martes, 16 de abril de 2013

Domingo del Buen Pastor


Cuarto Domingo de Pascua – Ciclo C




El Señor es nuestro Dios y nosotros su pueblo
Ha resucitado Jesús, el Buen Pastor



Primera Lectura
Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles (13, 14. 43-52)

En aquellos días, Pablo y Bernabé prosiguieron su camino desde Perge hasta Antioquía de Pisidia, y el sábado entraron en la sinagoga y tomaron asiento. Cuando se disolvió la asamblea, muchos judíos y prosélitos piadosos acompañaron a Pablo y a Bernabé, quienes siguieron exhortándolos a permanecer fieles a la gracia de Dios.
El sábado siguiente casi toda la ciudad de Antioquía acudió a oír la palabra de Dios. Cuando los judíos vieron una concurrencia tan grande, se llenaron de envidia y comenzaron a contradecir a Pablo con palabras injuriosas.
Entonces Pablo y Bernabé dijeron con valentía:
“La palabra de Dios debía ser predicada primero a ustedes; pero como la rechazan y no se juzgan dignos de la vida eterna, nos dirigiremos a los paganos. Así nos lo ha ordenado el Señor, cuando dijo: Yo te he puesto como luz de los paganos, para que lleves la salvación hasta los últimos rincones de la tierra”.
Al enterarse de esto, los paganos se regocijaban y glorificaban la palabra de Dios, y abrazaron la fe todos aquellos que estaban destinados a la vida eterna.
La palabra de Dios se iba propagando por toda la región. Pero los judíos azuzaron a las mujeres devotas de la alta sociedad y a los ciudadanos principales, y provocaron una persecución contra Pablo y Bernabé, hasta expulsarlos de su territorio.
Pablo y Bernabé se sacudieron el polvo de los pies, como señal de protesta, y se marcharon a Iconio, mientras los discípulos se quedaron llenos de alegría y del Espíritu Santo.

Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.


Salmo Responsorial Salmo 99
El Señor es nuestro Dios y nosotros su pueblo. Aleluya.

Alabemos a Dios todos los hombres, sirvamos al Señor con alegría y con júbilo entremos en su templo.

Reconozcamos que el Señor es Dios, que él fue quien nos hizo y somos suyos, que somos su pueblo y su rebaño.

Porque el Señor es bueno, bendigámoslo, porque es eterna su misericordia y su fidelidad nunca se acaba.


Segunda Lectura
Lectura del libro del Apocalipsis del apóstol san Juan (7, 9. 14-17)

Yo, Juan, vi una muchedumbre tan grande, que nadie podía contarla. Eran individuos de todas las naciones y razas, de todos los pueblos y lenguas. Todos estaban de pie, delante del trono y del Cordero; iban vestidos con una túnica blanca y llevaban palmas en las manos.
Uno de los ancianos que estaban junto al trono, me dijo: “Estos son los que han pasado por la gran persecución y han lavado y blanqueado su túnica con la sangre del Cordero.
Por eso están ante el trono de Dios y le sirven día y noche en su templo, y el que está sentado en el trono los protegerá continuamente. Ya no sufrirán hambre ni sed, no los quemará el sol ni los agobiará el calor. Porque el Cordero, que está en el trono, será su pastor y los conducirá a las fuentes del agua de la vida y Dios enjugará de sus ojos toda lágrima”.

Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Juan (10, 27-30)
Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: “Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy la vida eterna y no perecerán jamás; nadie las arrebatará de mi mano. Me las ha dado mi Padre, y él es superior a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi padre.
El Padre y yo somos uno”.

Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.


Comentario a la Palabra de Dios

Queridos hermanos y hermanas, que Jesucristo, el Buen Pastor resucitado de entre los muertos nos resucite también a nosotros y nos conduzca hacia reino eterno, y que su paz y su amor permanezcan siempre con ustedes.

La Iglesia nos propone -como es de costumbre en este domingo cuarto de pascua-, dedicarlo a la figura de Jesús Buen Pastor, y también con este motivo recordamos a los pastores del pueblo de Dios suscitados por Él para apacentar el rebaño.

La imagen del pastor, en tiempos de Jesús, era para el pueblo de Israel una figura muy común. Eran un pueblo de pastores, acostumbrados desde sus orígenes a ser nómades, pues dichos pastores acompañaban al rebaño a distintos lugares buscando encontrar pastos tiernos para que se alimentara el rebaño.

Hoy en día, en las tierras de Jesús todavía encontramos en ciertas partes esta imagen del pastor que acompaña y apacienta a sus ovejas.

La figura del pastor es muy importante para el rebaño, pues es quien en verdad las cuida, vela por ellas, las acompaña, las guía, las cura… y es quien pasa todo el tiempo con ellas; todo esto hace que haya una sintonía y conocimiento entre el pastor y las ovejas. El pastor conoce a cada una en forma especial, hasta le pone un nombre a cada una si es posible para identificarlas. Conoce y sabe cómo son todas y cada una, sabe de aquellas más débiles y de las robustas, sabe de las que son más distraídas y de las que siempre están alertas a cualquier cosa, sabe de las confiadas y de las desconfiadas, en definitiva, las conoce a cada una como son. 

Pero además, las ovejas conocen al pastor, saben quién es, lo reconocen y reconocen su vos y lo siguen, no así con un extraño. Las ovejas siguen su vos aún cuando no lo pueden ver, y siguen el sonido que hace el bastón (el callado) mientras va caminando, pues es lo que va marcando el camino para que ellas lo sigan, aún en la oscuridad, cuando la luz no está pero sienten el sonido de sus pasos y de su callado.

Es por eso que Jesús habla con razón de este Buen Pastor y su rebaño diciendo: “Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen”.

Sólo que Jesús, Pastor eterno, es mucho más que un simple pastor, pues Él no sólo nos acompaña, nos guía y sostiene, sino que hasta es capáz de algo mucho más grande: “Yo les doy la vida eterna y no perecerán jamás".

Pero también en Jesús nadie podrá arrebatarnos si estamos en sus manos, pues el Padre nos ha confiado en sus manos y tiene todo poder para realizar su obra, pues es capaz de dar su vida y de recobrarla en rescate por sus rebaño: "Me las ha dado mi Padre, y él es superior a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi padre. El Padre y yo somos uno”.

El pastoreo de Jesús sobre nosotros es de una dimensión mayor, pues él da la vida por sus ovejas, y esa vida entregada se convierte en vida para su rebaño, para cada una de sus ovejas, y esa vida entregada es vida eterna para la salvación de ellas.

Sí, es Jesús mismo quien nos sostiene, nos conoce por nombre y nos conduce a pastos tiernos, nos alimenta y nos cuida, y en su entrega definitiva nos regala su vida eterna.
Pidamos al Señor que siga siendo el Pastor de nuestras vidas y podamos escuchar su voz y seguirlo; pero también que sostenga y acompañe a los pastores de su Iglesia para sepan cuidar a su rebaño en la misión encomendada por Él.
Pidamos que hayan muchas y santas vocaciones, renovadas, que se entreguen desinteresadamente a Dios para ser pastores del rebaño de Dios. Amén.

domingo, 10 de febrero de 2013

Quinto Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo C




Primera Lectura
Lectura del libro del profeta Isaías (6, 1-2. 3-8)

El año de la muerte del rey Ozías, vi al Señor, sentado sobre un trono muy alto y magnífico. La orla de su manto llenaba el templo. Había dos serafines junto a él, con seis alas cada uno, que se gritaban el uno al otro:
“Santo, santo, santo es el Señor, Dios de los ejércitos; su gloria llena toda la tierra”. Temblaban las puertas al clamor de su voz y el templo se llenaba de humo.
Entonces exclamé:
“¡Ay de mí!, estoy perdido, porque soy un hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios impuros, porque he visto con mis ojos al Rey y Señor de los ejércitos”.
Después voló hacia mí uno de los serafines. Llevaba en la mano una brasa, que había tomado del altar con unas tenazas. Con la brasa me tocó la boca,
diciéndome: “Mira: Esto ha tocado tus labios. Tu iniquidad ha sido quitada y tus pecados están perdonados”.
Escuché entonces la voz del Señor que decía: “¿A quién enviaré? ¿Quién irá de parte mía?” Yo le respondí: “Aquí estoy, Señor, envíame”.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 137
Cuando te invocamos, Señor, nos escuchaste.

De todo corazón te damos gracias, Señor, porque escuchaste nuestros ruegos. Te cantaremos delante de tus ángeles, te adoraremos en tu templo.


Señor, te damos gracias por tu lealtad y por tu amor: siempre que te invocamos nos oíste y nos llenaste de valor.

Que todos los reyes de la tierra te reconozcan, al escuchar tus prodigios. Que alaben tus caminos, porque tu gloria es inmensa.


Tu mano, Señor, nos pondrá a salvo, y así concluirás en nosotros tu obra. Señor, tu amor perdura eternamente; obra tuya soy, no me abandones.


Segunda Lectura
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los corintios (15, 1-11)

Hermanos: Les recuerdo el Evangelio que yo les prediqué y que ustedes aceptaron y en el cual están firmes. Este Evangelio los salvará, si lo cumplen tal y como yo lo prediqué. De otro modo, habrán creído en vano.
Les transmití, ante todo, lo que yo mismo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, como dicen las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según estaba escrito; que se le apareció a Pedro y luego a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos reunidos, la mayoría de los cuales vive aún y otros ya murieron. Más tarde se le apareció a Santiago y luego a todos los apóstoles.
Finalmente, se me apareció también a mí, que soy como un aborto. Porque yo perseguí a la Iglesia de Dios y por eso soy el último de los apóstoles e indigno de llamarme apóstol. Sin embargo, por la gracia de Dios, soy lo que soy, y su gracia no ha sido estéril en mí; al contrario, he trabajado más que todos ellos, aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios, que está conmigo. De cualquier manera, sea yo, sean ellos, esto es lo que nosotros predicamos y esto mismo lo que ustedes han creído.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Lucas (5, 1-11)
Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, Jesús estaba a orillas del lago de Genesaret y la gente se agolpaba en torno suyo para oír la palabra de Dios. Jesús vio dos barcas que estaban junto a la orilla. Los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes. Subió Jesús a una de las barcas, la de Simón, le pidió que la alejara un poco de tierra, y sentado en la barca, enseñaba a la multitud.
Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: “Lleva la barca mar adentro y echen sus redes para pescar”. Simón replicó: “Maestro, hemos trabajado toda la noche y no hemos pescado nada; pero, confiado en tu palabra, echaré las redes”. Así lo hizo y atraparon tal cantidad de pescados, que las redes se rompían. Entonces hicieron señas a sus compañeros, que estaban en la otra barca, para que vinieran a ayudarlos. Vinieron ellos y llenaron tanto las dos barcas, que casi se hundían.
Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús y le dijo: “¡Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador!” Porque tanto él como sus compañeros estaban llenos de asombro al ver la pesca que habían conseguido. Lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.
Entonces Jesús le dijo a Simón:
“No temas; desde ahora serás pescador de hombres”. Luego llevaron las barcas a tierra, y dejándolo todo, lo siguieron.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Comentario de la Palabra de Dios
Queridos hermanos y hermanas en Cristo Jesús. 
Este hermoso pasaje del evangelio describe, por un lado, un simple hecho cotidiano de la vida de los pescadores y, a la vez, un hecho extraordinario obrado por el Señor.
La escena se presenta con Jesús como figura principal: Él está a orillas del lago de Genesaret predicando, y la gente se agolpa en torno a él para oír sus enseñanzas.
La gente está sedienta de Él, de su palabra, y por eso llegan multitudes a escucharlo. Jesús ve dos barcas que estaban junto a la orilla y pide subirse para predicar desde más adentro del mar. El hecho no es intrascendente, pues Jesús sabe bien lo que quiere.
Los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes, habían pasado una noche mala pues no habían pescado nada, lo cual significaba un problema para su economía, pues vivían de eso.
Mientras enseñaba, Jesús pidió subir a una de las barcas, a la de Simón; y le pidió que la alejara un poco de tierra y, sentado en la barca, predicaba la Buena Noticia a la multitud.
Cuando acabó de hablarles, dijo a Simón: “Lleva la barca mar adentro y echen sus redes para pescar”.
 
