miércoles, 17 de febrero de 2010

Miércoles de Ceniza - 2010



Comienza la Cuaresma; guardar abstinencia y ayuno

Primera Lectura
Lectura del libro del profeta Joel (2, 12-18)
Esto dice el Señor:
“Todavía es tiempo. Vuélvanse a mí de todo corazón, con ayunos, con lágrimas y llanto; enluten su corazón y no sus vestidos.
Vuélvanse al Señor Dios nuestro, porque es compasivo y misericordioso, lento a la cólera, rico en clemencia, y se conmueve ante la desgracia.
Quizá se arrepienta, se compadezca de nosotros y nos deje una bendición, que haga posibles las ofrendas y libaciones al Señor, nuestro Dios.
Toquen la trompeta en Sión, promulguen un ayuno, convoquen la asamblea, reúnan al pueblo, santifiquen la reunión, junten a los ancianos, convoquen a los niños, aun a los niños de pecho. Que el recién casado deje su alcoba y su tálamo la recién casada.
Entre el vestíbulo y el altar lloren los sacerdotes, ministros del Señor, diciendo: ‘Perdona, Señor, perdona a tu pueblo. No entregues tu heredad a la burla de las naciones. Que no digan los paganos: ¿Dónde está el Dios de Israel?’ ”
Y el Señor se llenó de celo por su tierra y tuvo piedad de su pueblo.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 50
Misericordia, Señor, hemos pecado.
Por tu inmensa compasión y misericordia, Señor, apiádate de mí y olvida mis ofensas. Lávame bien de todos mis delitos y purifícame de mis pecados.
Misericordia, Señor, hemos pecado.
Puesto que reconozco mis culpas, tengo siempre presentes mis pecados. Contra ti solo pequé, Señor, haciendo lo que a tus ojos era malo.
Misericordia, Señor, hemos pecado.
Crea en mí, Señor, un corazón puro, un espíritu nuevo para cumplir tus mandamientos. No me arrojes, Señor, lejos de ti, ni retires de mí tu santo espíritu.
Misericordia, Señor, hemos pecado.
Devuélveme tu salvación, que regocija, y mantén en mí un alma generosa. Señor, abre mis labios y cantará mi boca tu alabanza.
Misericordia, Señor, hemos pecado.

Segunda Lectura
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios (5, 20—6, 2)
Hermanos: Somos embajadores de Cristo, y por nuestro medio, es Dios mismo el que los exhorta a ustedes. En nombre de Cristo les pedimos que se reconcilien con Dios. Al que nunca cometió pecado, Dios lo hizo “pecado” por nosotros, para que, unidos a él, recibamos la salvación de Dios y nos volvamos justos y santos.
Como colaboradores que somos de Dios, los exhortamos a no echar su gracia en saco roto. Porque el Señor dice: En el tiempo favorable te escuché y en el día de la salvación te socorrí. Pues bien, ahora es el tiempo favorable; ahora es el día de la salvación.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Mateo (6, 1-6.16-18)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Tengan cuidado de no practicar sus obras de piedad delante de los hombres para que los vean. De lo contrario, no tendrán recompensa con su Padre celestial.
Por lo tanto, cuando des limosna, no lo anuncies con trompeta, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, para que los alaben los hombres. Yo les aseguro que ya recibieron su recompensa.
Tú, en cambio, cuando des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha, para que tu limosna quede en secreto; y tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará.
Cuando ustedes hagan oración, no sean como los hipócritas, a quienes les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vea la gente. Yo les aseguro que ya recibieron su recompensa. Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu cuarto, cierra la puerta ora ante tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará.
Cuando ustedes ayunen, no pongan cara triste, como esos hipócritas que descuidan la apariencia de su rostro, para que la gente note que están ayunando. Yo les aseguro que ya recibieron su recompensa. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que no sepa la gente que estás ayunando, sino tu Padre, que está en lo secreto; y tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Comentario a la Palabra de Dios

