domingo, 7 de junio de 2009

SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD - Año B


Querido hermano y hermana, ¡alabado sea Jesucristo!
Este domingo la Iglesia nos regala meditar sobre la Santísima Trinidad, gran misterio sobre el cual es mejor callar y contemplar, por eso te ofrezco un espacio de reflexión mediante la contemplación del icono de la trinidad de Rublëv.

ABRAHAM Y SUS TRES HUÉSPEDES (Gen 18, 1-16)

Tres dulces figuras: una delante de nosotros, una a izquierda y una a derecha.
Al centro una mesa y un cáliz. Todo aparece sin tiempo, en una atmósfera de paz. Las tres figuras tienen alas. ¿Son ángeles o representan al Señor?
Así A. Rublëv ha fijado por siempre en nuestros ojos (y en el corazón) la hospitalidad de Abraham.
Algo grande se juega en el encinar de Mamré. ¿Podemos también nosotros ser comensales en esa mesa? ¿Podemos entrar en comunión con estas tres figuras? ¿O bien, son ellos los que tienen que venir a comer en nuestra mesa?
He aquí los elementos que ofrezco para un itinerario vital, para recorrer personalmente o en grupo.
No pretendo darte fórmulas, estas las encontrarás en los tratados de dogmática. Pretendo ayudarte a contemplar –a través de este icono- la Trinidad en tu vida, como lo vivió Abraham.

LECTURA DEL ICONO (comentario artístico de GIUSEPPE SALA: “Abraham y sus tres huéspedes”)
Ahora leamos con simplicidad el cuadro con la ayuda del relato bíblico. Su título más común es “La Trinidad Angélica”, pero más correctamente el Oriente la titula el fragmento en donde ella tiene origen “Filossenia”, inspirándose en Heb 13,2: “Amor por lo extranjero”. “Xenofobia” quiere decir propiamente lo contrario. Abraham en efecto tiene la inesperada visita de tres extranjeros; los recibe; les sirve en la mesa y pone sobre ella abundante comida. El anuncio del próximo nacimiento de un hijo, hecho por los tres extranjeros, hace de esta escena la primera Anunciación de la Biblia. El gran extranjero que es cada hijo para cada padre, es anunciado por tres extranjeros. Recibir a estos últimos es recibir el primero. Con fe, sin garantía alguna. Pero ¿cómo no mirar al horizonte de estos grandes y fundamentales eventos humanos, el gran extranjero, el gran Otro, que es Dios para el hombre? ¿Y cómo no conmoverse al descubrir que a la mesa del hombre se sienta el Señor? ¿Y qué cosa podría pensarse de terrible para el hombre que en su aventura tiene la chance de recibir a su Señor? Respuesta: la eventualidad atroz, pero posible, del rechazo. Sodoma y Gomorra rechazaron a los tres extranjeros que fueron a ellos después del encuentro con Abraham. Hoy, también yo, también tú puedes decir “no” a la Palabra; podrías decir lo mismo que los habitantes de las dos ciudades: nosotros nos saciamos de nuestros bienes y de nuestros gustos que ninguno puede poner en discusión. Nos bastamos a nosotros mismos. El otro, el extranjero, el no-idéntico, hasta en el sexo (hombre – mujer) y en la generación (padre – hijo) no es de nuestro agrado. Si bajo el árbol de Mamré la vida se abre al futuro, aquí (a la sombra de la ciudad-civilización del pecado) hace aparición la muerte. En el icono, velo transparente sobre lo eterno, Abraham no está. Ha reanudado su viaje en el tiempo y en el espacio. Está dejándose plasmar el corazón de su Dios, así de extraño de que llegue a ser padre, ya anciano, de Isaac; así de extraño de aparecerle una familia. Tan extraño de hacerlo sentir enternecido frente al peligro mortal de las dos ciudades. Las dos ciudades tenían poco trato con su sobrino Lot. El tío no pide venganza, sino que pide misericordia, perdón, intercediendo junto a Dios por ellos. Abraham, ¿también en esto es nuestro padre en la fe? De por sí Abraham es lejano, en el icono quedan tres puntos de relación del relato: la encina, la tienda (llega a ser ya tradicionalmente una construcción esquemática de un edificio de piedra. ¿Es la Iglesia?) y el banquete de los tres. Sobre la mesa está la copa (plato para la comida) con el cordero. Esta última escena toma todo el espacio del icono. Los tres están iluminados por el relato total de la Biblia: de la Creación a Pentecostés. Al centro está el Cordero inmolado, que a su vez está al centro de la mesa de la fiesta. Propiamente delante de nosotros hay un sitio que espera la llegada del huésped. Este huésped será Abraham con todos sus hijos en la fe, con toda la humanidad creyente que, de retorno del largo viaje sobre la tierra, al término de la aventura en el tiempo y el espacio, se sentará a la mesa por la eternidad.

¿TRINIDAD?
Hay libros enteros escritos para caracterizar en los tres Ángeles las particulares personas de la santísima Trinidad. Alguno duda de que haya una explícita voluntad de representar el misterio trinitario objetando que nunca en Oriente el Padre viene a ser representado y, si realmente se quiere aludir a Él, se lo distinguiría netamente como “Origen” respecto a la figura del Hijo y del Espíritu. Pero señalada debidamente esta puntualización, cabe recordar que el texto bíblico es respetado rigurosamente. De hecho la hospitalidad de Abraham está toda. Está la tienda, está la encina. Mas este deslizarse en primer plano de las tres figuras angélicas, los engrandece hasta ocupar prácticamente toda la escena, parece un río llegado al mar. Todo el Evangelio, toda la evolución de los distintos tipos de exégesis bíblica, toda la tradición cristiana, todo el recorrido de la liturgia y toda la historia de un pueblo que camina con el soplo del Espíritu, han hecho de estos relatos una evidente alusión al misterio trinitario. Rublëv ha pintado este icono para la iglesia de la Trinidad, sobre el lugar donde San Sergio (que propiamente en aquellos días venía siendo aclamado santo, habiendo muerto hacía poco tiempo) se sumergía en meditaciones profundísimas sobre el misterio trinitario. Es logrado de tal manera que el icono se refiere a la Santísima Trinidad, que más recoge las subsiguientes tentativas por caracterizar las particulares figuras de la Trinidad. El Padre, según una interpretación entre las más probables, es reconocible en el Ángel de la izquierda (de coloración más etérea, transparente); el Hijo es el Ángel central que bendice la copa, tiene el vestido azul y moreno (= dos naturalezas) y se coloca bajo el árbol de la vida; el Espíritu es el Ángel de la derecha porque es más dinámico, más joven, más bello y más fuerte. Pero se hace fatiga en decir las diferencias. Vienen ganas de comenzar desde el principio y cambiar las atribuciones. Vienen ganas de entender el secreto de la figura geométrica que pone de nuevo continuamente en tela todas las tentativas de “poseer” el icono. El nombre de Dios al final queda siempre secreto. Sólo él te lo puede susurrar en tu corazón.

Andrej Rublëv y los iconos
Andrej Rublëv nace en 1360, en Rusia, crea un tipo de pintura completamente independiente de los cánones bizantinos. Junto con Teofane el Greco es autor de la iconóstasis de la Iglesia de la Anunciación en Moscú, de los frescos de la Iglesia de la Dormisión en Vladimir, y de otras obras. Su principal trabajo es considerado el icono “La filossenia di Abramo”. Ella es conservada en Moscú en la Galería Tretjakov. Ha sido pintada en los inicios del siglo XV. En este icono, se armonizan profundidad teológica y sentido místico. Rublëv muere en 1430.

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