jueves, 12 de abril de 2012

Segundo Domingo de Pascua - Ciclo B


Domingo 15 de Abril, 2012

Domingo de la Divina Misericordia
La misericordia del Señor es eterna
“La paz esté con ustedes”

Primera Lectura
Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles (4, 32-35)
La multitud de los que habían creído tenía un solo corazón y una sola alma; todo lo poseían en común y nadie consideraba suyo nada de lo que tenía.
Con grandes muestras de poder, los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús y todos gozaban de gran estimación entre el pueblo. Ninguno pasaba necesidad, pues los que poseían terrenos o casas, los vendían, llevaban el dinero y lo ponían a disposición de los apóstoles, y luego se distribuía según lo que necesitaba cada uno.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 117
La misericordia del Señor es eterna. Aleluya.
Diga la casa de Israel: “Su misericordia es eterna”. Diga la casa de Aarón: “Su misericordia es eterna”. Digan los que temen al Señor: “Su misericordia es eterna”.

La diestra del Señor es poderosa, la diestra del Señor es nuestro orgullo. No moriré, continuaré viviendo para contar lo que el Señor ha hecho. Me castigó, me castigó el Señor; pero no me abandonó a la muerte.

La piedra que desecharon los constructores, es ahora la piedra angular. Esto es obra de la mano del Señor, es un milagro patente. Este es el día del triunfo del Señor, día de júbilo y de gozo.


Segunda Lectura
Lectura de la primera carta del apóstol san Juan (5, 1-6)
Queridos hermanos:
Todo el que cree que Jesús es el Mesías, ha nacido de Dios. Todo el que ama a un padre, ama también a los hijos de éste. Conocemos que amamos a los hijos de Dios, en que amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos, pues el amor de Dios consiste en que cumplamos sus preceptos. Y sus mandamientos no son pesados, porque todo el que ha nacido de Dios vence al mundo. Y nuestra fe es la que nos ha dado la victoria sobre el mundo. Porque, ¿quién es el que vence al mundo? Sólo el que cree que Jesús es el Hijo de Dios.
Jesucristo es el que se manifestó por medio del agua y de la sangre; él vino, no sólo con agua, sino con agua y con sangre. Y el Espíritu es el que da testimonio, porque el Espíritu es la verdad.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Juan (20, 19-31)
Gloria a ti, Señor.
Al anochecer del día de la resurrección, estando cerradas las puertas de la casa donde se hallaban los discípulos, por miedo a los judíos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo:
“La paz esté con ustedes”.
Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Cuando los discípulos vieron al Señor, se llenaron de alegría.
De nuevo les dijo Jesús:
“La paz esté con ustedes.
Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo”. Después de decir esto, sopló
sobre ellos y les dijo:
“Reciban al Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar”.
Tomás, uno de los Doce, a quien llamaban el Gemelo, no estaba con ellos cuando vino Jesús, y los otros discípulos le decían:
“Hemos visto al Señor”.
Pero él les contestó:
“Si no veo en sus manos la señal de los clavos y si no meto mi dedo en los agujeros de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré”.
Ocho días después, estaban reunidos los discípulos a puerta cerrada y Tomás estaba con ellos. Jesús se presentó de nuevo en medio de ellos y les dijo:
“La paz esté con ustedes”.
Luego le dijo a Tomás:
“Aquí están mis manos; acerca tu dedo. Trae acá tu mano, métela en mi costado y no sigas dudando, sino cree”. Tomás le respondió: “¡Señor mío y Dios mío!”
Jesús añadió:
“Tú crees porque me has visto; dichosos los que creen sin haber visto”.
Otras muchas señales milagrosas hizo Jesús en presencia de sus discípulos, pero no están escritas en este libro. Se escribieron éstas para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengan vida en su nombre.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Comentario a la palabra de Dios
Que el Dios de la vida que resucitó a Jesucristo de entre los muertos rompiendo las ataduras del pecado y de la muerte que nos ataban, esté con todos ustedes.
Una vez ocurrida la muerte de Jesús, los discípulos sienten el miedo ante las represalias que puedan tomar contra ellos los judíos.

Pero las cosas comienzan a cambiar, pues Jesús se presenta en medio de ellos comunicándoles su paz, uno de los frutos de la resurrección; con su saludo restaura la paz que habían perdido. 
Al presentarse les muestra sus manos y su costado, estas son las pruebas concretas de su pasión y muerte, son los indicadores de que el mismo que murió en la cruz es el mismo que resucitó. Estos signos son ahora no ya signos de dolor sino realmente los signos de su amor entregado y de su victoria sobre el pecado y sobre la muerte. 
Su presencia fue causa de alegría y de disipación de temores y de miedos.
Luego Jesús les comunica su Espíritu para darles la fuerza necesaria para enfrentar el mundo y anunciar lo que han visto y oído, porque la muerte no tiene poder sobre Cristo.
Pero sucedió que uno de ellos, Tomás, no estaba con el resto ese día, y no creyó a lo que le decían sus compañeros. No acepta que lo hayan visto y exige una prueba para creer. No se da cuenta que su testarudez lo lleva a quedarse en su falta de fe y en pedir signos y pruebas en vez de aceptar el testimonio de sus hermanos y de abrir el corazón para buscar y dejar que el Resucitado entre en su vida definitivamente.
Pero llegó el día en que se le presentó Jesús y le dijo: «Trae aquí tu dedo, mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino fiel». Y Tomás pronuncia su confesión de fe diciendo: “Señor mío y Dios mío”. 
Por su actitud incrédula será reprochado por parte de Jesús, que llama bienaventurados a todos los que sin verlo ni tocarlo tendrán que descubrirlo en la comunidad y palpar en ella su presencia siempre viva y resucitada. Esto es un llamado de atención para todos, pues también al resto le costó creer en el resucitado, y es un mensaje especial para todos nosotros y todos aquellos que ya no hemos convivido con el Jesús histórico y hemos recibido el Cristo de la fe, pero se trata de aceptar en nuestras vidas a JESUCRISTO, pues el mismo crucificado es el mismo resucitado.
De ahora en más, Jesús se hace presente en la comunidad, en la iglesia comunidad de hermanos en la fe que a su vez debe ser expresión de amor, de unión, de fe, de vida, de alegría... Una comunidad que sea reflejo de las primeras comunidades como describe el libro de los Hechos (4,32-35): "Lo poseían todo en común".
Este texto es un llamado a vivir en nuestras comunidades haciendo presente al resucitado viviendo como Él nos enseñó y confiando en su palabra y en su presencia viva y eficaz en medio nuestro. Amén. 









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