tener hambre y sed del verdadero alimento que sacia y da la vida: su Palabra.
Que nada ni nadie pueda apartarnos del amor de Dios que es capaz de llenar una vida, busquemos primero el Reino de Dios y su justicia y lo demás vendrá por añadidura.
Amén.
 

viernes, 15 de julio de 2011

Domingo XVII del Tiempo Ordinario - Ciclo A

Domingo 24 de julio de 2011

Primer Libro de los Reyes 3,5.7-12. 
En Gabaón, el Señor se apareció a Salomón en un sueño, durante la noche. Dios le dijo: "Pídeme lo que quieras".
Y ahora, Señor, Dios mío, has hecho reinar a tu servidor en lugar de mi padre David, a mí, que soy apenas un muchacho y no sé valerme por mí mismo.
Tu servidor está en medio de tu pueblo, el que tú has elegido, un pueblo tan numeroso que no se puede contar ni calcular.
Concede entonces a tu servidor un corazón comprensivo, para juzgar a tu pueblo, para discernir entre el bien y el mal. De lo contrario, ¿quién sería capaz de juzgar a un pueblo tan grande como el tuyo?".
Al Señor le agradó que Salomón le hiciera este pedido, y Dios le dijo: "Porque tú has pedido esto, y no has pedido para ti una larga vida, ni riqueza, ni la vida de tus enemigos, sino que has pedido el discernimiento necesario para juzgar con rectitud, yo voy a obrar conforme a lo que dices: Te doy un corazón sabio y prudente, de manera que no ha habido nadie como tú antes de ti, ni habrá nadie como tú después de ti.

Salmo 119(118), 57.72.76-77.127-128.129-130. 
El Señor es mi herencia: yo he decidido cumplir tus palabras.
Para mí vale más la ley de tus labios que todo el oro y la plata.
Que tu misericordia me consuele, de acuerdo con la promesa que me hiciste.
Que llegue hasta mí tu compasión, y viviré, porque tu ley es toda mi alegría.

Por eso amo tus mandamientos y los prefiero al oro más fino.
Por eso me guío por tus preceptos y aborrezco todo camino engañoso.
Tus prescripciones son admirables: por eso las observo.
La explicación de tu palabra ilumina y da inteligencia al ignorante.
Carta de San Pablo a los Romanos 8,28-30. 
Sabemos, además, que Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman, de aquellos que él llamó según su designio.
En efecto, a los que Dios conoció de antemano, los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que él fuera el Primogénito entre muchos hermanos; y a los que predestinó, también los llamó; y a los que llamó, también los justificó; y a los que justificó, también los glorificó.

