Domingo 28 de Agosto, 2011
Día del Señor
Señor, mi alma tiene sed de ti
Señor, tú eres mi Dios, a ti te busco
Primera Lectura
Lectura del libro del profeta Jeremías (20, 7-9)
Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir; fuiste más fuerte que yo y me venciste.
He sido el hazmerreír de todos; día tras día se burlan de mí. Desde que comencé a hablar, he tenido que anunciar a gritos violencia y destrucción.
Por anunciar la palabra del Señor, me he convertido en objeto de oprobio y de burla todo el día. He llegado a decirme: “Ya no me acordaré del Señor ni hablaré más en su nombre”. Pero había en mí como un fuego ardiente, encerrado en mis huesos; yo me esforzaba por contenerlo y no podía.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Salmo Responsorial Salmo 62
Señor, mi alma tiene sed de ti.
Señor, tú eres mi Dios, a ti te busco; de ti sedienta está mi alma. Señor, todo mi ser te añora como el suelo reseco añora el agua.
Para admirar tu gloria y tu poder, con este afán te busco en tu santuario. Pues mejor es tu amor que la existencia; siempre, Señor, te alabarán mis labios.
Podré así bendecirte mientras viva y levantar en oración mis manos. De lo mejor se saciará mi alma; te alabaré con jubilosos labios.
Porque fuiste mi auxilio y a tu sombra, Señor, canto con gozo. A ti se adhiere mi alma y tu diestra me da seguro apoyo.
Segunda Lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los romanos (12, 1-2)
Hermanos: Por la misericordia que Dios les ha manifestado, los exhorto a que se ofrezcan ustedes mismos como una ofrenda viva, santa y agradable a Dios, porque en esto consiste el verdadero culto.
No se dejen transformar por los criterios de este mundo, sino dejen que una nueva manera de pensar los transforme internamente, para que sepan distinguir cuál es la voluntad de Dios, es decir, lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Mateo (16, 21-27)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, comenzó Jesús a anunciar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén para padecer allí mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que tenía que ser condenado a muerte y resucitar al tercer día.
Pedro se lo llevó aparte y trató de disuadirlo, diciéndole:
“No lo permita Dios, Señor. Eso no te puede suceder a ti”.
Pero Jesús se volvió a Pedro y le dijo: “¡Apártate de mí, Satanás, y no intentes hacerme tropezar en mi camino, porque tu modo de pensar no es el de Dios, sino el de los hombres!”
Luego Jesús dijo a sus discípulos: “El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que tome su cruz y me siga. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí, la encontrará.
¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero, si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar uno a cambio para recobrarla?
Porque el Hijo del hombre ha de venir rodeado de la gloria de su Padre, en compañía de sus ángeles, y entonces le dará a cada uno lo que merecen sus obras”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Comentario a la Palabra de Dios
Queridos hermanos y hermanas, que el Dios de la vida permanezca siempre con todos ustedes y que la paz de Cristo habite en sus corazones y sean signo de la presencia del Amor en medio del mundo por medio de la acción del Espíritu Santo.
La liturgia de hoy se centra sobre las consecuencias que trae el ser profeta y el seguir a Jesús.
Mirando la primera lectura, podemos decir que la experiencia del exilio marcó la vida del pueblo. Tal momento de dolor hizo que el pueblo se replanteara su fe en el Dios de la Alianza. Esto es el contexto en que vive el Profeta Jeremías.
El pasaje bíblico en cuestión, pone de relieve el clamor del profeta, porque siente que Dios lo ha seducido, lo ha forzado (“Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir; fuiste más fuerte que yo y me venciste”), y ha sido objeto de burlas, de desprecio y dolor gracias a la Palabra (“He sido el hazmerreír de todos; día tras día se burlan de mí. Desde que comencé a hablar, he tenido que anunciar a gritos violencia y destrucción. Por anunciar la palabra del Señor, me he convertido en objeto de oprobio y de burla todo el día”).
Por eso el profeta ha querido desligarse de lo que Dios le pedía, de la misión encomendada, pero la Palabra ha sido más fuerte (“He llegado a decirme: “Ya no me acordaré del Señor ni hablaré más en su nombre”. Pero había en mí como un fuego ardiente, encerrado en mis huesos; yo me esforzaba por contenerlo y no podía”).