Simón replicó: “Maestro, hemos trabajado toda la noche y no hemos pescado nada; pero, confiado en tu palabra, echaré las redes”.
Seguramente Pedro habrá pensado: “qué puede saber un carpintero sobre la pesca”, pues Pedro y sus compañeros, que eran unos expertos al respecto, no habían pescado nada… y ahora, el Maestro se hace el entendido en el asunto y le pide que echen las redes al mar… ¡no tenía sentido! ya lo habían intentado toda la noche y habían fracasado rotundamente.
Pero luego de hacerle saber al Maestro que todo va a ser en vano porque no habían tenido suerte, algo impulsa a Pedro a hacer lo que Jesús pide, y es por eso que le dice a Jesús: “confiado en tu palabra, echaré las redes”. Quizás lo dijo porque había visto los signos que Jesús hacía, o tal vez como queriendo justificarse y no quedar en ridículo dejando la responsabilidad al Maestro que era quien daba tal orden de echar las redes nuevamente.
!Y así lo hicieron! y atraparon tal cantidad de pescados, que las redes se rompían. Entonces hicieron señas a sus compañeros, que estaban en la otra barca, para que vinieran a ayudarlos. Vinieron ellos y llenaron tanto las dos barcas, que casi se hundían.
Sí, ellos solos no habían pescado nada, pero en el nombre de Jesús habían realizado una pesca milagrosa, tanto que no podían solos y tuvieron que ayudarlos los de la otra barca.
Frente a semejante signo, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús y le dijo: “¡Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador!”.
Y es que Pedro se siente un pecador, pues frente a la persona de Jesús, y a la fuerza de su persona y de su palabra, le han hecho abrir los ojos y darse cuenta de la realidad de su vida, de su ser, de su existencia, de su persona; y por eso pide a Jesús que se aparte porque es un pecador. Se siente indigno de tener al Maestro al lado suyo, y es algo en lo que caemos muchas veces, nos sentimos tan indignos dentro de nosotros mismos que terminamos echando a Jesús de nuestras vidas, y lo que Él justamente quiere es acercarse y realizar sus signos en nosotros, y que confiados en su palabra podamos dejarlo obrar en nuestras vidas.
Sin embargo, Jesús le dice a Simón:
“No temas; desde ahora serás pescador de hombres”. Luego llevaron las barcas a tierra, y dejándolo todo, lo siguieron…
La predicación de Jesús es algo que no pasa desapercibido y que tiene una fuerza especial. Sólo cuando Jesús predica y manda obrar en su nombre se producen milagros, y es que su palabra es poderosa, es capaz de hacer producir frutos, es capaz de llevar a la conversión, su palabra llama, arrastra, atrae…
Pedro se siente aturdido frente a tal milagro, se siente indigno de que el Maestro esté en su barca, pues es la barca de un pecador.
Pero la presencia y la predicación del Maestro es purificadora. Es lo que sucedió con el profeta Isaías, que ante la presencia de Dios exclamó:
“¡Ay de mí!, estoy perdido, porque soy un hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios impuros, porque he visto con mis ojos al Rey y Señor de los ejércitos”.
Pero esta presencia y esta palabra son purificadoras, como la brasa que uno de los serafines lleva en la mano, tomada del altar con unas tenazas, y con la cual toca la boca de Isaías, diciéndole: “Mira: Esto ha tocado tus labios. Tu iniquidad ha sido quitada y tus pecados están perdonados”. Escuché entonces la voz del Señor que decía: “¿A quién enviaré? ¿Quién irá de parte mía?” Yo le respondí: “Aquí estoy, Señor, envíame”.
Sí, es el Señor el que hace posible el poder seguirlo, el poder estar unido a Él, Él nos purifica y nos va preparando para seguirlo, nos va capacitando para una misión, nos libera de nuestras faltas para poder amarlo con un corazón sincero y bien dispuesto.
Su palabra nos pone en presencia suya tal cual somos y nos ayuda a reconocernos necesitados de su misericordia y de su redención. Es así que el Señor va obrando y nos vuelve a decir a cada uno:
“No temas; desde ahora serás pescador de hombres”… y dejándolo todo, lo siguieron.
No tengamos miedo a la llamada de Jesús, él nos capacita para que seamos sus discípulos amados.
 
