jueves, 31 de diciembre de 2009

Santa María, Madre de Dios, solemnidad



Nm 6,22-27: Invocarán mi nombre sobre los israelitas y los bendeciré.
Sal 66,2-3.5.6.8: El Señor tenga piedad y nos bendiga.
Ga 4,4-7: Dios envió a su Hijo nacido de una mujer.
Lc 2,16-21: Encontraron a María y a José y al niño. A los ocho días le pusieron por nombre Jesús.

Nm 6,22-27: Invocarán mi nombre sobre los israelitas y los bendeciré.
El Señor habló a Moisés:
-«Di a Aarón y a sus hijos: Ésta es la fórmula con que bendeciréis a los israelitas: "El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor se fije en ti y te conceda la paz." Así invocarán mi nombre sobre los israelitas, y yo los bendeciré.»

Sal 66,2-3.5.6.8: El Señor tenga piedad y nos bendiga.
El Señor tenga piedad nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.

Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.

Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.

Ga 4,4-7: Dios envió a su Hijo nacido de una mujer.
Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción.
Como sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama; «¡Abba! Padre». Así que ya no eres esclavo, sino hijo, y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios.

Lc 2,16-21: Encontraron a María y a José y al niño. A los ocho días le pusieron por nombre Jesús.
En aquel tiempo, los pastores fueron corriendo a Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que les habían dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que les decían los pastores. Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho. Al cumplirse los ocho días, tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.

Comentario a la Palabra de Dios

Queridos hermanos y hermanas en Cristo hecho hombre por nuestra salvación.
Hoy celebramos la maternidad de María y a la vez damos inicio a un nuevo año que queremos sea vivido en el Señor.
El evangelio nos regala un breve episodio de la Sagrada Familia. Un hecho significativo porque recién nacido el salvador se presentan algunos pastores para adorar al niño. Y contaban todo lo que habían oído al ángel de Dios sobre Él. Mientras tanto, todo transcurría normal, pero María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.
Todo esto que María fue viviendo, los peligros por los que fue pasando, no terminaban porque había nacido Jesús, pero todo lo que iba sucediendo era para Ella motivo de contemplación de la obra salvadora de Dios.
La grandeza del nacimiento de Jesús se lo debemos a Dios, pero esto no hubiera sido posible sin el “¡Sí!” de María. Y es lo que estamos celebrando hoy: LA MATERNIDAD DE MARÍA.
En atención a los méritos de su hijo María fue preservada de todo pecado, pues de ella y en ella nacería el Dios-con-nosotros, el Dios-hecho-carne.
Ésta es la grandeza de María, mujer de silencio y de profunda unión con Dios, pues antes de concebir en su seno a su Hijo, ya había concebido a Dios en su corazón. Ella es la mujer de la fe viva y verdadera, no por ello se le ahorraron sacrificios y sufrimientos. El haber dado su respuesta afirmativa al Ángel de Dios,
Fue el inicio de un duro camino: el estar embarazada antes de tiempo, el peligro de ser apedreada porque al que llevaba en su seno no era de José, su esposo; el peligro de ser repudiada por José, el ser mirada con malos ojos por los demás…
Este es un día para dar gracias a Dios por lo que obró en María y a través de María, pues “cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción”.
Así, en María somos hijos, hijos de Dios, por eso podemos decir: «¡Abba! Padre». Pues ya no somos esclavos, sino hijos, y herederos de su gracia por voluntad de Dios.
Que este nuevo año que comenzamos en el Señor nos haga sentirnos cada vez más hijos en el Hijo, hijos de Dios y de María, y que sea bendecido con sus bendiciones.
Celebrar la maternidad de maría es un llamado para nosotros a crecer en el amor a María, sentirla como nuestra madre e imitarla en su amor a Dios, en su amor al prójimo, en su entrega desinteresada a la voluntad de Dios, a renunciar a su propio proyecto por seguir la voluntad de Dios sobre ella y sobre toda la humanidad con su maternidad divina.
Los invito a que juntos pongamos este año en manos de Dios,
para que:
El Señor tenga piedad nos bendiga, ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos, todos los pueblos tu salvación.

Que canten de alegría las naciones, porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud y gobiernas las naciones de la tierra.

Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.
Que Dios nos bendiga; que le teman hasta los confines del orbe.
Por último, y pidiendo de Dios su bendición, los bendigo:
"El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor se fije en ti y te conceda la paz." Amén.

viernes, 25 de diciembre de 2009

Solemnidad de la Natividad del Señor



Hoy nos ha nacido el Salvador
Regocíjese todo ante el Señor

Is 52,7-10: Los confines de la tierra verán la victoria de nuestro Dios.
¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la Buena Nueva, que pregona la victoria, que dice a Sión: «Tu Dios es Rey»!
Escucha, tus vigías gritan, cantan a coro, porque ven cara a cara al Señor, que vuelve a Sión. Romped a cantar a coro, ruinas de Jerusalén, que el Señor consuela a su pueblo, rescata a Jerusalén; El Señor desnuda su santo brazo a la vista de todas las naciones, y verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios.

Sal 97,1.2-3ab.3cd-4.5-6: Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios.
Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas:
su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo.

El Señor da a conocer su victoria,
revela a las naciones su justicia:
se acordó de su misericordia y su fidelidad
en favor de la casa de Israel.

Los confines de la tierra han contemplado
la victoria de nuestro Dios.
Aclama al Señor, tierra entera;
gritad, vitoread, tocad.

Tañed la cítara para el Señor,
suenen los instrumentos:
con clarines y al son de trompetas,
aclamad al Rey y Señor.

Hb 1,1-6: Dios nos ha hablado por su Hijo.
En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha ido realizando las edades del mundo. Él es reflejo de su gloria, impronta de su ser. Él sostiene el universo con su palabra poderosa. Y, habiendo realizado la purificación de los pecados, está sentado a la derecha de su majestad en las alturas; tanto más encumbrado sobre los ángeles, cuanto más sublime es el nombre que ha heredado. Pues, ¿a qué ángel dijo jamás: «Hijo mío eres tú, hoy te he engendrado», o: «Yo seré para él un padre, y él será para mí un hijo»? Y en otro pasaje, al introducir en el mundo al primogénito, dice: «Adórenlo todos los ángeles de Dios.»

Jn 1,1-18: La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros.
En el principio ya existía la Palabra,
y la Palabra estaba junto a Dios,
y la Palabra era Dios.
La Palabra en el principio estaba junto a Dios.
Por medio de la Palabra se hizo todo,
y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho.
En la Palabra había vida,
y la vida era la luz de los hombres.
La luz brilla en la tiniebla,
y la tiniebla no la recibió.
Surgió un hombre enviado por Dios,
que se llamaba Juan:
éste venía como testigo,
para dar testimonio de la luz,
para que por él todos vinieran a la fe.
No era él la luz, sino testigo de la luz.
La Palabra era la luz verdadera,
que alumbra a todo hombre.
Al mundo vino, y en el mundo estaba;
el mundo se hizo por medio de ella,
y el mundo no la conoció.
Vino a su casa, y los suyos no la recibieron.
Pero a cuantos la recibieron,
les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre.
Éstos no han nacido de sangre,
ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios.
Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros,
y hemos contemplado su gloria:
gloria propia del Hijo único del Padre,
lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él y grita diciendo:
«Éste es de quien dije:
"El que viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo."»
Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia.
Porque la ley se dio por medio de Moisés,
la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo.
A Dios nadie lo ha visto jamás:
Dios Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.

Comentario a la Palabra de Dios

Queridos hermanos y hermanas en Jesús, el Dios con nosotros.
Muy feliz Navidad para todos y que el Señor hecho carne como nosotros esté ahora y siempre con ustedes.
Las lecturas de este día nos hablan de este Mesías anunciado desde antiguo y cuya profecía se cumple hoy con su nacimiento en la carne.
Isaías nos invita a alegrarnos porque el Señor vuelve su rostro a su pueblo, “el Señor consuela a su pueblo, rescata a Jerusalén; el Señor desnuda su santo brazo a la vista de todas las naciones, y verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios”.
Por otra parte, en la carta a los Hebreos se nos habla de la venida de Jesús en la carne por la predilección que Dios tiene por nosotros, sus hijos, la humanidad que Él mismo creó. Tanto nos ama que nunca se cansó ni se cansará de ingeniárselas para tenernos con Él, junto a Él, es un Padre bueno que hasta llega a la locura de enviar a su hijo hecho carne y pecado por nosotros para morir en la cruz y así redimirnos con su muerte victoriosa y su gloriosa resurrección. “Pues, ¿a qué ángel dijo jamás: «Hijo mío eres tú, hoy te he engendrado», o: «Yo seré para él un padre, y él será para mí un hijo?».
¡¡Qué misterio más grande este Que Dios nos ame así con locura!!
Juan, en su prólogo al evangelio nos presenta, como en las obras griegas, un pantallazo de lo que será el desarrollo de la historia, de esta historia de salvación.
Nos dice que Jesús ya existía en el principio, Él era la Palabra, que estaba junto a Dios,
y la Palabra era Dios. “En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la recibieron”. Este Dios hecho hombre es el mismo Dios encarnado que nos trae la luz a este mundo que anda en tinieblas porque se ha olvidado de Dios. “La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino, y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron”. Ésta es la triste historia de nuestra realidad humana caída, que ha preferido vivir de continuo en la oscuridad en vez de optar por la Luz. Pero no todos la rechazan, por eso, “a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre”.
Es bueno que de nuestra parte OPTEMOS por Él, por su mensaje y escuchándolo lo pongamos en práctica pues la redención que Dios nos trae requiere de nuestro ¡Sí! dado con generosidad y constancia, no se trata de un voluntarismo sino de convicción en el mensaje de Dios, porque la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo, por eso sabemos que contamos con su ayuda.
Que esta Navidad nos ayude a replantearnos nuestra opción por Cristo Jesús, déjalo nacer en tu corazón, no te ocultes en las tinieblas, acepta la Luz que Él te trae para que seas suyo, todo suyo.
Que el Dios con nosotros nos descubra su rostro y nos conceda su paz, su gracia y su amor. Amén.

domingo, 20 de diciembre de 2009

Cuarto Domingo de Adviento – año C



Señor, muéstranos tu favor y sálvanos
Escucha, Señor, nuestra oración

Primera Lectura
Lectura del libro del profeta Miqueas (5, 1-4)
Esto dice el Señor:
“De ti, Belén de Efrata, pequeña entre las aldeas de Judá, de ti saldrá el jefe de Israel, cuyos orígenes se remontan a tiempos pasados, a los días más antiguos.
Por eso, el Señor abandonará a Israel, mientras no dé a luz la que ha de dar a luz. Entonces el resto de sus hermanos se unirá a los hijos de Israel. El se levantará para pastorear a su pueblo con la fuerza y la majestad del Señor, su Dios. Ellos habitarán tranquilos, porque la grandeza del que ha de nacer llenará la tierra y él mismo será la paz”.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 79
Señor, muéstranos tu favor y sálvanos.
Escúchanos, pastor de Israel; tú que estás rodeado de querubines, manifiéstate; despierta tu poder y ven a salvarnos.
Señor, muéstranos tu favor y sálvanos.
Señor, Dios de los ejércitos, vuelve tus ojos, mira tu viña y visítala; protege la cepa plantada por tu mano, el renuevo que tú mismo cultivaste.
Señor, muéstranos tu favor y sálvanos.
Que tu diestra defienda al que elegiste, al hombre que has fortalecido. Ya no nos alejaremos de ti; consérvanos la vida y alabaremos tu poder.
Señor, muéstranos tu favor y sálvanos.