Evangelio según San Mateo 13,44-52. 
El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo.
El Reino de los Cielos se parece también a un negociante que se dedicaba a buscar perlas finas; y al encontrar una de gran valor, fue a vender todo lo que tenía y la compró.
El Reino de los Cielos se parece también a una red que se echa al mar y recoge toda clase de peces.
Cuando está llena, los pescadores la sacan a la orilla y, sentándose, recogen lo bueno en canastas y tiran lo que no sirve. Así sucederá al fin del mundo: vendrán los ángeles y separarán a los malos de entre los justos, para arrojarlos en el horno ardiente. Allí habrá llanto y rechinar de dientes.
¿Comprendieron todo esto?". "Sí", le respondieron. Entonces agregó: "Todo escriba convertido en discípulo del Reino de los Cielos se parece a un dueño de casa que saca de sus reservas lo nuevo y lo viejo". 
Comentario a la Palabra de Dios
            Queridos hermanos y hermanas, que el Dios de la vida permanezca siempre con todos ustedes y que la paz de Cristo habite en sus corazones y sean signo de la presencia del Amor en medio del mundo por medio de la acción del Espíritu Santo.
            El evangelio de hoy nos muestra algunas comparaciones usadas por Jesús para explicar qué es el Reino de los Cielos. Cada uno de estas comparaciones destacan algo de los que significa este Reino, o de cómo se debe uno comportar siendo discípulo del Reino de los Cielos.
La primera comparación nos dice que el Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo, y que un hombre al encontrarlo lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo. Y la segunda es muy similar, sólo que con algunas cosas distintas: en este caso es un negociante de perlas que se dedicaba a buscar perlas finas; y al encontrar una de gran valor, vende todo lo que tiene y la compra. Las dos parábolas hablan de encontrar algo de GRAN VALOR, y de vender todo con tal de tener ese GRAN TESORO o PERLA. En el primero de los casos, el hombre se encuentra –aparentemente sin buscar- con un tesoro, que guarda cuidadosamente y para poseer ese tesoro vende todo y compra el campo donde está ese tesoro. Si bien no busca ese tesoro, lo encuentra y hace lo posible por tenerlo, hasta el comprar ese campo donde el mismo se encuentra. La segunda se refiere a alguien que es experto en el tema, y encuentra lo que busca, un perla de gran valor.
Es decir, a veces uno, no estando en el camino del Señor, puede darse que mediante algún signo descubra esa gran realidad que es Jesucristo, o puede suceder también, que alguien que está en el camino del Señor, y en su búsqueda logre alcanzarlo y haga lo posible por “tenerlo” consigo. En los dos casos es necesario “pagar un precio”, y es el precio de la vida misma, a la cual no se le puede poner precio, por eso, quien encuentra o se encuentra con Jesús descubre que todo vale muy poco con tal de conseguir y tenerlo, seguir su camino y estar con Él. De ahí la necesidad de “venderlo todo” para quedarse sólo con aquello que es lo esencial y el sentido de la vida: Jesucristo.
La otra parábola se refiere a que el Reino de los Cielos se parece a una red que se echa al mar y recoge toda clase de peces, y que cuando está llena, los pescadores la sacan a la orilla y, recogen lo bueno en canastas y tiran lo que no sirve: ¡todos! -sin excepción- estamos invitados a formar parte de este Reino de los Cielos, sólo que quien se implica en este camino, de seguir al Cristo, debe vivir conforme y en modo coherente con tal elección, por eso si bien todos somos invitados, no todos responden, o no responden de la misma manera.
            Para esto necesitamos sabiduría, para poder discernir, gustar y vivir bien lo que Dios nos pide; y debemos pedir dicha sabiduría como lo hizo Salomón, para poder “gobernar” nuestra vida según la voluntad de Dios y no nuestros caprichos o antojos. Además, sabemos, que “Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman, de aquellos que él llamó según su designio”. Por eso no debemos temer, pues Él nos ama y sabe lo que nos hace falta, y nos llama con amor a formar parte de su Reino, porque “a los que Dios conoció de antemano, los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que él fuera el Primogénito entre muchos hermanos; y a los que predestinó, también los llamó; y a los que llamó, también los justificó; y a los que justificó, también los glorificó”. Amén.

martes, 12 de julio de 2011

Decimosexto Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo A

Domingo 17 de Julio, 2011

Día del Señor
, Señor, eres bueno y clemente
Señor Dios, tú eres mi auxilio

Primera Lectura
Lectura del libro de la Sabiduría (12, 13. 16-19)
No hay más Dios que tú, Señor, que cuidas de todas las cosas. No hay nadie a quien tengas que rendirle cuentas de la justicia de tus sentencias. Tu poder es el fundamento de tu justicia, y por ser el Señor de todos, eres misericordioso con todos.
Tú muestras tu fuerza a los que dudan de tu poder soberano y castigas a quienes, conociéndolo, te desafía. Siendo tú el dueño de la fuerza, juzgas con misericordia y nos gobiernas con delicadeza, porque tienes el poder y lo usas cuando quieres.
Con todo esto has enseñado a tu pueblo que el justo debe ser humano, y has llenado a tus hijos de una  dulce esperanza, ya que al pecador le das tiempo para que se arrepienta.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 85
Tú, Señor, eres bueno y clemente.
Puesto que eres, Señor, bueno y clemente y todo amor con quien tu nombre invoca, escucha mi oración y a mi súplica da respuesta pronta.
Tú, Señor, eres bueno y clemente.
Señor, todos los pueblos vendrán para adorarte y darte gloria, pues sólo tú eres Dios, y tus obras, Señor, son portentosas.
Tú, Señor, eres bueno y clemente.
Dios entrañablemente compasivo, todo amor y lealtad, lento a la cólera, ten compasión de mí, pues clamo a ti, Señor, a toda hora.
Tú, Señor, eres bueno y clemente.

