viernes, 3 de abril de 2009

DOMINGO DE RAMOS Y DE LA PASIÓN DEL SEÑOR


Año B

Lecturas: Is 50,4-7; Sal 21; Fil 2,6-11; Mc 14,1-15,47

Queridos hermanos y hermanas en Cristo.
Hoy celebramos con toda la Iglesia la entrada triunfante de Jesús a Jerusalén, y también –¿por qué no?- la entrada triunfante de Jesús con su cruz, pues más allá de que la cruz significó una frustración y un ver apagados los sueños de muchos, paradojalmente, la cruz ha sido el triunfo de Jesús sobre la muerte y el pecado, y la victoria de la humanidad entera en Cristo Jesús.
La lectura de la “Pasión del Señor” debe llevarnos a contemplar las escenas de la pasión misma, ver cada uno de los personajes, saber escuchar los diálogos y usar bien de la imaginación para representarnos todo el proceso.
Por una parte, vemos a los jefes de los Sumos Sacerdotes que buscan capturar a Jesús; la mujer que entra en la sala y perfuma los pies de Jesús en Betania, y la actitud de los demás frente a este hecho. La acción de Judas que busca entregar al Maestro, nos muestran los claroscuros de lo que va viviendo Jesús en estos últimos días de su vida terrena.
En el diálogo de los discípulos con Jesús, que le dicen: “¿Dónde quieres que te preparemos la pascua?”, podemos preguntarle también nosotros esto mismo a Jesús, ¿dónde quieres que te preparemos la Pascua?, ¿en nuestro corazón? Pues es ahí donde debemos vivir la pascua con Él, en lo profundo de nuestro ser, bien dispuestos a dejarnos tocar por Él, dispuestos a morir con Jesús para darnos y dar vida.
Más allá de todas escenas, me parece interesante, para que pongamos atención, los momentos centrales de la pasión.
Jesús debe asumir el cáliz que el Padre le pide, ha aprendido a obedecer, y esta obediencia no es sino AMOR, amor al padre y amor a la humanidad, pues quien ama sólo puede obedecer, pues el amor es tan fuerte que sólo se puede obedecer a ese amor que mueve la inteligencia y el corazón con la voluntad, y esto es tal que se lleva a amar hasta la locura de la cruz.
Jesús muy bien podía rebelarse contra los que lo entregaban contra los que lo negaron o abandonaron (como Pedro y los demás apóstoles), sin embargo, era la hora de la prueba, donde se prueba el verdadero amor, donde Dios se juega por amor a la humanidad.
Esto debe llevarnos a reflexionar sobre nuestras vidas y nuestra relación con el Señor, en qué medida sabemos responder a ese amor libre y gratuito. Y sin embargo, cuántas veces somos egoístas en dar amor, y más que dar amor, lo exigimos sin más, sin siquiera amar de verdad.
Pedro, con su carácter impulsivo y siempre dispuesto a todo por su Maestro, no se conoce en profundidad y hace promesa que no podrá cumplir, pues en aquél momento que prenden a Jesús, su coraje y su amor por Jesús se desvanecerá cuando se sentirá presionado por la gente al reconocerlo como uno de sus seguidores. Sí, el miedo a morir, a ser torturado todavía no está en sus planes, es que no se da cuenta que lo que vale es el amor de Dios que obrará en él la salvación por medio de la pascua de Jesús, y no tanto su persona como discípulo en demostrase capaz –o incapaz aquí- de ser el primero en prometer a Jesús que no lo abandonará nunca y hasta será capaz de dar la vida por Él. Pero… el canto del gallo le recordó su cobardía, su falta ante su querido maestro, y el llanto amargo lo hizo recapacitar en su miseria, tan necesitado de la misericordia y del amor de Dios.
Lo mismo sucederá en el huerto de los Olivos, el sueño será más fuerte que el amor por el maestro, y no serán capaces los discípulos de velar con Él para sostenerlo en la dura prueba de asumir el cáliz que le ofrecía el Padre. Jesús se encuentra solo, con una soledad de amargura y angustia, con el tentador a su lado que lo atormenta y lo tienta para que abandone la empresa de morir en la cruz; para Él no es fácil aceptar la voluntad del Padre, pero su amor a Él y a la humanidad lo harán vencer esta dura batalla.
Seguramente el beso de entrega de Judas fue un golpe duro para todos, y a la vez contradictorio, pues mediante un gesto bueno se está realizando otro que nada tiene que ver con el amor.
Una vez conducido Jesús para juzgarlo, los Sumos Sacerdotes ponen testigos falsos para enjuiciarlo, pues no encuentran realmente de qué cosa juzgarlo, pero su envidia y su egoísmo hacen que busquen pruebas falsas. Por último, Jesús, reafirmando su verdad (ser Hijo de Dios) será condenado por ellos.
Pero luego, frente a Pilatos, las cosas no cambiarán, y éste, por miedo a los judíos, entregará a Jesús, sabiendo que no hay maldad alguna en Él.
La sentencia ya está dada, Jesús, luego de ser maltratado, va camino al Calvario con su cruz, esa cruz que son nuestras vidas, con nuestros pecados y miserias, con nuestro rencores y odios, con nuestros miedos y debilidades, con nuestro amor e infidelidades… sí, allí estamos también, y se hace pesada la cruz, pues Él se hizo pecado por nosotros, para redimirnos con su sangre.
En su camino se encuentra con aquellos que lo consuelan y también con los que se burlan, pero hay en Él una experiencia de soledad, pues sólo Él puede llevar esta cruz, solo Él puede llevar a término lo que el Padre le ha confiado, ni siquiera el cirineo que lo ayuda a llevar la cruz puede verdaderamente cargar con todo esto.
Ya en cruz, al final del tormento, Jesús exclama: «Eloì, Eloì, lemà sabactàni?» («Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»), es que siente incluso el abandono de su Padre. Su soledad es mortal, y sin embargo, sigue fiel a la voluntad del Padre.
Cuánto dolor y cuanta pena habrá experimentado Jesús en todo esto, pero también cuánto amor y cuanto ardor por nosotros experimentó, al punto de no dar marcha atrás.
Queridos hermanos y hermanas, revivir la pasión del Señor no es un paseo, no es una novela o una historia de alguien que fracasó, ¡es la HISTORIA DE AMOR de Dios por nosotros! Y es necesario que lleguemos a desear penetrar este misterio para poder comprenderlo y ser más conscientes de ello para que nuestras vidas sean realmente un vivir en unidad al amor de Dios.
Francisco de Asís, cuando pasó su último tiempo terrenal en La Verna, le pidió a Jesús la gracia –antes de morir- de poder experimentar en su propia vida –en la medida de su posibilidad-, en su propia persona y en su alma, los sufrimientos que Él experimentó al dar su vida en la Cruz, y el poder experimentar el amor que Jesús experimentó por nosotros al entregar su vida. Fue así que el Señor le concedió recibir los estigmas de la pasión.
Quizás nosotros no pidamos recibir esto, pero sí podemos pedir al Señor el poder sentir un poco de aquel amor que Él vivió por nosotros cuando entregaba su vida al Padre redimiéndonos.
Que podamos vivir esta Semana Santa y estas Pascuas de Resurrección en la gracia de experimentar esta AMOR de Jesús, de Dios por nosotros, que nos amó y nos ama con amor eterno (Jer 31,3), hasta la locura de la cruz. Amén.

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