sábado, 29 de agosto de 2009

XXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - Año B



Lecturas: Deut 4, 1-2. 6-8; Salmo 14; Sant 1, 17-18. 21-22. 27; Mc 7, 1-8. 14-15. 21-23

¡Queridos hermanos y hermanas en Jesucristo!
Los textos bíblicos de hoy nos ponen en confrontación con una realidad que vivimos a diario, y que muchas veces no nos deja vivir en autenticidad, traduciéndose en hipocresía.
El Evangelio nos habla de fariseos y algunos escribas que se acercaron a Jesús, y viendo que algunos de los discípulos de Jesús comían con las manos sin habérselas lavado, los fariseos y los escribas le preguntaron: “¿Por qué tus discípulos comen con manos impuras y no siguen la tradición de nuestros mayores?” (Porque los fariseos y los judíos, en general, no comen sin lavarse antes las manos hasta el codo, siguiendo la tradición de sus mayores; al volver del mercado, no comen sin hacer primero las abluciones, y observan muchas otras cosas por tradición, como purificar los vasos, las jarras y las ollas).
Jesús les contestó que Isaías había hablado ya de este tipo de personas pues: “¡Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. Es inútil el culto que me rinden, porque enseñan doctrinas que no son sino preceptos humanos! Ustedes dejan a un lado el mandamiento de Dios, para aferrarse a las tradiciones de los hombres”.
Moisés había hablado al pueblo ya antes, diciendo: “Ahora, Israel, escucha los mandatos y preceptos que te enseño, para que los pongas en práctica y puedas así vivir… Cumplan los mandamientos del Señor que yo les enseño, como me ordena el Señor, mi Dios. Guárdenlos y cúmplanlos porque ellos son la sabiduría y la prudencia de ustedes a los ojos de los pueblos”.
Pero estas leyes o normas de las cuales habla Moisés son normas necesarias para vivir, ¿por qué entonces Jesús se queja del cumplimiento de las normas por parte de los escribas y fariseos? En realidad Jesús no se queja de cumplir las leyes prescriptas, sino del modo en cómo se aplican y en el modo en el cual viven, pues cumplen las normas a la perfección pero sus corazones están lejos del amor a Dios y al prójimo, pues se quedan en legalismos que matan el corazón y el espíritu.
Por eso, el salmo nos invita a vivir en un modo diverso las normas y reglas de vida, pues el hombre que procede honradamente y obra con justicia ése es el que “es sincero en sus palabras y con su lengua a nadie desprestigia. Quien no hace mal al prójimo ni difama al vecino; quien no ve con aprecio a los malvados, pero honra a quienes temen al Altísimo. Quien presta sin usura y quien no acepta soborno en perjuicio de inocentes, ése será agradable a los ojos de Dios eternamente”.
Pero en este camino de conversión y de amor genuino a Dios y a los hermanos no estamos solos sino que sabemos que aquello que recibimos es beneficio y que todo don perfecto viene de lo alto.
Aceptemos con docilidad la palabra que Dios ha sembrado en nosotros y es capaz de salvarnos. Pongamos en práctica esa palabra y no nos limitemos a escucharla, así no nos engañaremos a nosotros mismos. “Pues la religión pura e intachable a los ojos de Dios consiste en visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y en guardarse de este mundo corrompido”.
Vivamos ayudados de las normas y preceptos que Dios nos confía para ser mejores cristianos, pero vivamos al mismo tiempo en la libertad de los hijos de Dios, donde el amor prima por sobre la ley y da plenitud a la Ley.
Que el Dios de la Vida y del Amor nos colme con su gracia para vivir en la plenitud del amor hacia él y nuestro prójimo. Amén.

