viernes, 12 de marzo de 2010

Cuarto Domingo de Cuaresma – Ciclo C

Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor
Proclamemos la grandeza del Señor

Primera Lectura
Lectura del libro de Josué (5, 9. 10-12)

En aquellos días, el Señor dijo a Josué: “Hoy he quitado de encima de ustedes el oprobio de Egipto”.
Los israelitas acamparon en Guilgal, donde celebraron la Pascua, al atardecer del día catorce del mes, en la llanura desértica de Jericó.
El día siguiente a la Pascua, comieron del fruto de la tierra, panes ázimos y granos de trigo tostados. A partir de aquel día, cesó el maná. Los israelitas ya no volvieron a tener maná, y desde aquel año comieron de los frutos que producía la tierra de Canaán.

Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.



Salmo Responsorial Salmo 33

Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor.

Bendeciré al Señor a todas horas, no cesará mi boca de alabarlo. Yo me siento orgulloso del Señor, que se alegre su pueblo al escucharlo.
Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor.

Proclamemos la grandeza del Señor y alabemos todos juntos su poder. Cuando acudí al Señor, me hizo caso y me libró de todos mis temores.
Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor.

Confía en el Señor y saltarás de gusto, jamás te sentirás decepcionado, porque el Señor escucha el clamor de los pobres y los libra de todas sus angustias.
Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor.


Segunda Lectura
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los corintios (5, 17-21)

Hermanos: El que vive según Cristo es una creatura nueva; para él todo lo viejo ha pasado. Ya todo es nuevo. Todo esto proviene de Dios, que nos reconcilió consigo por medio de Cristo y que nos confirió el ministerio de la reconciliación. Porque, efectivamente, en Cristo, Dios reconcilió al mundo consigo y renunció a tomar en cuenta los pecados de los hombres, y a nosotros nos confió el mensaje de la reconciliación. Por eso, nosotros somos embajadores de Cristo, y por nuestro medio, es Dios mismo el que los exhorta a ustedes. En nombre de Cristo les pedimos que se reconcilien con Dios.
Al que nunca cometió pecado, Dios lo hizo “pecado” por nosotros, para que, unidos a él, recibamos la salvación de Dios y nos volvamos justos y santos.

Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.


Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Lucas (15, 1-3. 11-32)
Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores para escucharlo. Por lo cual los fariseos y los escribas murmuraban entre sí: “Este recibe a los pecadores y come con ellos”.
Jesús les dijo entonces esta parábola: “Un hombre tenía dos hijos, y el menor de ellos le dijo a su padre: ‘Padre, dame la parte de la herencia que me toca’. Y él les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se fue a un país lejano y allá derrochó su fortuna, viviendo de una manera disoluta. Después de malgastarlo todo, sobrevino en aquella región una gran hambre y él empezó a padecer necesidad. Entonces fue a pedirle trabajo a un habitante de aquel país, el cual lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. Tenía ganas de hartarse con las bellotas que comían los cerdos, pero no lo dejaban que se las comiera.
Se puso entonces a reflexionar y se dijo: ‘¡Cuántos trabajadores en casa de mi padre tienen pan de sobra, y yo, aquí, me estoy muriendo de hambre! Me levantaré, volveré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Recíbeme como a uno de tus trabajadores’.
Enseguida se puso en camino hacia la casa de su padre. Estaba todavía lejos, cuando su padre lo vio y se enterneció profundamente. Corrió hacia él, y echándole los brazos al cuello, lo cubrió de besos. El muchacho le dijo: ‘Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo’.
Pero el padre les dijo a sus criados: ‘¡Pronto!, traigan la túnica más rica y vístansela; pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies; traigan el becerro gordo y mátenlo.
Comamos y hagamos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado’. Y empezó el banquete.
El hijo mayor estaba en el campo y al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y los cantos. Entonces llamó a uno de los criados y le preguntó qué pasaba.
Este le contestó: ‘Tu hermano ha regresado y tu padre mandó matar el becerro gordo, por haberlo recobrado sano y salvo’. El hermano mayor se enojó y no quería entrar.
Salió entonces el padre y le rogó que entrara; pero él replicó: ‘¡Hace tanto tiempo que te sirvo, sin desobedecer jamás una orden tuya, y tú no me has dado nunca ni un cabrito para comérmelo con mis amigos! Pero eso sí, viene ese hijo tuyo, que despilfarró tus bienes con malas mujeres, y tú mandas matar el becerro gordo’.
El padre repuso: ‘Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo. Pero era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado’ ”.

Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Comentario a la Palabra de Dios

Queridos hermanos y hermanas en Jesucristo. Que el Señor que dirige nuestros corazones para que amemos a Dios esté con ustedes.
Hoy la liturgia nos regala este hermoso pasaje de la parábola del “hijo pródigo”, o mejor: del “padre misericordioso”.
Puede ser que a veces sintamos que es un texto muy trillado, muy usado en distintas ocasiones, pero también es cierto que –como Palabra de Dios que es- siempre tiene algo nuevo para decirnos.
En primer lugar, podemos adentrarnos en la escena e imaginarnos la situación, los personajes, los diálogos que se dan, las actitudes, los lugares, etc.
En segundo lugar podemos profundizar sobre algún personaje en particular con el cual nos sintamos en sintonía y que a la vez nos ayude a meditar y poner en práctica este texto del evangelio.

La perícopa dice que se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores para escucharlo, y por esto mismo los fariseos y los escribas murmuraban: “Este recibe a los pecadores y come con ellos”.


El punto es este: los fariseos y los escribas se creen justos, se creen sin pecado alguno y juzgan a los otros como si fueran indignos y, por tanto, a Jesús como uno más o como uno que no es digno por juntarse con “esa clase de personas”.


Pero Jesús les deja entonces esta enseñanza.
Se habla aparentemente de una familia, pero en la cual se conoce solamente al padre y a sus dos hijos, luego entrarán en escena los servidores.


El menor de los hijos le dijo a su padre: “Padre, dame la parte de la herencia que me toca”. Y él les repartió los bienes.


Se habla de una herencia que es reclamada por el hijo menor, y el padre accede a repartirla entre sus hijos.


Pero días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se fue a un país lejano y allá derrochó la fortuna de su padre viviendo de una manera libertina. Después de malgastarlo todo, sobrevino en aquella región una gran hambre y él empezó a padecer necesidad. Entonces fue a pedirle trabajo a un habitante de aquel país, el cual lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. Tenía ganas de hartarse con las bellotas que comían los cerdos, pero no lo dejaban que se las comiera.


La actitud de este hijo nos habla de su inmadurez ya que derrocha todo lo de su padre viviendo una vida liberal, y cuando ya no tiene nada, queda cuidando cerdos y hambriento. Esa hambre es el que lo lleva a reflexionar y entrar en sí diciéndose: “¡Cuántos trabajadores en casa de mi padre tienen pan de sobra, y yo, aquí, me estoy muriendo de hambre! Me levantaré, volveré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Recíbeme como a uno de tus trabajadores”.


No es que el hijo se descubre realmente, es decir, no toma conciencia del mal hecho sino que sólo mira el hambre que tiene y la condición de los servidores de su padre que viven bien aún cuando son solamente siervos. Es por eso que piensa qué va a decirle a su padre –posiblemente ante la negativa de recibirlo nuevamente como hijo luego de lo sucedido-. Piensa pedirle que al menos lo trate como un jornalero suyo, y no ya como su hijo. Y enseguida se puso en camino hacia la casa de su padre.


Estaba todavía lejos, cuando su padre lo vio y se enterneció profundamente. Corrió hacia él, y echándole los brazos al cuello, lo cubrió de besos.


Seguramente el padre estaría atento por si algún día quisiera volver su hijo… y viéndolo desde lejos salió a su encuentro. Dice el texto que el padre se ENTERNECIÓ PROFUNDAMENTE. Nos hace ver la gran bondad y el gran corazón de ese padre y su amor y ternura entrañable por sus hijos. Tal es así que no esperó a que llegara su hijo sino que le salió al encuentro con abrazos y besos.


Entonces el muchacho intentó decirle su discurso preparado con antelación: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”… pero el padre no hizo caso a sus palabras, pues estaba demasiado contento por la vuelta de su hijo a su hogar y dijo a sus criados: “¡Pronto!, traigan la túnica más rica y vístansela; pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies; traigan el becerro gordo y mátenlo. Comamos y hagamos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado”. Y empezó el banquete.


El padre nos habla de la alegría porque lo ha recobrado sano y salvo. ¡Porque ha vuelto a la vida!


Es por eso que el hijo mayor, que estaba en el campo, cuando vuelve a la casa, al oír la música y los cantos llama a uno de los criados y le pregunta qué pasa.


Ante la respuesta de: ‘Tu hermano ha regresado y tu padre mandó matar el becerro gordo, por haberlo recobrado sano y salvo’. El hermano mayor se enojó y no quiso entrar.


Tuvo que salir entonces el padre y le rogó que entrara; pero él le replicó: ‘¡Hace tanto tiempo que te sirvo, sin desobedecer jamás una orden tuya, y tú no me has dado nunca ni un cabrito para comérmelo con mis amigos! Pero eso sí, viene ese hijo tuyo, que despilfarró tus bienes con malas mujeres, y tú mandas matar el becerro gordo’.


Pareciera que, por estas palabras, se sabía bien en la familia lo que hacía y lo que había ocurrido con este hijo menor, que había derrochado todo y ahora –cuando ya no tiene nada- vuelve a la casa: “¡Qué descaro el de este hijo menor!” (Éste es el pensamiento del hijo mayor).


Pero el padre repuso: “Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo. Pero era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado”.


No sabemos qué es peor: ¿lo que hizo el hijo menor o lo que hizo el mayor? Porque ciertamente el menor (el pecador, el publicano), obró con total despilfarro y libertinaje; pero el mayor, el cumplidor, el hijo fiel (el fariseo, el escriba…), viviendo siempre y en servicio a su padre nunca supo que la verdadera dicha era estar con el padre y gozar de todo lo suyo.


Y es que la herencia del padre no es algo que se pueda dar, la herencia es estar con Él, es estar en Él, vivir de su misma vida en filiación total. La herencia es el padre mismo, y la pierde quien no sabe valorar su presencia y su estar con y en Él. Ambos habían perdido la herencia del padre, uno porque se fue y otro porque estando no estaba, vivía como un empleado en vez de gozar de la herencia.


Muchas veces nos sucede que desaprovechamos la herencia de nuestro padre en Cristo Jesús, desaprovechamos su misma vida de gracia, sea porque nos comportamos en modo libertino o porque nos comportamos en modo rígido sin darnos cuenta que estar en las cosas del padre no es para vivir como esclavos, sino como quien goza de lo que Dios nos da, de la misma vida divina que Él nos regala por mantenernos en su gracia.


Aprovechemos este tiempo especial de gracia que es la Cuaresma para realizar un hermosa y profunda confesión, reconociéndonos realmente necesitados de la ternura entrañable de este PADRE que nos ama con amor eterno y quiere que poseamos su herencia eterna y divina. Amén.

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