Segunda Lectura
Lectura de la carta a los hebreos (10, 5-10)
Hermanos: Al entrar al mundo, Cristo dijo, conforme al salmo: No quisiste víctimas; ni ofrendas; en cambio, me has dado un cuerpo. No te agradan los holocaustos ni los sacrificios por el pecado; entonces dije —porque a mí se refiere la Escritura—: “Aquí estoy, Dios mío; vengo para hacer tu voluntad”.
Comienza por decir: “No quisiste víctimas ni ofrendas, no te agradaron los holocaustos ni los sacrificios por el pecado”, —siendo así que eso es lo que pedía la ley—; y luego añade: “Aquí estoy, Dios mío; vengo para hacer tu voluntad”.
Con esto, Cristo suprime los antiguos sacrificios, para establecer el nuevo. Y en virtud de esta voluntad, todos quedamos santificados por la ofrenda del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez por todas.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Lucas (1, 39-45)
Gloria a ti, Señor.
En aquellos días, María se encaminó presurosa a un pueblo de las montañas de Judea, y entrando en la casa de Zacarías, saludó a Isabel. En cuanto ésta oyó el saludo de María, la creatura saltó en su seno.
Entonces Isabel quedó llena del Espíritu Santo, y levantando la voz, exclamó: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a verme? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno.
Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Comentario a la Palabra de Dios

Queridos hermanos y hermanas en Jesús, el que es, que era y que vendrá.
Estamos ya con este cuarto domingo de Adviento a las puertas de la Navidad. Las lecturas se centran en la figura de Jesús y de María, la madre virginal de nuestro Señor, el prometido y el esperado de los tiempos. Es lo que se nos expresa en la profecía de Miqueas:
“Esto dice el Señor: “De ti, Belén de Efrata, pequeña entre las aldeas de Judá, de ti saldrá el jefe de Israel, cuyos orígenes se remontan a tiempos pasados, a los días más antiguos”. Se nos anuncia que de Belén nacerá el Mesías esperado, y que su origen es de antiguo.
Pero esto no sucederá sino cuando “dé a luz la que ha de dar a luz”.
Cuando suceda esto, “entonces el resto de sus hermanos se unirá a los hijos de Israel. El se levantará para pastorear a su pueblo con la fuerza y la majestad del Señor, su Dios. Ellos habitarán tranquilos, porque la grandeza del que ha de nacer llenará la tierra y él mismo será la paz”.
Todo esto es signo de la venida y de la presencia del enviado de Dios, del ungido de Dios, porque cuando Él venga será el pastor de su pueblo y reunirá a sus hijos, les dará serenidad y sobre todo su paz. Son los signos de la venida y de la obra del mesías. La paz en un pueblo, y en el pueblo de Israel es signo de la presencia de Dios, es signo de que reina Dios con su poder y por eso no debe temer nada ni a nadie y por eso vive en la PAZ.
En el evangelio de hoy se nos presenta la escena en la cual María se encamina presurosa a un pueblo de las montañas de Judea, para acompañar a su prima que está embarazada y de la cual nacerá el precursor, Juan el Bautista.
Al entrar ella en la casa de Zacarías y saludar a Isabel, al oír ésta el saludo de María, la creatura saltó en su seno, pues Isabel quedó llena del Espíritu Santo, y en cierto modo le fue revelada la misión que Dios le había confiado a María, por eso exclamó: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a verme? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno. Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor”.
Juan queda lleno del Espíritu de Dios como había sido anunciado a Zacarías.
María por su parte, es la creyente que supo renunciar a su proyecto personal para hacer la voluntad de Dios. María sigue viviendo en su humildad el servicio, pero esta vez en un modo más pleno, pues es portadora en su seno de algo mayor, de un fruto que es Dios mismo.
Su ¡SÍ!, dado a Dios con generosidad, se convierte ahora en un ¡Sí! misionero, pues no sólo dará a luz al salvador esperado sino que lo lleva en su seno y transmite el Espíritu de Dios a quienes encuentra.
Ella pudo concebir a Dios en su seno porque lo concibió primero en su corazón y en su espíritu, y por eso es la vasija de la cual Dios toma su barro puro para que su Hijo sea engendrado.
Que el ejemplo de María sea de incentivo para esta preparación inmediata a la Navidad, pidamos a Dios el poder concebirlo en nuestro corazón y en nuestra mente para poder ser como maría, misioneros y anunciadores de la posibilidad de un mundo mejor ¡pues Cristo está naciendo! En ti, en mí, en todos.
¡Muy feliz NAVIDAD! Y que el Señor que nace en la pobreza de un pesebre, asumiendo nuestra débil condición humana, nos ayude a ser conciente de ser cada vez más humanos y cada vez más enriquecidos de su gracia divina. Amén.

viernes, 11 de diciembre de 2009

Tercer Domingo de Adviento – año C



El Señor es mi Dios y Salvador
El Espíritu del Señor está sobre mí

Primera Lectura
Lectura del libro del profeta Sofonías (3, 14-18)
Canta, hija de Sión, da gritos de júbilo, Israel, gózate y regocíjate de todo corazón, Jerusalén. El Señor ha levantado su sentencia contra ti, ha expulsado a todos tus enemigos. El Señor será el rey de Israel en medio de ti y ya no temerás ningún mal.
Aquel día dirán a Jerusalén:
“No temas, Sión, que no desfallezcan tus manos. El Señor, tu Dios, tu poderoso salvador, está en medio de ti. El se goza y se complace en ti; él te ama y se llenará de júbilo por tu causa, como en los días de fiesta”.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Isaías 12
El Señor es mi Dios y salvador.
El Señor es mi Dios y salvador, con él estoy seguro y nada temo. El Señor es mi protección y mi fuerza y ha sido mi salvación. Sacarán agua con gozo de la fuente de salvación.
El Señor es mi Dios y salvador.
Den gracias al Señor, invoquen su nombre, cuenten a los pueblos sus hazañas, proclamen que su nombre es sublime.
El Señor es mi Dios y salvador.
Alaben al Señor por sus proezas, anúncienlas a toda la tierra. Griten jubilosos, habitantes de Sión, porque el Dios de Israel ha sido grande con ustedes.
El Señor es mi Dios y salvador.

Segunda Lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los filipenses (4, 4-7)
Hermanos míos: Alégrense siempre en el Señor; se lo repito: ¡alégrense! Que la benevolencia de ustedes sea conocida por todos. El Señor está cerca. No se inquieten por nada; más bien presenten en toda ocasión sus peticiones a Dios en la oración y la súplica, llenos de gratitud. Y que la paz de Dios, que sobrepasa toda inteligencia, custodie sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Lucas (3, 10-18)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, la gente le preguntaba a Juan el Bautista: “¿Qué debemos hacer?”
El contestó: “Quien tenga dos túnicas, que dé una al que no tiene ninguna, y quien tenga comida, que haga lo mismo”.
También acudían a él los publicanos para que los bautizara, y le preguntaban: “Maestro, ¿qué tenemos que hacer nosotros?”
El les decía: “No cobren más de lo establecido”. Unos soldados le preguntaron: “Y nosotros, ¿qué tenemos que hacer?” El les dijo: “No extorsionen a nadie, ni denuncien a nadie falsamente, sino conténtense con su salario”.
Como el pueblo estaba en expectación y todos pensaban que quizá Juan era el Mesías, Juan los sacó de dudas, diciéndoles: “Es cierto que yo bautizo con agua, pero ya viene otro más poderoso que yo, a quien no merezco desatarle las correas de sus sandalias. El los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego. El tiene el bieldo en la mano para separar el trigo de la paja; guardará el trigo en su granero y quemará la paja en un fuego que no se extingue”.
Con éstas y otras muchas exhortaciones anunciaba al pueblo la buena nueva.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Comentario a la Palabra de Dios

Queridos hermanos y hermanas en Jesús.
La liturgia nos invita este domingo a alegrarnos en el Señor, en la esperanza de su venida. Es una etapa del Adviento en la cual se nos invita a regocijarnos porque “el Señor ha levantado su sentencia contra ti, ha expulsado a todos tus enemigos. El Señor será el rey de Israel en medio de ti y ya no temerás ningún mal”.
Por eso “alégrense siempre en el Señor” ¡alégrense! Que el Señor está cerca. No se inquieten por nada.
“Y que la paz de Dios, que sobrepasa toda inteligencia, custodie sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús”.
Sí, esa es la consigna para este tiempo, pero sin olvidar el sentido del Adviento, tiempo de cambio y de conversión. Es verdad que debemos alegrarnos ante la venida de Jesús, porque ya se cumplen las promesas anunciadas desde antiguo, pero tal alegría y gozo, para que sea verdadero y brote de un corazón renovado debe ser sincera, una alegría que se goza en la amistad con Dios, por eso en aquel tiempo, la gente le preguntaba a Juan el Bautista: “¿Qué debemos hacer?”
Y su respuesta no fue sino el mirar nuestra propia vida y nuestro actuar, nuestra relación con el prójimo, que es el termómetro de nuestra unión y amistad con Dios.
Y Juan el Bautista, que vino a allanar los caminos y preparar la venida de Jesús con un bautismo de penitencia recomendaba concretamente: “Quien tenga dos túnicas, que dé una al que no tiene ninguna, y quien tenga comida, que haga lo mismo”.
A los publicanos les decía cuando le preguntaban ¿qué tenían que hacer: “No cobren más de lo establecido”. Y a los soldados: “No extorsionen a nadie, ni denuncien a nadie falsamente, sino conténtense con su salario”.
Sí, todo este lenguaje ¿no les parece actual?, y es que siempre y en todos los tiempos los pecados y las miserias humanas son las mismas, pero el Señor nos invita a levantar la mirada, pues Él no quiere nuestra condena sino nuestra liberación y salvación, pues para eso mismo vino al mundo y viene cada día y a cada instante en cada hermano y en cada circunstancia.
Es bueno que nos preguntemos cómo nos vamos preparando para la Navidad y la 2° venida de Jesús, no con una mirada de miedo sino de confianza serena y abierta a la misericordia de Dios que nos quiere a su lado y no nos deja solos, como dice el salmo: “El Señor es mi protección y mi fuerza y ha sido mi salvación”.
Que Juan el Bautista sea figura de nuestra preparación a estas fiestas, para que celebremos realmente con gozo y alegría en el corazón lo que Dios hizo, hace y hará con y por nosotros.
Porque el Señor ha levantado su sentencia y nos ofrece un tiempo de conversión, viene para librarnos de todos nuestros enemigos ¡el pecado!, que muchas veces se arraiga en nuestros corazones y no nos deja obrar el bien.
No temas pueblo del Señor, porque Él, el Señor es tu Rey y ya no temerás ningún mal. Amén.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Segundo Domingo de Adviento – año C



Grandes cosas has hecho por nosotros, Señor
¡Ven, Señor, no tardes!