Segunda Lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los romanos (8, 26-27)
Hermanos: El Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad, porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene; pero elEspíritu mismo intercede por nosotros con gemidos que no pueden expresarse con palabras. Y Dios, que conoce profundamente los corazones, sabe lo que el Espíritu quiere decir, porque el Espíritu  ruega conforme a la voluntad de Dios, por los que le pertenecen.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.      

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Mateo (13, 24-43)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús propuso esta parábola a la muchedumbre: “El Reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero mientras los trabajadores dormían, llegó un enemigodel dueño, sembró cizaña entre el trigo y se marchó.
Cuando crecieron las plantas y se empezaba a formar la espiga, apareció también la cizaña. Entonces los trabajadores fueron a decirle al amo: ‘Señor, ¿qué no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde, pues, salió esta cizaña?’
El amo les respondió: ‘De seguro lo hizo un enemigo mío’.
Ellos le dijeron: ‘¿Quieres que vayamos a arrancarla?’ Pero él les contestó: ‘No. No sea que al arrancar la cizaña, arranquen también el trigo. Dejen que crezcan juntos hasta el tiempo de la cosecha y, cuando llegue la cosecha, diré a los segadores:
Arranquen primero la cizaña y átenla en gavillas para quemarla; y luego almacenen el trigo en mi granero’”.
Luego les propuso esta otra parábola: “El Reino de los cielos es semejante a la semilla de mostaza que un hombre siembra en un huerto. Ciertamente es la más pequeña de todas las semillas, pero cuandocrece, llega a ser más grande que las hortalizas y se convierte en un arbusto, de manera que los pájaros vienen y hacen su nido en las ramas”.
Les dijo también otra parábola:
“El Reino de los cielos se parece a un poco de levadura que tomó una mujer y la mezcló con tres medidas de harina, y toda la masa acabó por fermentar”.
Jesús decía a la muchedumbre todas estas cosas con parábolas, y sin parábolas nada les decía, para que se cumpliera lo que dijo el profeta:
Abriré mi boca y les hablaré con parábolas; anunciaré lo que estaba oculto desde la creación del mundo.
Luego despidió a la multitud y se fue a su casa. Entonces se le acercaron sus discípulos y le dijeron: “Explícanos la parábola de la cizaña sembrada en el campo”.
Jesús les contestó:
“El sembrador de la buena semilla es el Hijo del hombre, el campo es el mundo, la buena semilla son los ciudadanos del Reino, la cizaña son los partidarios del maligno, el enemigo que la siembra es el diablo, el tiempo de la cosecha es el fin del mundo, y los segadores son los ángeles.
Y así como recogen la cizaña y la queman en el fuego, así sucederá al fin del mundo: el Hijo del hombre enviará a sus ángeles para que arranquen de su Reino a todos los que inducen a otros al pecado y a todos los malvados, y los arrojen en el horno encendido. Allí será el llanto y la desesperación.
Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Comentario a la Palabra de Dios
            Queridos hermanos y hermanas, que el Dios de la vida permanezca siempre con todos ustedes y que la paz de Cristo habite en sus corazones y sean signo de la presencia del Amor en medio del mundo por medio de la acción del Espíritu Santo.
            Continuamos este domingo con las comparaciones que Jesús realiza, tomadas de la vida cotidiana misma. La vez pasada era la parábola del sembrador; ahora se trata de la parábola –entre otras que se anuncian hoy- la del trigo y la cizaña.
Y la comparación que Jesús propone a la muchedumbre se refiere al Reino de los cielos, que “se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero mientras los trabajadores  dormían, llegó un  enemigo del dueño, sembró cizaña entre el trigo y se marchó”.
