martes, 30 de marzo de 2010

Jueves Santo de la Cena del Señor

Jueves 01 de Abril, 2010



Gracias, Señor, por tu sangre que nos lava

De la muerte, Señor, me has librado

Cumpliré mis promesas al Señor

Escucha Señor, nuestra oración

Este es mi Cuerpo, que se da por vosotros

Según una antiquísima tradición de la Iglesia, en este día se prohíben todas las misas sin asistencia del pueblo. En la tarde, a la hora más oportuna, se celebra la misa de la Cena del Señor, con la participación de toda la comunidad local y con la intervención, según su propio oficio, de todos los sacerdotes y ministros.

Los sacerdotes que hayan celebrado ya en la misa del Santo Crisma o por alguna razón pastoral, pueden concelebrar en la misa vespertina.

Donde lo pida el bien de la comunidad, el Ordinario del lugar puede permitir que se celebre otra misa en la tarde en templos u oratorios públicos o semipúblicos; y en caso de verdadera necesidad, aun en la mañana, pero solamente en favor de los fieles que de ninguna manera puedan asistir a la misa de la tarde.

Téngase cuidado, sin embargo, de que estas celebraciones no se hagan en provecho de personas particulares y de que no sean en perjuicio de la asistencia a la misa vespertina principal. La sagrada comunión se puede distribuir a los fieles sólo dentro de la misa; pero a los enfermos se les puede llevar a cualquier hora del día.

Los fieles que hayan comulgado en la mañana en la misa del Santo Crisma, pueden comulgar de nuevo en la misa de la tarde. El Sagrario debe estar completamente vacío.

Conságrense en esta misa suficientes hostias, de modo que alcancen para la comunión del clero y del pueblo, hoy y mañana.



Primera Lectura

Lectura del libro del Éxodo

(12, 1-8. 11-14)

En aquellos días, el Señor les dijo a Moisés y a Aarón en tierra de Egipto: “Este mes será para ustedes el primero de todos los meses y el principio del año.
Díganle a toda la comunidad de Israel: ‘El día diez de este mes, tomará cada uno un cordero por familia, uno por casa. Si la familia es demasiado pequeña para comérselo, que se junte con los vecinos y elija un cordero adecuado al número de personas y a la cantidad que cada cual pueda comer. Será un animal sin defecto, macho, de un año, cordero o cabrito.
Lo guardarán hasta el día catorce del mes, cuando toda la comunidad de los hijos de Israel lo inmolará al atardecer. Tomarán la sangre y rociarán las dos jambas y el dintel de la puerta de la casa donde vayan a comer el cordero. Esa noche comerán la carne, asada a fuego; comerán panes sin levadura y hierbas amargas. Comerán así: con la cintura ceñida, las sandalias en los pies, un bastón en la mano y a toda prisa, porque es la Pascua, es decir, el paso del Señor.
Yo pasaré esa noche por la tierra de Egipto y heriré a todos los primogénitos del país de Egipto, desde los hombres hasta los ganados.
Castigaré a todos los dioses de Egipto, yo, el Señor. La sangre les servirá de señal en las casas donde habitan ustedes. Cuando yo vea la sangre, pasaré de largo y no habrá entre ustedes plaga exterminadora, cuando hiera yo la tierra de Egipto.
Ese día será para ustedes un memorial y lo celebrarán como fiesta en honor del Señor. De generación en generación celebrarán esta festividad, como institución perpetua’ ”.

Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.



Salmo Responsorial Salmo 115
Gracias, Señor, por tu sangre que nos lava.

¿Cómo le pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Levantaré el cáliz de salvación e invocaré el nombre del Señor.
Gracias, Señor, por tu sangre que nos lava.

A los ojos del Señor es muy penoso que mueran sus amigos. De la muerte, Señor, me has librado, a mí, tu esclavo e hijo de tu esclava.
Gracias, Señor, por tu sangre que nos lava.

Te ofreceré con gratitud un sacrificio e invocaré tu nombre. Cumpliré mis promesas al Señor ante todo su pueblo.
Gracias, Señor, por tu sangre que nos lava.



Segunda Lectura
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los corintios (11, 23-26)

Hermanos: Yo recibí del Señor lo mismo que les he trasmitido: que el Señor Jesús, la noche en que iba a ser entregado, tomó pan en sus manos, y pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo:
“Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía”.
Lo mismo hizo con el cáliz después de cenar, diciendo:
“Este cáliz es la nueva alianza que se sella con mi sangre. Hagan esto en memoria mía siempre que beban de él”.
Por eso, cada vez que ustedes comen de este pan y beben de este cáliz, proclaman la muerte del Señor, hasta que vuelva.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Juan (13, 1-15)
Gloria a ti, Señor.

Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre y habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.
En el transcurso de la cena, cuando ya el diablo había puesto en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, la idea de entregarlo, Jesús, consciente de que el Padre había puesto en sus manos todas las cosas y sabiendo que había salido de Dios y a Dios volvía, se levantó de la mesa, se quitó el manto y tomando una toalla, se la ciñó; luego echó agua en una jofaina y se puso a lavarles los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que se había ceñido.
Cuando llegó a Simón Pedro, éste le dijo:
“Señor, ¿me vas a lavar tú a mí los pies?” Jesús le replicó: “Lo que estoy haciendo tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde”.
Pedro le dijo:
“Tú no me lavarás los pies jamás”. Jesús le contestó:
“Si no te lavo, no tendrás parte conmigo”. Entonces le dijo Simón Pedro: “En ese caso, Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza”. Jesús le dijo: “El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. Y ustedes están limpios, aunque no todos”.
Como sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo:
‘No todos están limpios’.
Cuando acabó de lavarles los pies, se puso otra vez el manto, volvió a la mesa y les dijo:
“¿Comprenden lo que acabo de hacer con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor, y dicen bien, porque lo soy. Pues si yo, que soy el Maestro y el Señor, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies los unos a los otros.
Les he dado ejemplo, para que lo que yo he hecho con ustedes, también ustedes lo hagan”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.


Comentario a la Palabra de Dios

Queridos hermanos y hermanas en Jesucristo, que el Dios de la paz y el amor misericordioso nos colme con su gracia y nos conceda la conversión.


Estamos en la semana Mayor, en la Semana Santa, y en modo especial entramos al triduo pascual que comienza con la Cena del Señor.


El evangelio de Juan, a diferencia de los otros tres, nos presenta en detalle esta escena del lavatorio de los pies, pero no se detiene en la Cena del Señor y en la institución de la Eucaristía, para ello Juan dedica todo un discurso sobre el Pan de Vida a partir de la multiplicación de los panes en el capítulo 6.


Quiero comenzar nuestra reflexión con las últimas palabras de este texto del evangelio de hoy: “Les he dado ejemplo, para que lo que yo he hecho con ustedes, también ustedes lo hagan”.


El evangelista Juan termina esta parte donde Jesús nos invita a que hagamos lo que Él hizo, a que lo imitemos, pero ¿a qué se refiere esta invitación?


Dice el texto que “…antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre y habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”.


Estas palabras son realmente muy emotivas, nos muestran a un Jesús que se dispone a celebrar su última cena con sus queridos apóstoles, y tal amor es vivido y entregado hasta el extremo, hasta el límite más grande que puede tener el amor: darse todo entero y sin límites ¡hasta dar la vida!


Y fue en el transcurso de la cena, cuando ya el diablo había puesto en el corazón de Judas Iscariote la idea de entregarlo, Jesús, consciente de que el Padre había puesto en sus manos todas las cosas y sabiendo que había salido de Dios y a Dios volvía, se levantó de la mesa, se quitó el manto y tomando una toalla, se la ciñó; luego echó agua en una jofaina y se puso a lavarles los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que se había ceñido.


El Maestro se pone a lavar los pies de sus discípulos, es un gesto, no de servidumbre, sino de amor, de humildad, de entrega, pues Él. Que era el Señor se pone como servidor de ellos, y al llegar a Simón Pedro, éste le dijo:


“Señor, ¿me vas a lavar tú a mí los pies?” Jesús le replicó: “Lo que estoy haciendo tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde”.


Pedro le dijo insistiendo:


“Tú no me lavarás los pies jamás”. Jesús le contestó:


“Si no te lavo, no tendrás parte conmigo”.


Pedro, en su impulsividad, viendo a su Maestro realizando tal gesto, no quiso aceptarlo, pero las palabras de Jesús: “Si no te lavo, no tendrás parte conmigo” fueron para él un signo.


Jesús, en este gesto se pone como servidor de todos, se hace nada, y se vislumbra aquí su entrega total consumada en la cruz.


Lavarle los pies a los discípulos dice también de una purificación, los prepara a los suyos para entrar con Él en su pasión, los purifica de sus egoísmos y debilidades para que puedan tener parte en la herencia de Jesús.


No sabemos si Pedro comprendió el gesto, pero lo cierto es que le dijo: “En ese caso, Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza”.


Cuando acabó de lavarles los pies, se puso otra vez el manto, volvió a la mesa y les dijo:


“¿Comprenden lo que acabo de hacer con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor, y dicen bien, porque lo soy. Pues si yo, que soy el Maestro y el Señor, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies los unos a los otros. Les he dado ejemplo, para que lo que yo he hecho con ustedes, también ustedes lo hagan”.


Jesús con este gesto nos deja la invitación a que lo imitemos, y tal imitación consiste en salir de nosotros mismo para ponernos al servicio de los demás con una actitud de humildad, pero llena de amor.


Hoy nos disponemos a celebrar la pascua con Jesús, a celebrar la cena Pascual, qué significa para mí imitar a Jesús ahí donde Él me envía, en mi familia, en el trabajo, en el estudio, etc…


“Habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”. Dejemos que resuenen en nuestros oídos y en el corazón estas palabras del evangelista. Sintamos el amor infinito, eterno y misericordioso de un Dios que nos ama con locura y se manifiesta en Jesús.

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