Muchos de los profetas vivieron lo mismo que Jeremías, fueron rechazados pos sus hermanos, por las autoridades, fueron perseguidos, sufrieron el destierro y hasta el martirio por ser fieles a la Palabra. Y es que la Palabra es Dios mismo que se hace presente a su pueblo por medio del profeta. Por eso es como un fuego abrasador que lo deja inquieto y siempre atento a la misión.
La carta de Pablo a los cristianos de Roma tiene un lenguaje es exhortativo, invocando “la misericordia que Dios les ha manifestado, los exhorto a que se ofrezcan ustedes mismos como una ofrenda viva, santa y agradable a Dios, porque en esto consiste el verdadero culto”. Siguiendo con lo que veníamos diciendo, la exhortación de Pablo nos ayuda a seguir reflexionando, pues así como la vida del profeta es una vida dedicada al anuncio de la Palabra, así también quienes seguimos a Cristo debemos ser ofrenda viva, agradable a Dios, y por eso mismo no nos debemos dejar “transformar por los criterios de este mundo”, sino que debemos dejarnos transformar internamente por la Palabra, por Dios mismo, para que sepamos distinguir cuál es su voluntad, es decir, “lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto”.
La misma Palabra de Dios, asumida en la vida, hecha carne en nosotros, es y debe ser un punto de transformación para nosotros, comprometiéndonos cada vez más por vivirla, asimilarla y anunciarla como el profeta.
En el evangelio nos encontramos con una enseñanza sobre el discipulado, y Jesús nos presenta tal seguimiento el asumir, como Jesús, la cruz: “El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que tome su cruz y me siga. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí, la encontrará”. No hay resurrección sin cruz ni cruz sin resurrección, están estrechamente vinculados.
En la persona de Pedro, nos damos cuenta de que los discípulos todavía no han comprendido esta realidad. Piensan que el mesianismo y el discipulado pasan por otro lado. Por eso Pedro es visto por Jesús como instrumento de Satanás que quiere obstaculizar su misión.
Jesús invita a seguir detrás de Él, pues aún no han alcanzado la madurez de discípulos.
Tal y como decíamos más arriba sobre el profeta y la Palabra, así sucede también con el anuncio del evangelio, pues seguir a Cristo y anunciar su mensaje trae aparejado persecución, sufrimiento, cruz; si así lo vivió el Maestro, ¿no lo van a vivir también sus seguidores? El hecho de tomar la cruz significa participar en y de la muerte y resurrección de Jesús. Así, perder la vida por la causa de Jesús, hace que el discípulo pueda alcanzar la vida en plenitud junto a Dios al igual que Cristo Jesús.
Por el bautismo hemos sido consagrados sacerdotes, profetas y reyes. Por lo tanto, el ser profetas es algo que está íntimamente ligado a la consagración bautismal. Hoy más que nunca debemos ser profetas de nuestro tiempo como lo fueron los Profetas y lo fue Jesús. Sabemos de las consecuencias del profetismo: oposición, persecución, rechazo, calumnias, sufrimiento, martirio… Muchos son los testimonios de personas de distintas edades que se han jugado dando la vida en defensa de los valores evangélicos. Si somos coherentes con nuestro bautismo y nuestra fe, si queremos seguir a Jesús en fidelidad, tenemos que asumir también la cruz, que viene unida indisolublemente al ser profetas.
Quien quiera vivir su bautismo y su fe de cristiano sin mayores conflictos y problemas, no es apto para seguir a Cristo, y no es coherente con su propia fe que profesa. La invitación de Jesús es clara: debemos tomar la cruz, arriesgar la propia vida hasta perderla si es necesario, si queremos ser fieles al evangelio como lo fue el Maestro. Vivir la fe es para valientes, para comprometidos con Dios y con el Reino, con Cristo y los hermanos.
Pidamos al Señor nos conceda la gracia de sabernos limitados en nuestra entrega, para que con humildad seamos colmados con la gracia necesaria para saber dar testimonio de aquello que hemos visto y oído. Amén.