“Aquí estoy, Señor, envíame”. Amén.

sábado, 26 de enero de 2013

Tercer Domingo del tiempo ordinario – Ciclo C



Libro de Nehemías 8,2-4a.5-6.8-10. 
El sacerdote Esdras trajo la Ley ante la Asamblea, compuesta por los hombres, las mujeres y por todos los que podían entender lo que se leía. Era el primer día del séptimo mes. 
Luego, desde el alba hasta promediar el día, leyó el libro en la plaza que está ante la puerta del Agua, en presencia de los hombres, de las mujeres y de todos los que podían entender. Y todo el pueblo seguía con atención la lectura del libro de la Ley.
 
Esdras, el escriba, estaba de pie sobre una tarima de madera que habían hecho para esa ocasión. Junto a él, a su derecha, estaban Matitías, Semá, Anaías, Urías, Jilquías y Maaseías, y a su izquierda Pedaías, Misael, Malquías, Jasúm, Jasbadaná, Zacarías y Mesulám.
 
Esdras abrió el libro a la vista de todo el pueblo - porque estaba más alto que todos - y cuando lo abrió, todo el pueblo se puso de pie.
 
Esdras bendijo al Señor, el Dios grande y todo el pueblo, levantando las manos, respondió: "¡Amén! ¡Amén!". Luego se inclinaron y se postraron delante del Señor con el rostro en tierra.
 
Ellos leían el libro de la Ley de Dios, con claridad, e interpretando el sentido, de manera que se comprendió la lectura.
 
Entonces Nehemías, el gobernador, Esdras, el sacerdote escriba, y los levitas que instruían al pueblo, dijeron a todo el pueblo: "Este es un día consagrado al Señor, su Dios: no estén tristes ni lloren". Porque todo el pueblo lloraba al oír las palabras de la Ley.
 
Después añadió: "Ya pueden retirarse; coman bien, beban un buen vino y manden una porción al que no tiene nada preparado, porque este es un día consagrado a nuestro Señor. No estén tristes, porque la alegría en el Señor es la fortaleza de ustedes".
 

Salmo
 19(18),8.9.10.15. 
La ley del Señor es perfecta, 
reconforta el alma;
 
el testimonio del Señor es verdadero,
 
da sabiduría al simple.
 

Los preceptos del Señor son rectos,
 
alegran el corazón;
 
los mandamientos del Señor son claros,
 
iluminan los ojos.
 

La palabra del Señor es pura,
 
permanece para siempre;
 
los juicios del Señor son la verdad,
 
enteramente justos.
 

¡Ojalá sean de tu agrado
 
las palabras de mi boca,
 
y lleguen hasta ti mis pensamientos,
 
Señor, mi Roca y mi redentor!
 



Carta I de San Pablo a los Corintios
 12,12-30. 
Así como el cuerpo tiene muchos miembros, y sin embargo, es uno, y estos miembros, a pesar de ser muchos, no forman sino un solo cuerpo, así también sucede con Cristo. 
Porque todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu para formar un solo Cuerpo -judíos y griegos, esclavos y hombres libres- y todos hemos bebido de un mismo Espíritu.
 
El cuerpo no se compone de un solo miembro sino de muchos.
 
Si el pie dijera: "Como no soy mano, no formo parte del cuerpo", ¿acaso por eso no seguiría siendo parte de él?
 
Y si el oído dijera: "Ya que no soy ojo, no formo parte del cuerpo", ¿acaso dejaría de ser parte de él?
 
Si todo el cuerpo fuera ojo, ¿dónde estaría el oído? Y si todo fuera oído, ¿dónde estaría el olfato?
 
Pero Dios ha dispuesto a cada uno de los miembros en el cuerpo, según un plan establecido.
 
Porque si todos fueran un solo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo?
 
De hecho, hay muchos miembros, pero el cuerpo es uno solo.
 
El ojo no puede decir a la mano: "No te necesito", ni la cabeza, a los pies: "No tengo necesidad de ustedes".
 
Más aún, los miembros del cuerpo que consideramos más débiles también son necesarios,
 
y los que consideramos menos decorosos son los que tratamos más decorosamente. Así nuestros miembros menos dignos son tratados con mayor respeto,
 
ya que los otros no necesitan ser tratados de esa manera. Pero Dios dispuso el cuerpo, dando mayor honor a los miembros que más lo necesitan,
 
a fin de que no haya divisiones en el cuerpo, sino que todos los miembros sean mutuamente solidarios.
 
¿Un miembro sufre? Todos los demás sufren con él. ¿Un miembro es enaltecido? Todos los demás participan de su alegría.
 
Ustedes son el Cuerpo de Cristo, y cada uno en particular, miembros de ese Cuerpo.
 
En la Iglesia, hay algunos que han sido establecidos por Dios, en primer lugar, como apóstoles; en segundo lugar, como profetas; en tercer lugar, como doctores. Después vienen los que han recibido el don de hacer milagros, el don de curar, el don de socorrer a los necesitados, el don de gobernar y el don de lenguas.
 
¿Acaso todos son apóstoles? ¿Todos profetas? ¿Todos doctores? ¿Todos hacen milagros?
 
¿Todos tienen el don de curar? ¿Todos tienen el don de lenguas o el don de interpretarlas?
 

Evangelio según San Lucas
 1,1-4.4,14-21. 
Muchos han tratado de relatar ordenadamente los acontecimientos que se cumplieron entre nosotros, 
tal como nos fueron transmitidos por aquellos que han sido desde el comienzo testigos oculares y servidores de la Palabra.
 
Por eso, después de informarme cuidadosamente de todo desde los orígenes, yo también he decidido escribir para ti, excelentísimo Teófilo, un relato ordenado,
 
a fin de que conozcas bien la solidez de las enseñanzas que has recibido.
 
Jesús volvió a Galilea con del poder el Espíritu y su fama se extendió en toda la región.
 
Enseñaba en las sinagogas y todos lo alababan.
 
Jesús fue a Nazaret, donde se había criado; el sábado entró como de costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura.
 
Le presentaron el libro del profeta Isaías y, abriéndolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:
 
El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. El me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos
 
y proclamar un año de gracia del Señor.
 
Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él.
 
Entonces comenzó a decirles: "Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír".
 

 Comentario a la Palabra de Dios
         Queridos hermanos y hermanas, que el Dios de la vida permanezca siempre con todos ustedes y que su paz de Cristo habite en sus corazones y sean signo de la presencia del Amor en medio del mundo por medio de la acción del Espíritu Santo.
         El evangelista san Lucas será quien nos presente a Jesús en este año litúrgico, hoy se presenta él mismo dirigiendo su evangelio a Teófilo: inicia diciendo “Excelentísimo Teófilo”, significa “amigo de Dios”, y seguramente podemos decir que nos dedica a cada uno de nosotros el Evangelio, a los que queremos ser o somos amigos de Dios.
         Y continúa: “Muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que se han verificado entre nosotros. Siguiendo las tradiciones transmitidas por los que primero fueron testigos oculares y luego predicadores de la Palabra. Yo también, después de comprobarlo todo exactamente desde el principio, he resuelto escribírtelos por su orden para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido”.
         Después de la presentación que hace él mismo de lo que quiere comunicarnos, nos presenta a Jesús pasando desde el Jordán a Galilea donde va a hacer la mayor parte de su apostolado: “Jesús volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu y su fama se extendió por toda la comarca”.
         Jesús tenía “como treinta años”, entró en la sinagoga de su pueblo, tomó el rollo de la Biblia y leyó al profeta Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí porque Él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres…” y enrollando el libro se presentó él mismo como el Ungido de Dios: “hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír”.
         Por su parte, el libro de Nehemías nos relata cómo fue la presentación de la Ley en la “plaza de la puerta del Agua” a la multitud que había regresado del destierro de Babilonia. La gente adoró a Dios y escuchó emocionada hasta el llanto. Regresaban nuevamente a Jerusalén, y en este reencontrarse con la Palabra de Dios, veían lo lejos que estaban de haberla cumplido y por eso lloraban.
         Esdras, el sacerdote y escriba, y los levitas leían e interpretaban las Escrituras al pueblo, y junto con Nehemías el gobernador, insistían al pueblo diciendo: “Hoy es un día consagrado al Señor, no hagáis duelo ni lloréis”. Luego los despidieron mandándoles hacer fiesta: “No estéis tristes, pues el gozo en el Señor es vuestra fortaleza”, y que compartieran con aquellos que menos tenían atendiendo a las necesidades de los demás.
         El salmo responsorial hace hincapié en la fuerza de la Palabra de Dios: “Tus palabras, Señor, son espíritu y vida”, “la ley del Señor es perfecta y es descanso del alma…”.
         San Pablo a los Corintios enseña que todos formamos una unidad y hace esta comparación:
Lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos son un solo cuerpo, así también es Cristo”.
         Los cristianos que siendo muchos y diferentes formamos una unidad en Cristo, Él es la cabeza y nosotros los miembros, y  cada uno debe cumplir su función, manteniéndonos todos en la unidad (que no es lo mismo que uniformidad).
         Las lecturas nos dejan claramente un mensaje sobre la Palabra de Dios: Ella es guía, es alimento, es caricia, es bálsamo, es norma, es Dios, es Jesús, y debemos llevarla en nuestro corazón, ¿cómo? Acercándonos más a Ella, mediante la lectura y meditación, mediante el estudio serio, pues allí es donde nos alimentamos y donde somos sostenidos y donde nos confrontamos para vivir como lo hicieron los apóstoles, como verdaderos “amigos de Dios” (como verdaderos Teófilos), y en ella encontraremos la unidad en la diversidad, pues la misma Palabra será también portadora para nosotros de dones y carismas para el servicio de la comunidad en la unidad de Cristo, cabeza del cuerpo. Amén.

         “Sacia tu sed en el Antiguo Testamento para, seguidamente, beber del Nuevo. Si tú no bebes del primero, no podrás beber del segundo. Bebe del primero para atenuar tu sed, del segundo para saciarla completamente... Bebe de la copa del Antiguo Testamento y del Nuevo, porque en los dos es a Cristo a quien bebes. Bebe a Cristo, porque es la vid (Jn 15,1), es la roca que hace brotar el agua (1Co, 10,3), es la fuente de la vida (Sal 36,10). Bebe a Cristo porque él es “el correr de las acequias que alegra la ciudad de Dios” (Sal 45,5), él es la paz (Ef 2,14) y “de su seno nacen los ríos de agua viva” (Jn 7,38). Bebe a Cristo para beber de la sangre de tu redención y del Verbo de Dios. El Antiguo Testamento es su palabra, el Nuevo lo es también. Se bebe la Santa Escritura y se la come; entonces, en las venas del espíritu y en la vida del alma desciende el Verbo eterno. “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra de Dios” (Dt 8,3; Mt 4,4). Bebe, pues de este Verbo, pero en el orden conveniente. Bebe primero del Antiguo Testamento, y después, sin tardar, del Nuevo.
         Dice él mismo, como si tuviera prisa: “Pueblo que camina en las tinieblas, mira esta gran luz; tú, que habitas en un país de muerte, sobre ti se levanta una luz” (Is 9,1 LXX). Bebe, pues, y no esperes más y una gran luz te iluminará; no la luz normal de cada día, del sol o de la luna, sino esta luz que rechaza la sombra de la muerte”.
         San Ambrosio (c 340-397), obispo de Milán y maestro de San Agustín, doctor de la Iglesia 
Comentario al salmo 1, 33; CSEL 64, 28-30