domingo, 15 de febrero de 2009

VI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO Año B


Lecturas: Lv 13,1-2.45-46; Sal 31; 1 Cor 10,31-11,1; Mc 1,40-45

Queridos hermanos y hermanas en Cristo Jesús. Las lecturas de este domingo nos hacen entrar en la lógica de la conversión.
Los textos no llevarán, a partir de una enfermedad física, a descubrir el verdadero sentido de la conversión, de lo que significa celebrar el perdón, de lo que significa cambiar, pasar de una vida de pecado a una vida de gracia.
El libro del Levítico nos dice bien claro el sentido que tenía la enfermedad, sobre todo de un enfermedad grande y grave como la lepra: “El leproso que posea llagas, llevará los vestidos rasgados y la cabeza descubierta… irá gritando: "¡Impuro! ¡Impuro!". Será impuro hasta que dure en él el mal; es impuro, estará solo, habitará fuera del campamento”.
En el Antiguo Testamento, se creía que la enfermedad era fruto del pecado y, sobre todo, enfermedades de este tipo eran indicativas de pecados graves cometidos. El signo claro de haber expiado las culpas y de haber recibido el perdón de Dios era la curación, cosa que rara vez sucedía, pues eran enfermedades incurables.
En el Evangelio se relata la curación de un leproso, el cual, suplicándole y puesto de rodillas delante de Jesús, le dice: «Si quieres, puedes limpiarme».
“Compadecido de él, extendió su mano, lo tocó y le dijo: «Quiero; queda limpio».
Y al instante, le desapareció la lepra y quedó limpio”.
Jesús se compadece de esta persona que está enferma y la sana.
Muchas veces le ponemos condiciones a Dios para que nos sane de nuestras enfermedades y de nuestros pecados o esclavitudes, como si fuese Él el culpable de nuestro pecado, cosa muy lejana de la realidad, pues Dios no es el culpable del mal en el mundo, y menos del pecado personal. Cada uno es responsable de sus actos, pero como nos cuesta convertirnos, muchas veces le decimos a Dios: “por ahora no, más tarde, ya tendré tiempo”, o como el leproso: “si quieres, puedes sanarme”; es como decir: “si Tú quieres perdonarme, puedes hacerlo”… “porque quizás yo no estoy muy convencido de cambiar”. Jesús es el primero en movernos a la conversión y al cambio de vida; es el primero en querer sanarnos de nuestras rebeldías y egoísmos, pero cuántas veces ponemos esa condición del “si quieres…”. Por sobre todas las cosas, cada uno debe QUERER ser sanado, curado, perdonado por Dios; si no estoy convencido de querer cambiar, ese cambio seguramente será muy difícil o casi imposible, pues no dejamos que la gracia actúe en nosotros.
“¡Dichoso el que es perdonado de su culpa, y le queda cubierto su pecado!
Dichoso el hombre a quien el Señor no le tiene en cuenta el delito, y en cuyo espíritu no hay fraude”.
En todo esto hay una lógica interna, que es el de reconocernos enfermos, el reconocernos pecadores, el reconocernos necesitados del perdón de Dios, de su misericordia, como dice el salmista: “Mi pecado te reconocí, y no oculté mi culpa; dije: «Me confesaré a Yahveh de mis rebeldías». Y tú absolviste mi culpa, perdonaste mi pecado. ¡Alégrense en Yahveh, oh justos, exulten, griten de gozo, todos los de recto corazón!”
Respecto a esto nos dice San Pablo: “Por tanto, ya comáis, ya bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios. No deis escándalo ni a judíos ni a griegos ni a la Iglesia de Dios; lo mismo que yo, que me esfuerzo por agradar a todos en todo, sin procurar mi propio interés, sino el de la mayoría, para que se salven. Sean mis imitadores, como lo soy de Cristo”.
En verdad, Pablo nos invita a vivir como verdaderos cristianos en medio de la gente, sin dar escándalo a ninguno, siendo rectos en nuestro obrar, esforzándonos por agradar a Dios y no agradarme a mí mismo o mi egoísmo, y así, con mi misma recta conducta ayudar a otros a que se conviertan y cambien de corazón y se vuelvan a Dios.
Por esto dice Pablo ¡Sean imitadores míos como yo lo soy de Cristo!, y esto no es arrogancia, es tener la conciencia tranquila y en paz con Dios y con los hombres, una conciencia que no reprocha nada porque está en sintonía y en unión con Dios, en caridad con los demás.
Que todos podamos decir estas palabras de San Pablo, o al menos, sentirlo así, al sabernos verdaderos hijos de Dios, comprometidos por el Reino.
“Dejémonos reconciliar por Dios” y veremos sus maravillas y sus frutos en nuestras vidas, así podremos ser sus auténticos testigos en el mundo. Amén.

No hay comentarios.: