domingo, 24 de mayo de 2009

VII DOMINGO DE PASCUA DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR - Año B



Lecturas: Hch 1,1-11; Sal 46; Ef 4,1-13; Mc 16,15-20

Queridos hermanos y hermanas en Jesucristo.
Hoy celebramos con toda la Iglesia el misterio de la ascensión del Señor, el mismo crucificado y resucitado, sube para sentarse a la diestra del Padre.
Pero antes de partir nos dejó una misión: “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará”, pues quien decide no creer rechaza la salvación de Dios, pues no acepta dejarse transformar por Él, y se cierra a la acción de la gracia.
Y Jesús promete a aquellos que crean estas señales: “en mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien”. Sí, puede que al leer esto nos venga a la mente algún cuanto de fábula, pero las promesas del Señor son verdaderas, sólo que nuestra fe no llega a creer tantas cosas y por eso limitamos la acción de Dios. Tantas veces no creemos en la fuerza del testimonio y de la predicación de la Palabra en nuestras vidas, en nuestro entorno, con aquellos más cercanos y no tanto, y todo esto hace que se ponga a prueba nuestra fe, preferimos quizás seguir los caminos fáciles de este mundo que nos propone lo contrario al anuncio de Cristo.
Si vemos los libros del Nuevo Testamento, vemos que estas palabras de Jesús se cumplen en aquellos que creen: “Ellos salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban”.
Pero como Él sabe de nuestra debilidad e incredulidad, nos dijo: “recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra”.
Pero ¿qué tiene que ver todo este discurso con la fiesta de hoy? Justamente en que el crucificado-resucitado es el mismo que sube al cielo, y es el mismo que nos espera allá, en el Reino del Padre, pero quiso que antes de unirnos a Él continuáramos su acción de redención en el mundo, siendo sus testigos hasta el fin.
Su partida no es un abandono de su parte, sino una promesa doble: por un lado, la promesa de enviarnos su Espíritu; y por otro, la promesa de que un día nos encontraremos con Él.
Mientras tanto, debemos ir creciendo en gracia delante de Dios, por eso el apóstol Pablo nos exhorta a que vivamos de una manera digna de la vocación con que hemos sido llamados, con toda humildad, mansedumbre y paciencia, soportándonos unos a otros por amor, poniendo empeño en conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz, porque hay un solo Cuerpo y un solo Espíritu, como una es la esperanza a que hemos sido llamados.
Pues a cada uno de nosotros le ha sido concedido el favor divino a la medida de los dones de Cristo. Él mismo dio a unos el ser apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelizadores; a otros, pastores y maestros, para edificación del Cuerpo de Cristo, hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo.
Sí, ésa es nuestra misión, ser en Cristo “otros Cristos”, es decir, llevar una vida conforme al Evangelio de Jesús, preparándonos y ayudando a nuestros hermanos a prepararse para que –habiendo vivido una vida plena en Cristo-, podamos entrar en la gloria que Él nos ha preparado de ante mano.
Todo lo que hacemos en esta tierra resuena en la eternidad, y si no hemos sido buenos con nosotros y con los demás, si no hemos sido testimonios del amor de caridad hacia Dios, hacia el prójimo y hacia nosotros mismos, entonces se vuelve difícil llegar a donde está Él.
Que podamos abrir nuestros ojos y sobre todo nuestros corazones a la acción divina, para ser sus testigos en todo el mundo SIEMPRE y en TODO LUGAR, sin miedo al qué dirán o vergüenza por testimoniar a Jesús. ¡Ánimo, Él ha vencido el mundo y está a nuestro lado! Amén.

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