domingo, 29 de marzo de 2009

V DOMINGO DE CUARESMA - Año B




Lecturas: Jer 31,31-34; Sal 50; Heb 5,7-9; Jn 12,20-33

¡Queridos hermanos y hermanas en Jesucristo!
Nos acercamos rápidamente a la Semana Santa y las lecturas de este domingo nos ofrecen una clave de lectura para entrar en sintonía.
El evangelio hace referencia a la subida al Templo de Jerusalén para las fiestas; allí había algunos griegos, que subían también a la fiesta. Buscaban a Jesús… Estos se dirigieron a Felipe, y le rogaron: “queremos ver a Jesús”.
Jesús les respondió: “Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo de hombre. Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto. El que ama su vida, la pierde; y el que odia su vida en este mundo, la guardará para una vida eterna”.
El relato no dice qué cosa buscaban sobre Jesús, sino a Jesús mismo, y no se ve diálogo alguno sino sólo el discurso de Jesús sobre el grano de trigo que cae en tierra y muere para dar fruto.
Sí, es algo paradójico tener que morir para dar vida, morir para dar fruto…, pero aquí el Señor nos está dando a entender la clave de su misión y la clave para seguirlo verdaderamente: “Si alguno me sirve, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor. Si alguno me sirve, el Padre le honrará”.
Esta predilección de Jesús por nosotros es algo que viene del Padre, pues Jesús no viene por su cuenta sino que es enviado por el Padre por nosotros.
Tal misión no ha sido fácil para Él, pues no es algo simple morir, dar la vida por los demás, y más cuando tal muerte sucede en modo cruento. También Él tuvo miedo, se sintió débil frente a la muerte, a la entrega definitiva, por eso decía: “Ahora mi alma está turbada. Y ¿qué voy a decir? ¡Padre, líbrame de esta hora! Pero ¡si he llegado a esta hora para esto!”
Jesús, “habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente, y aun siendo Hijo, con lo que padeció experimentó la obediencia; y llegado a la perfección, se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen”. Sí, este es el ejemplo que Él mismo nos da: por obediencia fue causa de salvación para nosotros, así debemos hacer también, por obediencia a su amor, saber morir a nosotros mismos para dar frutos en nosotros y en los demás.
Ésta es la alianza que Jesús sella con nosotros, ya no como la de Yahveh que pactó con la casa de Israel (y con la casa de Judá), sino que esta será la alianza que Él pacta con nosotros: “pondré mi Ley [de AMOR] en su interior y sobre sus corazones la escribiré, y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo”.
Cristo, con su muerte, con su sangre derramada en la cruz, aprendió a obedecer, aprendió a aceptar la voluntad del Padre: dar la vida en rescate por todos nosotros.
La invitación que Jesús nos hace hoy, en preparación para estas Pascuas, es la imagen del grano de trigo que cae en tierra y muere. Todos tenemos experiencia de haber plantado una semilla, de haber hecho un germinador, de haber esperado y visto morir la semilla, abrirse y destruirse para poder dar vida a una planta. Esa muerte es a la que estamos llamados.
Preguntémonos y pidamos a Dios que nos ilumine para saber a qué debemos morir para poder tener vida en nosotros y dar vida a los demás. No hace falta hacer grandes cosas, sino que en lo cotidiano se encuentran estas posibles “muertes” personales para dar vida: morir a mis vicios, morir a mi egoísmo, morir a mi imagen, morir a mi falta de tolerancia y a mi falta de comprensión, morir a mis prejuicios y salir de mí para conocer y amar verdaderamente a los demás, morir a mis tiempos personales para dar de mi tiempo a la familia, a los amigos, a los que nos necesitan… en fin, cada uno de nosotros sabe bien a qué cosas morir.
Pidamos a Jesús la gracia de aprender, en la obediencia del amor que es don y entrega desinteresada, a saber morir. Amén.

No hay comentarios.: