domingo, 6 de julio de 2008

Comentario Domingo XIV durante el año


"Vengan a mí todos los que están cansados y oprimidos, y Yo los confortaré". Nos viene siempre bien esta invitación de Jesús, particularmente en este período en que sentimos más urgente la necesidad de alivio, de serenidad, de paz, de frente a las situaciones que vive la Patria.


El cansacio, la opresión son parte de la experiencia humana, evidencian nuestros límites y fragilidad, y no siempre logramos encontrar alivio por cuenta propia, por nuestros propios medios. Jesús sabe muy bien del peso de nuestro yugo, él mismo se ha hecho cargo desde el mismo momento en que vino a la tierra y sobre todo cuando nos redimió con su cruz. Quiere por tanto liberarnos del peso que nos oprime y que hasta puede llegar a "matarnos" si este peso quedara sobre nuestros hombros.


Es difícil encontrar el verdadero consuelo para nuestra alma cuando es oprimida por el mal y sobrecargada por las adversidades. Por esto, una vez más, Jesús nos llama y nos pide un encuentro personal con Él. Nos infunde, por esto, pensamientos de humildad y mansedumbre, virtudes que él ha practicado de modo sublime y que a nosotros permite darnos confiadamente a Él.


La presunción humana engendra la acumulación de sobrecarga sobre nuestros frágiles hombros hasta sumergirnos en una tumba infernal construida con nuestras manos. Y he aquí el ruego de Jesús por nosotros: "Te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has tenido escondidas estas cosas a los sabios y a los inteligentes y las has revelado a los pequeños". Somos nosotros los "pequeños" cuando con sencillez de corazón y con sincera humildad, reconociendo nuestros límites, nuestra fragilidad, nos encomendamos a Dios en la oración asidua y constante, para sacar de Él la fuerza que no tenemos.


Éste es el camino para reconocerlo y querer seguirlo: "nadie conoce al Hijo si no el Padre, y nadie conoce al Padre si no el Hijo y a quien el Hijo se lo quiera revelar". La revelación se abre a nuestra mejor comprensión justo cuando hacemos experiencia de la bondad de Dios, encontrándo en Él el auténtico y completo conforto. Así, el yugo pesado sobre nuestros frágiles hombros se vuelve dulce, y la carga de nuestras miserias se vuelven ligeras y livianas.


"Ha sido Dios, en efecto, a reconciliar consigo el mundo en Cristo, no imputándoles a los hombres sus culpas y confiándonos a la palabra de la reconciliación".

No hay comentarios.: