sábado, 12 de julio de 2008

DOMINGO XV DEL TIEMPO ORDINARIO - Año A.


LECTURAS: Is 55,10-11; Sal 64; Rm 8,18-23; Mt 13,1-23


La Palabra


Ya desde el principio, la Palabra de Dios es eficaz y creadora, pronunciadas por Dios da vida al mundo, crea el mundo. Pero Dios habla de manera especial a los hombres. Hoy se revela no solamente en el lenguaje silencioso de la naturaleza y los signos de la creación; él "habla" con sus intervenciones históricas de salvación y misericordia, de llamada y de corrección.


Las lecturas de hoy nos invitan a profundizar sobre La Palabra.

También hoy, como al tiempo de Jesús, es La Palabra la que convoca y reúne la Iglesia alrededor del Padre, y está en la profundización de la Palabra donde los cristianos toman conciencia de ser familia de Dios, su nuevo pueblo de salvados. Todavía es la actitud respecto a la palabra, de indiferencia, de rechazo, de descuido, o de acogida, la que define nuestra posición frente a Dios.

A la actitud de no-escucha o rechazo de la palabra de Dios en tiempos de Jesús, corresponde a nuestros días una actitud de indiferencia y no-comprensión de la Palabra por parte del hombre de hoy. Nosotros, cristianos, probamos que hay una especie de división entre nuestra vida de todos los días y la Palabra que es anunciada en la asamblea eucarística; parece demasiado atada a otros tiempos, aparece estática y sin impacto sobre la vida real.


Desde hace un buen tiempo se está volviendo a la consideración y a la comprensión de la Palabra de Dios. Se redescubre que el Dios de la fe habla ante todo en el acontecimiento, es decir, en y por la historia, la vida experimentada del pueblo de Dios, en la vivencia de cada hombre y mujer. La experiencia del hombre es asumida como el lugar privilegiado donde la palabra de Dios se manifiesta en toda su riqueza y potencia. La parábola del sembrador no es sino un ejemplo claro de nuestra actitud frente a la Palabra de Dios pronunciada, anunciada. La Palabra de Dios es de por sí eficaz, pero también necesita nuestra disponibilidad de corazón para fructificar. Con el Concilio Vaticano II, se ha pedido de volver a la fuente, a la Palabra de Dios; pero hoy nos encontramos frente a un mundo de continuo cambio, dónde parece que no hay nada estable, más bien, parece que todo se da tan velozmente que no hay tiempo para detenernos y prepararnos a escuchar lo que Dios nos quiere decir. Y se continua así en la vida sin darnos cuenta que hemos dejado a Dios muy lejos de nosotros, más allá de que algunas veces rezamos o bien vamos a Misa. Pero nuestra vida está disociada, de una parte vivimos como hombres y mujeres de nuestro tiempo, y de la otra parte como cristianos, pero no hay unión entre fe y vida.

Hoy más que nunca necesitamos vivir una vida encarnada en el Evangelio, en la Palabra de Dios, una vida dónde se vea que, siempre y en cada lugar, somos cristianos comprometidos con la Palabra de Dios. Y una Palabra hecha carne en nosotros.

Pero para llegar a este punto necesitamos dejar un poco de lado las cosas que turban nuestro corazón, las preocupaciones que nos oprimen, para podernos abrir a la Palabra de Dios, de ser terreno apto para poder fructificar o hacer fructificar la Palabra de Dios sembrada en nosotros.

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