domingo, 1 de febrero de 2009

IV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO Año B


Lecturas: Dt 18,15-20; Sal 94; 1 Cor 7,32-35; Mc 1,21-28

Queridos hermanos y hermanas en Cristo.
Los textos que la liturgia nos regala en este domingo tienen una cracterística especial, que trataremos de ir descubriendo en nuestra reflexión.
Al inicio, en el libro del Deuteronomio hay una promesa de Yahveh, promesa que lleva en sí misma una responsabilidad para el pueblo de Dios: “Yo suscitaré un profeta en medio de sus hermanos y pondré en su boca mis palabras, y él dirá a ellos cuanto le indique. Si alguno no escuchara las palabras que él dirá en mi nombre, Yo le pediré cuentas. Pero el profeta que tenga la presunción de decir en mi nombre alguna cosa que yo no le he indicado decir, o que hablará en nombre de otros dioses, ese profeta deberá morir”.
Sí, son duras las palabras de Dios para su pueblo, pero son el signo de la presencia de Dios para su pueblo, y la norma de conducta para vivir en su presencia, pues Él es “la roca de nuestra salvación”. “Él es nuestro Dios y nosotros su pueblo, el pueblo que él mismo conduce”. Por eso, ¡escuchemos hoy su voz! “No endurezcamos el corazón como en Meribá, o en el día de Masá en el desierto…aún habiendo visto las obras del Señor”.
“Comportémonos degnamente siendo fieles al Señor, sin desviaciones”. Dios nos manda signos y pruebas de su obrar en nuestras vidas, pero muchas veces esperamos signos extraordinarios y estamos sedientos de doctrinas nuevas y de hechos prodigiosos que nos hagan más fácil la vida, más ligera la carga que debemos llevar… Pero ¡atención! Que muchas veces nos dejamos llevar por falsos profetas, que saben decirnos hasta las cosas que nos suceden en la vida, falsos profetas que usan de nuestra sensibilidad para “robarnos” la vida de fe en Jesús, llevándonos a creer en el poder oculto de fuerzas y en el obrar del demonio, como si éstos fueran más fuertes que el poder de Dios. ¡No nos dejemos engañar por estas cosas!
Y la prueba de todo esto la tenemos en Jesús. El Evangelio de hoy nos dice que la gente quedaba admirada y estupefacta de las enseñanzas de Jesús: “Él, de hecho enseñaba como uno que tiene autoridad”.
El hecho del endemoniado nos lo dice caramente: “En la sinagoga donde predicaba había un hombre poseído de un espíritu impuro, y comenzó a gritar: «¿Qué quieres de nosotros Jesús Nazareno? ¿Has venido a arruinarnos? Yo sé quién eres tú: ¡el santo de Dios!». Y Jesús le ordenó severamente: «¡Cálla y sal de él!». Y el espíritu impuro, atormentándolo y gritando fuerte, salió de él».
El pasaje del Evangelio habla por sí solo, Jesús no es cualquier profeta, o alguno que se aprovecha de situaciones para hacer proselitismo religioso. Es una persona que tiene la autoridad propia de Dios, habla palabra de Dios, y hasta los demonios lo reconocen como tal. Pero sólo el poder de Jesús hace cambiar las situaciones de pecado del hombre y en el hombre.
Por tanto, ¿por qué buscamos fuera de Jesús? ¿por qué nos empeñamos en ver a falsos profetas que no nos hablan con claridad de la Verdad, del Camino y de la Vida?
No demos la culpa a cosas extrañas, a personas o situaciones… comencemos por ver cómo va nuestra vida y si somos capaces de vivir la Palabra de Dios que nos transmite Jesús con toda autoridad. Si escuchamos verdaderamente a Él, debemos también poner por obra sus enseñanzas, pues “¡el Hijo del hombre vino a bscar y a salvar lo que estaba perdido”!
¡Que Jesús sea el centro, fuente y culmen de nuestras vidas! Amén.

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