La escena nos dice de dos siembras, una de algo bueno y otra de algo mal, ambas realizadas por distintas personas. Nadie notó nada extraño hasta que comenzó a crecer el trigo y junto con él la cizaña. Fue entonces cuando los trabajadores fueron a decirle al amo: “’Señor, ¿qué no sembraste buena  semilla en tu campo? ¿De dónde, pues, salió esta cizaña?’ El amo les respondió: ‘De seguro lo hizo un enemigo mío’. Ellos le dijeron: ‘¿Quieres que vayamos a arrancarla?’ Pero él les contestó: ‘No. No sea que al arrancar la cizaña, arranquen también el trigo.  Dejen que crezcan juntos hasta el tiempo de la cosecha y, cuando llegue la cosecha, diré a los segadores: Arranquen primero la cizaña y átenla en gavillas para quemarla; y luego almacenen el trigo en mi granero’”.
            Una vez marchada la gente, entonces se le acercaron sus discípulos y le dijeron que les explicara la parábola de la cizaña sembrada en el campo.
Jesús les contestó: “El sembrador de la buena semilla es el Hijo del hombre, el campo es el mundo, la buena semilla son los ciudadanos del Reino, la cizaña son los partidarios del maligno, el enemigo que la siembra es el diablo, el tiempo de la cosecha es el fin del mundo, y los segadores son los ángeles. Y así como recogen la cizaña y la queman en el fuego, así sucederá al fin del mundo: el Hijo del hombre enviará a sus ángeles para que arranquen de su Reino a todos los que inducen a otros al pecado y a todos los malvados, y los arrojen en el horno encendido. Allí será el llanto y la desesperación.
Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga”.
            Si bien la parábola ya tiene su explicación, podemos enriquecer la explicación desde las otras dos lecturas de la liturgia de hoy.
            Notemos cómo en el diálogo de los trabajadores con su señor, hay una diferencia, los primeros quieren arrancar la cizaña de una vez por todas para que el trigo pueda crecer sin problema, pero el dueño del campo se los prohíbe, porque dice que se puede correr el riesgo de cortar cizaña y trigo a la vez, y eso sería desastroso.
El libro de la Sabiduría nos dice algo al respecto de lo que significa esta actitud de espera del dueño del campo. Dice en una parte: “Siendo tú el dueño de la fuerza, juzgas con misericordia y nos gobiernas  con delicadeza, porque tienes el poder y lo usas cuando quieres”. Dios es el dueño del campo que es el mundo, y si bien tiene poder sobre él, obra con misericordia y delicadeza, porque el poder más grande de Dios es su misericordia. El Señor no quiere que corten la cizaña sino que les da una oportunidad. Si bien la cizaña no puede transformarse en trigo y viceversa, podemos ver que en el mundo se dan juntos hombres y mujeres tanto buenos como malos (o que no llegan a descubrir la bondad por distintas situaciones y circunstancias de la vida). Es más, dentro de cada uno de nosotros se debaten el trigo y la cizaña, y con todo esto Dios enseña a su pueblo que el justo debe ser humano, debe comportarse  como buena persona, y con esto nos deja una lección: que nos llena a nosotros -sus hijos- de una  “dulce esperanza, ya que al  pecador le das tiempo para que se arrepienta”.
El Señor no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva, por eso nos mira con compasión, con amor, con misericordia, y nos da una esperanza de vida junto a Él, sólo que si no hay un cambio de nuestra parte, ese tiempo de gracia que nos concede un día se terminará, porque no podemos vivir negando siempre la gracia que viene de Él si en verdad queremos volver a Él y seguir sus huellas.
Por eso, como dice san Pablo, “El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad, porque nosotros  no sabemos pedir lo que nos conviene; pero elEspíritu mismo intercede por nosotros...” sólo que debemos estar atento al paso de Dios en nuestra vida para no desaprovechar las oportunidades que Él nos da.
Sí, y esto es así porque “Dios, que conoce profundamente los corazones, sabe lo que el Espíritu  quiere decir, porque el Espíritu  ruega conforme a la voluntad de Dios, por los que le pertenecen”.
            Vivamos entonces con una actitud de conversión, y si no la tenemos, pidamos a Dios que nos conceda esta gracia, para que en el día a día, donde nos encontramos con la cizaña y el trigo, sepamos que Dios nos espera, que nos tiene paciencia, que nos sostiene y acompaña, y que quiere nuestra salvación. Amén.

lunes, 4 de julio de 2011

Decimoquinto Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo A


Domingo 10 de Julio, 2011

Día del Señor
Señor, danos siempre de tu agua
Dichosos los que se acercan a tu altar, Señor

Primera Lectura
Lectura del libro del profeta Isaías (55, 10-11)
Esto dice el Señor: “Como bajan del cielo la lluvia y la nieve y no vuelven allá, sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, a fin de que dé semilla para sembrar y pan para comer, así será la palabra que sale de mi boca: no volverá a mí sin resultado, sino que hará mi voluntad y cumplirá su misión”.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 64
Señor, danos siempre de tu agua.
Señor, tú cuidas de la tierra, la riegas y la colmas de riqueza.  Las nubes del Señor van por los campos, rebosantes de agua, como acequias.
Señor, danos siempre de tu agua.
Tú preparas las tierras para el trigo: riegas los surcos, aplanas los terrenos, reblandeces el suelo con la lluvia, bendices los renuevos.
Señor, danos siempre de tu agua.
Tú coronas el año con tus bienes, tus senderos derraman abundancia,  están verdes los pastos del desierto, las colinas con flores adornadas.
Señor, danos siempre de tu agua.
Los prados se visten de rebaños, de trigales los valles se engalanan. Todo aclama al Señor. Todo le canta.
Señor, danos siempre de tu agua.

Segunda Lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los romanos (8, 18-23)
Hermanos: Considero que los sufrimientos de esta vida no se pueden comparar con la gloria que un día  se manifestará en nosotros; porque toda la creación espera, con seguridad e impaciencia, la revelación de esa gloria de los hijos de Dios.
La creación está ahora sometida al desorden, no por su querer, sino por voluntad de aquel que la sometió.  Pero dándole al mismo tiempo esta esperanza: que también ella misma va a ser liberada de la esclavitud de la corrupción, para compartir la gloriosa libertad de los hijos de Dios.
Sabemos, en efecto, que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto; y no sólo ella, sino también nosotros, los que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente,  anhelando que se realice plenamente nuestra condición de hijos de Dios, la redención de nuestro cuerpo.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Mateo (13, 1-23)
Gloria a ti, Señor.
Un día salió Jesús de la casa donde se hospedaba y se sentó a la orilla del mar. Se reunió en torno suyo tanta gente, que él se vio obligado a subir a una barca, donde se sentó, mientras la gente permanecía en la orilla.
Entonces Jesús les habló de muchas cosas en parábolas y les dijo:
“Una vez salió un sembrador a sembrar, y al ir arrojando la semilla, unos granos cayeron a lo largo del camino; vinieron los pájaros y se los comieron. Otros granos cayeron en terreno pedregoso, que tenía poca tierra; ahí germinaron pronto, porque la tierra no era gruesa; pero cuando subió el sol, los brotes se marchitaron, y como no tenían raíces, se secaron.
Otros cayeron entre espinos, y cuando los espinos crecieron, sofocaron las plantitas.  Otros granos cayeron en tierra buena y dieron fruto: unos, ciento por uno; otros, sesenta; y otros, treinta. El que tenga oídos, que oiga”.
Después se le acercaron sus discípulos y le preguntaron: “¿Por qué les hablas en parábolas?” El les respondió: “A ustedes se les ha concedido conocer los misterios del Reino de los cielos, pero a ellos no. Al que tiene, se le dará más y nadará en la abundancia; pero al que tiene poco, aun eso poco se le quitará. Por eso les hablo en parábolas,  porque viendo no ven y oyendo no oyen ni entienden.
En ellos se cumple aquella profecía de Isaías que dice:
Oirán una y otra vez y no entenderán; mirarán y volverán a mirar, pero no verán; porque este pueblo ha endurecido su corazón, ha cerrado sus ojos y tapado sus oídos, con el fin de no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni comprender con el corazón. Porque no quieren convertirse ni que yo los salve.
Pero, dichosos ustedes, porque sus ojos ven y sus oídos oyen. Yo les aseguro que muchos profetas y muchos justos desearon ver lo que ustedes ven y no lo vieron y oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron.
Escuchen, pues, ustedes lo que significa la parábola del sembrador.
A todo hombre que oye la palabra del Reino y no la entiende, le llega el diablo y le arrebata lo sembrado  en su corazón. Esto es lo que significan los granos que cayeron a lo largo del camino.
Lo sembrado sobre terreno pedregoso significa al que oye la palabra y la acepta inmediatamente con alegría; pero, como es inconstante, no la deja echar raíces, y apenas le viene una tribulación o una persecución por causa de la palabra, sucumbe.
Lo sembrado entre los espinos representa a aquel que oye la palabra, pero las preocupaciones de la vida y la seducción de las riquezas la sofocan y queda sin fruto.
En cambio, lo sembrado en tierra buena representa a quienes oyen la palabra, la entienden y dan fruto: unos, el ciento por uno; otros, el sesenta; y otros, el treinta”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Comentario a la Palabra de Dios
            Queridos hermanos y hermanas, que el Dios de la vida permanezca siempre con todos ustedes y que la paz de Cristo habite en sus corazones y sean signo de la presencia del Amor en medio del mundo por medio de la acción del Espíritu Santo.
            El texto del Evangelio de hoy es bien conocido y en definitiva, al estar explicado no necesitaría mayores comentarios, pero es interesante poder adentrarnos en el texto y no mirarlo sólo por arriba, para que no nos pase lo que dice Jesús: “… porque viendo no ven y oyendo no oyen ni entienden.”
            Si comenzamos nuestro análisis desde la lectura de Isaías, podemos decir que el libro del Profeta está dividido en tres: una primera parte puede llamarse el libro de la denuncia,  una segunda parte del anuncio y una tercera parte la de la consolación. Si comenzamos a distinguir las partes podemos decir que el texto que hoy leemos pertenece al de la consolación y nos ayuda a dar una mirada sobre el Evangelio de hoy dándonos una pista de interpretación: Mediante una comparación se subraya el papel fundamental de la Palabra de Dios donde se ve la eficacia de su acción, así como la palabra pronunciada por Dios y que muestra su eficacia en el libro del Génesis creando.
La parábola del sembrador nos pone así en contacto con la profecía de consuelo del III° Isaías. Entonces la palabra de Dios es lluvia que hace fecunda la tierra: “Como bajan del cielo la lluvia y la nieve y no vuelven allá, sino después de empapar la tierra,  de fecundarla y hacerla germinar, a fin de que dé semilla para sembrar y pan para comer, así será la palabra que sale de mi boca: no volverá a mí sin resultado, sino que hará mi voluntad y cumplirá su misión”.
En el texto se describe el ciclo del agua que cae y empapa la tierra ayudando al terreno cultivado, hasta que vuelve al cielo de donde vino para luego reemprender su ciclo; así sucede con la Palabra de Dios, que proviniendo de la boca de Dios, hace fértil el terreno cultivado y realiza su mandato para lo que fue enviada.
La parábola destaca dos cosas muy importantes, y que tienen que ver con la realidad de la gracia y de la acción humana, pues la palabra se dirige a todos, pero sólo los granos que cayeron en tierra buena dieron fruto duradero: “unos, ciento por uno; otros, sesenta; y otros, treinta”. Es decir, la parábola describe varios estados de terrenos –personas- que reciben esa Palabra, nadie queda exento de recibirla, sin embargo, siendo Ésta eficaz, no logra que el terreno de fruto o el fruto esperado, porque el terreno no está del todo disponible.
La palabra de Dios actúa en la historia humana, en la vida de cada uno, en las personas que se dedican a preparar el terreno desde lo más sencillo, viviendo el amor de Dios con el hermano, un amor solidario; preparando el terreno desde la escucha atenta al hermano y el servicio generoso y desinteresado. Cuando la Palabra –semilla- encuentra el terreno preparado, entonces produce fruto y vuelve a Dios, en el sentido de que ya la vida no será igual, sino una vida en Dios y desde Dios, comprometida con ese amor del cual ese terreno ha sido y es testigo, entonces sigue produciendo sus frutos, los frutos queridos por Dios.
La misma Palabra de Dios se hace fecunda en aquellas comunidades donde las personas toman  una actitud de responsabilidad y compromiso con la historia de la humanidad, y no dejan que la Palabra sembrada se vuelva infecunda, sino que ayuda a vivir en la realidad y no desde espiritualismos desencarnados, que oprimen y matan el verdadero espíritu. La Palabra en una comunidad que está preparada en su terreno, debe ser portadora de lo cual es testigo en sus miembros y difundir ese testimonio desde la acción de Dios, siendo portadores de ese amor a toda la humanidad.
            Dispongámonos en nuestro espíritu, en nuestro corazón, preparando el lugar para acoger la Semilla de la Palabra y pueda dar frutos: “unos, ciento por uno; otros, sesenta; y otros, treinta”, según la disponibilidad de cada uno y el Espíritu lo permite. Amén.