sábado, 23 de junio de 2012

Solemnidad del nacimiento de Juan Bautista


Domingo 24 de Junio, 2012
(Decimosegundo Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo B).

Día del Señor  
Demos gracias al Señor por sus bondades
Los ojos de todos los hombres te miran, Señor

Primera Lectura
Lectura del libro del Profeta  Isaías (49,1-6)
Escuchadme, islas; atended, pueblos lejanos: Estaba yo en el vientre, y el Señor me llamó; en las entrañas maternas, y pronunció mi nombre. Hizo de mi boca una espada afilada, me escondió en la sombra de su mano; me hizo flecha bruñida, me guardó en su aljaba y me dijo: "Tú eres mi siervo, de quien estoy orgulloso." Mientras yo pensaba: "En vano me he cansado, en viento y en nada he gastado mis fuerzas", en realidad mi derecho lo llevaba el Señor, mi salario lo tenía mi Dios. Y ahora habla el Señor, que desde el vientre me formó siervo suyo, para que le trajese a Jacob, para que le reuniese a Israel -tanto me honró el Señor, y mi Dios fue mi fuerza-: "Es poco que seas mi siervo y restablezcas las tribus de Jacob y conviertas a los supervivientes de Israel; te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra".
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 138
 "Te doy gracias, porque me has escogido portentosamente."
Señor, tú me sondeas y me conoces; me conoces cuando me siento o me levanto,  de lejos penetras mis pensamientos; distingues mi camino y mi descanso,  todas mis sendas te son familiares.
Tú has creado mis entrañas,
  me has tejido en el seno materno. Te doy gracias, porque me has escogido portentosamente, porque son admirables tus obras. Conocías hasta el fondo de mi alma. 
No desconocías mis huesos, cuando, en lo oculto, me iba formando, y entretejiendo en lo profundo de la tierra

 Segunda Lectura
Lectura de los Hechos de los apóstoles  (13,22-26)
En aquellos días, dijo Pablo: "Dios nombró rey a David, de quien hizo esta alabanza: "Encontré a David, hijo de Jesé, hombre conforme a mi corazón, que cumplirá todos mis preceptos." Según lo prometido, Dios sacó de su descendencia un salvador para Israel: Jesús. Antes de que llegara, Juan predicó a todo Israel un bautismo de conversión; y, cuando estaba para acabar su vida, decía: "Yo no soy quien pensáis; viene uno detrás de mí a quien no merezco desatarle las sandalias." Hermanos, descendientes de Abrahán y todos los que teméis a Dios: a vosotros se os ha enviado este mensaje de salvación."
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Lucas 1,57-66.80
Gloria a ti, Señor.
A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y la felicitaban. A los ocho días fueron a circuncidar al niño, y lo llamaban Zacarías, como a su padre. La madre intervino diciendo: "¡No! Se va a llamar Juan." Le replicaron: "Ninguno de tus parientes se llama así." Entonces preguntaban por señas al padre cómo quería que se llamase. El pidió una tablilla y escribió: "Juan es su nombre." Todos se quedaron extrañados. Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a Dios. Los vecinos quedaron sobrecogidos, y corrió la noticia por toda la montaña de Judea. Y todos los que lo oían reflexionaban diciendo: "¿Qué va ser este niño?" Porque la mano del Señor estaba con él. El niño iba creciendo, y su carácter se afianzaba; vivió en el desierto hasta que se presentó a Israel.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Comentario a la Palabra de Dios
            Queridos hermanos y hermanas, que el Dios de la vida permanezca siempre con todos ustedes y que su paz de Cristo habite en sus corazones y sean signo de la presencia del Amor en medio del mundo por medio de la acción del Espíritu Santo.
            Este domingo celebramos la gran fiesta del nacimiento de San Juan Bautista, llamado el precursor, ya que su vida y misión fue la de anunciar y preparar la llegada de los tiempos mesiánicos, es decir, la llegada de Jesús.
            El Evangelio Lucas, en el pasaje que leemos hoy, se centra en cuatro momentos de la vida de Juan: El nacimiento (vv. 57-58), la circuncisión, la imposición del nombre y la manifestación (vv. 59-66).
            Con el nacimiento de Juan se cumple lo que se le había anunciado a Zacarías: la esterilidad de los padres se vuelve vida y fecundidad, dando a luz un hijo, que es fuente de alegría, jubilo y regocijo para todos.
            Lucas marca dos aspectos con su nacimiento, la misericordia de divina en favor del pueblo, al quitarle la afrenta que pesaba sobre Isabel, y por otra parte, el significado del nombre Juan: “Dios muestra su favor, Dios es misericordioso, Dios es fiel”.
            Con la circuncisión, Juan queda ligado con la “señal de la alianza” del pueblo de Israel.         Con la imposición del nombre de “Juan” se marca una diferencia, hay un designio de Dios sobre el recién nacido, y si bien tiene continuidad familiar, en cierto modo rompe con la tradición familiar, hay una intervención de Dios que es especial, y con el nombre se le da una misión que llevará a cabo.
            Con la manifestación pública de Juan, de un padre que estaba mudo y repentinamente recupera el habla cuando da el nombre de Juan a su hijo, son signos de que Dios está en medio de todo esto.
            La lectura de Isaías habla del ministerio profético delante de las naciones, preparando los caminos de Dios, habla de una elección de Dios desde el seno materno; y en el texto de los Hechos se hace patente la misión a la cual Juan Bautista estuvo llamado y vivió hasta el fin.
            Las lecturas de esta fiesta pueden llevarnos a mirar nuestras vidas desde un proyecto divino en medio de una historia de salvación personal y comunitaria, de toda la humanidad. El hacho de que se le dé un nombre y se lo llame por su nombre, está indicando no sólo una elección, fruto de una llamada de amor, sino también una misión unida a esa llamada, por eso el llamar por el nombre nos dice de un proyecto divino de amor que se realiza con la colaboración del hombre.
            Esta celebración con sus lecturas puede ayudarnos a dejarnos interpelar sobre nuestra vida y nuestra experiencia de Dios, de la llamada y de la misión que nos confió.
            Te damos gracias Señor por llamarnos por nuestro nombre a la vida y darnos una misión para realizar tu proyecto. Te pedimos que nos ayudes a descubrirlo y realizarlo según tus designios amorosos. Amén.

martes, 5 de junio de 2012

Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo


Domingo 10 de Junio, 2012

Solemnidad
Levantaré el cáliz de la salvación
El que coma de este pan vivirá para siempre
Ten compasión de nosotros, buen pastor

Primera Lectura
Lectura del libro del Éxodo (24, 3-8)
En aquellos días, Moisés bajó del monte Sinaí y refirió al pueblo todo lo que el Señor le había dicho y los mandamientos que le había dado. Y el pueblo contestó a una voz: “Haremos todo lo que dice el Señor”.
Moisés puso por escrito todas las palabras del Señor. Se levantó temprano, construyó un altar al pie del monte y puso al lado del altar doce piedras conmemorativas, en representación de las doce tribus de Israel.
Después mandó a algunos jóvenes israelitas a ofrecer holocaustos e inmolar novillos, como sacrificios pacíficos en honor del Señor. Tomó la mitad de la sangre, la puso en vasijas y derramó sobre el altar la otra mitad.
Entonces tomó el libro de la alianza y lo leyó al pueblo, y el pueblo respondió:
“Obedeceremos. Haremos todo lo que manda el Señor”.
Luego Moisés roció al pueblo con la sangre, diciendo: “Esta es la sangre de la alianza que el Señor ha hecho con ustedes, conforme a las palabras que han oído”.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 115
Levantaré el cáliz de la salvación.
¿Cómo le pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Levantaré el cáliz de salvación e invocaré el nombre del Señor.

A los ojos del Señor es muy penoso que mueran sus amigos. De la muerte, Señor, me has librado, a mí, tu esclavo e hijo de tu esclava.

Te ofreceré con gratitud un sacrificio e invocaré tu nombre. Cumpliré mis promesas al Señor ante todo su pueblo.

