jueves, 27 de enero de 2011

Cuarto Domingo del Tiempo Ordinario-Ciclo A


Domingo 30 de Enero, 2011

Día del Señor
Dichosos los que trabajan por la paz
Ven, Señor, en ayuda de tu siervo

Primera Lectura
Lectura del libro del profeta Sofonías (2, 3; 3, 12-13)
Busquen al Señor, ustedes los humildes de la tierra, los que cumplen los mandamientos de Dios. Busquen la justicia, busquen la humildad. Quizá puedan así quedar a cubierto el día de la ira del Señor.
“Aquel día, dice el Señor, yo dejaré en medio de ti, pueblo mío, un puñado de gente pobre y humilde. Este resto de Israel confiará en el nombre del Señor.
No cometerá maldades ni dirá mentiras; no se hallará en su boca una lengua embustera. Permanecerán tranquilos y descansarán sin que nadie los moleste”.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 145
Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos.
El Señor siempre es fiel a su palabra, y es quien hace justicia al oprimido; él proporciona pan a los hambrientos y libera al cautivo.
Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos.
Abre el Señor los ojos de los ciegos y alivia al agobiado. Ama el Señor al hombre justo y toma al forastero a su cuidado.
Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos.
A la viuda y al huérfano sustenta y trastorna los planes del inicuo. Reina el Señor eternamente, reina tu Dios, oh Sión, reina por siglos.
Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos.

Segunda Lectura
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los corintios (1, 26-31)
Hermanos: Consideren que entre ustedes, los que han sido llamados por Dios, no hay muchos sabios, ni muchos poderosos, ni muchos nobles, según los criterios humanos. Pues Dios ha elegido a los ignorantes de este mundo, para humillar a los sabios; a los débiles del mundo, para avergonzar a los fuertes; a los insignificantes y despreciados del mundo, es decir, a los que no valen nada, para reducir a la nada a los que valen; de manera que nadie pueda presumir delante de Dios.
En efecto, por obra de Dios, ustedes están injertados en Cristo Jesús, a quien Dios hizo nuestra sabiduría, nuestra justicia, nuestra santificación y nuestra redención. Por lo tanto, como dice la Escritura:
El que se gloría, que se gloríe en el Señor.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Mateo (5, 1-12)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, cuando Jesús vio a la muchedumbre, subió al monte y se sentó. Entonces se le acercaron sus discípulos. Enseguida comenzó a enseñarles, hablándoles así:
“Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos. Dichosos los que lloran, porque serán consolados. Dichosos los sufridos, porque heredarán la tierra. Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque obtendrán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque se les llamará hijos de Dios. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos.
Dichosos serán ustedes cuando los injurien, los persigan y digan cosas falsas de ustedes por causa mía. Alégrense y salten de contento, porque su premio será grande en los cielos”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Comentario a la Palabra de Dios
Queridos hermanos y hermanas, que el Señor Jesús, el Dios de la vida los colme con su alegría y con su paz y que su gracia sea fecunda en sus vidas para dar testimonio de Él en medio del mundo.
Hoy las primeras lecturas nos hablan sobre la humildad y sobre el no sentirnos mejores que otros. Así, San Pablo nos dice: “Consideren que entre ustedes, los que han sido llamados por Dios, no hay muchos sabios, ni muchos poderosos, ni muchos nobles, según los criterios humanos”. Es decir, Dios ha llamado y llama a quien quiere, pero sobre todo escuchan su llamado los que para el mundo pueden parecer insignificantes, pues los que siguen a Dios o lo buscan de corazón lo hacen con criterios que no son de este mundo, pues “Dios ha elegido a los ignorantes de este mundo, para humillar a los sabios; a los débiles del mundo, para avergonzar a los fuertes; a los insignificantes y despreciados del mundo, es decir, a los que no valen nada, para reducir a la nada a los que valen; de manera que nadie pueda presumir delante de Dios”. ¿Quiere decir esto que debemos dejar todo, toda formación, ser ignorantes, etc.? No, significa que la obra es de Dios y estamos “injertados en Cristo Jesús, a quien Dios hizo nuestra sabiduría, nuestra justicia, nuestra santificación y nuestra redención. Por lo tanto, como dice la Escritura: El que se gloría, que se gloríe en el Señor”. No hagamos gloria vana de cosas que son un don, y aunque sea o implique mucho esfuerzo de nuestra parte el conseguirlo, siempre es necesario ser humildes, es decir, reconocer lo que somos y lo9 que Dios obra en nosotros y que sin su ayuda no somos nada, y que además, sólo existimos porque Él nos dio la vida y nos redimió; así que desde el punto de partida le debemos todo a Dios.
Por eso el profeta Sofonías nos dice: “Busquen al Señor, ustedes los humildes de la tierra, los que cumplen los mandamientos de Dios. Busquen la justicia, busquen la humildad”. Y el que es humilde según Dios “no cometerá maldades ni dirá mentiras; no se hallará en su boca una lengua embustera”.
Y llegamos ahora al evangelio, donde el Señor nos regala en el discurso de la montaña (que es mucho más amplio) las llamadas Bienaventuranzas.
En principio las bienaventuranzas se pueden nuclear en la primera, pues es la que da la clave interpretativa, y es que el “dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos”. Nos habla de algo importante, y se refiere a los pobres de Yahveh. Serán y son bienaventurados por ser pobres de espíritu, es decir, por ser humildes, por sentirse pobres en el espíritu y necesitados de Dios.
Jesús nos pide vivir estas bienaventuranzas, que para el mundo de por sí no lo son, pues el mundo predica y proclama otros valores, o antivalores donde el: “viví feliz”, “pasala bien”, “hacé la tuya”, “hacé lo que quieras aún a costa de la libertad del otro”, etc., son moneda corriente.
Pero el Señor nos invita a vivir lo de cada día (las alegrías y las penas, el sufrimiento, la injusticia, el maltrato, la guerra, la violencia, el desamor, etc.) desde la actitud del pobre de espíritu que todo lo espera de Dios y necesita de Él para estar bien, para vivir feliz aún en las luchas, en el dolor, en el sufrimiento y la injusticia, porque el amor y la misericordia triunfan sobre todo, y la muestra de ello la tenemos en Cristo Jesús que pasó haciendo el bien y nos enseñó la ley del amor.
Por eso, seremos dichosos y bienaventurados cuando vivamos todo esto desde Él, con Él y en Él.
Esto no es evasión del mundo y de lo que vivimos, al contrario, es vivir encarnados en la realidad que nos toca pero con la mirada puesta en el Señor que nos fortalece y nos da la vida de hijos de Dios.
Por eso: “Alégrense y salten de contento, porque su premio será grande en los cielos”. Amén.

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