domingo, 19 de abril de 2009

II DOMINGO DE PASCUA - "de la Divina Misericordia"



(Domingo de la Octava de Pascua) - Año B
Lecturas: Hch 4,32-35; Sal 117; 1Jn 5,1-6; Jn 20,19-31

Queridos hermanos y hermanas, «la paz esté con ustedes».
En este domingo de la octava de Pascua, llamado también de la “Divina Misericordia” la liturgia nos presenta un hermoso texto del Evangelio de Juan.
Dice que “al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros». Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor”.
Jesús se presenta en medio de los suyos transmitiéndoles los frutos de la Pascua, la PAZ, y a su vez les muestra los signos de su amor por la humanidad: las heridas abiertas de los clavos y del costado. El crucificado es el mismo resucitado.
Pero esta vez Jesús les dice de nuevo: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío», y soplando sobre ellos y les dice: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».
Sí, Jesús no les da la PAZ para que la conserven para ellos mismos, sino que les transmite la paz de su espíritu, para que anuncien a la humanidad lo que han visto y oído, pues la pascua de Jesús es el evento redentor para todo hombre y mujer de todos los tiempos.
Y al soplar sobre ellos les da el poder de perdonar los pecados, pues la misericordia de Dios es inmensa y sabe de nuestra fragilidad, por eso no basta con su Pascua, también nosotros debemos hacer experiencia de la Pascua, tanto de la de Jesús como de la nuestra personal: morir a nosotros mismos para resucitar. Porque su amor es eterno y siempre nos espera, nos da aún el regalo del perdón de los pecados en esta vida para crecer como cristianos.
Pero en todo este relato, Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor».
Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré».
Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: «La paz con vosotros».
Luego dice a Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente».
Tomás le contestó: «Señor mío y Dios mío».
Dícele Jesús: «Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído».
Esta parte del relato bien se puede aplicar a nosotros, que no hemos vivido con Jesús y que no hemos hecho experiencia de estar con él en carne y hueso.
Muchas veces podemos tener la tentación de decir a los demás: “si no lo veo, no lo creo”; o “no creo que Dios exista, puesto que suceden tantas cosas malas en el mundo”, etc., creo que cada uno podría contar algo al respecto. Es que necesitamos signos para creer, muchas veces no nos basta lo que nos dicen los demás, y necesitamos ver para creer. Jesús aquí nos deja una enseñanza: «Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído», nos llama dichosos a nosotros, que creemos en Él sin haberlo visto. Sí, porque la fe en Dios no es algo que se pueda medir por el microscopio, lo mismo que el amor; ¿cómo puedes demostrarle a la otra persona que la amas? Es imposible medir el amor, poder palparlo, tocarlo, pues el amor no es una medida matemática o científica, es la expresión de la persona que se da, que se dona al otro con libertad, como lo hizo Jesús por mí, por ti, por todos y cada uno de nosotros.
Por eso nos dice Jesús: “dichosos”, porque creemos en Él con una fe mayor. Y muestra de este amor de Jesús por nosotros son sus signos: los estigmas de la cruz, su presencia en mi vida, aún cuando el camino se hace difícil o casi imposible de seguir… Él está a mi lado, a tu lado, para sostenerte, pues recuerda que Él ya tomó la cruz por nosotros, Él ya tomó nuestros pecados y rebeldías, nuestros dolores y desesperanzas, nuestras fatigas y desalientos sobre sus hombros, y llevó todo a cumplimiento con su muerte en cruz y su resurrección triunfante, y todo ¡porque nos ama con amor eterno!
El evangelista dice luego que: “Jesús realizó en presencia de los discípulos otras muchas señales que no están escritas en este libro. Estas han sido escritas para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre”. Amén.

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