lunes, 21 de junio de 2010

Decimosegundo Domingo del Tiempo Ordinario-C

 Domingo 20 de Junio, 2010

Día del Señor
Mis ovejas escuchan mi voz, dice el Señor
Firmeza es el Señor para su pueblo

Primera Lectura
Lectura del libro del profeta Zacarías (12, 10-11; 13, 1)
Esto dice el Señor: “Derramaré sobre la descendencia de David y sobre los habitantes de Jerusalén, un espíritu de piedad y de compasión y ellos volverán sus ojos hacia mí, a quien traspasaron con la lanza. Harán duelo, como se hace duelo por el hijo único y llorarán por él amargamente, como se llora por la muerte del primogénito.
En ese día será grande el llanto en Jerusalén, como el llanto en la aldea de Hadad-Rimón, en el valle de Meguido”.
En aquel día brotará una fuente para la casa de David y los habitantes de Jerusalén, que los purificará de sus pecados e inmundicias.
Palabra de Dios.
Te alabamos Señor.

Salmo Responsorial Salmo 62
Señor, mi alma tiene sed de ti.
Señor, tú eres mi Dios, a ti te busco; de ti sedienta está mi alma. Señor, todo mi ser te añora como el suelo reseco añora el agua.
Señor, mi alma tiene sed de ti.
Para admirar tu gloria y tu poder, con este afán te busco en tu santuario. Pues mejor es tu amor que la existencia; siempre, Señor, te alabarán mis labios.
Señor, mi alma tiene sed de ti.
Podré así bendecirte mientras viva y levantar en oración mis manos. De lo mejor se saciará mi alma. Te alabaré con jubilosos labios.
Señor, mi alma tiene sed de ti.

Segunda Lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los gálatas (3, 26-29)
Hermanos: Todos ustedes son hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús, pues, cuantos han sido incorporados a Cristo por medio del bautismo, se han revestido de Cristo.
Ya no existe diferencia entre judíos y no judíos, entre esclavos y libres, entre varón y mujer, porque todos ustedes son uno en Cristo Jesús. Y si ustedes son de Cristo, son también descendientes de Abraham y la herencia que Dios le prometió les corresponde a ustedes.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Lucas (9, 18-24)
Gloria a ti, Señor.
Un día en que Jesús, acompañado de sus discípulos, había ido a un lugar solitario para orar, les preguntó: “¿Quién dice la gente que soy yo?” Ellos contestaron: “Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías, y otros, que alguno de los antiguos profetas que ha resucitado”.
El les dijo: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” Respondió Pedro: “El Mesías de Dios”.
El les ordenó severamente que no lo dijeran a nadie. Después les dijo: “Es necesario que el Hijo del hombre sufra mucho, que sea rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, que sea entregado a la muerte y que resucite al tercer día”.
Luego, dirigiéndose a la multitud, les dijo: “Si alguno quiere acompañarme, que no se busque a sí mismo, que tome su cruz de cada día y me siga. Pues el que quiera conservar para sí mismo su vida, la perderá; pero el que la pierda por mi causa, ése la encontrará”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Comentario a la Palabra de Dios
Queridos hermanos y hermanas, que el Señor que dirige nuestros corazones para que amemos a Dios esté con todos ustedes.
Dice San Pablo en su carta a los gálatas que todos son “hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús, pues, cuantos han sido incorporados a Cristo por medio del bautismo, se han revestido de Cristo”. Es decir, por medio del bautismo somos miembros de Cristo, de su Iglesia, y seguidores de Él; por tanto, destinados a dar frutos de santidad por el mismo bautismo recibido.
En el Evangelio, se nos dan algunas indicaciones de lo que implica vivir esta vocación de bautizados.
La lectura está compuesta en tres partes: La confesión mesiánica de Pedro (vv. 18-21); el primer anuncio de la Pasión (v. 22); y  las condiciones para el seguimiento de Cristo (vv. 23-24).
Jesús no lanza una pregunta ingenua a sus discípulos cuando les pregunta qué dice la gente de Él, y menos aún cuando la hace directamente a sus discípulos: ¿Quién soy yo para ustedes? Es una pregunta esencial en la vida del cristiano, pues nuestra fe está centrada en Jesucristo, seguimos a Cristo, y hemos sido redimidos por Él. Por tanto, el dar una respuesta positiva es algo que todos debemos hacer. ¿Quién es Jesús para mí? ¿Qué lugar ocupa en mi vida? ¿Qué significa conocerlo, amarlo, imitarlo y seguirlo?... porque Él mismo nos marca un camino, el mismo camino del Maestro, que tendrá que sufrir mucho por causa del Evangelio, pero Dios lo ensalzará por encima de todo y de todos.
El Señor nos marca un camino de seguimiento, y nos dice “Si alguno quiere seguirme, que no se busque a sí mismo, que tome su cruz de cada día y me siga. Pues el que quiera conservar para sí mismo su vida, la perderá; pero el que la pierda por mi causa, ése la encontrará”. ¿En qué consiste -entonces- cargar con la cruz? Quiere decirnos que todos nosotros, sus discípulos, tenemos que estar dispuestos a vivir de la misma manera que él vivió, aun sabiendo que este modo de vivir trae persecuciones y sufrimiento. No es inventarnos una cruz a nuestra medida, sino aquella que Jesús mismo quiere para nosotros y con la cual nos santificamos siguiéndolo y sirviéndolo a Él y a nuestros hermanos. Jesús nunca dijo que el camino del discípulo estaría libre de problemas y de sufrimiento.
Negarnos a nosotros mismos y cargar con la cruz, es hacer nuestro el camino de Jesús. Él eligió el camino de la entrega y de la esperanza para todos, Él eligió el camino de la libertad, que nos lleva a ser hijos de Dios.
Hoy más que nunca se hace difícil seguir a Cristo y llevarlo a los hermanos, pero debemos sentirnos dichosos de su elección, de poder ser sus instrumentos para dar un poco de esperanza a este mundo que adolece de Dios.
Que nos sintamos alegres de este llamado del Señor a ser sus discípulos, para que siguiendo sus pasos y tomando nuestra cruz, podamos ser en este mundo sal de la tierra y luz en las tinieblas para este mundo olvidado de Dios. Amén.

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