miércoles, 2 de febrero de 2011

Quinto Domingo del Tiempo Ordinario-Ciclo A


Domingo 06 de Febrero, 2011

Día del Señor
Gloria a ti, Señor Jesús
Danos tu luz y tu verdad

Primera Lectura
Lectura del libro del profeta Isaías (58, 7-10)
Esto dice el Señor: “Comparte tu pan con el hambriento, abre tu casa al pobre sin techo, viste al desnudo y no des la espalda a tu propio hermano.
Entonces surgirá tu luz como la aurora y cicatrizarán de prisa tus heridas; te abrirá camino la justicia y la gloria del Señor cerrará tu marcha.
Entonces clamarás al Señor y él te responderá; lo llamarás, y él te dirá: ‘Aquí estoy’.
Cuando renuncies a oprimir a los demás y destierres de ti el gesto amenazador y la palabra ofensiva; cuando compartas tu pan con el hambriento y sacies la necesidad del humillado, brillará tu luz en las tinieblas y tu oscuridad será como el mediodía”.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 111
El justo brilla como una luz en las tinieblas.
Quien es justo, clemente y compasivo, como una luz en las tinieblas brilla. Quienes, compadecidos, prestan y llevan su negocio honradamente jamás se desviarán.
El justo brilla como una luz en las tinieblas.
El justo no vacilará; vivirá su recuerdo para siempre. No temerá malas noticias, porque en el Señor vive confiadamente.
El justo brilla como una luz en las tinieblas.
Firme está y sin temor su corazón. Al pobre da limosna, obra siempre conforme a la justicia; su frente se alzará llena de gloria.
El justo brilla como una luz en las tinieblas.

Segunda Lectura
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los corintios (2, 1-5)
Hermanos: cuando llegué a la ciudad de ustedes para anunciarles el Evangelio, no busqué hacerlo mediante la elocuencia del lenguaje o la sabiduría humana, sino que resolví no hablarles sino de Jesucristo, más aún, de Jesucristo crucificado.
Me presenté ante ustedes débil y temblando de miedo. Cuando les hablé y les prediqué el Evangelio, no quise convencerlos con palabras de hombre sabio; al contrario, los convencí por medio del Espíritu y del poder de Dios, a fin de que la fe de ustedes dependiera del poder de Dios y no de la sabiduría de los hombres.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Mateo (5, 13-16)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Ustedes son la sal de la tierra. Si la sal se vuelve insípida, ¿con qué se le devolverá el sabor? Ya no sirve para nada y se tira a la calle para que la pise la gente. Ustedes son la luz del mundo.
No se puede ocultar una ciudad construida en lo alto de un monte; y cuando se enciende una vela, no se esconde debajo de una olla, sino que se pone sobre un candelero, para que alumbre a todos los de la casa.
Que de igual manera brille la luz de ustedes ante los hombres, para que viendo las buenas obras que ustedes hacen, den gloria a su Padre, que está en los cielos”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Comentario a la Palabra de Dios
Queridos hermanos y hermanas, que el Señor Jesús, el Dios de la vida los colme con su alegría y con su paz y que su gracia sea fecunda en sus vidas para dar testimonio de Él en medio del mundo.
El Evangelio de hoy nos presenta a Jesús que se dirige a sus discípulos diciéndoles: “Ustedes son la sal de la tierra. Si la sal se vuelve insípida, ¿con qué se le devolverá el sabor?... Ustedes son la luz del mundo… Cuando se enciende una vela… se pone sobre un candelero, para que alumbre a todos los de la casa”. Mediante estas dos imágenes el Señor transmite a los suyos una misión, ser sal y luz en medio del mundo, dando sabor y luz a los demás. Pero no basta con ser sal y luz, pues la sal puede perder su sabor y la luz puede ser ocultada. Por eso dice que si la sal pierde su sabor ¿cómo se hará para que vuelva a recuperarse? Ya no sirve. Y si la luz se oculta ¿de qué sirve? No sirve para nada. Por esto su mensaje: “Que de igual manera brille la luz de ustedes ante los hombres, para que viendo las buenas obras que ustedes hacen, den gloria a su Padre, que está en los cielos”.
Es decir, ser sal y ser luz en medio del mundo significa testimoniar a Cristo a través de nuestras buenas obras, a través del testimonio vivo y fecundo de dar sabor y sentido, luz y claridad a la vida del hombre, para que se sientan ellos atraídos y deseen vivir también como nosotros al ver nuestro testimonio y nuestra entrega a Dios y al prójimo. Porque –como rezamos en el salmo- “el justo brilla como una luz en las tinieblas”.
Y ¿cuáles pueden ser estas buenas obras de las que nos habla Jesús? A través del profeta Isaías se nos revelan las palabras del Señor: “Comparte tu pan con el hambriento, abre tu casa al pobre sin techo, viste al desnudo y no des la espalda a tu propio hermano”. Sí, son las obras de caridad, pues así como Jesús pasó haciendo el bien a la humanidad, sin distinción o diferencia alguna, así debemos obrar realizando obras de caridad, pues es así como “surgirá tu luz como la aurora y cicatrizarán de prisa tus heridas; te abrirá camino la justicia… Entonces clamarás al Señor y él te responderá; lo llamarás, y él te dirá: ‘Aquí estoy’”.
Y estas obras deben ayudar a que se obre el bien y se destierre el mal, porque “cuando renuncies a oprimir a los demás y destierres de ti el gesto amenazador y la palabra ofensiva; cuando compartas tu pan con el hambriento y sacies la necesidad del humillado, brillará tu luz en las tinieblas y tu oscuridad será como el mediodía”. Esta es la promesa de Dios: renunciando al mal y creciendo en el bien es que seremos Luz del mundo y Sal de la tierra.
Pero ¡cuidado!, que esta “empresa” de testimoniar a Cristo no es nuestra, no somos nosotros los principales, sino Dios mismo que obra en nosotros y a través de nosotros con su Providencia de Padre.
Como dice San Pablo: “Me presenté ante ustedes débil y temblando de miedo. Cuando les hablé y les prediqué el Evangelio, no quise convencerlos con palabras de hombre sabio; al contrario, los convencí por medio del Espíritu y del poder de Dios, a fin de que la fe de ustedes dependiera del poder de Dios y no de la sabiduría de los hombres”. Así es, quien obra es Dios, quien nos elige es Dios, quien nos envía es Dios, para que acerquemos un pedacito de cielo a esta humanidad sedienta de Dios –aún cuando no se dé cuenta de esta necesidad-.
Esta empresa es de Dios, nosotros somos sus simples servidores que enamorados de Él llevamos a los demás la luz de la fe y la sal de la sabiduría, de vivir y de poder gustar a Dios y las cosas de Dios en lo cotidiano y simple de la vida, pues es ahí donde Dios se hace presente a cada uno para que su vida sea redención.
Porqué no nos animamos a colaborar con más fuerza y decisión en esta hermosa obra de llevar a Dios a los demás, sobre todo los más necesitados. Que el Señor nos dé la fuerza y la valentía de testimoniarlo siempre y en todas partes. Amén.

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