sábado, 17 de marzo de 2012

Cuarto Domingo de Cuaresma – Ciclo B


Domingo 18 de Marzo, 2012

Tu recuerdo, Señor, es mi alegría
Salva a tu pueblo, Señor

Primera Lectura
Lectura del segundo libro de las Crónicas (36, 14-16. 19-23)
En aquellos días, todos los sumos sacerdotes y el pueblo multiplicaron sus infidelidades, practicando todas las abominables costumbres de los paganos, y mancharon la casa del Señor, que él se había consagrado en Jerusalén.
El Señor, Dios de sus padres, los exhortó continuamente por medio de sus mensajeros, porque sentía compasión de su pueblo y quería preservar su santuario. Pero ellos se burlaron de los mensajeros de Dios, despreciaron sus advertencias y se mofaron de sus profetas, hasta que la ira del Señor contra su pueblo llegó a tal grado, que ya no hubo remedio.
Envió entonces contra ellos al rey de los caldeos. Incendiaron la casa de Dios y derribaron las murallas de Jerusalén, pegaron fuego a todos los palacios y destruyeron todos sus objetos preciosos. A los que escaparon de la espada, los llevaron cautivos a Babilonia, donde fueron esclavos del rey y de sus hijos, hasta que el reino pasó al dominio de los persas, para que se cumpliera lo que dijo Dios por boca del profeta Jeremías: Hasta que el país haya pagado sus sábados perdidos, descansará de la desolación, hasta que se cumplan setenta años.
En el año primero de Ciro, rey de Persia, en cumplimiento de las palabras que habló el Señor por boca de Jeremías, el Señor inspiró a Ciro, rey de los persas, el cual mandó proclamar de palabra y por escrito en todo su reino, lo siguiente: “Así habla Ciro, rey de Persia: El Señor, Dios de los cielos, me ha dado todos los reinos de la tierra y me ha mandado que le edifique una casa en Jerusalén de Judá.
En consecuencia, todo aquel que pertenezca a este pueblo, que parta hacia allá, y que su Dios lo acompañe”.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 136
Tu recuerdo, Señor, es mi alegría.
Junto a los ríos de Babilonia nos sentábamos a llorar de nostalgia; de los sauces que estaban en la orilla colgamos nuestras arpas.

Aquellos que cautivos nos tenían pidieron que cantáramos. Decían los opresores: “Algún cantar de Sión, alegres, cántennos”.

Pero, ¿cómo podríamos cantar un himno al Señor en tierra extraña? ¡Que la mano derecha se me seque, si de ti, Jerusalén, yo me olvidara!

¡Que se me pegue al paladar la lengua, Jerusalén, si no te recordara, o si, fuera de ti, alguna otra alegría yo buscara!

Segunda Lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios (2, 4-10)
Hermanos:
La misericordia y el amor de Dios son muy grandes; porque nosotros estábamos muertos por nuestros pecados, y él nos dio la vida con Cristo y en Cristo. Por pura generosidad suya, hemos sido salvados.
Con Cristo y en Cristo nos ha resucitado y con él nos ha reservado un sitio en el cielo. Así, en todos los tiempos, Dios muestra, por medio de Jesús, la incomparable riqueza de su gracia y de su bondad para con nosotros.
En efecto, ustedes han sido salvados por la gracia, mediante la fe; y esto no se debe a ustedes mismos, sino que es un don de Dios. Tampoco se debe a las obras, para que nadie pueda presumir, porque somos hechura de Dios, creados por medio de Cristo Jesús, para hacer el bien que Dios ha dispuesto que hagamos.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Juan (3, 14-21)
Gloria a ti Señor.
En aquel tiempo, Jesús dijo a Nicodemo:
“Así como levantó Moisés la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en él tenga vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara por él. El que cree en él no será condenado; pero el que no cree ya está condenado, por no haber creído en el Hijo único de Dios.
La causa de la condenación es ésta: habiendo venido la luz al mundo, los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Todo aquel que hace el mal, aborrece la luz y no se acerca a ella, para que sus obras no se descubran.
En cambio, el que obra el bien conforme a la verdad, se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Comentario a la Palabra de Dios
            Queridos hermanos y hermanas, que el Dios de la vida permanezca siempre con todos ustedes y que la paz de Cristo habite en sus corazones y sean signo de la presencia del Amor en medio del mundo por medio de la acción del Espíritu Santo.
            En la primera lectura del libro de las Crónicas se nos presenta la dureza del pueblo que no escucha o se burla de aquellos que son portadores de la palabra de Dios. Estos setenta años de destierro serán una ocasión para descansar y restituir al Señor el tiempo que le había negado el pueblo elegido. Con el edicto de Ciro, rey de Persia, se da al pueblo una nueva esperanza.
            En el evangelio de Juan, que corresponde a la respuesta que Jesús da a Nicodemo cuando va a visitarlo de noche por temor a los judíos, donde le pregunta: «¿cómo puede ser eso?», refiriéndose al nacer de nuevo (en el Espíritu).
            Nicodemo (cuyo nombre significa “el que vence al pueblo”), un fariseo importante pues es nombrado como “jefe” (miembro del Gran Consejo o Sanedrín), aparece varias veces en el evangelio de Juan (3,1-21; 7,50-52; 19,39).
            Jesús le habla de ser “levantado” (crucificado), como la serpiente que Moisés levantó en el desierto, y donde todo aquél que la veía y creía era curado. Creer es una respuesta de confianza al amor de Dios, es saber que Él realiza y realizará en el hombre, en nosotros aquello que nos prometió: “Porque tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. … El que cree en él no será condenado; pero el que no cree ya está condenado, por no haber creído en el Hijo único de Dios”. La centralidad en la fe está puesta en el AMOR de Dios, porque tanto nos amó Dios, es que realiza en nosotros la redención, pero tal redención se hace eficaz y concreta en aquellos que creen y aceptan la obra de Dios, por eso: “La causa de la condenación es ésta: habiendo venido la luz al mundo, los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Todo aquel que hace el mal, aborrece la luz y no se acerca a ella, para que sus obras no se descubran”.
            Pablo, siguiendo con el mismo tema nos dice que: “La misericordia y el amor de Dios son muy grandes; porque nosotros estábamos muertos por nuestros pecados, y él nos dio la vida con Cristo y en Cristo. Por pura generosidad suya, hemos sido salvados”. Sí, así es, el don de la redención es gratuita, y proviene del inmenso amor de Dios que nos ama con amor eterno. Cristo, con su venida y su pasión, muerte y resurrección nos ha brindado gratuitamente algo que éramos incapaces de alcanzar: “Así, en todos los tiempos, Dios muestra, por medio de Jesús, la incomparable riqueza de su gracia y de su bondad para con nosotros”.
            “En efecto, ustedes han sido salvados por la gracia, mediante la fe; y esto no se debe a ustedes mismos, sino que es un don de Dios. Tampoco se debe a las obras, para que nadie pueda presumir, porque somos hechura de Dios, creados por medio de Cristo Jesús, para hacer el bien que Dios ha dispuesto que hagamos”.
            En este domingo de Laetare se nos invita a vivir con más esperanza y alegría lo que significa la cercanía y la pronta vivencia de la Pascua. Detengámonos por un momento a pensar en las maravillas que Dios hizo por nosotros –en general- y también aquellas que ha realizado personalmente en cada uno.
            Que la experiencia del amor profundo y fecundo de Dios sea la fuente de alegría que nos hace vivir en el Señor más allá de nuestras miserias que queremos cambiar. Amén.

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