viernes, 11 de septiembre de 2009

Vigésimo Cuarto Domingo del Tiempo Ordinario



Día del Señor
Señor Dios, qué valioso es tu amor
Caminaré en la presencia del Señor

Primera Lectura
Lectura del libro del profeta
Isaías (50, 5-9)
En aquel entonces, dijo Isaías:
“El Señor Dios me ha hecho oír sus palabras y yo no he opuesto resistencia, ni me he echado para atrás. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que me tiraban de la barba. No aparté mi rostro de los insultos y salivazos. Pero el Señor me ayuda, por eso no quedaré confundido, por eso endureció mi rostro como roca y sé que no quedaré avergonzado.
Cercano está de mí el que me hace justicia, ¿quién luchará contra mí? ¿Quién es mi adversario? ¿Quién me acusa? Que se me enfrente. El Señor es mi ayuda, ¿quién se atreverá a condenarme?”
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 114
Caminaré en la presencia
del Señor.
Amo al Señor porque escucha el clamor de mi plegaria, porque me prestó atención cuando mi voz lo llamaba.
Caminaré en la presencia
del Señor.
Redes de angustia y de muerte me alcanzaron y me ahogaban. Entonces rogué al Señor que la vida me salvara.
Caminaré en la presencia
del Señor.
El Señor es bueno y justo, nuestro Dios es compasivo. A mí, débil, me salvó
y protege a los sencillos.
Caminaré en la presencia
del Señor.
Mi alma libró de la muerte; del llanto los ojos míos, y ha evitado que mis pies tropiecen por el camino. Caminaré ante el Señor por la tierra de los vivos.
Caminaré en la presencia
del Señor.

Segunda Lectura
Lectura de la carta del apóstol
Santiago (2, 14-18)
Hermanos míos: ¿De qué le sirve a uno decir que tiene fe, si no lo demuestra con obras? ¿Acaso podrá salvarlo esa fe? Supongamos que algún hermano o hermana carece de ropa y del alimento necesario para el día, y que uno de ustedes le dice: “Que te vaya bien; abrígate y come”, pero no le da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué le sirve que le digan eso? Así pasa con la fe; si no se traduce en obras, está completamente muerta.
Quizá alguien podría decir: “Tú tienes fe y yo tengo obras. A ver cómo, sin obras, me demuestras tu fe; yo, en cambio, con mis obras te demostraré mi fe”.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Aclamación antes del Evangelio
Aleluya, aleluya.
No permita Dios que yo me gloríe en algo que no sea la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por el cual el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo.
Aleluya.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio
según san Marcos (8, 27-35)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a los poblados de Cesarea de Filipo. Por el camino les hizo esta pregunta: “¿Quién dice la gente que soy yo?” Ellos le contestaron: “Algunos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías; y otros, que alguno de los profetas”.
Entonces él les preguntó:
“Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” Pedro le respondió: “Tú eres el Mesías”. Y él les ordenó que no se lo dijeran a nadie.
Luego se puso a explicarles que era necesario que el Hijo del hombre padeciera mucho, que fuera rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, que fuera entregado a la muerte y resucitara al tercer día. Todo esto lo dijo con entera claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y trataba de disuadirlo.
Jesús se volvió, y mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro con estas palabras: “¡Apártate de mí, Satanás! Porque tú no juzgas según Dios, sino según los hombres”.
Después llamó a la multitud y a sus discípulos, y les dijo: “El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Comentario a la Palabra de Dios

¡Queridos hermanos y hermanas en Cristo Jesús!
Hoy Jesús nos vuelve a preguntar: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”
En aquella época Pedro le respondió: “Tú eres el Mesías”. Y Jesús les había ordenado que no se lo dijeran a nadie, pues estaba de por medio el misterio mesiánico, y además, porque la gente debía descubrir al Mesías verdadero enviado por el Padre, y no al Mesías que ellos creían conocer según sus ideas y concepciones.
Por eso luego se puso a explicarles a sus discípulos con entera claridad que era necesario que el Hijo del hombre padeciera mucho, que fuera rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, que fuera entregado a la muerte y resucitara al tercer día.
Pero Pedro no entendió, -como seguramente el resto de los apóstoles (y como hubiera sucedido también con la gente)- y por tanto se lo llevó aparte y trató de disuadirlo.
Pero Jesús se volvió, y mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro con estas palabras: “¡Apártate de mí, Satanás! Porque tú no juzgas según Dios, sino según los hombres”.
¿Cómo podía ser que aquél que había reconocido a Jesús como Mesías, al momento fuera reprendido por Jesús con palabras tan fuertes como el decirle: “¡Apártate de mí, Satanás!”
Luego Jesús llamó a la multitud y a sus discípulos, y les dijo: “El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará”.
Es que la misión del Mesías no era la de un fuerte Rey, guerrero, guerrillero, fariseo, etc… como tantos grupos de aquella época se imaginaban… ¡NO! Jesús no era ese Mesías que ellos pensaban, sino un Mesías redentor de la humanidad caída, un Mesías liberador de las miserias humanas, un Mesías solidario con la humanidad, y por ese mismo hecho se encarnó, asumió nuestra realidad, y eso mismo invitó e invita a que realicemos: ¡ser imitadores suyos!
La primera lectura, la del profeta Isaías, habla con claridad de la misión de este Mesías enviado por Dios:
“El Señor Dios me ha hecho oír sus palabras y yo no he opuesto resistencia, ni me he echado para atrás…”, y la lectura del apóstol Santiago nos invita a dar un paso en este seguir e imitar al Mesías: “Tú tienes fe y yo tengo obras. A ver cómo, sin obras, me demuestras tu fe; yo, en cambio, con mis obras te demostraré mi fe”.
Es decir, el Señor Jesús nos ha dado el ejemplo, eso mismo debemos realizar, lo que Él nos enseñó, pues de nada sirve vivir una fe desencarnada y con ideas de un Mesías mágico o de no sé qué estratósfera, que no se compromete con la realidad, que no se hace solidario con la humanidad, y que a la vez nos hace vivir divididos, como si la fe fuera algo que se vive sólo en los momentos litúrgicos o de oración, pero que no transforma la realidad, mi realidad, nuestra realidad.
Hermanos y hermanas que vivimos en este mundo, imitemos a Jesús en su entrega, pero primero pidamos luz al Espíritu Santo para poder descubrir al verdadero Mesías, y habiéndolo encontrado, nos decidamos a seguirlo e imitarlo, viviendo una fe encarnada y solidaria con Cristo, con su Iglesia y con el mundo. Amén.

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