Queridos hermanos y hermanas en Jesucristo, que la gracia de Dios que habita en nuestros corazones esté con ustedes.
Hoy comenzamos el tiempo especial de la Cuaresma, un tiempo de gracia y conversión, que se inicia con el Miércoles de Ceniza, donde la ceniza quiere recordarnos que somos polvo y al polvo volveremos, pero que el camino no termina allí sino que por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos estamos llamados a una vida con Dios.
Por eso es Dios mismo el que nos exhorta. En nombre de Cristo nos pide que nos dejemos reconciliar con Dios, pues a Jesús, al que nunca cometió pecado, Dios lo hizo “pecado” por nosotros, para que, unidos a él, recibamos la salvación de Dios y nos volvamos justos y santos.
Por eso este tiempo especial no es para dejarlo pasar, San Pablo nos invita a no echar la gracia de Dios en saco roto. Porque dice el Señor: “En el tiempo favorable te escuché y en el día de la salvación te socorrí”. Pues bien, ahora es el tiempo favorable; ahora es el día de la salvación.
Mirando el Evangelio, Jesús nos presenta tres puntos claves, y que hacían a la práctica de la justicia de los judíos, y era la limosna, el ayuno y la oración.
Sólo que Jesús pone una acentuación en cada una de estas cosas, y es a lo que se refiere el profeta Joel en la primera lectura cuando habla en nombre del Señor:
“Todavía es tiempo. Vuélvanse a mí de todo corazón, con ayunos, con lágrimas y llanto; enluten su corazón y no sus vestidos. Vuélvanse al Señor Dios nuestro, porque es compasivo y misericordioso, lento a la cólera, rico en clemencia, y se conmueve ante la desgracia”.
La clave de interpretación está en la actitud con la cual hacemos todo esto, con la cual vivimos las obras de la justicia (limosna, ayuno y oración). Es decir, lo que se hace debe partir del corazón mismo, de un corazón que quiere cambiar, convertirse, dejarse transformar (metánoia) por el Señor.
Por eso, para quien no obra de esta manera, Jesús los alerta: “Tengan cuidado de no practicar sus obras de piedad delante de los hombres para que los vean. De lo contrario, no tendrán recompensa con su Padre celestial”.
Por lo tanto, la mejor práctica de la limosna es “que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha, para que tu limosna quede en secreto; y tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará”. La limosna no es verdadera cuando necesita ser reconocida. Tampoco es verdadera cuando doy de lo que me sobra o no necesito. La verdadera limosna es la que doy con sacrificio, sabiendo que puedo ayudar a los demás, y en secreto, para que nadie sepa el bien que hago.
“Cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta ora ante tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará”. La mejor oración es la que se gesta en lo profundo del corazón y se da en el silencio, en la intimidad del encuentro con el Señor, ahí donde sólo Él puede entrar y donde yo puedo dejarlo entrar, pues si mi corazón está inquieto o distraído con otras cosas, seguramente no me daré cuenta de que Él está ahí, dentro mío. La puerta del corazón sólo tiene una cerradura y está por dentro, sólo yo puedo abrirla, Dios me respeta en mis decisiones, pero siempre quiere pasar y entrar para estar conmigo.
“Cuando ustedes ayunen, no pongan cara triste, como esos hipócritas que descuidan la apariencia de su rostro, para que la gente note que están ayunando. Tú, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que no sepa la gente que estás ayunando, sino tu Padre, que está en lo secreto; y tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará”. Sí, el ayuno no se trata de hacerse ver, no se trata de “bajar de peso”, el ayuno es más amplio, no sólo es de alimentos sino también de actitudes y comportamientos, es aprender a moderarme, sobre todo en lo que más me cuesta crecer: el ayuno de la lengua, del hablar mal de otros o hablar de más; el ayuno de algún vicio, para poder desterrarlo, el privarme de ciertas cosas o alimentos para ejercitarme en la voluntad y desprenderme de lo que me esclaviza, me paraliza y no me deja crecer en libertad, en la libertad de los hijos de Dios.
Podemos terminar con las palabras del salmo que dicen: “Crea en mí, Señor, un corazón puro, un espíritu nuevo para cumplir tus mandamientos. No me arrojes, Señor, lejos de ti, ni retires de mí tu santo espíritu”.
Que la gracia del Dios de la vida nos acompañe en este camino de conversión y de preparación a la Pascua. Estemos atentos, para que la Pascua no nos sorprenda sin haber hecho algo por dejarnos transformar por el Señor, para que su gracia no caiga en saco roto. Amén.

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