Segunda Lectura
Lectura de la carta a los hebreos (9, 11-15)
Hermanos:
Cuando Cristo se presentó como sumo sacerdote que nos obtiene los bienes definitivos, penetró una sola vez y para siempre en el “lugar santísimo”, a través de una tienda, que no estaba hecha por mano de hombres, ni pertenecía a esta creación.
No llevó consigo sangre de animales, sino su propia sangre, con la cual nos obtuvo una redención eterna.
Porque si la sangre de los machos cabríos y de los becerros y las cenizas de una ternera, cuando se esparcían sobre los impuros, eran capaces de conferir a los israelitas una pureza legal, meramente exterior, ¡cuánto más la sangre de Cristo purificará nuestra conciencia de todo pecado, a fin de que demos culto al Dios vivo, ya que a impulsos del Espíritu Santo, se ofreció a sí mismo como sacrificio inmaculado a Dios, y así podrá purificar nuestra conciencia de las obras que conducen a la muerte, para servir al Dios vivo!
Por eso, Cristo es el mediador de una alianza nueva. Con su muerte hizo que fueran perdonados los delitos cometidos durante la antigua alianza, para que los llamados por Dios pudieran recibir la herencia eterna que él les había prometido.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Secuencia
(Puede recitarse en forma abreviada comenzando en *)
Al Salvador alabemos, que es nuestro pastor y guía. Alabémoslo con himnos y canciones de alegría. Alabémoslo sin límites y con nuestras fuerzas todas; pues tan grande es el Señor, que nuestra alabanza es poca.
Gustosos hoy aclamamos a Cristo, que es nuestro pan, pues él es el pan de vida, que nos da vida inmortal. Doce eran los que cenaban y les dio pan a los doce. Doce entonces lo comieron, y, después, todos los hombres. Sea plena la alabanza y llena de alegres cantos; que nuestra alma se desborde en todo un concierto santo.
Hoy celebramos con gozo la gloriosa institución de este banquete divino, el banquete del Señor. Esta es la nueva Pascua, Pascua del único Rey, que termina con la alianza tan pesada de la ley.
Esto nuevo, siempre nuevo, es la luz de la verdad, que sustituye a lo viejo con reciente claridad. En aquella última cena Cristo hizo la maravilla de dejar a sus amigos el memorial de su vida. Enseñados por la Iglesia, consagramos pan y vino, que a los hombres nos redimen, y dan fuerza en el camino.
Es un dogma del cristiano que el pan se convierte en carne, y lo que antes era vino queda convertido en sangre. Hay cosas que no entendemos, pues no alcanza la razón; mas si las vemos con fe, entrarán al corazón.
Bajo símbolos diversos y en diferentes figuras, se esconden ciertas verdades maravillosas, profundas. Su sangre es nuestra bebida; su carne, nuestro alimento; pero en el pan o en el vino Cristo está todo completo.
Quien lo come no lo rompe, no lo parte ni divide; él es el todo y la parte; vivo está en quien lo recibe. Puede ser tan sólo uno el que se acerca al altar, o pueden ser multitudes: Cristo no se acabará.
Lo comen buenos y malos, con provecho diferente; no es lo mismo tener vida que ser condenado a muerte. A los malos les da muerte y a los buenos les da vida. ¡Qué efecto tan diferente tiene la misma comida! Si lo parten, no te apures; sólo parten lo exterior; en el mínimo fragmento entero late el Señor.
Cuando parten lo exterior sólo parten lo que has visto; no es una disminución de la persona de Cristo. * El pan que del cielo baja es comida de viajeros. Es un pan para los hijos. ¡No hay que tirarlo a los perros! Isaac, el inocente, es figura de este pan, con el cordero de Pascua y el misterioso maná.
Ten compasión de nosotros, buen pastor, pan verdadero. Apaciéntanos y cuídanos y condúcenos al cielo. Todo lo puedes y sabes, pastor de ovejas, divino. Concédenos en el cielo gozar la herencia contigo.
Amén.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Marcos (14, 12-16. 22-26)
Gloria a ti, Señor.
El primer día de la fiesta de los panes Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le preguntaron a Jesús sus discípulos:
“¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?” El les dijo a dos de ellos: “Vayan a la ciudad. Encontrarán a un hombre que lleva un cántaro de agua; síganlo y díganle al dueño de la casa en donde entre: ‘El Maestro manda preguntar: ¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?’
El les enseñará una sala en el segundo piso, arreglada con divanes. Prepárennos allí la cena”. Los discípulos se fueron, llegaron a la ciudad, encontraron lo que Jesús les había dicho y prepararon la cena de Pascua.
Mientras cenaban, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio a sus discípulos, diciendo:
“Tomen: esto es mi cuerpo”. Y tomando en sus manos una copa de vino, pronunció la acción de gracias, se la dio, todos bebieron y les dijo: “Esta es mi sangre, sangre de la alianza, que se derrama por todos. Yo les aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios”.
Después de cantar el himno, salieron hacia el monte de los Olivos.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Comentario a la Palabra de Dios
            Queridos hermanos y hermanas, que el Dios de la vida permanezca siempre con todos ustedes y que su paz de Cristo habite en sus corazones y sean signo de la presencia del Amor en medio del mundo por medio de la acción del Espíritu Santo.
            Hoy celebramos una de las fiestas más importantes como cristianos, pues hoy celebramos el amor de Dios que se hace concreto en su entrega y en su querer quedarse con nosotros como alimento vivo y verdadero en este camino peregrinar hacia Dios.
