Domingo 07 de Noviembre, 2010
Día del Señor
Señor, hazme justicia y a mi clamor atiende
Que llegue hasta ti mi súplica, Señor
Primera Lectura
Lectura del segundo libro de los Macabeos (7, 1-2. 9-14)
En aquellos días, arrestaron a siete hermanos junto con su madre. El rey Antíoco Epífanes los hizo azotar para obligarlos a comer carne de puerco, prohibida por la ley. Uno de ellos, hablando en nombre de todos, dijo: “¿Qué quieres saber de nosotros? Estamos dispuestos a morir antes que quebrantar la ley de nuestros padres”.
El rey se enfureció y lo mandó matar. Cuando el segundo de ellos estaba para morir, le dijo al rey: “Asesino, tú nos arrancas la vida presente, pero el rey del universo nos resucitará a una vida eterna, puesto que morimos por fidelidad a sus leyes”.
Después comenzaron a burlarse del tercero. Presentó la lengua como se lo exigieron, extendió las manos con firmeza y declaró confiadamente: “De Dios recibí estos miembros y por amor a su ley los desprecio, y de él espero recobrarlos”. El rey y sus acompañantes quedaron impresionados por el valor con que aquel muchacho despreciaba los tormentos.
Una vez muerto éste, sometieron al cuarto a torturas semejantes. Estando ya para expirar, dijo: “Vale la pena morir a manos de los hombres, cuando se tiene la firme esperanza de que Dios nos resucitará. Tú, en cambio, no resucitarás para la vida”.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Salmo Responsorial Salmo 16
Al despertar, Señor, contemplaré tu rostro.
Señor, hazme justicia y a mi clamor atiende; presta oído a mi súplica, pues mis labios no mienten.
Al despertar, Señor, contemplaré tu rostro.
Mis pies en tus caminos se mantuvieron firmes, no tembló mi pisada. A ti mi voz elevo, pues sé que me respondes. Atiéndeme, Dios mío, y escucha mis palabras.
Al despertar, Señor, contemplaré tu rostro.
Protégeme, Señor, como a las niñas de tus ojos, bajo la sombra de tus alas escóndeme, pues yo, por serte fiel, contemplaré tu rostro y al despertarme, espero saciarme de tu vista.
Al despertar, Señor, contemplaré tu rostro.
Segunda Lectura
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los tesalonicenses (2, 16—3, 5)
Hermanos: Que el mismo Señor nuestro, Jesucristo, y nuestro Padre Dios, que nos ha amado y nos ha dado gratuitamente un consuelo eterno y una feliz esperanza, conforten los corazones de ustedes y los dispongan a toda clase de obras buenas y de buenas palabras.
Por lo demás, hermanos, oren por nosotros para que la palabra del Señor se propague con rapidez y sea recibida con honor, como aconteció entre ustedes. Oren también para que Dios nos libre de los hombres perversos y malvados que nos acosan, porque no todos aceptan la fe.
Pero el Señor, que es fiel, les dará fuerza a ustedes y los librará del maligno. Tengo confianza en el Señor de que ya hacen ustedes y continuarán haciendo cuanto les he mandado. Que el Señor dirija su corazón para que amen a Dios y esperen pacientemente la venida de Cristo.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Lucas (20, 27-38)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús algunos saduceos. Como los saduceos niegan la resurrección de los muertos, le preguntaron:
“Maestro, Moisés nos dejó escrito que si alguno tiene un hermano casado que muere sin haber tenido hijos, se case con la viuda para dar descendencia a su hermano.
Hubo una vez siete hermanos, el mayor de los cuales se casó y murió sin dejar hijos. El segundo, el tercero y los demás, hasta el séptimo, tomaron por esposa a la viuda y todos murieron sin dejar sucesión. Por fin murió también la viuda. Ahora bien, cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será esposa la mujer, pues los siete estuvieron casados con ella?”
Jesús les dijo: “En esta vida, hombres y mujeres se casan, pero en la vida futura, los que sean juzgados dignos de ella y de la resurrección de los muertos, no se casarán ni podrán ya morir, porque serán como los ángeles e hijos de Dios, pues él los habrá resucitado.
Y que los muertos resucitan, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor, Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob. Porque Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, pues para él todos viven”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Comentario a la Palabra de Dios
Queridos hermanos y hermanas, que el Señor, el Dios de la vida, los colme con su alegría y con su paz y que su gracia sea fecunda en sus vidas para dar testimonio de Él en medio del mundo.
La liturgia del día de hoy nos presenta la problemática de la muerte y la resurrección, y decimos problemática porque en el fondo, el tema de la muerte y la resurrección es un gran misterio, pero no por ello es que no se pueda comprender algo del mismo.
Las lecturas nos iluminan respecto a lo que estamos celebrando. El libro segundo de los Macabeos, posterior al año 124 a. C., expresa la espiritualidad que dio origen al movimiento de los fariseos; pero a su vez pone de manifiesto algo que en el A.T. necesitaba mayor claridad y reflexión. De hecho el tema de la muerte era una cuestión sin resolver, pues si la muerte es la pérdida de la vida, y la vida es un don de Dios y una bendición, entonces qué pasaba con los que eran justos, es decir, con los que habían vivido una vida según la voluntad de Dios en justicia y santidad… las promesas de Dios eran para el pueblo en su conjunto; el creyente sólo esperaba la duración y la prosperidad de su raza.
Pero aquí, se comienza a hablar de resurrección se afirma que las personas resucitarán. Y tal resurrección no es la supervivencia del espíritu o el alma del hombre sino resucitar con toda su persona. Una clave de interpretación nos ayuda a clarificar más aún el tema: uno de los hermanos condenados a muerte dice que “vale la pena morir a manos de los hombres, cuando se tiene la firme esperanza de que Dios nos resucitará. Tú, en cambio, no resucitarás para la vida”- le dice a su verdugo. Es decir, que aquél que cree en Dios resucitará para encontrarse con Él, ¡para la Vida eterna!
El evangelio nos dice que se acercaron a Jesús unos "saduceos". Los saduceos eran un grupo conservador dentro del judaísmo en la época de Jesús. Tenían como revelados por Dios sólo los primeros cinco libros de la Biblia que ellos atribuían a Moisés. Para ellos no existía otra vida, sino que la única vida que existía era la presente, y por eso no había que esperar otra.
A esta secta pertenecían las principales familias sacerdotales, los ancianos, los jefes de las familias aristocráticas, gente de mucho poder económico, y aunque eran un grupo reducido de personas tenían mucho poder. Las riquezas y el poder eran muestra de que eran los preferidos de Dios. No necesitaban esperar otra vida. Por eso mantenían una posición cómoda aparentando una vida de piedad, y por otro, un estilo de vida de acuerdo a las costumbres paganas de los romanos, de quienes recibían privilegios y concesiones con las cuales agrandaban sus fortunas y poderío. Se dice que este grupo tuvo mucho que ver con la decisión de dar muerte a Jesús.
En el evangelio de hoy se nos relata que “se acercaron a Jesús algunos saduceos”. Y “como los saduceos niegan la resurrección de los muertos, le preguntaron”:
“Maestro, Moisés nos dejó escrito que si alguno tiene un hermano casado que muere sin haber tenido hijos, se case con la viuda para dar descendencia a su hermano. Hubo una vez siete hermanos, el mayor de los cuales se casó y murió sin dejar hijos. El segundo, el tercero y los demás, hasta el séptimo, tomaron por esposa a la viuda y todos murieron sin dejar sucesión. Por fin murió también la viuda. Ahora bien, cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será esposa la mujer, pues los siete estuvieron casados con ella?”
Claramente lo ponen a prueba a Jesús con este caso de la viuda que se casa con los siete hermanos (uno a la vuelta por cada uno que muere). Pero Jesús les dijo: “En la vida futura, los que sean juzgados dignos de ella y de la resurrección de los muertos, no se casarán ni podrán ya morir, porque serán como los ángeles e hijos de Dios, pues él los habrá resucitado”. Pero a su vez les hace ver que no saben nada, ni siquiera en aquello que se creen expertos, pues Jesús les rebate desde el mismo Moisés (y su Ley) diciéndoles que “los muertos resucitan, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor, Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob. Porque Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, pues para él todos viven”.
La palabra de Dios hoy nos habla de la resurrección de los muertos, que rezamos en el Credo (“creo en la resurrección de la carne”). El Señor nos da la certeza de resucitar aunque no nos revela el modo y las condiciones será vida ciertamente, aunque distinta de la presente.
En Cristo, Dios nos ha destinado a la Vida eterna, porque no es un Dios de muertos sino de vivientes, y si bien el caminar por este mundo nos inquieta, la certeza de la vida en Cristo es un consuelo permanente y una gran esperanza.
Vivimos como si no fuéramos a morir nunca, y por eso nos resistimos a morir y la muerte misma nos atemoriza, pero no debemos temer, pues si "Cristo resucitó de entre los muertos, el primero de todos", tenemos la certeza de que nuestra resurrección radica en que Cristo ha resucitado una vez para siempre. Tal fe en la vida eterna es la que nos da fuerza para asumir y vivir la vida presente en la esperanza de una feliz resurrección. Debemos vivir con la mirada puesta en la presencia del Dios vivo en nuestras vidas y en lo cotidiano, pues el paso de este mundo a una vida nueva se construye en el aquí y ahora, y en lo que vaya construyendo con la gracia de Dios en el amor a Él y los hermanos.
El Señor nos invita a un acto de fe en la vida: “quien cree en mí, aunque haya muerto vivirá”. Porque es un Dios de vivos y no de muertos, y por tanto la alianza que realiza el Señor con nosotros es con la vida y con los hombres vivos. “El Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Porque Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, pues para él todos viven”. Amén.
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