Primera Lectura
Lectura del libro del profeta Baruc (5, 1-9)
Jerusalén, despójate de tus vestidos de luto y aflicción, y vístete para siempre con el esplendor de la gloria que Dios te da; envuélvete en el manto de la justicia de Dios y adorna tu cabeza con la diadema de la gloria del Eterno, porque Dios mostrará tu grandeza a cuantos viven bajo el cielo. Dios te dará un nombre para siempre: “Paz en la justicia y gloria en la piedad”.
Ponte de pie, Jerusalén, sube a la altura, levanta los ojos y contempla a tus hijos, reunidos de oriente y de occidente, a la voz del espíritu, gozosos porque Dios se acordó de ellos. Salieron a pie, llevados por los enemigos; pero Dios te los devuelve llenos de gloria, como príncipes reales.
Dios ha ordenado que se abajen todas las montañas y todas las colinas, que se rellenen todos los valles hasta aplanar la tierra, para que Israel camine seguro bajo la gloria de Dios.
Los bosques y los árboles fragantes le darán sombra por orden de Dios. Porque el Señor guiará a Israel en medio de la alegría y a la luz de su gloria, escoltándolo con su misericordia y su justicia.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 125
Grandes cosas has hecho por nosotros, Señor.
Cuando el Señor nos hizo volver del cautiverio, creíamos soñar; entonces no cesaba de reír nuestra boca, ni se cansaba entonces la lengua de cantar.
Grandes cosas has hecho por nosotros, Señor.
Aun los mismos paganos con asombro decían: “¡Grandes cosas ha hecho por ellos el Señor!” Y estábamos alegres, pues ha hecho grandes cosas por su pueblo el Señor.
Grandes cosas has hecho por nosotros, Señor.
Como cambian los ríos la suerte del desierto, cambia también ahora nuestra suerte, Señor, y entre gritos de júbilo cosecharán aquellos que siembran con dolor.
Grandes cosas has hecho por nosotros, Señor.
Al ir, iban llorando, cargando la semilla; al regresar, cantando vendrán con sus gavillas.
Grandes cosas has hecho por nosotros, Señor.

Segunda Lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los filipenses
(1, 4-6. 8-11)
Hermanos: Cada vez que me acuerdo de ustedes, le doy gracias a mi Dios, y siempre que pido por ustedes, lo hago con gran alegría, porque han colaborado conmigo en la causa del Evangelio, desde el primer día hasta ahora. Estoy convencido de que aquel que comenzó en ustedes esta obra, la irá perfeccionando siempre hasta el día de la venida de Cristo Jesús.
Dios es testigo de cuánto los amo a todos ustedes con el amor entrañable con que los ama Cristo Jesús. Y esta es mi oración por ustedes: Que su amor siga creciendo más y más y se traduzca en un mayor conocimiento y sensibilidad espiritual. Así podrán escoger siempre lo mejor y llegarán limpios e irreprochables al día de la venida de Cristo, llenos de los frutos de la justicia, que nos viene de Cristo Jesús, para gloria y alabanza de Dios.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Lucas (3, 1-6)
Gloria a ti, Señor.
En el año décimo quinto del reinado de César Tiberio, siendo Poncio Pilato procurador de Judea; Herodes, tetrarca de Galilea; su hermano Filipo, tetrarca de las regiones de Iturea y Traconítide; y Lisanias, tetrarca de Abilene; bajo el pontificado de los sumos sacerdotes Anás y Caifás, vino la palabra de Dios en el desierto sobre Juan, hijo de Zacarías.
Entonces comenzó a recorrer toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de penitencia para el perdón de los pecados, como está escrito en el libro de las predicciones del profeta Isaías:
Ha resonado una voz en el desierto: Preparen el camino del Señor, hagan rectos sus senderos. Todo valle será rellenado, toda montaña y colina, rebajada; lo tortuoso se hará derecho, los caminos ásperos serán allanados y todos los hombres verán la salvación de Dios.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Comentario a la Palabra de Dios

Queridos hermanos y hermanas en Jesús.
Ya hemos comenzado desde el domingo pasado con un nuevo año litúrgico, y como siempre, con el inicio del Adviento que nos prepara para las dos venidas de Jesús, su encarnación y nacimiento, y la otra en su vuelta como Rey eterno y Pastor de su rebaño, en la parusía.
Al inicio del Adviento recordamos las dos venidas, poniendo hincapié en la segunda venida, y luego, cerca de la Navidad, la reflexión se centra más en el nacimiento de Jesús. Por eso las lecturas nos hablan más bien de hechos que se refieren a “preparar el camino”, la venida del Mesías, pero también la venida en su gloria cuando restaurará todo en su persona.
El profeta Baruc nos da la clave de esta espera, que no es una espera pasiva, como quien se sienta a esperar que venga alguien, sino que es una espera activa y movida por la esperanza en las promesas de Dios a su pueblo; el profeta invita a Jerusalén a despojarse de sus vestidos de luto y aflicción y a vestirse para siempre con el esplendor de la gloria que Dios le da. Pero para esto pide que se cubra con el manto de la justicia de Dios y adornar su cabeza con la diadema de la gloria del Eterno, porque en eso consiste la espera, en vivir en la justicia, es decir, en el cumplimiento de corazón de la ley de Dios, dando a Dios lo que es de Dios y a los hermanos lo que corresponde ejerciendo la caridad que es la perfección de toda ley. Es por eso que si vivimos de esta manera, Dios nos dará un nombre para siempre: “Paz en la justicia y gloria en la piedad”.
La invitación que nos hace el Profeta es a ponernos de pie, levantar los ojos y contemplar, escuchar la voz del espíritu, en el gozo de saber que Dios se acuerda de nosotros y que por eso mismo, por su amor nos invita a esperar, y esperar en Él, en su Hijo, en su promesa.
Porque el Señor nos guiará en medio de la alegría y a la luz de su gloria, escoltándonos con su misericordia y su justicia.
Que nos dispongamos a esta venida de Jesús que se hace presente ya en el día a día, viviendo en clima de reconciliación y de perdón de los pecados, porque ha resonado una voz en el desierto: “Preparen el camino del Señor, hagan rectos sus senderos. Todo valle será rellenado, toda montaña y colina, rebajada; lo tortuoso se hará derecho, los caminos ásperos serán allanados y todos los hombres verán la salvación de Dios”.
Que podamos prepararnos con realismo y con empeño a esta venida del Señor, que no pase desapercibido sino que estando atentos a su paso diario estemos bien dispuestos para su venida definitiva. Amén.

sábado, 21 de noviembre de 2009

Jesucristo, Rey del Universo.



Solemnidad
Señor, tú eres nuestro rey
¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!

Primera Lectura
Lectura del libro del profeta Daniel (7, 13-14)
Yo, Daniel, tuve una visión nocturna: Vi a alguien semejante a un hijo de hombre, que venía entre las nubes del cielo. Avanzó hacia el anciano de muchos siglos y fue introducido a su presencia. Entonces recibió la soberanía, la gloria y el reino. Y todos los pueblos y naciones de todas las lenguas lo servían.
Su poder nunca se acabará, porque es un poder eterno, y su reino jamás será destruido.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 92
Señor, tú eres nuestro rey.
Tú eres, Señor, el rey de todos los reyes. Estás revestido de poder y majestad.
Señor, tú eres nuestro rey.
Tú mantienes el orbe y no vacila. Eres eterno, y para siempre está firme tu trono.
Señor, tú eres nuestro rey.
Muy dignas de confianza son tus leyes y desde hoy y para siempre, Señor, la santidad adorna tu templo.
Señor, tú eres nuestro rey.

Segunda Lectura
Lectura del libro del Apocalipsis del apóstol san Juan (1, 5-8)
Hermanos míos: Gracia y paz a ustedes, de parte de Jesucristo, el testigo fiel, el primogénito de los muertos, el soberano de los reyes de la tierra; aquel que nos amó y nos purificó de nuestros pecados con su sangre y ha hecho de nosotros un reino de sacerdotes para su Dios y Padre. A él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.
Miren: él viene entre las nubes, y todos lo verán, aun aquellos que lo traspasaron. Todos los pueblos de la tierra harán duelo por su causa.
“Yo soy el Alfa y la Omega, dice el Señor Dios, el que es, el que era y el que ha de venir, el todopoderoso”.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Juan (18, 33-37)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, preguntó Pilato a Jesús: “¿Eres tú el rey de los judíos?” Jesús le contestó: “¿Eso lo preguntas por tu cuenta o te lo han dicho otros?” Pilato le respondió: “¿Acaso soy yo judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué es lo que has hecho?” Jesús le contestó:
“Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuera de este mundo, mis servidores habrían luchado para que no cayera yo en manos de los judíos. Pero mi Reino no es de aquí”.
Pilato le dijo: “¿Conque tú eres rey?” Jesús le contestó: “Tú lo has dicho. Soy rey. Yo nací y vine al mundo para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Comentario a la Palabra de Dios

Queridos hermanos y hermanas en Jesús.
Con esta solemnidad de Cristo Rey culminamos el tiempo litúrgico para iniciar otro con el Adviento el próximo domingo.
Las dos primeras lecturas nos hablan del fin de los tiempos, de la Parusía, de la venida del Hijo de Dios en su gloria como Rey eterno.
Y las características de esta venida son: que viene entre las nubes del cielo. Que recibe la soberanía, la gloria y el reino. Y todos los pueblos y naciones de todas las lenguas lo sirven. Su poder nunca se acabará, porque es un poder eterno, y su reino jamás será destruido. Que Jesucristo, el testigo fiel, el primogénito de los muertos, el soberano de los reyes de la tierra es Aquel que nos amó y nos purificó de nuestros pecados con su sangre.
Él dice: “Yo soy el Alfa y la Omega, dice el Señor Dios, el que es, el que era y el que ha de venir, el todopoderoso”.
La venida de Cristo en su gloria, al final de los tiempos es una venida en gloria y con poder, pues se sienta como Rey y juez eterno para juzgar a las naciones. Pero dice también que es el que nos amó y nos purificó de nuestros pecados con su sangre, por eso tiene autoridad sobre nosotros, y quiere que nos salvemos.
Pero todo esto será en vano si no vivimos ya desde ahora esta venida de Jesús en lo cotidiano, con la atención puesta en su gracia y en lo que nos regala la vida, para ser dignos de recibir su amor y ser portadores de tal amor a los demás, a los que nos rodean, y ser nosotros signos de su venida en medio de los hombres y mujeres ¡de hoy!
Nada se construye en un instante, y menos nuestra vida, por eso debemos ser conciente de que el amor de Dios y nuestra conversión se va realizando en lo poco, en lo cotidiano, en las luchas y en las penas, en las alegrías y en las esperanzas diarias, donde se va crisolando nuestro corazón, sólo así dejaremos que Jesucristo sea el Rey del universo, el Rey de nuestros corazones, el Rey en nuestras vidas.
Que podamos hacer realidad lo que Jesús quiere, Él que es la Verdad nos ayude a escuchar esa Verdad, escuchar su voz y seguirlo hasta el final.
¡Viva Cristo Rey en nuestras vidas!

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Trigésimo Tercer Domingo del Tiempo Ordinario – año B


Enséñanos, Señor, el camino de la vida
Mi felicidad consiste en estar cerca de Dios

Primera Lectura
Lectura del libro del profeta Daniel (12, 1-3)
En aquel tiempo, se levantará Miguel, el gran príncipe que defiende a tu pueblo. Será aquél un tiempo de angustia, como no lo hubo desde el principio del mundo.
Entonces se salvará tu pueblo; todos aquellos que están escritos en el libro. Muchos de los que duermen en el polvo, despertarán: unos para la vida eterna, otros para el eterno castigo.
Los guías sabios brillarán como el esplendor del firmamento, y los que enseñan a muchos la justicia, resplandecerán como estrellas por toda la eternidad.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 15
Enséñanos, Señor, el camino de la vida.
El Señor es la parte que me ha tocado en herencia: mi vida está en sus manos. Tengo siempre presente al Señor y con él a mi lado, jamás tropezaré.
Enséñanos, Señor, el camino de la vida.
Por eso se me alegran el corazón y el alma y mi cuerpo vivirá tranquilo, porque tú no me abandonarás a la muerte ni dejarás que sufra yo la corrupción.
Enséñanos, Señor, el camino de la vida.
Enséñame el camino de la vida, sáciame de gozo en tu presencia y de alegría perpetua junto a ti.
Enséñanos, Señor, el camino de la vida.

Segunda Lectura
Lectura de la carta a los hebreos (10, 11-14. 18)
Hermanos: En la antigua alianza los sacerdotes ofrecían en el templo, diariamente y de pie, los mismos sacrificios, que no podían perdonar los pecados.
Cristo, en cambio, ofreció un solo sacrificio por los pecados y se sentó para siempre a la derecha de Dios; no le queda sino aguardar a que sus enemigos sean puestos bajo sus pies. Así, con una sola ofrenda, hizo perfectos para siempre a los que ha santificado. Porque una vez que los pecados han sido perdonados, ya no hacen falta más ofrendas por ellos.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Marcos (13, 24-32)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Cuando lleguen aquellos días, después de la gran tribulación, la luz del sol se apagará, no brillará la luna, caerán del cielo las estrellas y el universo entero se conmoverá.
Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad. Y él enviará a sus ángeles a congregar a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales y desde lo más profundo de la tierra a lo más alto del cielo.
Entiendan esto con el ejemplo de la higuera. Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las hojas, ustedes saben que el verano está cerca. Así también, cuando vean ustedes que suceden estas cosas, sepan que el fin ya está cerca, ya está a la puerta. En verdad que no pasará esta generación sin que todo esto se cumpla. Podrán dejar de existir el cielo y la tierra, pero mis palabras no dejarán de cumplirse. Nadie conoce el día ni la hora. Ni los ángeles del cielo ni el Hijo; solamente el Padre”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.


Comentario a la Palabra de Dios

Queridos hermanos y hermanas en Jesús.
En el contexto de las lecturas que se nos proponen para este domingo, entramos en la lógica de lo que será el final, el fin de los tiempos.
Por un lado, el profeta Daniel habla de un tiempo en el cual se levantará el Arcángel Miguel, y que entonces se salvará el pueblo de Dios, y que muchos de los que duermen en el polvo, despertarán: unos para la vida eterna, otros para el eterno castigo. Los guías sabios brillarán como el esplendor del firmamento, y los que enseñan a muchos la justicia, resplandecerán como estrellas por toda la eternidad.
Lo mismo se nos describe en el evangelio por boca de Jesús: “Cuando lleguen aquellos días, después de la gran tribulación, la luz del sol se apagará, no brillará la luna, caerán del cielo las estrellas y el universo entero se conmoverá. Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad. Y él enviará a sus ángeles a congregar a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales y desde lo más profundo de la tierra a lo más alto del cielo”.
El pensar en el fin del mundo, en el final de nuestras vidas, en la muerte, en un juicio particular y final, en una vida después de la muerte en la resurrección, etc., son temas que desde siempre han estado, sólo que muchas veces vivimos como si todo lo que tenemos, todo lo que somos, lo que existe, lo creado, fuera a durar para siempre. Lo cierto es que somos creación y no el Creador, y por tanto somos caducos, tenemos un principio y un final.
Los temas tratados en estas lecturas corresponden a los llamados “Novísimos”, es decir, las cosas que se refieren al final de la vida, la muerte, el juicio, el destino eterno: el cielo o el infierno. Es lo que también llamamos Escatología. El término proviene del griego “ésjatos”: ‘último’ y logos: ‘estudio’. Es decir, trata de los ésjata, o realidades últimas.
Son temas que hacen a nuestra vida de creyentes y que no podemos dejar de lado, pues nuestra vida, nuestra existencia va encaminada al encuentro definitivo con Cristo.
Pero para que el pensar en estas cosas no nos alarme en modo angustioso y nos quite la paz y la armonía, es necesario pensarlos y vivirlos cada día y a cada instante de nuestra existencia. Es decir, cada opción que yo hago, cada decisión que yo tomo repercute en la eternidad. No se llega a una vida de santidad por saber el momento en el cual vamos a morir, o en el momento en el cual se presentará Jesús para llevarnos con Él, sino que la vida de santidad cristiana se construye en el día a día, en las opciones que hago optando por Cristo y los hermanos, tratando de vivir el evangelio, de llevar una vida digna del nombre cristiano.
Es verdad que el pensar en el fin, en la muerte y en el juicio nos aterra muchas veces, pero ese miedo no nos sirve para cambiar, para convertirnos y vivir una vida de gracia en abundancia. Debemos aprender a vivir sabiendo que somos peregrinos en este mundo y que el Señor nos regala su gracia para que la usemos para bien y evitemos el mal.
Estar atentos, vigilando, no significa estar sin hacer nada, esperando sin esperanza, ¡NO!, estar vigilantes significa estar en las cosas de Dios, pues Él me visita a diario y a cada instante para que yo ejercite la gracia que se me regala y la use en bien de los hermanos y de mi salvación.
Que nuestra Opción Fundamental sea Jesucristo, su mensaje, su Reino, el amor a Dios y al prójimo.
Para esto es necesario saber discernir los signos de los tiempos.
“Entiendan esto con el ejemplo de la higuera. Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las hojas, ustedes saben que el verano está cerca. Así también, cuando vean ustedes que suceden estas cosas, sepan que el fin ya está cerca, ya está a la puerta”.
Que podamos crecer en la escucha de la Palabra de Dios y en saber leer y discernir los signos de los tiempos, donde Dios se hace presente en lo cotidiano, para que el día del Señor no nos sorprenda como un ladrón.
¡Alabado sea Jesucristo!

Solemnidad de Todos los Santos



Del Señor es la tierra y lo que ella tiene
Vengan a mí todos los que están fatigados

Primera Lectura
Lectura del libro del Apocalipsis del apóstol san Juan (7, 2-4. 9-14)
Yo, Juan, vi a un ángel que venía del oriente. Traía consigo el sello del Dios vivo y gritaba con voz poderosa a los cuatro ángeles encargados de hacer daño a la tierra y al mar.
Les dijo: “¡No hagan daño a la tierra, ni al mar, ni a los árboles, hasta que terminemos de marcar con el sello la frente de los servidores de nuestro Dios!” Y pude oír el número de los que habían sido marcados: eran ciento cuarenta y cuatro mil, procedentes de todas las tribus de Israel.
Vi luego una muchedumbre tan grande, que nadie podía contarla. Eran individuos de todas las naciones y razas, de todos los pueblos y lenguas. Todos estaban de pie, delante del trono y del Cordero; iban vestidos con una túnica blanca; llevaban palmas en las manos y exclamaban con voz poderosa: “La salvación viene de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero”.
Y todos los ángeles que estaban alrededor del trono, de los ancianos y de los cuatro seres vivientes, cayeron rostro en tierra delante del trono y adoraron a Dios, diciendo:
“Amén. La alabanza, la gloria, la sabiduría, la acción de gracias, el honor, el poder y la fuerza, se le deben para siempre a nuestro Dios”.
Entonces uno de los ancianos me preguntó: “¿Quiénes son y de dónde han venido los que llevan la túnica blanca?” Yo le respondí: “Señor mío, tú eres quien lo sabe”.
Entonces él me dijo: “Son los que han pasado por la gran persecución y han lavado y blanqueado su túnica con la sangre del Cordero”.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 23
Esta es la clase de hombres que te buscan, Señor.
Del Señor es la tierra y lo que ella tiene, el orbe todo y los que en él habitan, pues él lo edificó sobre los mares, él fue quien lo asentó sobre los ríos.
Esta es la clase de hombres que te buscan, Señor.
¿Quién subirá hasta el monte del Señor? ¿Quién podrá entrar en su recinto santo? El de corazón limpio y manos puras y que no jura en falso.
Esta es la clase de hombres que te buscan, Señor.
Ese obtendrá la bendición de Dios, y Dios, su salvador, le hará justicia. Esta es la clase de hombres que te buscan y vienen ante ti, Dios de Jacob.
Esta es la clase de hombres que te buscan, Señor.

Segunda Lectura
Lectura de la primera carta del apóstol san Juan (3, 1-3)
Queridos hijos: Miren cuánto amor nos ha tenido el Padre, pues no sólo nos llamamos hijos de Dios, sino que lo somos. Si el mundo no nos reconoce, es porque tampoco lo ha reconocido a él.
Hermanos míos, ahora somos hijos de Dios, pero aún no se ha manifestado cómo seremos al fin. Y ya sabemos que, cuando él se manifieste, vamos a ser semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.
Todo el que tenga puesta en Dios esta esperanza, se purifica a sí mismo para ser tan puro como él.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Mateo (5, 1-12)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, cuando Jesús vio a la muchedumbre, subió al monte y se sentó. Entonces se le acercaron sus discípulos. Enseguida comenzó a enseñarles, hablándoles así:
“Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos. Dichosos los que lloran, porque serán consolados. Dichosos los sufridos, porque heredarán la tierra. Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque obtendrán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque se les llamará hijos de Dios. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos.
Dichosos serán ustedes cuando los injurien, los persigan y digan cosas falsas de ustedes por causa mía. Alégrense y salten de contento, porque su premio será grande en los cielos”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Comentario a la Palabra de Dios

Queridos hermanos y hermanas en Jesús.
Hoy celebramos con toda la Iglesia la solemne fiesta de Todos los Santos. Hoy nos unimos con la Iglesia celeste y triunfante en modo especial, pues recordamos a todos aquellos que pasaron por esta tierra haciendo el bien como lo hizo Jesús, en un modo heroico, viviendo las virtudes con empeño y generosidad en la entrega a Dios y los hermanos.
El libro del Apocalipsis nos habla de este grupo de redimidos, que han blanqueado sus vestiduras con la sangre del Cordero.
La 1° Carta de Juan nos habla de ese amor que nos ha tenido el Padre para llamarnos “¡HIJOS!”, pues en verdad lo somos, ya que por el bautismo hemos sido incorporados a su familia, Él nos ha adoptado como hijos suyos queridos, y en ese bautismo recibido radica la santidad a la que somos llamados ¡Porque Él mismo es Santo!
El evangelio nos regala las bienaventuranzas, ese discurso dicho por Jesús desde un monte, así como el pueblo de Israel recibió desde un monte, por manos de Moisés, las tablas de la Ley, ahora es Jesús quien nos entrega “la nueva ley”, es decir, nos regala un proyecto de vida.
Quizás para muchos es algo absurdo, pues cómo puede ser que se diga a alguien dichoso por el hecho de sufrir, de padecer, de llorar, de ser perseguido, calumniado, de ser encarcelado… pero de lo que aquí habla Jesús no es del mal, sino de la bienaventuranza, y tal bienaventuranza se logra o se llega a vivir cuando se asume la vida con una actitud distinta, y es la actitud que nos pide Jesús mismo, y que se resume en: “Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos”. ¿Quiénes son estos pobres de espíritu? Son los pobres de Yahveh, son los que viven la pobreza en espíritu, es decir, los que viven anhelando, deseando la riqueza que viene de Dios, y por eso es espiritual. Pobres de espíritu son los que viven necesitando todo de Dios, viven con la necesidad de que Dios los llene, que Dios los colme de su amor, de su gracia, de su espíritu. Éstos son los pobres de espíritu de que hablan las bienaventuranzas.
Es –en definitiva- lo que vivieron los santos: sabiéndose criaturas, hijos de Dios amados por Él, supieron reconocerse criaturas y no el Creador, supieron reconocerse limitados, pobres, pecadores, pero enriquecidos por la gracia de Dios. Supieron vaciarse de todo con tal de ganar al Todo con mayúsculas. Se despojaron de todo y así, en esa miseria, en esa pobreza, se enriquecieron del don de Dios, de su amor, de su misericordia, de su gracia, y llegaron a ser así BIENAVENTURADOS, y ahora brillan como lámparas en el cielo y son un modelo para nosotros aquí en la tierra, porque fueron “imitadores” de Cristo.
Todos, por el bautismo estamos llamados a la santidad, qué bueno sería que cada uno se tomara en serio la propuesta que viene de Dios, y deseara ser santo, no para estar en los altares, sino para vivir esta aventura de amor con Dios y el prójimo, y que es capaz de llenar una vida como nos lo atestiguan los santos.
Que esta solemnidad nos haga reflexionar sobre nuestras vidas y nos haga desear la santidad. Ellos nos aseguran que se puede, que es posible ser santos en esta vida, y que para ello contamos con la gracia de Dios.

sábado, 24 de octubre de 2009

Trigésimo Domingo del Tiempo Ordinario – año B



Grandes cosas has hecho por nosotros, Señor
Ten compasión, Señor, y escúchanos

Primera Lectura
Lectura del libro del profeta Jeremías (31, 7-9)
Esto dice el Señor: “Griten de alegría por Jacob, regocíjense por el mejor de los pueblos; proclamen, alaben y digan: ‘El Señor ha salvado a su pueblo, al grupo de los sobrevivientes de Israel’.
He aquí que yo los hago volver del país del norte y los congrego desde los confines de la tierra. Entre ellos vienen el ciego y el cojo, la mujer en cinta y la que acaba de dar a luz.
Retorna una gran multitud; vienen llorando, pero yo los consolaré y los guiaré; los llevaré a torrentes de agua por un camino llano en el que no tropezarán. Porque yo soy para Israel un padre y Efraín es mi primogénito”.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 125
Grandes cosas has hecho por nosotros, Señor.
Cuando el Señor nos hizo volver del cautiverio, creíamos soñar; entonces no cesaba de reír nuestra boca ni se cansaba entonces la lengua de cantar.
Grandes cosas has hecho por nosotros, Señor.
Aun los mismos paganos con asombro decían: “¡Grandes cosas ha hecho por ellos el Señor!” Y estábamos alegres, pues ha hecho grandes cosas por su pueblo el Señor.
Grandes cosas has hecho por nosotros, Señor.
Como cambian los ríos la suerte del desierto, cambia también ahora nuestra suerte, Señor, y entre gritos de júbilo cosecharán aquellos que siembran con dolor.
Grandes cosas has hecho por nosotros, Señor.
Al ir, iban llorando, cargando la semilla; al regresar, cantando vendrán con sus gavillas.
Grandes cosas has hecho por nosotros, Señor.

Segunda Lectura
Lectura de la carta a los hebreos (5, 1-6)
Hermanos: Todo sumo sacerdote es un hombre escogido entre los hombres y está constituido para intervenir en favor de ellos ante Dios, para ofrecer dones y sacrificios por los pecados. El puede comprender a los ignorantes y extraviados, ya que él mismo está envuelto en debilidades. Por eso, así como debe ofrecer sacrificios por los pecados del pueblo, debe ofrecerlos también por los suyos propios.
Nadie puede apropiarse ese honor, sino sólo aquel que es llamado por Dios, como lo fue Aarón. De igual manera, Cristo no se confirió a sí mismo la dignidad de sumo sacerdote; se la otorgó quien le había dicho: Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy. O como dice otro pasaje de la Escritura: Tú eres sacerdote eterno, como Melquisedec.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Marcos (10, 46-52)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó en compañía de sus discípulos y de mucha gente, un ciego, llamado Bartimeo, se hallaba sentado al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que el que pasaba era Jesús Nazareno, comenzó a gritar: “¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!” Muchos lo reprendían para que se callara, pero él seguía gritando todavía más fuerte: “¡Hijo de David, ten compasión de mí!”.
Jesús se detuvo entonces y dijo: “Llámenlo”. Y llamaron al ciego, diciéndole: “¡Animo! Levántate, porque él te llama”. El ciego tiró su manto; de un salto se puso en pie y se acercó a Jesús.
Entonces le dijo Jesús:
“¿Qué quieres que haga por ti?” El ciego le contestó: “Maestro, que pueda ver”. Jesús le dijo: “Vete; tu fe te ha salvado”.
Al momento recobró la vista y comenzó a seguirlo por el camino.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Comentario a la Palabra de Dios

Queridos hermanos y hermanas en Jesús.
El texto del Evangelio de hoy es muy hermoso, y nos lleva a meditar sobre la acción de Dios en nuestras vidas y sobre nuestra respuesta a Aquel que nos llama.
Dice el texto que al salir Jesús de Jericó en compañía de sus discípulos y de mucha gente, había un ciego, que se llamaba Bartimeo, sentado al borde del camino pidiendo limosna, al oír que el que pasaba era Jesús, comenzó a gritar: “¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!” Pero al sentir que muchos lo reprendían para hacerlo callar, él seguía gritando todavía más fuerte: “¡Hijo de David, ten compasión de mí!”.
Este personaje con su ceguera se encuentra mendigando al costado del camino, no está de pie sino a un lado, tirado, con su manto, lugar donde la gente le dejaba algo ante el pedido que él hacía para poder vivir. Su estado de vida era la mendicidad, la ceguera y la parálisis en cierto modo, pues se encontraba “atado” en muchas por su discapacidad. Él no está de camino, no está tampoco en el camino ni siquiera sigue a Jesús, de casualidad escucha que en ese momento está pasando por su lado, y entonces, seguramente por encontrarse a las puertas de la ciudad de Jericó, muchas veces habrá escuchado los relatos de la gente sobre Jesús, sus milagros y curaciones… seguramente ansiaba poder conocerlo personalmente para que lo librara de su ceguera, de su mal que lo hacía vivir en un estado de mendicidad.
Gracias a su insistencia en el gritar y en el pedir a Jesús misericordia, hizo que Jesús se detuviera y lo llamara. Y entonces le dijeron al ciego: “¡Animo! Levántate, él te llama”. Al oír el ciego que lo llamaba, tiró su manto (que era todo lo que poseía, su seguridad, pues en el manto recibía lo que la gente le dejaba) y dando un salto se puso en pie y se acercó a Jesús.
En ese momento que Jesús lo llama se olvida de su manto, deja su estado de “parálisis” y poniéndose de pie camina hacia Él. Su expectativa sobre Jesús es tal que lo hace olvidar lo que es para encontrarse con el que lo llama.
Entonces le dijo Jesús: “¿Qué quieres que haga por ti?” El ciego le contestó: “Maestro, que pueda ver”.
Jesús le dijo: “Vete; tu fe te ha salvado”.
Es interesante que lo que anteriormente ha dicho es que Jesús tenga misericordia de él, y una vez que el Señor tiene misericordia de su condición, le pide ser sanado de su ceguera.
Por otra parte, es también interesante que Jesús viendo su condición le preguntara qué quería que le hiciera, era obvio que quería ser curado de su mal, sin embargo Jesús no le dice que lo cura de su mal, sino: “Vete; tu fe te ha salvado”.
Ha sido la fe del ciego lo que hizo obrar en Jesús el milagro de la vista, y con ella, el milagro de la vida, pues esta persona curada de su mal ya no se queda al costado del camino, sino que –como dice el texto- “al momento recobró la vista y comenzó a seguirlo por el camino”.
Jesús obró en su persona un cambio tal que no sólo se puso en camino para salir de su mal, sino que se puso en camino para seguir ¡Al Camino!, a Jesús mismo.
Al igual que este mendigo ciego, que podamos reconocer la llamada de Jesús que pasa a nuestro lado, y que nuestro grito de misericordia abra en nosotros el deseo de salir de nuestro mal, de ponernos en camino para que Jesús nos pueda sanar, salvar y dejar que lo sigamos.
¡Alabado sea Jesucristo!

domingo, 11 de octubre de 2009

Vigésimo Octavo Domingo del Tiempo Ordinario – año B



Sácianos, Señor, de tu misericordia
Los que buscan al Señor, no carecen de nada

Primera Lectura
Lectura del libro de la
Sabiduría (7, 7-11)
Supliqué y se me concedió la prudencia; invoqué y vino sobre mí el espíritu de sabiduría. La preferí a los cetros y a los tronos, y en comparación con ella tuve en nada la riqueza.
No se puede comparar con la piedra más preciosa, porque todo el oro, junto a ella, es un poco de arena y la plata es como lodo en su presencia.
La tuve en más que la salud y la belleza; la preferí a la luz, porque su resplandor nunca se apaga. Todos los bienes me vinieron con ella; sus manos me trajeron riquezas incontables.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 89
Sácianos, Señor,
de tu misericordia.
Enséñanos a ver lo que es la vida, y seremos sensatos. ¿Hasta cuándo, Señor, vas a tener compasión de tus siervos? ¿Hasta cuándo?
Sácianos, Señor,
de tu misericordia.
Llénanos de tu amor por la mañana y júbilo será la vida toda. Alégranos ahora por los días y los años de males y congojas.
Sácianos, Señor,
de tu misericordia.
Haz, Señor, que tus siervos y sus hijos puedan mirar tus obras y tu gloria. Que el Señor bondadoso nos ayude y dé prosperidad a nuestras obras.
Sácianos, Señor,
de tu misericordia.

