sábado, 15 de noviembre de 2008

Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario


LITURGIA DE LA PALABRA
Primera Lectura Pr 31,10-13.19-20.30-31
Salmo Responsorial Salmo 127
Segunda Lectura 1 Ts 5,1-6
Evangelio Mt 25,14-30

Comentario a las lecturas:
Estamos llegando al final del año litúrgico que concluirá con la solemnidad de Cristo Rey.
Las lecturas nos presentan en cierta manera el final de los tiempos, como lo dice San Pablo a los cristianos de Tesalónica: “Respecto al tiempo y al momento, hermanos no hay necesidad de que les escriba; de hecho saben bien que el día del Señor vendrá como un ladrón en la noche…
Pero ustedes no vivan en la tinieblas, así aquel día no los sorprenda como un ladrón. Seamos todos hijos de la luz e hijos del día… No durmamos como los demás, sino que vigilemos y estemos sobrios”.
Jesús nos enseña cómo estar atentos a su venida inesperada mediante esta parábola llamada de los “talentos”. En ella se nos habla fe aquello que sucede a quienes no son capaces de hacer fructificar los dones recibidos, en este caso llamados talentos.
Este hombre, que parece ser un hombre rico y de importante rango, reparte a sus servidores “sus bienes”, es decir, le scomparte y les encarga sus propios valores, su propia riqueza, en cierto modo (como se verá después) les comparte y comunica su propia vida.
A CADA UNO LE DA SEGÚN SU PROPIA CAPACIDAD, dice la parábola, por eso uno recibe cinco talentos, otro dos, y el último uno.
Dice que inmediatamente, el que había recibido cinco se puso en acción para tacerlo producir, lo mismo el segundo, no así el tercero, que lo fue a esconder en la tierra.
El problema es cuando vuelve el Patrón para ver cuánto han sabido producir de acuerdo a lo que les ha dado, todos producen según su capacidad, menos el último.
Los que han hecho producir los talentos son premiados por este Señor y reciben un encargo mayor, porque han sido FIELES EN LO POCO que se les encomendó, y por eso SON INVITADOS A TOMAR PARTE DEL GOZO DE SU SEÑOR. No será así con el tercero, que sabiendo que su Señor es un hombre exigente, dejó escondido su talento en la tierra sin que produzca fruto. Tuvo miedo –dice- y por eso lo escondió.
Las palabras dirigidas a él no son las mismas, lo trata de “siervo malvado y perezoso“, pues sabía bien de la exigencia de su Patrón, y sin embargo no hizo nada por producir frutos.
Y al final, la suerte de este siervo serán las tinieblas, donde hay llanto y rechinar de dientes.
Ciertamente esta parábola no se refiere solamente a “los talentos” que cada uno tiene, sino -en general- a la vida que Dios nos regala a cada uno. Es la gracia que Dios nos concede a cada uno y que nos “reparte” sabiendo nuestra propia capacidad de hacer fructificar aqullo que nos concede en su bondad y misericordia. Pero el problema está en que esto que Dios nos regala debe crecer, dar fruto. Es decir, este don exige de nosotros una responsabilidad, que es la de hacerlo crecer.
En nuestra vida, muchas veces obramos por amor, y eso nos da la alegría de sentirnos plenos (es la plenitud del “Patrón”, que nos hace sentir anticipadamente su misma vida de gracia, su misma vida divina); pero… otras veces obramos por temor, o más bien, no obramos, pecamos de omisión al no darnos cuenta del don recibido, al no sentirnos partícipes de este don. Pecamos de omisión por temor, por vanidad, por egoísmo, etc., y al final no producimos frutos. No llegamos a ser fieles en lo poco que Dios nos confía, y eso mismo nos trae otros pecados, otros sinsabores, otras situaciones que nos dejan paralizados, pues no hemos llegado a experimentar el amor de Dios en nosotros, y entonces no llegamos a ser concientes de este GRAN don que Él nos concede para hacerlo producir en nuestra vida y a través de ella.
Ser fieles en lo poco, significa reconocer lo que Dios nos confía para hacerlo producir aún más, para hacer crecer esta gracia de Dios en nosotros y en los demás.
Ser fieles en lo poco, significa estar atentos, en tensión hacia Dios, siempre atentos y en espera de su venida (cotidiana y al final de los tiempos) para gozar de su misma vida divina en plenitud.
Que sepamos reconocer todo aquello que Dios nos confía: talentos, dones, gracias, favores, trabajo, familia, etc., etc., para que en el amor y con amor, sepamos hacerlos crecer y fructificar, y así, día a día, gozar un poco más de la misma vida divina de nuestro Señor. Amén.

No hay comentarios.: