domingo, 21 de marzo de 2010

Quinto Domingo de Cuaresma - Ciclo C

Perdónanos y escúchanos, Señor

Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad



Lectura del libro del profeta Isaías (43, 16-21)

Esto dice el Señor, que abrió un camino en el mar y un sendero en las aguas impetuosas, el que hizo salir a la batalla a un formidable ejército de carros y caballos, que cayeron y no se levantaron, y se apagaron como una mecha que se extingue:

“No recuerden lo pasado ni piensen en lo antiguo; yo voy a realizar algo nuevo. Ya está brotando. ¿No lo notan? Voy a abrir caminos en el desierto y haré que corran los ríos en la tierra árida.

Me darán gloria las bestias salvajes, los chacales y los avestruces, porque haré correr agua en el desierto, y ríos en el yermo, para apagar la sed de mi pueblo escogido.

Entonces el pueblo que me he formado proclamará mis alabanzas”.

Palabra de Dios.

Te alabamos, Señor.



Salmo Responsorial Salmo 125

Cuando el Señor nos hizo volver del cautiverio, creíamos soñar; entonces no cesaba de reír nuestra boca, ni se cansaba entonces la lengua de cantar.

Grandes cosas has hecho por nosotros, Señor.



Aun los mismos paganos con asombro decían: “¡Grandes cosas ha hecho por ellos el Señor!” Y estábamos alegres, pues ha hecho grandes cosas por su pueblo el Señor.

Grandes cosas has hecho por nosotros, Señor.



Como cambian los ríos la suerte del desierto, cambia también ahora nuestra suerte, Señor, y entre gritos de júbilo cosecharán aquellos que siembran con dolor.

Grandes cosas has hecho por nosotros, Señor.



Al ir, iban llorando, cargando la semilla; al regresar, cantando vendrán con sus gavillas.

Grandes cosas has hecho por nosotros, Señor.



Segunda Lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los filipenses (3, 7-14)

Hermanos: Todo lo que era valioso para mí, lo consideré sin valor a causa de Cristo. Más aún pienso que nada vale la pena en comparación con el bien supremo, que consiste en conocer a Cristo Jesús, mi Señor, por cuyo amor he renunciado a todo, y todo lo considero como basura, con tal de ganar a Cristo y de estar unido a él, no porque haya obtenido la justificación que proviene de la ley, sino la que procede de la fe en Cristo Jesús, con la que Dios hace justos a los que creen.

Y todo esto, para conocer a Cristo, experimentar la fuerza de su resurrección, compartir sus sufrimientos y asemejarme a él en su muerte, con la esperanza de resucitar con él de entre los muertos.

No quiero decir que haya logrado ya ese ideal o que sea ya perfecto, pero me esfuerzo en conquistarlo, porque Cristo Jesús me ha conquistado. No, hermanos, considero que todavía no lo he logrado. Pero eso sí, olvido lo que he dejado atrás, y me lanzo hacia adelante, en busca de la meta y del trofeo al que Dios, por medio de Cristo Jesús, nos llama desde el cielo.

Palabra de Dios.

Te alabamos, Señor.



Evangelio

Lectura del santo Evangelio según san Juan (8, 1-11)

Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos y al amanecer se presentó de nuevo en el templo, donde la multitud se le acercaba; y él, sentado entre ellos, les enseñaba.

Entonces los escribas y fariseos le llevaron a una mujer sorprendida en adulterio, y poniéndola frente a él, le dijeron: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos manda en la ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú que dices?” Le preguntaban esto para ponerle una trampa y poder acusarlo. Pero Jesús se agachó y se puso a escribir en el suelo con el dedo. Pero como insistían en su pregunta, se incorporó y les dijo: “Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le tire la primera piedra”. Se volvió a agachar y siguió escribiendo en el suelo.

Al oír aquellas palabras, los acusadores comenzaron a escabullirse uno tras otro, empezando por los más viejos, hasta que dejaron solos a Jesús y a la mujer, que estaba de pie, junto a él.

Entonces Jesús se enderezó y le preguntó: “Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Nadie te ha condenado?” Ella le contestó: “Nadie, Señor”.

Y Jesús le dijo: “Tampoco yo te condeno. Vete y ya no vuelvas a pecar”.

Palabra del Señor.

Gloria a ti, Señor Jesús.



