domingo, 11 de octubre de 2009

Vigésimo Octavo Domingo del Tiempo Ordinario – año B



Sácianos, Señor, de tu misericordia
Los que buscan al Señor, no carecen de nada

Primera Lectura
Lectura del libro de la
Sabiduría (7, 7-11)
Supliqué y se me concedió la prudencia; invoqué y vino sobre mí el espíritu de sabiduría. La preferí a los cetros y a los tronos, y en comparación con ella tuve en nada la riqueza.
No se puede comparar con la piedra más preciosa, porque todo el oro, junto a ella, es un poco de arena y la plata es como lodo en su presencia.
La tuve en más que la salud y la belleza; la preferí a la luz, porque su resplandor nunca se apaga. Todos los bienes me vinieron con ella; sus manos me trajeron riquezas incontables.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 89
Sácianos, Señor,
de tu misericordia.
Enséñanos a ver lo que es la vida, y seremos sensatos. ¿Hasta cuándo, Señor, vas a tener compasión de tus siervos? ¿Hasta cuándo?
Sácianos, Señor,
de tu misericordia.
Llénanos de tu amor por la mañana y júbilo será la vida toda. Alégranos ahora por los días y los años de males y congojas.
Sácianos, Señor,
de tu misericordia.
Haz, Señor, que tus siervos y sus hijos puedan mirar tus obras y tu gloria. Que el Señor bondadoso nos ayude y dé prosperidad a nuestras obras.
Sácianos, Señor,
de tu misericordia.

Segunda Lectura
Lectura de la carta a los
hebreos (4, 12-13)
Hermanos: La palabra de Dios es viva, eficaz y más penetrante que una espada de dos filos. Llega hasta lo más íntimo del alma, hasta la médula de los huesos y descubre los pensamientos e intenciones del corazón. Toda creatura es transparente para ella. Todo queda al desnudo y al descubierto ante los ojos de aquel a quien debemos rendir cuentas.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Marcos (10, 17-30)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó corriendo un hombre, se arrodilló ante él y le preguntó: “Maestro bueno, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?” Jesús le contestó: “¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios. Ya sabes los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falso testimonio, no cometerás fraudes, honrarás a tu padre y a tu madre”.
Entonces él le contestó:
“Maestro, todo eso lo he cumplido desde muy joven”.
Jesús lo miró con amor y le dijo: “Sólo una cosa te falta: Ve y vende lo que tienes, da el dinero a los pobres y así tendrás un tesoro en los cielos. Después, ven y sígueme”.
Pero al oír estas palabras, el hombre se entristeció y se fue apesadumbrado, porque tenía muchos bienes.
Jesús, mirando a su alrededor, dijo entonces a sus discípulos: “¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios!” Los discípulos quedaron sorprendidos ante estas palabras; pero Jesús insistió: “Hijitos, ¡qué difícil es para los que confían en las riquezas, entrar en el Reino de Dios! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el Reino de Dios” .
Ellos se asombraron todavía más y comentaban entre sí: “Entonces, ¿quién puede salvarse?” Jesús, mirándolos fijamente, les dijo: “Es imposible para los hombres, mas no para Dios. Para Dios todo es posible”. Entonces Pedro le dijo a Jesús: “Señor, ya ves que nosotros lo hemos dejado todo para seguirte”.
Jesús le respondió: “Yo les aseguro: Nadie que haya dejado casa, o hermanos o hermanas, o padre o madre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, dejará de recibir, en esta vida, el ciento por uno en casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y tierras, junto con persecuciones, y en el otro mundo, la vida eterna”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Comentario a la Palabra de Dios

Queridos hermanos y hermanas en Cristo Jesús. ¡Alabado sea Jesucristo!
La carta a los hebreos nos dice que “la palabra de Dios es viva, eficaz y más penetrante que una espada de dos filos”, pues “llega hasta lo más íntimo del alma… y descubre los pensamientos e intenciones del corazón”.
¿Por qué comenzamos diciendo esto? Porque el evangelio nos muestra precisamente un hecho donde la Palabra llega y penetra el interior del hombre… como sucedió en aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó corriendo un hombre, se arrodilló ante él y le preguntó: “Maestro bueno, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?” Jesús, después de hablarle sobre el cumplimiento de los mandamientos, y viendo que los había cumplido desde muy joven, lo miró con amor y le dijo: “Sólo una cosa te falta: Ve y vende lo que tienes, da el dinero a los pobres y así tendrás un tesoro en los cielos. Después, ven y sígueme”.
Hasta ahí venía todo bien, “pero al oír estas palabras, el hombre se entristeció y se fue apesadumbrado, porque tenía muchos bienes”. Las palabras de Jesús le hicieron darse cuenta de sus apegos, de aquello que no lo dejaba seguir libre y totalmente al “Maestro Bueno”.
El problema no está tanto en ser ricos o pobres, sino aquello que poseemos y cómo estamos o no de apegados a aquello –poco o mucho- que tenemos. De ahí la frase de Jesús a sus discípulos: “Hijitos, ¡qué difícil es para los que confían en las riquezas, entrar en el Reino de Dios!”.
El problema de esta persona no fue el llevar una vida desordenada o libertina, nada de eso se dice, al contrario, siempre, desde su juventud vivía cumpliendo los mandamiento de la ley de Dios, incluso aquellos que se refieren a su prójimo, pero le faltaba algo más para que su entrega a Dios sea más plena, y era el desprendimiento de aquello que poseía.
Su tristeza transparentó su apego a sus bienes y su imposibilidad de dejar todo para seguir al Maestro. Por eso, la primera lectura, del libro de la Sabiduría viene en ayuda nuestra para hacernos ver lo que es importante en esta vida: “…vino sobre mí el espíritu de sabiduría. La preferí a los cetros y a los tronos, y en comparación con ella tuve en nada la riqueza… La tuve en más que la salud y la belleza; la preferí a la luz, porque su resplandor nunca se apaga. Todos los bienes me vinieron con ella; sus manos me trajeron riquezas incontables”. Y es que esa “Sabiduría” es Jesús mismo, es el mismo Maestro que existe desde siempre y por siempre, y es el que da sentido a nuestra vida. Así ha interpretado la Iglesia a la Sabiduría, como al mismo Verbo, al mismo Cristo Jesús, que existía desde siempre y por siempre junto al Padre y que ha venido a habitar en medio nuestro. Él es el que da sentido a la vida, a la entrega y vale más que todas las riquezas de este mundo.
Que podamos ser iluminados y traspasados por esta Palabra de Vida, para que viéndonos tal cual somos podamos reconocernos ante Dios y dejar de lado los apegos que nos apartan de Jesús y de su llamada a seguirlo más de cerca en el estado de vida que sea. Amén.

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