Segunda Lectura
Lectura de la carta a los
hebreos (4, 12-13)
Hermanos: La palabra de Dios es viva, eficaz y más penetrante que una espada de dos filos. Llega hasta lo más íntimo del alma, hasta la médula de los huesos y descubre los pensamientos e intenciones del corazón. Toda creatura es transparente para ella. Todo queda al desnudo y al descubierto ante los ojos de aquel a quien debemos rendir cuentas.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Marcos (10, 17-30)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó corriendo un hombre, se arrodilló ante él y le preguntó: “Maestro bueno, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?” Jesús le contestó: “¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios. Ya sabes los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falso testimonio, no cometerás fraudes, honrarás a tu padre y a tu madre”.
Entonces él le contestó:
“Maestro, todo eso lo he cumplido desde muy joven”.
Jesús lo miró con amor y le dijo: “Sólo una cosa te falta: Ve y vende lo que tienes, da el dinero a los pobres y así tendrás un tesoro en los cielos. Después, ven y sígueme”.
Pero al oír estas palabras, el hombre se entristeció y se fue apesadumbrado, porque tenía muchos bienes.
Jesús, mirando a su alrededor, dijo entonces a sus discípulos: “¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios!” Los discípulos quedaron sorprendidos ante estas palabras; pero Jesús insistió: “Hijitos, ¡qué difícil es para los que confían en las riquezas, entrar en el Reino de Dios! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el Reino de Dios” .
Ellos se asombraron todavía más y comentaban entre sí: “Entonces, ¿quién puede salvarse?” Jesús, mirándolos fijamente, les dijo: “Es imposible para los hombres, mas no para Dios. Para Dios todo es posible”. Entonces Pedro le dijo a Jesús: “Señor, ya ves que nosotros lo hemos dejado todo para seguirte”.
Jesús le respondió: “Yo les aseguro: Nadie que haya dejado casa, o hermanos o hermanas, o padre o madre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, dejará de recibir, en esta vida, el ciento por uno en casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y tierras, junto con persecuciones, y en el otro mundo, la vida eterna”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Comentario a la Palabra de Dios

Queridos hermanos y hermanas en Cristo Jesús. ¡Alabado sea Jesucristo!
La carta a los hebreos nos dice que “la palabra de Dios es viva, eficaz y más penetrante que una espada de dos filos”, pues “llega hasta lo más íntimo del alma… y descubre los pensamientos e intenciones del corazón”.
¿Por qué comenzamos diciendo esto? Porque el evangelio nos muestra precisamente un hecho donde la Palabra llega y penetra el interior del hombre… como sucedió en aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó corriendo un hombre, se arrodilló ante él y le preguntó: “Maestro bueno, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?” Jesús, después de hablarle sobre el cumplimiento de los mandamientos, y viendo que los había cumplido desde muy joven, lo miró con amor y le dijo: “Sólo una cosa te falta: Ve y vende lo que tienes, da el dinero a los pobres y así tendrás un tesoro en los cielos. Después, ven y sígueme”.
Hasta ahí venía todo bien, “pero al oír estas palabras, el hombre se entristeció y se fue apesadumbrado, porque tenía muchos bienes”. Las palabras de Jesús le hicieron darse cuenta de sus apegos, de aquello que no lo dejaba seguir libre y totalmente al “Maestro Bueno”.
El problema no está tanto en ser ricos o pobres, sino aquello que poseemos y cómo estamos o no de apegados a aquello –poco o mucho- que tenemos. De ahí la frase de Jesús a sus discípulos: “Hijitos, ¡qué difícil es para los que confían en las riquezas, entrar en el Reino de Dios!”.
El problema de esta persona no fue el llevar una vida desordenada o libertina, nada de eso se dice, al contrario, siempre, desde su juventud vivía cumpliendo los mandamiento de la ley de Dios, incluso aquellos que se refieren a su prójimo, pero le faltaba algo más para que su entrega a Dios sea más plena, y era el desprendimiento de aquello que poseía.
Su tristeza transparentó su apego a sus bienes y su imposibilidad de dejar todo para seguir al Maestro. Por eso, la primera lectura, del libro de la Sabiduría viene en ayuda nuestra para hacernos ver lo que es importante en esta vida: “…vino sobre mí el espíritu de sabiduría. La preferí a los cetros y a los tronos, y en comparación con ella tuve en nada la riqueza… La tuve en más que la salud y la belleza; la preferí a la luz, porque su resplandor nunca se apaga. Todos los bienes me vinieron con ella; sus manos me trajeron riquezas incontables”. Y es que esa “Sabiduría” es Jesús mismo, es el mismo Maestro que existe desde siempre y por siempre, y es el que da sentido a nuestra vida. Así ha interpretado la Iglesia a la Sabiduría, como al mismo Verbo, al mismo Cristo Jesús, que existía desde siempre y por siempre junto al Padre y que ha venido a habitar en medio nuestro. Él es el que da sentido a la vida, a la entrega y vale más que todas las riquezas de este mundo.
Que podamos ser iluminados y traspasados por esta Palabra de Vida, para que viéndonos tal cual somos podamos reconocernos ante Dios y dejar de lado los apegos que nos apartan de Jesús y de su llamada a seguirlo más de cerca en el estado de vida que sea. Amén.

domingo, 4 de octubre de 2009

Vigésimo Séptimo Domingo del Tiempo Ordinario



Dichoso el que teme al Señor
Bueno es el Señor con los que en él confían

Primera Lectura
Lectura del libro del Génesis
(2, 18-24)
En aquel día, dijo el Señor Dios: “No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle a alguien como él, para que lo ayude”. Entonces el Señor Dios formó de la tierra todas las bestias del campo y todos los pájaros del cielo y los llevó ante Adán para que les pusiera nombre y así todo ser viviente tuviera el nombre puesto por Adán.
Así, pues, Adán les puso nombre a todos los animales domésticos, a los pájaros del cielo y a las bestias del campo; pero no hubo ningún ser semejante a Adán para ayudarlo.
Entonces el Señor Dios hizo caer al hombre en un profundo sueño, y mientras dormía, le sacó una costilla y cerró la carne sobre el lugar vacío. Y de la costilla que le había sacado al hombre, Dios formó una mujer.
Se la llevó al hombre y éste exclamó: “Esta sí es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Esta será llamada mujer, porque ha sido formada del hombre”. Por eso el hombre abandonará a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y serán los dos una sola cosa.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 127
Dichoso el que teme al Señor.
Dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos: comerá del fruto de su trabajo, será dichoso, le irá bien.
Dichoso el que teme al Señor.
Su mujer, como vid fecunda, en medio de su casa; sus hijos, como renuevos de olivo, alrededor de su mesa.
Dichoso el que teme al Señor.
Esta es la bendición del hombre que teme al Señor: “Que el Señor te bendiga desde Sión, que veas la prosperidad de Jerusalén todos los días de tu vida”.
Dichoso el que teme al Señor.

Segunda Lectura
Lectura de la carta a los hebreos (2, 8-11)
Hermanos: Es verdad que ahora todavía no vemos el universo entero sometido al hombre; pero sí vemos ya al que por un momento Dios hizo inferior a los ángeles, a Jesús, que por haber sufrido la muerte, está coronado de gloria y honor. Así, por la gracia de Dios, la muerte que él sufrió redunda en bien de todos.
En efecto, el creador y Señor de todas las cosas quiere que todos sus hijos tengan parte en su gloria. Por eso convenía que Dios consumara en la perfección, mediante el sufrimiento, a Jesucristo, autor y guía de nuestra salvación.
El santificador y los santificados tienen la misma condición humana. Por eso no se avergüenza de llamar hermanos a los hombres.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Marcos (10, 2-16)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos fariseos y le preguntaron, para ponerlo a prueba: “¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su esposa?” El les respondió: “¿Qué les prescribió Moisés?”
Ellos contestaron:
“Moisés nos permitió el divorcio mediante la entrega de un acta de divorcio a la esposa”.
Jesús les dijo: “Moisés prescribió esto, debido a la dureza del corazón de ustedes. Pero desde el principio, al crearlos, Dios los hizo hombre y mujer. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su esposa y serán los dos una sola cosa. De modo que ya no son dos, sino una sola cosa. Por eso, lo que Dios unió, que no lo separe el hombre”.
Ya en casa, los discípulos le volvieron a preguntar sobre el asunto. Jesús les dijo: “Si uno se divorcia de su esposa y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio”.
Después de esto, la gente le llevó a Jesús unos niños para que los tocara, pero los discípulos trataban de impedirlo. Al ver aquello, Jesús se disgustó y les dijo: “Dejen que los niños se acerquen a mí y no se lo impidan, porque el Reino de Dios es de los que son como ellos. Les aseguro que el que no reciba el Reino de Dios como un niño, no entrará en él”.
Después tomó en brazos a los niños y los bendijo imponiéndoles las manos.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Comentario a la Palabra de Dios

¡Queridos hermanos y hermanas en Cristo Jesús!
El evangelio del día de hoy nos presenta el problema del divorcio, un tema que muchas familias viven y que no es fácil, sobre todo para quienes les toca vivirlo más de cerca.
El tema es planteado por un grupo de fariseos que le preguntan a Jesús para ponerlo a prueba: “¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su esposa?”
Pero la respuesta de Jesús fue otra pregunta: “¿Qué les prescribió Moisés?” pues ellos, siendo conocedores de la ley debían saberlo. Ellos contestaron: “Moisés nos permitió el divorcio mediante la entrega de un acta de divorcio a la esposa”.
Pero Jesús les aclara que no fue así desde el inicio, sino que “Moisés prescribió esto, debido a la dureza del corazón de ustedes. Pero desde el principio, al crearlos, Dios los hizo hombre y mujer. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su esposa y serán los dos una sola cosa. De modo que ya no son dos, sino una sola cosa. Por eso, lo que Dios unió, que no lo separe el hombre”.
Si uno lee detenidamente, Jesús habla de la creación del hombre y de la mujer, y que los dos se unirán y formarán una sola carne… el libro del Génesis, en el pasaje que se nos regala hoy, se habla de este hecho, de la creación de la mujer a partir de Adán, es decir, tanto el hombre como la mujer son iguales, son carne de la misma carne y están hechos el uno para el otro, por eso, esta unión es sólo entre ellos y tal unión es sagrada, pues ha sido bendecida por Dios desde el momento mismo de la creación. El MATRIMONIO es algo sagrado, es el lugar sagrado donde se vive el amor, y donde se debe vivir el verdadero amor, abierto a la vida, abierto a la donación del otro, abierto a la oblación sin medida. Los esposos están llamados a darse totalmente y mutuamente por el bien de ellos mismos y estar abiertos al don de la vida, pues tal amor debe llevarlos a generar vida. Como la Santísima Trinidad, que en sí misma es amor, y ese amor es la que relaciona las personas divinas y la lleva a darse y a dar.
Se ve que este tema ya era complicado en aquella época, por eso, ya en casa, los discípulos le volvieron a preguntar sobre el asunto y Jesús les dijo: “Si uno se divorcia de su esposa y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio”.
Hoy en día el divorcio está haciendo estragos en los matrimonios y en las familias (no hablamos aquí de situaciones verdaderamente complicadas donde la mejor solución es la separación, pues de lo contrario la vida se hace imposible y es destructiva) es como que se ha puesto de moda el separarse, las parejas se desconocen, se pierde el 1° amor con facilidad, fruto del estrés, del desgaste, del sensualismo, del egoísmo, en nombre de la “realización personal”, en nombre del “conocí a alguien que me hace sentir el amor, volver a la vida…”. Todo esto nos habla de una falta de comprensión, de diálogo, de una falta de amor, de cultivar el amor; y una vez que se pierde el fuego del amor verdadero se pierde todo, pues uno se puede volver ciego y hasta olvidarse de su propia familia, de los hijos, en busca de experimentar otras cosas, otros amores.
Desgraciadamente estamos viviendo tiempos donde se le está haciendo la guerra a la familia, la célula primordial de la sociedad, de la humanidad, se dan cuenta que si falta la familia, si falta amor, se pierde mucho, pues así tenemos hijos desprovistos de todo, faltos de amor y llenos de rencor, de dolor, de miserias humanas, y el vicio se vuelve el lugar de refugio de todas esas cosas que no son llenadas por el AMOR verdadero.
Esto no es para recriminar a nadie, sino como dijo Jesús, que la dureza del corazón del hombre no sea tanta que hasta se olvide de amar. No dejemos que los hechos de la vida nos roben el amor. No dejemos que situaciones particulares quiten la vida y el amor dentro del matrimonio y de la familia. Apostemos por salvar aquello que Dios quiso así, unidos por amor.
La lectura del libro del Génesis que hoy hemos leído nos habla de esa creación de la mujer a partir de la costilla, del costado abierto de Adán: esto nos hace recordar a un hecho especial, el Cristo colgado en la cruz es traspasado por una lanza y así de su costado nace la Iglesia, su esposa. Que esta imagen del costado abierto de Cristo nos lleve a sentirnos amados por ese amor que no se cierra sino que sigue derramando amor, y que ese amor sea vivido también en el matrimonio y en la familia teniéndolo como fuente y culmen de todo.
¡Alabado sea Jesucristo!

sábado, 26 de septiembre de 2009

Vigésimo Sexto Domingo del Tiempo Ordinario


Tu palabra, Señor, es la verdad
La voluntad de Dios es santa

Primera Lectura
Lectura del libro de los
Números (11, 25-29)
En aquellos días, el Señor descendió de la nube y habló con Moisés. Tomó del espíritu que reposaba sobre Moisés y se lo dio a los setenta ancianos. Cuando el espíritu se posó sobre ellos, se pusieron a profetizar. Se habían quedado en el campamento dos hombres: uno llamado Eldad y otro, Medad. También sobre ellos se posó el espíritu, pues aunque no habían ido a la reunión, eran de los elegidos y ambos comenzaron a profetizar en el campamento.
Un muchacho corrió a contarle a Moisés que Eldad y Medad estaban profetizando en el campamento. Entonces Josué, hijo de Nun, que desde muy joven era ayudante de Moisés, le dijo: “Señor mío, prohíbeselo”. Pero Moisés le respondió: “¿Crees que voy a ponerme celoso? Ojalá que todo el pueblo de Dios fuera profeta y descendiera sobre todos ellos el espíritu del Señor”.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 18
Los mandamientos del Señor alegran el corazón.
La ley del Señor es perfecta del todo y reconforta el alma; inmutables son las palabras del Señor y hacen sabio al sencillo.
Los mandamientos del Señor alegran el corazón.
La voluntad de Dios es santa y para siempre estable; los mandamientos del Señor son verdaderos y enteramente justos.
Los mandamientos del Señor alegran el corazón.
Aunque tu servidor se esmera en cumplir tus preceptos con cuidado, ¿quién no falta, Señor, sin advertirlo? Perdona mis errores ignorados.
Los mandamientos del Señor alegran el corazón.
Presérvame, Señor, de la soberbia, no dejes que el orgullo me domine; así, del gran pecado tu servidor podrá encontrarse libre.
Los mandamientos del Señor alegran el corazón.

Segunda Lectura
Lectura de la carta del apóstol
Santiago (5, 1-6)
Lloren y laméntense, ustedes, los ricos, por las desgracias que les esperan. Sus riquezas se han corrompido; la polilla se ha comido sus vestidos; enmohecidos están su oro y su plata, y ese moho será una prueba contra ustedes y consumirá sus carnes, como el fuego. Con esto ustedes han atesorado un castigo para los últimos días.
El salario que ustedes han defraudado a los trabajadores que segaron sus campos está clamando contra ustedes; sus gritos han llegado hasta el oído del Señor de los ejércitos. Han vivido ustedes en este mundo entregados al lujo y al placer, engordando como reses para el día de la matanza. Han condenado a los inocentes y los han matado, porque no podían defenderse.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Marcos
(9, 38-43. 45. 47-48)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Juan le dijo a Jesús: “Hemos visto a uno que expulsaba a los demonios en tu nombre, y como no es de los nuestros, se lo prohibimos”.
Pero Jesús le respondió: “No se lo prohíban, porque no hay ninguno que haga milagros en mi nombre, que luego sea capaz de hablar mal de mí. Todo aquel que no está contra nosotros, está a nuestro favor.
Todo aquel que les dé a beber un vaso de agua por el hecho de que son de Cristo, les aseguro que no se quedará sin recompensa.
Al que sea ocasión de pecado para esta gente sencilla que cree en mí, más le valdría que le pusieran al cuello una de esas enormes piedras de molino y lo arrojaran al mar.
Si tu mano te es ocasión de pecado, córtatela; pues más te vale entrar manco en la vida eterna, que ir con tus dos manos al lugar de castigo, al fuego que no se apaga. Y si tu pie te es ocasión de pecado, córtatelo; pues más te vale entrar cojo en la vida eterna, que con tus dos pies ser arrojado al lugar de castigo. Y si tu ojo te es ocasión de pecado, sácatelo; pues más te vale entrar tuerto en el Reino de Dios, que ser arrojado con tus dos ojos al lugar de castigo, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Comentario a la Palabra de Dios

¡Queridos hermanos y hermanas en Cristo Jesús!
El evangelio de hoy nos presenta algunos temas del tiempo de Jesús que siguen siendo actuales, y de las cuales es necesario prestar atención.
Dice que en aquel tiempo, Juan le dijo a Jesús: “Hemos visto a uno que expulsaba a los demonios en tu nombre, y como no es de los nuestros, se lo prohibimos”. Pero Jesús le respondió: “No se lo prohíban, porque no hay ninguno que haga milagros en mi nombre, que luego sea capaz de hablar mal de mí. Todo aquel que no está contra nosotros, está a nuestro favor”.
Jesús les hace ver a sus discípulos que el trabajo por el Reino de Dios no es privativo de unos pocos sino que está abierto a todos los que quieran colaborar en su Nombre, pues todo aquel que se preocupa por las mismas cosas que enseñó Cristo es colaborador de su obra. Debemos tratar de involucrar al mayor número de gente en el trabajo por el Reino, pues Jesús vino para todos y no para unos pocos e invitó a toda la humanidad a realizar este camino de santidad.

Otro tema que nos propone el evangelio es que “todo aquel que les dé a beber un vaso de agua por el hecho de que son de Cristo, les aseguro que no se quedará sin recompensa”. Es decir, Jesús enseña que aquellos que ofrecen algo a los que son de Cristo ya tienen su recompensa, pues ya lo están haciendo al mismo Cristo; y en definitiva, todos somos de Cristo pues Él nos compró para sí con su propia sangre derramada en la cruz. Somos suyos y a Él pertenecemos.

Un punto al cual se dedica una buena parte aquí es al tema del escándalo: “Al que sea ocasión de pecado para esta gente sencilla que cree en mí, más le valdría que le pusieran al cuello una de esas enormes piedras de molino y lo arrojaran al mar”. El escándalo es uno de los peores pecados, pues no sólo se perjudica quien lo comete sino que lleva consigo o arrastra a otros a lo mismo, privándolos –con su mal testimonio- de la verdadera vida en Cristo, de la vida en la gracia.

Unido a este escándalo está también el pecado personal, o aquello que nos lleva a estar en ocasión de pecado, por eso se nos dice: “Si tu mano te es ocasión de pecado, córtatela; pues más te vale entrar manco en la vida eterna, que ir con tus dos manos al lugar de castigo, al fuego que no se apaga. Y si tu pie te es ocasión de pecado, córtatelo; pues más te vale entrar cojo en la vida eterna, que con tus dos pies ser arrojado al lugar de castigo. Y si tu ojo te es ocasión de pecado, sácatelo; pues más te vale entrar tuerto en el Reino de Dios, que ser arrojado con tus dos ojos al lugar de castigo, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga”.
No significa con esto que debamos privarnos de nuestros miembros, mutilándolos, sino que se trata de “cortar” con el pecado, con aquello que es ocasión de pecado para nosotros. Se trata de tomar las cosas por su nombre, de enfrentar las situaciones que son un peligro para nuestra vida en la gracia, para poder ejercer el dominio sobre nosotros mismos desde y con la fuerza del Espíritu. Es un trabajo que dura toda la vida, pues siempre estamos expuestos a todo tipo de provocaciones o tentaciones, y es necesario estar alertas y despiertos, vigilando para que el pecado no nos prive de la vida de gracia.
El problema está en que muchas veces existe en nuestras vidas un cierto “afecto” al pecado, es decir, una cierta inclinación que nos lleva a recaer en lo mismo, en las mismas debilidades, en los mismos errores, en las mismas omisiones, y esto se debe a que no sabemos desprendernos de todo aquello que no es de Dios, de todo aquello que va contra el mensaje de salvación.
Es hora de que pongamos el nombre a sus cosas y nos juguemos por Jesús, por la vida que Él mismo nos regaló y regala, que nos juguemos por seguirlo en gracia y santidad. Esto no es imposible, tenemos la vida de tantos santos (canonizados o no) que han sido y son un mensaje para nosotros, que nos alientan a seguir luchando por estar en gracia, cortando definitivamente con aquello que nos impide crecer en la vida que nos ha regalado Jesús.
Pidamos al señor que nos de la sabiduría para saber discernir aquello de lo cual debemos desprendernos y saber cortar, y la fuerza para poder seguir creciendo cada vez más en santidad. Amén.

sábado, 19 de septiembre de 2009

Vigésimo Quinto Domingo del Tiempo Ordinario


Yo soy la salvación de mi pueblo, dice el Señor
El Señor es quien me ayuda


Primera Lectura
Lectura del libro de la
Sabiduría (2, 12. 17-20)
Los malvados dijeron entre sí: “Tendamos una trampa al justo, porque nos molesta y se opone a lo que hacemos; nos echa en cara nuestras violaciones a la ley, nos reprende las faltas contra los principios en que fuimos educados.
Veamos si es cierto lo que dice, vamos a ver qué le pasa en su muerte. Si el justo es hijo de Dios, él lo ayudará y lo librará de las manos de sus enemigos. Sometámoslo a la humillación y a la tortura, para conocer su temple y su valor.
Condenémoslo a una muerte ignominiosa, porque dice que hay quien mire por él”.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 53
El Señor es quien me ayuda.
Sálvame, Dios mío, por tu nombre; con tu poder defiéndeme. Escucha, Señor, mi oración y a mis palabras atiende.
El Señor es quien me ayuda.
Gente arrogante y violenta contra mí se ha levantado. Andan queriendo matarme. ¡Dios los tiene sin cuidado!
El Señor es quien me ayuda.
Pero el Señor Dios es mi ayuda, él, quien me mantiene vivo. Por eso te ofreceré con agrado un sacrificio, y te agradeceré, Señor, tu inmensa bondad conmigo.
El Señor es quien me ayuda.

Segunda Lectura
Lectura de la carta del apóstol
Santiago (3, 16—4, 3)
Hermanos míos: Donde hay envidias y rivalidades, ahí hay desorden y toda clase de obras malas. Pero los que tienen la sabiduría que viene de Dios son puros, ante todo. Además, son amantes de la paz, comprensivos, dóciles, están llenos de misericordia y buenos frutos, son imparciales y sinceros. Los pacíficos siembran la paz y cosechan frutos de justicia.
¿De dónde vienen las luchas y los conflictos entre ustedes? ¿No es, acaso, de las malas pasiones, que siempre están en guerra dentro de ustedes? Ustedes codician lo que no pueden tener y acaban asesinando. Ambicionan algo que no pueden alcanzar, y entonces combaten y hacen la guerra. Y si no lo alcanzan, es porque no se lo piden a Dios. O si se lo piden y no lo reciben, es porque piden mal, para derrocharlo en placeres.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Aclamación antes del Evangelio
Aleluya, aleluya.
Dios nos ha llamado, por medio del Evangelio, a participar de la gloria de nuestro Señor Jesucristo.
Aleluya.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Marcos (9, 30-37)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos atravesaban Galilea, pero él no quería que nadie lo supiera, porque iba enseñando a sus discípulos. Les decía: “El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; le darán muerte, y tres días después de muerto, resucitará”. Pero ellos no entendían aquellas palabras y tenían miedo de pedir explicaciones.
Llegaron a Cafarnaúm, y una vez en casa, les preguntó: “¿De qué discutían por el camino?” Pero ellos se quedaron callados, porque en el camino habían discutido sobre quién de ellos era el más importante. Entonces Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: “Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”.
Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: “El que reciba en mi nombre a uno de estos niños, a mí me recibe. Y el que me reciba a mí, no me recibe a mí, sino a aquel que me ha enviado”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor, Jesús.

Comentario a la Palabra de Dios

¡Queridos hermanos y hermanas en Cristo Jesús!
Hoy la liturgia nos regala unos textos que nos van a ayudar a reflexionar sobre nuestro obrar, sobre nuestra realidad de discípulos.
El Evangelio nos dice que en aquel tiempo, Jesús y sus discípulos atravesaban Galilea, pero él no quería que nadie lo supiera, porque iba enseñando a sus discípulos.
Se nos presenta a un Jesús celoso de los suyos, que los lleva aparte para instruirlos, formarlos… Les decía: “El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; le darán muerte, y tres días después de muerto, resucitará”. Pero ellos, no entendían aquellas palabras y tenían miedo de pedir explicaciones.
Entonces, al llegar a Cafarnaúm, y una vez en casa, Jesús les preguntó: “¿De qué discutían por el camino?” Pero ellos se quedaron callados, porque en el camino habían discutido sobre quién de ellos era el más importante.
Mientras el Señor se preocupaba por ellos, de formarlos, de enseñarles, ellos hablaban de cosas superficiales, como el preguntarse sobre quién es más importante. Ese silencio ante la pregunta de Jesús demostraba vergüenza, demostraba desatino, entonces Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: “Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”.
Pues no se trata de ocupar cargos o de tener méritos, sino de ponerse al servicio de los demás, como lo hace Jesús.
El hecho de que Jesús tome a un niño y lo ponga en medio de ellos, y abrazándolo les diga: “El que reciba en mi nombre a uno de estos niños, a mí me recibe. Y el que me reciba a mí, no me recibe a mí, sino a aquel que me ha enviado”, significa que para ser como el Señor hay que ser como niños, hay que vivir en la simplicidad y la inocencia, en la disponibilidad y en la pequeñez, bajo la mirada y la acción de un mismo Padre.
Es por eso, hermanos y hermanas mías, que “donde hay envidias y rivalidades, ahí hay desorden y toda clase de obras malas. Pero los que tienen la sabiduría que viene de Dios son puros, ante todo. Además, son amantes de la paz, comprensivos, dóciles, están llenos de misericordia y buenos frutos, son imparciales y sinceros. Los pacíficos siembran la paz y cosechan frutos de justicia”.
El apóstol Santiago es muy claro en esto, pues dice: “¿De dónde vienen las luchas y los conflictos entre ustedes? ¿No es, acaso, de las malas pasiones, que siempre están en guerra dentro de ustedes? Ustedes codician lo que no pueden tener y acaban asesinando. Ambicionan algo que no pueden alcanzar, y entonces combaten y hacen la guerra. Y si no lo alcanzan, es porque no se lo piden a Dios. O si se lo piden y no lo reciben, es porque piden mal, para derrocharlo en placeres”.
Es un lenguaje muy actual, pues hoy en día la gente pierde la cabeza, pierde la coherencia, pierde su humanidad, su fe, su ser “hijos de Dios” por dejarse llevar por lo que es contrario al anuncio de Jesús.
Estamos puestos en este mundo para los demás, para ser servidores de los otros, para ser colaboradores de la buena obra de Dios en medio del mundo, sólo que no siempre llegamos a vivirlo, pues el mundo con sus anti-valores nos desconciertan, nos distraen, y hasta nos agobian, haciéndonos insensibles, fríos y calculadores para sacar tajada del otro en vez de ser hermanos y ayudarnos a crecer juntos.
Sí, sabemos cómo terminó Jesús sus días terrenos, pues el malvado no tiene escrúpulos en hacer el mal, en dar muerte al que no es como él, y es lo que nos dice el profeta Isaías sobre el justo:
Los malvados dijeron entre sí: “Tendamos una trampa al justo, porque nos molesta y se opone a lo que hacemos; nos echa en cara nuestras violaciones a la ley, nos reprende las faltas contra los principios en que fuimos educados… Condenémoslo a una muerte ignominiosa, porque dice que hay quien mire por él”.
Es que la vida del justo es molestia para el que vive en las tinieblas.
Pidamos al Señor la gracia de aprender a vivir según el Evangelio, siendo servidores de los demás como lo fue Jesucristo. Amén.

viernes, 11 de septiembre de 2009

Vigésimo Cuarto Domingo del Tiempo Ordinario



Día del Señor
Señor Dios, qué valioso es tu amor
Caminaré en la presencia del Señor

Primera Lectura
Lectura del libro del profeta
Isaías (50, 5-9)
En aquel entonces, dijo Isaías:
“El Señor Dios me ha hecho oír sus palabras y yo no he opuesto resistencia, ni me he echado para atrás. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que me tiraban de la barba. No aparté mi rostro de los insultos y salivazos. Pero el Señor me ayuda, por eso no quedaré confundido, por eso endureció mi rostro como roca y sé que no quedaré avergonzado.
Cercano está de mí el que me hace justicia, ¿quién luchará contra mí? ¿Quién es mi adversario? ¿Quién me acusa? Que se me enfrente. El Señor es mi ayuda, ¿quién se atreverá a condenarme?”
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 114
Caminaré en la presencia
del Señor.
Amo al Señor porque escucha el clamor de mi plegaria, porque me prestó atención cuando mi voz lo llamaba.
Caminaré en la presencia
del Señor.
Redes de angustia y de muerte me alcanzaron y me ahogaban. Entonces rogué al Señor que la vida me salvara.
Caminaré en la presencia
del Señor.
El Señor es bueno y justo, nuestro Dios es compasivo. A mí, débil, me salvó
y protege a los sencillos.
Caminaré en la presencia
del Señor.
Mi alma libró de la muerte; del llanto los ojos míos, y ha evitado que mis pies tropiecen por el camino. Caminaré ante el Señor por la tierra de los vivos.
Caminaré en la presencia
del Señor.

Segunda Lectura
Lectura de la carta del apóstol
Santiago (2, 14-18)
Hermanos míos: ¿De qué le sirve a uno decir que tiene fe, si no lo demuestra con obras? ¿Acaso podrá salvarlo esa fe? Supongamos que algún hermano o hermana carece de ropa y del alimento necesario para el día, y que uno de ustedes le dice: “Que te vaya bien; abrígate y come”, pero no le da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué le sirve que le digan eso? Así pasa con la fe; si no se traduce en obras, está completamente muerta.
Quizá alguien podría decir: “Tú tienes fe y yo tengo obras. A ver cómo, sin obras, me demuestras tu fe; yo, en cambio, con mis obras te demostraré mi fe”.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Aclamación antes del Evangelio
Aleluya, aleluya.
No permita Dios que yo me gloríe en algo que no sea la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por el cual el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo.
Aleluya.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio
según san Marcos (8, 27-35)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a los poblados de Cesarea de Filipo. Por el camino les hizo esta pregunta: “¿Quién dice la gente que soy yo?” Ellos le contestaron: “Algunos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías; y otros, que alguno de los profetas”.
Entonces él les preguntó:
“Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” Pedro le respondió: “Tú eres el Mesías”. Y él les ordenó que no se lo dijeran a nadie.
Luego se puso a explicarles que era necesario que el Hijo del hombre padeciera mucho, que fuera rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, que fuera entregado a la muerte y resucitara al tercer día. Todo esto lo dijo con entera claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y trataba de disuadirlo.
Jesús se volvió, y mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro con estas palabras: “¡Apártate de mí, Satanás! Porque tú no juzgas según Dios, sino según los hombres”.
Después llamó a la multitud y a sus discípulos, y les dijo: “El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Comentario a la Palabra de Dios

¡Queridos hermanos y hermanas en Cristo Jesús!
Hoy Jesús nos vuelve a preguntar: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”
En aquella época Pedro le respondió: “Tú eres el Mesías”. Y Jesús les había ordenado que no se lo dijeran a nadie, pues estaba de por medio el misterio mesiánico, y además, porque la gente debía descubrir al Mesías verdadero enviado por el Padre, y no al Mesías que ellos creían conocer según sus ideas y concepciones.
Por eso luego se puso a explicarles a sus discípulos con entera claridad que era necesario que el Hijo del hombre padeciera mucho, que fuera rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, que fuera entregado a la muerte y resucitara al tercer día.
Pero Pedro no entendió, -como seguramente el resto de los apóstoles (y como hubiera sucedido también con la gente)- y por tanto se lo llevó aparte y trató de disuadirlo.
Pero Jesús se volvió, y mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro con estas palabras: “¡Apártate de mí, Satanás! Porque tú no juzgas según Dios, sino según los hombres”.
¿Cómo podía ser que aquél que había reconocido a Jesús como Mesías, al momento fuera reprendido por Jesús con palabras tan fuertes como el decirle: “¡Apártate de mí, Satanás!”
Luego Jesús llamó a la multitud y a sus discípulos, y les dijo: “El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará”.
Es que la misión del Mesías no era la de un fuerte Rey, guerrero, guerrillero, fariseo, etc… como tantos grupos de aquella época se imaginaban… ¡NO! Jesús no era ese Mesías que ellos pensaban, sino un Mesías redentor de la humanidad caída, un Mesías liberador de las miserias humanas, un Mesías solidario con la humanidad, y por ese mismo hecho se encarnó, asumió nuestra realidad, y eso mismo invitó e invita a que realicemos: ¡ser imitadores suyos!
La primera lectura, la del profeta Isaías, habla con claridad de la misión de este Mesías enviado por Dios:
“El Señor Dios me ha hecho oír sus palabras y yo no he opuesto resistencia, ni me he echado para atrás…”, y la lectura del apóstol Santiago nos invita a dar un paso en este seguir e imitar al Mesías: “Tú tienes fe y yo tengo obras. A ver cómo, sin obras, me demuestras tu fe; yo, en cambio, con mis obras te demostraré mi fe”.
Es decir, el Señor Jesús nos ha dado el ejemplo, eso mismo debemos realizar, lo que Él nos enseñó, pues de nada sirve vivir una fe desencarnada y con ideas de un Mesías mágico o de no sé qué estratósfera, que no se compromete con la realidad, que no se hace solidario con la humanidad, y que a la vez nos hace vivir divididos, como si la fe fuera algo que se vive sólo en los momentos litúrgicos o de oración, pero que no transforma la realidad, mi realidad, nuestra realidad.
Hermanos y hermanas que vivimos en este mundo, imitemos a Jesús en su entrega, pero primero pidamos luz al Espíritu Santo para poder descubrir al verdadero Mesías, y habiéndolo encontrado, nos decidamos a seguirlo e imitarlo, viviendo una fe encarnada y solidaria con Cristo, con su Iglesia y con el mundo. Amén.