Comentario a la Palabra de Dios


Queridos hermanos y hermanas en Jesucristo, que el Dios de la paz y el amor misericordioso nos colme con su gracia y nos conceda la conversión.


La liturgia de este domingo nos regala este hermoso y emotivo texto del encuentro de Jesús con la pecadora.


El texto nos dice que Jesús, junto a la multitud, sentado entre ellos, les enseñaba.


El caso es que en ese momento los escribas y fariseos le llevaron a una mujer sorprendida en adulterio.


Para la sociedad y religión judía, el hecho de sorprender a una mujer en adulterio era motivo de pena capital, por ley merecía ser apedreada por ser uno de los pecados más graves.


Y, los escribas y fariseos, poniéndola frente a él, le dijeron: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos manda en la ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué dices?” Le preguntaban esto para ponerle una trampa y poder acusarlo.


Siempre y continuamente vemos a estos personajes que buscan probar a Jesús y tratar de hacerlo caer en sus trampas y juegos para poder condenarlo, pero Jesús se agachó y se puso a escribir en el suelo con el dedo.


Jesús no toma en cuenta aparentemente lo que le dicen y escribe en el suelo. Este gesto ha sido y es motivo de muchas preguntas e hipótesis: ¿qué escribía Jesús? ¿Los pecados de los que la condenaban?


Pero como insistían, les dijo: “Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le tire la primera piedra”. Se volvió a agachar y siguió escribiendo en el suelo.


Jesús les hace entender que los motivos por los cuales quieren condenar a muerte a la mujer es sólo por haber cometido un pecado grave, quizás muy grave para aquella época, pero Jesús se coloca por encima de la Ley desde la caridad y la misericordia, y les pone ese planteo: el que se vea libre de pecado tiene derecho a condenarla…


Pero al oír aquellas palabras, los acusadores comenzaron a irse uno tras otro, hasta que dejaron solos a Jesús y a la mujer, que estaba de pie, junto a él.


Entonces Jesús le preguntó: “Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Nadie te ha condenado?” Ella le contestó: “Nadie, Señor”. Y Jesús le dijo: “Tampoco yo te condeno. Vete y ya no vuelvas a pecar”.


Mediante ese signo Jesús libera a la mujer de tal brutal condena y le da una nueva oportunidad.


Creo que muy bien puede ayudarnos a completar la reflexión la carta de Pablo a los filipenses, donde dice que todo lo que era valioso para él, lo consideró sin valor a causa de Cristo. Y que más aún, que nada vale la pena en comparación con el bien supremo, que consiste en conocer a Cristo Jesús, por cuyo amor ha renunciado a todo, y todo lo considera como basura, con tal de ganar a Cristo y de estar unido a él.


Pablo, llamado Saulo, el fariseo, el legalista, uno de los más preparados y mejores estudiosos y practicantes de la Ley, considera que todo lo que él es, que todo lo que sabe, su riqueza intelectual, etc., es nada en comparación con Jesucristo y el conocimiento que tiene de Él.


Y no se cree perfecto, tampoco se cree autosuficiente, pues él no se salva por lo que hace sino que procede de la fe en Cristo Jesús, con la que Dios hace justos a los que creen.


La clave está en la apertura a la gracia de Dios, como esa mujer, que en su encuentro con Jesús no se siente condenada sino perdonada, pero Jesús termina diciéndole: “Vete y ya no vuelvas a pecar”.


Porque al igual que Pablo, debemos pensar que no hemos logrado ya ese ideal, pero debemos esforzarnos por conquistarlo, porque Cristo Jesús ya nos ha conquistado y debemos dejarnos conquistar por Él en modo real y personal.


Por eso es necesario olvidar lo que dejamos atrás, nuestros pecados, miserias y debilidades, y lanzarnos hacia adelante, “en busca de la meta y del trofeo al que Dios, por medio de Cristo Jesús, nos llama desde el cielo”.


Que en este tiempo ya próximo a la celebración de las fiestas pascuales, sea un proceso de reconocernos pecadores, de vernos necesitados del amor de Dios, y de poder dejarnos conquistar por Él a fin de sentirnos perdonados y que Dios nos vuelve a dar otra oportunidad como lo hizo con la mujer adúltera y como lo hizo con Pablo. Amén.

No hay comentarios.: