sábado, 26 de septiembre de 2009

Vigésimo Sexto Domingo del Tiempo Ordinario


Tu palabra, Señor, es la verdad
La voluntad de Dios es santa

Primera Lectura
Lectura del libro de los
Números (11, 25-29)
En aquellos días, el Señor descendió de la nube y habló con Moisés. Tomó del espíritu que reposaba sobre Moisés y se lo dio a los setenta ancianos. Cuando el espíritu se posó sobre ellos, se pusieron a profetizar. Se habían quedado en el campamento dos hombres: uno llamado Eldad y otro, Medad. También sobre ellos se posó el espíritu, pues aunque no habían ido a la reunión, eran de los elegidos y ambos comenzaron a profetizar en el campamento.
Un muchacho corrió a contarle a Moisés que Eldad y Medad estaban profetizando en el campamento. Entonces Josué, hijo de Nun, que desde muy joven era ayudante de Moisés, le dijo: “Señor mío, prohíbeselo”. Pero Moisés le respondió: “¿Crees que voy a ponerme celoso? Ojalá que todo el pueblo de Dios fuera profeta y descendiera sobre todos ellos el espíritu del Señor”.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 18
Los mandamientos del Señor alegran el corazón.
La ley del Señor es perfecta del todo y reconforta el alma; inmutables son las palabras del Señor y hacen sabio al sencillo.
Los mandamientos del Señor alegran el corazón.
La voluntad de Dios es santa y para siempre estable; los mandamientos del Señor son verdaderos y enteramente justos.
Los mandamientos del Señor alegran el corazón.
Aunque tu servidor se esmera en cumplir tus preceptos con cuidado, ¿quién no falta, Señor, sin advertirlo? Perdona mis errores ignorados.
Los mandamientos del Señor alegran el corazón.
Presérvame, Señor, de la soberbia, no dejes que el orgullo me domine; así, del gran pecado tu servidor podrá encontrarse libre.
Los mandamientos del Señor alegran el corazón.

Segunda Lectura
Lectura de la carta del apóstol
Santiago (5, 1-6)
Lloren y laméntense, ustedes, los ricos, por las desgracias que les esperan. Sus riquezas se han corrompido; la polilla se ha comido sus vestidos; enmohecidos están su oro y su plata, y ese moho será una prueba contra ustedes y consumirá sus carnes, como el fuego. Con esto ustedes han atesorado un castigo para los últimos días.
El salario que ustedes han defraudado a los trabajadores que segaron sus campos está clamando contra ustedes; sus gritos han llegado hasta el oído del Señor de los ejércitos. Han vivido ustedes en este mundo entregados al lujo y al placer, engordando como reses para el día de la matanza. Han condenado a los inocentes y los han matado, porque no podían defenderse.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Marcos
(9, 38-43. 45. 47-48)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Juan le dijo a Jesús: “Hemos visto a uno que expulsaba a los demonios en tu nombre, y como no es de los nuestros, se lo prohibimos”.
Pero Jesús le respondió: “No se lo prohíban, porque no hay ninguno que haga milagros en mi nombre, que luego sea capaz de hablar mal de mí. Todo aquel que no está contra nosotros, está a nuestro favor.
Todo aquel que les dé a beber un vaso de agua por el hecho de que son de Cristo, les aseguro que no se quedará sin recompensa.
Al que sea ocasión de pecado para esta gente sencilla que cree en mí, más le valdría que le pusieran al cuello una de esas enormes piedras de molino y lo arrojaran al mar.
Si tu mano te es ocasión de pecado, córtatela; pues más te vale entrar manco en la vida eterna, que ir con tus dos manos al lugar de castigo, al fuego que no se apaga. Y si tu pie te es ocasión de pecado, córtatelo; pues más te vale entrar cojo en la vida eterna, que con tus dos pies ser arrojado al lugar de castigo. Y si tu ojo te es ocasión de pecado, sácatelo; pues más te vale entrar tuerto en el Reino de Dios, que ser arrojado con tus dos ojos al lugar de castigo, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Comentario a la Palabra de Dios

¡Queridos hermanos y hermanas en Cristo Jesús!
El evangelio de hoy nos presenta algunos temas del tiempo de Jesús que siguen siendo actuales, y de las cuales es necesario prestar atención.
Dice que en aquel tiempo, Juan le dijo a Jesús: “Hemos visto a uno que expulsaba a los demonios en tu nombre, y como no es de los nuestros, se lo prohibimos”. Pero Jesús le respondió: “No se lo prohíban, porque no hay ninguno que haga milagros en mi nombre, que luego sea capaz de hablar mal de mí. Todo aquel que no está contra nosotros, está a nuestro favor”.
Jesús les hace ver a sus discípulos que el trabajo por el Reino de Dios no es privativo de unos pocos sino que está abierto a todos los que quieran colaborar en su Nombre, pues todo aquel que se preocupa por las mismas cosas que enseñó Cristo es colaborador de su obra. Debemos tratar de involucrar al mayor número de gente en el trabajo por el Reino, pues Jesús vino para todos y no para unos pocos e invitó a toda la humanidad a realizar este camino de santidad.

Otro tema que nos propone el evangelio es que “todo aquel que les dé a beber un vaso de agua por el hecho de que son de Cristo, les aseguro que no se quedará sin recompensa”. Es decir, Jesús enseña que aquellos que ofrecen algo a los que son de Cristo ya tienen su recompensa, pues ya lo están haciendo al mismo Cristo; y en definitiva, todos somos de Cristo pues Él nos compró para sí con su propia sangre derramada en la cruz. Somos suyos y a Él pertenecemos.

Un punto al cual se dedica una buena parte aquí es al tema del escándalo: “Al que sea ocasión de pecado para esta gente sencilla que cree en mí, más le valdría que le pusieran al cuello una de esas enormes piedras de molino y lo arrojaran al mar”. El escándalo es uno de los peores pecados, pues no sólo se perjudica quien lo comete sino que lleva consigo o arrastra a otros a lo mismo, privándolos –con su mal testimonio- de la verdadera vida en Cristo, de la vida en la gracia.

Unido a este escándalo está también el pecado personal, o aquello que nos lleva a estar en ocasión de pecado, por eso se nos dice: “Si tu mano te es ocasión de pecado, córtatela; pues más te vale entrar manco en la vida eterna, que ir con tus dos manos al lugar de castigo, al fuego que no se apaga. Y si tu pie te es ocasión de pecado, córtatelo; pues más te vale entrar cojo en la vida eterna, que con tus dos pies ser arrojado al lugar de castigo. Y si tu ojo te es ocasión de pecado, sácatelo; pues más te vale entrar tuerto en el Reino de Dios, que ser arrojado con tus dos ojos al lugar de castigo, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga”.
No significa con esto que debamos privarnos de nuestros miembros, mutilándolos, sino que se trata de “cortar” con el pecado, con aquello que es ocasión de pecado para nosotros. Se trata de tomar las cosas por su nombre, de enfrentar las situaciones que son un peligro para nuestra vida en la gracia, para poder ejercer el dominio sobre nosotros mismos desde y con la fuerza del Espíritu. Es un trabajo que dura toda la vida, pues siempre estamos expuestos a todo tipo de provocaciones o tentaciones, y es necesario estar alertas y despiertos, vigilando para que el pecado no nos prive de la vida de gracia.
El problema está en que muchas veces existe en nuestras vidas un cierto “afecto” al pecado, es decir, una cierta inclinación que nos lleva a recaer en lo mismo, en las mismas debilidades, en los mismos errores, en las mismas omisiones, y esto se debe a que no sabemos desprendernos de todo aquello que no es de Dios, de todo aquello que va contra el mensaje de salvación.
Es hora de que pongamos el nombre a sus cosas y nos juguemos por Jesús, por la vida que Él mismo nos regaló y regala, que nos juguemos por seguirlo en gracia y santidad. Esto no es imposible, tenemos la vida de tantos santos (canonizados o no) que han sido y son un mensaje para nosotros, que nos alientan a seguir luchando por estar en gracia, cortando definitivamente con aquello que nos impide crecer en la vida que nos ha regalado Jesús.
Pidamos al señor que nos de la sabiduría para saber discernir aquello de lo cual debemos desprendernos y saber cortar, y la fuerza para poder seguir creciendo cada vez más en santidad. Amén.

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