sábado, 25 de julio de 2009

XVII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - Año B



Lecturas: Re 4, 42-44; Salmo 144; Ef 4, 1-6; Jn 6, 1-15

Queridos hermanos y hermanas en Cristo Jesús, hoy las lecturas nos invitan a pensar sobre el don de la Eucaristía representado en estos hechos: la multiplicación de los panes en tiempo de Eliseo, y la multiplicación de los panes y peces en tiempos de Jesús.
El evangelio dice que “en aquel tiempo, Jesús se fue a la otra orilla del mar de Galilea o lago de Tiberíades. Lo seguía mucha gente, porque habían visto las señales milagrosas que hacía curando a los enfermos. Jesús subió al monte y se sentó allí con sus discípulos. Estaba cerca la Pascua, festividad de los judíos”.
Vemos a un Jesús preocupado por su rebaño, por las dolencias de la gente, pero el pueblo lo seguía más bien por los hechos prodigiosos que hacía por ellos.
El evangelio habla de que estaba cerca la fiesta de la Pascua, hecho que nos lleva directamente también a la Pascua de Jesús, que debía suceder y en la cual también Él debía su propia Pascua, primero con la última Cena y luego con su propia vida entregada en la Cruz.
San Juan no nos transmite los hechos de la Última Cena, pero comprende que el hecho de la multiplicación de los panes que recordamos hoy es un hecho Eucarístico. El evangelista y apóstol Juan nos transmite este hecho como central mostrándonos a un Jesús eucarístico y Eucaristía.
Este Jesús, preocupado por su gente, “viendo que mucha gente lo seguía, le dijo a Felipe: “¿Cómo compraremos pan para que coman éstos?” Le hizo esta pregunta para ponerlo a prueba, pues él bien sabía lo que iba a hacer. Felipe le respondió: “Ni doscientos denarios bastarían para que a cada uno le tocara un pedazo de pan”. Otro de sus discípulos, Andrés, hermano Pedro, le dijo: “Aquí hay un muchacho que trae cinco panes de cebada y dos pescados. Pero, ¿qué es eso para tanta gente?” Jesús le respondió: “Díganle a la gente que se siente”.
“Enseguida tomó Jesús los panes, y después de dar gracias a Dios, se los fue repartiendo a los que se habían sentado a comer. Igualmente les fue dando de los pescados todo lo que quisieron. Después de que todos se saciaron, dijo a sus discípulos: “Recojan los pedazos sobrantes, para que no se desperdicien”. Los recogieron y con los pedazos que sobraron de los cinco panes llenaron doce canastos”.
Nuevamente vemos los signos propios de lo que realizó Jesús en la última Cena: “tomó Jesús los panes, y después de dar gracias a Dios, se los fue repartiendo a los que se habían sentado a comer”.
Pero la gente no entiende lo que Jesús ha hecho y quieren tomarlo por su Rey, claro, es fácil la vida si se nos solucionan los problemas con una persona así, ¿no? Entonces la gente, al ver la señal milagrosa que Jesús había hecho, decía: “Este es, en verdad, el profeta que había de venir al mundo”. Pero Jesús, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró de nuevo a la montaña, él solo.
La Oración Colecta, del inicio de la Misa de hoy dice: Padre santo y todopoderoso, protector de los que en ti confían, ten misericordia de nosotros y enséñanos a usar con sabiduría de los bienes de la tierra, a fin de que no nos impidan alcanzar los del cielo.
Sí, es algo muy cierto, pero la verdad es que vivimos preocupados en el hoy, en el futuro, en los bienes que nos dan seguridad… pero debemos aprender a usar de ellos sin apegarnos, con sabiduría para que estos bienes no nos quiten la paz y la alegría de ser Hijos de Dios por él amados.
Pablo nos deja un mensaje que bien puede ayudarnos a vivir lo que celebramos, pues tanto la multiplicación de los panes como la Misa que celebramos es Jesús mismo que celebramos y recibimos, y no podemos vivir bien esto si no llevamos una vida digna de bautizados: “Yo, Pablo, prisionero por la causa del Señor, los exhorto a que lleven una vida digna del llamamiento que han recibido. Sean siempre humildes y amables; sean comprensivos y sopórtense mutuamente con amor; esfuércense en mantenerse unidos en el espíritu con el vínculo de la paz”. Sí, Eucaristía y vida deben ser una sola cosa, deben vivirse con intensidad cada día, ¡prolongando la misma Eucaristía en la vida cotidiana!
“Porque no hay más que un solo cuerpo y un solo Espíritu, como también una sola es la esperanza del llamamiento que ustedes han recibido. Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que reina sobre todos, actúa a través de todos y vive en todos”.
Jesús se nos da como alimento espiritual, que nuestras vidas sean también coherentes con lo que celebramos, y que nos dejemos transformar por Él. Amén.

lunes, 6 de julio de 2009

DOMINGO XIV DEL TIEMPO ORDINARIO – AÑO B


Lecturas: Ez 2, 2-5; Sal 122, 1 -2a. 2bcd. 3-4; Cor 12, 7b-10; Mc 6, 1-6

¡Queridos hermanos y hermanas en Cristo!
La Palabra de Dios de este domingo nos presenta a Dios que habla a un pueblo incrédulo, duro de corazón y rebelde, por un lado, y por el otro a un Pablo que pide a Dios que lo libere de lo que lo atormenta y Dios le hace saber que en su debilidad Él se manifiesta.
La visita de Jesús en su tierra genera dudas sobre su persona, y no pueden creer que Jesús sea el Mesías, ya que se creen saber de dónde viene y quién es, pero sólo se quedan en lo externo. Ven a Jesús como uno de ellos y no como Mesías.
Cristo y su mensaje escandalizan, genera desconcierto y oposición, es signo de contradicción.
En la primera lectura, Dios se manifiesta a Israel por medio de un profeta, pero el pueblo es rebelde y duro de corazón. Lo mismo sucede con Jesús en su tierra, no lo aceptan, se resisten a creer y aceptar el mensaje de salvación.
Con Pablo se nos dice cómo Dios está presente en la debilidad humana y se manifiesta con su poder y amor. No lo libera del “aguijón”, pues es ahí donde Dios actúa mejor, en la debilidad humana, en donde hay un corazón necesitado de Dios, abierto a su gracia, pues Dios sabe bien lo que nos conviene. El orgullo hace que alejemos a Dios de nuestro lado. Pero en realidad nos basta con su gracia, pues en nuestra debilidad se manifiesta su poder.
Hoy Jesús nos vuelve a recordar que sólo puede obrar el milagro de la conversión y de la vida en la fe si somos abierto y sabemos recibir con corazón dispuesto al verdadero Cristo, al verdadero Mesías, y no al que nos hemos fabricado.
Que sepamos reconocernos débiles y necesitados de Dios para que Él pueda obrar en nosotros el don de su infinito amor y conversión. Amén.