sábado, 19 de julio de 2008

XVI DOMENICA DEL TEMPO ORDINARIO


La Paciencia

Hay una tendencia espontánea de los hombres a dividir la humanidad en dos grandes categorías: los buenos y los malos.

La paciencia de Dios...

De una lectura superficial del Biblia se puede tener, quizás, la impresión de un Dios impaciente, que "quema las etapas" de la vida. La Escritura es el libro de la paciencia divina que pospone siempre el castigo de su pueblo. Los profetas hablan de la cólera de Dios. Pero la cólera no es el último y definitivo momento de la manifestación divina: el perdón siempre vence. Dios es rico en gracia y fidelidad y siempre está pronto a retirar sus amenazas cuando Israel se encamina de nuevo sobre el camino de la conversión. Jesús se presenta tal como juez que separa los buenos de los malos - al final de los tiempos -, pero como pastor universal, Él ha venido ante todo para los pecadores. No excluye a nadie del reino: todos son convocados, todos pueden entrar. En cada actitud de su vida, Jesús encarna la paciencia divina. Aquí en tierra, al buen trigo siempre está mezclada la cizaña y la línea de separación entre uno y otro pasa por el corazón y la conciencia de cada hombre. Aún dentro de cada uno de nosotros existe el trigo y la cizaña, por eso es necesario un camino de conversión interior.


… de un Dios misericordioso

No hay duda que la idea que uno se hace de Dios condiciona el comportamiento respecto a Dios y en las relaciones con el prójimo. Hay una errada idea de Dios: un Dios celoso de los hombres, listo para poner en orden las cosas; luego un Dios mezquino y castigador, pero no el Dios Padre misericordioso; y sumado a esto, una falta de confianza en Dios y por lo tanto una falta de esperanza, que origina miedo e inseguridad. Es un Dios al cual se le teme porque castiga. La palabra de Dios nos ayuda a aclarar el concepto y la imagen de Dios. Dios acepta el escándalo del hombre limitado, malo, y también Cristo con su comportamiento, tratando libremente con buenos y con malos, con justos y pecadores, nos muestra otra imagen de Dios Padre. Él ha venido no por los justos, sino para los pecadores que necesitan de su perdón, misericordia y conversión. Jesús es paciente con todos y deja a los pecadores el tiempo para madurar la propia conversión. También el escándalo de una Iglesia mediocre, pecadora no nos tiene que turbar. Siendo hecha de mujeres y hombres como nosotros y viviendo inmersa en el mundo, la Iglesia corre continuamente el riesgo de contaminarse con el mundo y de ver crecer, dentro de si misma, la cizaña junto al trigo bueno.

Y he aquí el interrogante que desde siempre el hombre le dirige a Dios: "¿Señor, no has sembrado la buena semilla en tu campo? ¿De dónde viene pues la cizaña"?. Es clara la respuesta del Dios: "Un enemigo ha hecho esto". También el mal tiene su fuente de origen surgida de una rebelión que ha cambiado el amor en odio . La ansiedad del bien nos hace desear y esperar una intervención inmediata de Dios que nos permita extirpar de las raíces el mal de nuestro mundo, pero debemos tener paciencia y comprender, a la luz del Espíritu, que cada experiencia humana necesita de la redención y del teimpo necesario para ello, porque viviendo en la realidad del pecado, necesita confiarse a la divina misericordia.


… que respeta los ritmos de crecimiento y maduración.

El reino de Dios tolera a los malvados y los pecadores, porque tiene una inquebrantable confianza en la acción de Dios que sabe esperar la libre decisión del hombre. Una actitud constructiva hecha de comprensión, de paciencia y de respeto de los tiempos y de los ritmos de crecimiento, sea dentro de la vida de las comunidades como de las personas, y una atención activa a los momentos de gracia y a las señales de los tiempos.

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