            Muchas veces seguramente hemos celebrado esta solemne fiesta, y muchas veces habremos escuchado distintas catequesis, podemos quedarnos en lo meramente explicativo del misterio o sólo en lo experiencial, intentaremos un poco las dos cosas, ofrecer algunos elementos de comprensión del misterio y lo que este misterio significa para la vida del cristiano.
            La primera lectura nos habla de Moisés, que selló la alianza de Dios con su pueblo mediante la sangre de los animales que eran sacrificados; una parte fue derramada sobre el altar, y la otra mitad la esparció sobre el pueblo, con lo cual el sacrificio de las víctimas ofrecidas a Dios en el altar y esparcida su sangre sobre el pueblo realizaban la alianza prometida por Dios a su pueblo. Moisés era un mediador de esa alianza. Así el pueblo comprendía que Dios estaba con ellos, y a su vez el pueblo se comprometía a practicar todo cuanto el Señor les había ordenado y que estaba en las tablas de la ley entregada por Dios a Moisés en el Sinaí.
            Estos diez mandamientos son el modo de poder vivir con compromiso esa alianza realizada y sellada con la sangre de animales ofrecidos. Era necesario que dicha alianza tuviera un decálogo de vida para poder mantenerse en unidos a Dios, pero también detrás de estos mandamientos había un deseo de Dios de que el pueblo no se apartara de él y que valorara su acción a favor de ellos como pueblo elegido de su propiedad.
            Sabemos que aquella primera alianza no se mantuvo por mucho tiempo, al menos de parte de los hombres, pues Dios siguió manteniéndola y llamando a su pueblo a la conversión; así esta alianza quebrantada y restaurada muchas veces por el pueblo, manifestaba la dureza de los hombres y el amor sostenido de Dios preocupado por los suyos, y por tal motivo nunca dejó de lado a su pueblo, antes bien, siguió llamándolo a la conversión, a la fidelidad y a recordar ese pacto realizado, la ALIANZA.
            En la carta a los hebreos se nos dice que: “Cuando Cristo se presentó como sumo sacerdote que nos obtiene los bienes definitivos, entró una sola vez y para siempre en el “lugar santísimo”… No llevó consigo sangre de animales, sino su propia sangre, con la cual nos obtuvo una redención eterna”. Sí, tal era el sumo sacerdote que necesitábamos, pues “si la sangre de los machos cabríos y de los becerros y las cenizas de una ternera, cuando se esparcían…, eran capaces de conferir a los israelitas una pureza legal, meramente exterior, ¡cuánto más la sangre de Cristo purificará nuestra conciencia de todo pecado…”
            Él es la Nueva y definitiva Alianza, porque sólo Él pudo terminar de una vez para siempre -sin necesidad de otros sacrificios- con el pecado del mundo, y fue a través de la inmolación de su propio cuerpo y derramando su propia sangre por nosotros, “ya que a impulsos del Espíritu Santo, se ofreció a sí mismo como sacrificio inmaculado a Dios, y así podrá purificar nuestra conciencia de las obras que conducen a la muerte, para servir al Dios vivo! Por eso, Cristo es el mediador de una alianza nueva. Con su muerte hizo que fueran perdonados los delitos cometidos durante la antigua alianza, para que los llamados por Dios pudieran recibir la herencia eterna que él les había prometido”.
            La sangre derramada de Cristo sella una nueva y definitiva alianza entre Dios y los hombres, por eso decimos que el de Cristo es un sacrificio definitivo, de una vez por todas y para todos. El sacrificio de Jesús no se repite, se actualiza ininterrumpidamente en la Eucaristía; es decir, cada vez que celebramos la Eucaristía está siendo actual el mismo momento en que Cristo da su vida por nosotros en su propia Pascua, y esto es tal porque Jesucristo es hombre y Dios verdadero, y por ser Dios es eterno y su sacrificio como Dios y hombre es eterno, y es actual.
            Así, el pecado de los hombres no necesita de una nueva alianza, como sucedía antes en la antigua alianza, ya la alianza con Dios por medo de Jesucristo es actual y se hace actual sacramentalmente siempre y sin necesidad de repetirse. Jesús no muere más, murió y resucitó y vive para siempre de una vez por todas.
            Por eso esta Alianza es una alianza de Amor, pues sellada con la sangre de Cristo y en una donación total de amor por los hombres de todos los tiempos, de cualquier raza y condición, nos presenta un radical modo de vida y de relaciones entre los hombres y Dios, porque Jesucristo nos ha dado un nuevo modo de ser.
            Jesús lo vivió y nos lo presentó así para que lo imitáramos en su entrega: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por los amigos”; Y así, “habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo” de dar su cuerpo como comida y su sangre como bebida para la vida eterna.
            Mediante las palabras pronunciadas por Jesús en la última cena se da un misterio grande, el pan y el vino dejan de ser tales, y conservando sus apariencias encierran en ellos la presencia real, verdadera y eficaz de Cristo Jesús, por eso Él mismo nos invitó e invita a comer y tomar esta comida y bebida espiritual para provecho nuestro y para nuestra salvación.
            La redención ya ha sido decretada con Jesucristo, pero necesita de nosotros para que sea definitiva, pues Dios no realiza nada sin nosotros, pues no deja que obremos en libertad.
            Pidamos a Dios la gracia de poder comprender un poco este gran misterio encerrado en la Eucaristía y poder enamorarnos más de este Cristo “entregado por ustedes” (por nosotros). Que esta fiesta nos ayude a entrar más en el misterio Eucarístico y poder vivir eucarísticamente cada día de nuestra vida. Amén.