domingo, 23 de agosto de 2009

XXI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - Año B



Lecturas: Jos 24, 1-2.15-17.18; Salmo 33; Ef 5, 21-32; Jn 6, 55.60-69

Queridos hermanos y hermanas en Jesús.
Terminamos este tiempo con la lectura del capítulo 6 de san Juan, sobre el milagro de la multiplicación de los panes y el discurso del Pan de Vida.
El discurso de Jesús concluye con el abandono de muchos de sus discípulos, pues el lenguaje de Jesús es “duro de entender”, pero Pedro, inspirado por el Espíritu, da testimonio de fe diciendo: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna y nosotros creemos que tú eres el santo de Dios”.
El mensaje de Jesús es duro porque asumirlo significa aceptar su persona y seguirlo hasta las últimas consecuencias.
El mensaje de Jesús es duro porque comer su Cuerpo y beber su Sangre significa dejarnos alimentar por Él y renunciar a lo que no es de Él, y porque significa vivir como Él nos pide.
Por eso es duro su lenguaje, porque no se trata de un Dios que facilita las cosas sino un Dios que nos complica, en el sentido de que no nos deja tranquilos pues quiere que asumiendo su mensaje lo vivamos en plenitud.
Aceptarlo como el Pan de Vida significa que solo Él es nuestro alimento, solo Él es quien nos da la vida, y todo lo demás es secundario.
Que podamos escuchar su mensaje, asumirlo y vivirlo, y que seamos alimentados sólo por su Pan (su propio Cuerpo y Sangre) a fin de que también nosotros seamos pan para los demás, seamos alimento anunciando la palabra de Dios, anunciando a Dios a los demás con nuestro testimonio y entrega y Jesús sea el centro de nuestras vidas, el centro de toda nuestra historia. Amén.

domingo, 2 de agosto de 2009

XVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - Año B



Lecturas: Ex 16, 2-4. 12-15; Salmo 77; Ef 4, 17, 20-24; Jn 6, 24-35

Queridos hermanos y hermanas en Jesús.
Seguimos en este tiempo conla lectura del capítulo 6 de san Juan, sobre el milagro de la multiplicación de los panes.
Dice el texto que: “En aquel tiempo, cuando la gente vio que en aquella parte del lago no estaban Jesús ni sus discípulos, se embarcaron y fueron a Cafarnaúm para buscar a Jesús”.
Cuando lo encontraron en la otra orilla del lago, le preguntaron: “Maestro, ¿cuándo llegaste acá?” Jesús les contestó: “Yo les aseguro que ustedes no me andan buscando por haber visto señales milagrosas, sino por haber comido de aquellos panes hasta saciarse. No trabajen por ese alimento que se acaba, sino por el alimento que dura para la vida eterna y que les dará el Hijo del hombre; porque a éste, el Padre Dios lo ha marcado con su sello”.
La multitud busca a Jesús con ansia, lo busca por tierra y por mar, ve en Él a alguien que puede ayudarlos, pero Jesús no se deja llevar por el simplismo, por el sentirse tenido en cuenta porque realiza obras, por ser “alguien” importante y con poder en el pueblo… Jesús hace ver a la gente que lo buscan no porque han visto signos sino porque han comido hasta hartarse y ven en Él a una persona que puede facilitarles la vida, que puede solucionarles los problemas con un simple gesto como el de multiplicar la comida.
Entonces ellos le dijeron: “¿Qué necesitamos para llevar a cabo las obras de Dios?” Respondió Jesús: “La obra de Dios consiste en que crean en aquel a quien él ha enviado”.
Es lo que nos dice san Pablo en su carta a los Efesios: “Declaro y doy testimonio en el Señor, de que no deben ustedes vivir como los paganos, que proceden conforme a lo vano de sus criterios. Esto no es lo que ustedes han aprendido de Cristo; han oído hablar de él y en él han sido adoctrinados, conforme a la verdad de Jesús. El les ha enseñado a abandonar su antiguo modo de vivir, ese viejo yo, corrompido por deseos de placer. Dejen que el Espíritu renueve su mente y revístanse del nuevo yo, creado a imagen de Dios, en la justicia y en la santidad de la verdad”.
Estas palabras nos llevan a hacer las obras de Dios, que nosh an sido dadas en y por Jesucristo, y que san Pablo y los santos han sabido vivir en sus vidas.
Jesús nos dice: “Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí no tendrá hambre y el que cree en mí nunca tendrá sed”. Sí, es verdad, pues Jesús mismo es el alimento que da la vida eternal ya en esta vida para quien lo come en gracia de Dios, pore so san Pablo insiste en las obras de Dios, en vivir una vida de convertidos, de verdaderos cristianos, y no sólo una vida de tibios que no terminan nunca de saberse de qué lado están, sin comprometerse en serio con Cristo y su Palabra.
Pore so, a la vez que nos comprometemos a llevar una vida digna de los hijos de Dios, le decimos a Jesús para que vivamos más unidos a Él en espíritu y en verdad: “Señor, danos siempre de ese pan”. Amén.