Domingo 04 de Septiembre, 2011
Día del Señor
Señor, que no seamos sordos a tu voz
Eres justo, Señor, y rectos son tus mandamientos
Primera Lectura
Lectura
del libro del profeta Ezequiel (33,
7-9)
Esto dice el Señor: “A
ti, hijo de hombre, te he constituido centinela para la casa de
Israel. Cuando escuches una palabra de mi boca, tú se la
comunicarás de mi parte.
Si yo pronuncio
sentencia de muerte contra un hombre, porque es malvado, y tú no
lo amonestas para que se aparte del mal camino, el
malvado morirá por su culpa, pero yo te pediré a ti cuentas
de su vida.
En cambio, si tú lo
amonestas para que deje su mal camino y él no lo deja, morirá por su
culpa, pero tú habrás salvado tu vida”.
Palabra
de Dios.
Te
alabamos, Señor.
Salmo
Responsorial Salmo 94
Señor,
que no seamos sordos a tu voz.
Vengan,
lancemos vivas al Señor, aclamemos al Dios que nos salva.
Acerquémonos a él, llenos de júbilo, y démosle gracias.
Vengan,
y puestos de rodillas, adoremos y bendigamos al Señor, que nos hizo,
pues él es nuestro Dios y nosotros, su pueblo, él nuestro pastor
y nosotros, sus ovejas.
Hagámosle
caso al Señor, que nos dice: “No endurezcan su corazón, como el día
de la rebelión en el desierto, cuando sus padres dudaron de mí,
aunque habían visto mis obras”.
Segunda Lectura
Lectura
de la carta del apóstol san Pablo a los romanos (13,
8-10)
Hermanos: No tengan
con nadie otra deuda que la del amor mutuo, porque el que ama al
prójimo, ha cumplido ya toda la ley. En efecto, los mandamientos que
ordenan: “No cometerás adulterio, no robarás, no matarás, no darás
falso testimonio, no codiciarás” y todos los otros, se
resumen en éste: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”, pues
quien ama a su prójimo no le causa daño a nadie. Así pues,
cumplir perfectamente la ley consiste en amar.
Palabra
de Dios.
Te
alabamos, Señor.
Evangelio
†
Lectura del santo Evangelio según san Mateo (18, 15-20)
Gloria
a ti, Señor.
En aquel tiempo,
Jesús dijo a sus discípulos: “Si tu hermano comete un pecado, ve
y amonéstalo a solas. Si te escucha, habrás salvado a tu hermano. Si
no te hace caso, hazte acompañar de una o dos personas, para
que todo lo que se diga conste por boca de dos o tres testigos.
Pero si ni así te hace
caso, díselo a la comunidad; y si ni a la comunidad le hace
caso, apártate de él como de un pagano o de un publicano.
Yo les aseguro que todo
lo que aten en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo
que desaten en la tierra quedará desatado en el cielo.
Yo les aseguro también
que si dos de ustedes se ponen de acuerdo para pedir algo, sea
lo que fuere, mi Padre celestial se lo concederá; pues donde dos o
tres se reúnen en mi nombre, ahí estoy yo en medio de ellos”.
Palabra
del Señor.
Gloria
a ti, Señor Jesús.
Comentario a la Palabra de Dios
Queridos hermanos
y hermanas, que el Dios de la vida permanezca siempre con todos ustedes y que
la paz de Cristo habite en sus corazones y sean signo de la presencia del Amor
en medio del mundo por medio de la acción del Espíritu Santo.
La liturgia de la Palabra de este domingo es
una invitación a reflexionar sobre la corresponsabilidad comunitaria
en el vivir la fe, y en el ser corresponsables unos de otros con la vida de cada hermano,
pues somos todos iglesia e hijos de un mismo Padre Dios por el bautismo.
Ezequiel, que es profeta del exilio,
es presentado o elegido por Dios para ser guardián de su pueblo, para ser
centinela. Dios le indica que debe estar alerta para que todo lo que Él le diga
lo comunique para alertar y prevenir al pueblo. Un profeta verdadero es
quien está atento a escuchar la Palabra de Dios y ver los acontecimientos de
la historia para interpretarlos a la luz de
la Palabra: “A ti, hijo de hombre, te he constituido centinela
para la casa de Israel. Cuando escuches una palabra de mi boca, tú se
la comunicarás de mi parte”. Pero también el pueblo o cada
persona puede o no aceptar lo que comunica el profeta de parte de Dios,
pero aquí hay una exigencia mayor, la de no suponer nada sino de intervenir en
todo lo que se pueda para salvar al pecador, pues el profeta está implicado en
manera especial con sus hermanos y es responsable principal por la misión
encomendada por Dios: “Si yo pronuncio sentencia de muerte contra un
hombre, porque es malvado, y tú no lo amonestas para que se
aparte del mal camino, el malvado morirá por su culpa, pero yo
te pediré a ti cuentas de su vida”. Ahora bien, si una vez que el profeta
interviene no hay respuesta favorable de la otra parte, entonces el profeta
queda libre de cargos y culpas: “si tú lo amonestas para que deje su mal
camino y él no lo deja, morirá por su culpa, pero tú habrás salvado
tu vida”.
En el pasaje del evangelio de
Mateo que leemos hoy, se nos presenta una situación que podemos
denominar como “corrección fraterna”, pues no se intenta hacer ningún
juicio, o no se trata de un proceso judicial al hermano, sino que se busca: “no
quiero la muerte del pecador sino que se convierta y viva”, y siguiendo con la
tónica de la primera lectura, podemos hablar de corrección o comunicación
fraterna para ayudar a crecer al hermano y a la comunidad entre todos, como
corresponsables unos de otros en la fe y en la caridad.
Seguramente, el texto expresa
los conflictos internos que podían vivir las primeras
comunidades cristianas: “Si tu hermano comete un pecado, ve y
amonéstalo a solas. Si te escucha, habrás salvado a tu hermano. Si no
te hace caso, hazte acompañar de una o dos personas, para
que todo lo que se diga conste por boca de dos o tres testigos. Pero
si ni así te hace caso, díselo a la comunidad; y si ni a la comunidad
le hace caso, apártate de él como de un pagano o de un publicano”. Se
habla del pecado cometido por un hermano de la comunidad, no se hace referencia
a qué tipo de pecado, solamente se dice del pecado. Planteado así, el
pecado aunque sea individual, compete a la comunidad, pues la misma comunidad
debe velar por cada hermano. No se trata –por lo visto- de un
dejar que cada cual haga su vida, ni tampoco se trata de
un rigorismo en donde nadie queda libre de cargos sin un mínimo
de contemplación y de ayuda por quien cometió el pecado.
El texto deja en claro que no
se trata de dejar mal parado o de eliminar de la comunidad al hermano en
pecado, sino que se refiere a un proceso pedagógico que busca inducir
y/o movilizar a la persona para que cambie su actitud y realice un proceso de
arrepentimiento y conversión. La insistencia en la corrección fraterna de
llamar testigos, o finalmente apelar a la comunidad misma, es un claro
testimonio de caridad y de valoración del hermano por su persona y no por el
pecado cometido. Sin embargo, si la persona
no acepta la invitación a cambiar y arrepentirse, entonces sí la comunidad se verá
obligada a tomarlo como “pagano o publicano”, es decir, como persona que a sí misma se
excluye de la comunión.
El tema en todo
esto es que nuestro compromiso como creyentes es buscar
la verdad, la rectitud, la honestidad, la caridad… y nuestras comunidades ser lugares de reconciliación donde
reine la caridad y la verdad, pues sólo así se vivirá en comunión con Cristo
Jesús. Tal compromiso con la justicia, la verdad y
la reconciliación es una actitud profética, como lo
hemos contemplado más arriba.
Y para reforzar
sobre lo que venimos meditando, vemos que Pablo en la carta a
los Romanos invita a los creyentes de la comunidad a que “no
tengan con nadie otra deuda que la del amor mutuo, porque el
que ama al prójimo, ha cumplido ya toda la ley”. Y si bien hace una
lista de los mandamientos que se ordenan a la relación con el prójimo: “no cometerás
adulterio, no robarás, no matarás, no darás falso testimonio, no
codiciarás y todos los otros” que se puedan cometer, en definitiva éstos
se resumen en éste: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”, “pues
quien ama a su prójimo no le causa daño a nadie. Así pues,
cumplir perfectamente la ley consiste en amar”.
Así que tanto quien peca como quien corrige, todos
deben volver su mirada y su corazón a la ley del amor para poder cambiar de
vida, para poder corregir con amor y saberse amados por Dios, que es quien
quiere nuestra redención y santificación, no sólo personalmente sino también en
comunidad. Amén.
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