domingo, 18 de abril de 2010

Tercer Domingo de Pascua - ciclo C

Domingo 18 de Abril, 2010


Te alabaré, Señor, eternamente
Señor, ven en mi ayuda



Primera Lectura
Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles (5, 27-32. 40-41)
En aquellos días, el sumo sacerdote reprendió a los apóstoles y les dijo: “Les hemos prohibido enseñar en nombre de ese Jesús; sin embargo, ustedes han llenado a Jerusalén con sus enseñanzas y quieren hacernos responsables de la sangre de ese hombre”.

Pedro y los otros apóstoles replicaron: “Primero hay que obedecer a Dios y luego a los hombres. El Dios de nuestros padres resucito a Jesús, a quien ustedes dieron muerte colgándolo de la cruz. La mano de Dios lo exaltó y lo ha hecho jefe y salvador, para dar a Israel la gracia de la conversión y el perdón de los pecados.

Nosotros somos testigos de todo esto y también lo es el Espíritu Santo, que Dios ha dado a los que lo obedecen”.

Los miembros del sanedrín mandaron azotar a los apóstoles, les prohibieron hablar en nombre de Jesús y los soltaron. Ellos se retiraron del sanedrín, felices de haber padecido aquellos ultrajes por el nombre de Jesús.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.



Salmo Responsorial Salmo 29
Te alabaré, Señor, eternamente. Aleluya.

Te alabaré, Señor, pues no dejaste que se rieran de mí mis enemigos. Tú, Señor, me salvaste de la muerte y a punto de morir, me reviviste.
Te alabaré, Señor, eternamente. Aleluya.

Alaben al Señor quienes lo aman, den gracias a su nombre, porque su ira dura un solo instante y su bondad, toda la vida. El llanto nos visita por la tarde; por la mañana, el júbilo.
Te alabaré, Señor, eternamente. Aleluya.

Escúchame, Señor, y compadécete; Señor, ven en mi ayuda. Convertiste mi duelo en alegría, te alabaré por eso eternamente.
Te alabaré, Señor, eternamente. Aleluya.

Segunda Lectura
Lectura del libro del Apocalipsis del apóstol San Juan (5, 11-14)
Yo, Juan, tuve una visión, en la cual oí alrededor del trono de los vivientes y los ancianos, la voz de millones y millones de ángeles, que cantaban con voz potente:
“Digno es el Cordero, que fue inmolado, de recibir el poder y la riqueza, la sabiduría y la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza”.
Oí a todas las creaturas que hay en el cielo, en la tierra, debajo de la tierra y en el mar -todo cuanto existe-, que decían:
"Al que está sentado en el trono y al Cordero, la alabanza, el honor, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos”.
Y los cuatro vivientes respondían: “Amén”. Los veinticuatro ancianos se postraron en tierra y adoraron al que vive por los siglos de los siglos.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Juan (21, 1-19)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús se les apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Se les apareció de esta manera:
Estaban juntos Simón Pedro, Tomás (llamado el Gemelo), Natanael (el de Caná de Galilea), los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: “Voy a pescar”. Ellos le respondieron: “También nosotros vamos contigo”. Salieron y se embarcaron, pero aquella noche no pescaron nada.
Estaba amaneciendo, cuando Jesús se apareció en la orilla, pero los discípulos no lo reconocieron. Jesús les dijo:
‘”Muchachos, ¿han pescado algo?” Ellos contestaron: “No”. Entonces él les dijo: “Echen la red a la derecha de la barca y encontrarán peces”. Así lo hicieron, y luego ya no podían jalar la red por tantos pescados.
Entonces el discípulo a quien amaba Jesús le dijo a Pedro:
“Es el Señor”. Tan pronto como Simón Pedro oyó decir que era el Señor, se anudó a la cintura la túnica, pues se la había quitado, y se tiró al agua. Los otros discípulos llegaron en la barca, arrastrando la red con los pescados, pues no distaban de tierra más de cien metros.

Tan pronto como saltaron a tierra, vieron unas brasas y sobre ellas un pescado y pan.
Jesús les dijo: “Traigan algunos pescados de los que acaban de pescar”. Entonces Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red, repleta de pescados grandes. Eran ciento cincuenta y tres, y a pesar de que eran tantos, no se rompió la red. Luego les dijo Jesús:
“Vengan a comer”. Y ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: “¿Quién eres?”, porque ya sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio y también el pescado.
Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos después de resucitar de entre los muertos.

Después de comer le preguntó Jesús a Simón Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?” El le contestó: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis corderos”.
Por segunda vez le preguntó: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?” El le respondió: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Pastorea mis ovejas”.
Por tercera vez le preguntó: “Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?” Pedro se entristeció de que Jesús le hubiera preguntado por tercera vez si lo quería y le contestó:
“Señor, tú lo sabes todo; tú bien sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejas.
Yo te aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías la ropa e ibas a donde querías; pero cuando seas viejo, extenderás los brazos y otro te ceñirá y te llevará a donde no quieras”.
Esto se lo dijo para indicarle con qué género de muerte habría de glorificar a Dios. Después le dijo: “Sígueme”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Comentario a la Palabra de Dios


Queridos hermanos y hermanas, que el Cristo resucitado de entre los muertos nos resucite también a nosotros y que su paz y su amor permanezcan siempre con ustedes.


Trataremos de profundizar sobre este hermoso texto que nos regala la liturgia en el evangelio de Juan.


Si prestamos atención al evangelio de Juan en su totalidad, notaremos que usa una serie de frases y palabras que nos dejan desconcertados, pero el autor del evangelio lo hace con una intención, de llevarnos de lo que no entendemos a una mayor claridad y entendimiento de la Palabra que Dios nos quiere regalar.


Dice que en aquel tiempo, Jesús se les apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades, es decir, luego de su resurrección se les apareció, y dice el texto que habían 7 de los apóstoles, es decir, estaban todos los apóstoles presentes y en ellos también nosotros (“Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, Natanael, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos”).


El hecho de que Simón Pedro les diga al resto: “Voy a pescar”. Y que ellos le respondieran: “También nosotros vamos contigo”. Significa un volver a lo anterior, es decir, a la vida que habían dejado cuando estaban con Jesús, era volver a una vida pasada porque la de ahora ya no les servía, no se sentían bien, no entendían qué sucedía con todo lo acontecido en Jesús.


Ellos “salieron y se embarcaron, pero aquella noche no pescaron nada”; es decir, esa “noche” es la noche de la fe, la oscuridad del no comprender y poder ver con claridad lo que Jesús había realizado y lo que Él esperaba de sus discípulos. Era de noche, era la oscuridad de la fe en la que se encontraban sumergidos por no poder comprender y tener la mente embotada de sus cosas y pensamientos aunque ya habían visto al Señor resucitado y se les había aparecido confirmando que vivía.


Pero llegado el momento oportuno, cuando comenzaba a aclarar, pues dice el texto que “estaba amaneciendo, cuando Jesús se apareció en la orilla, pero los discípulos no lo reconocieron”. Ese ir amaneciendo en la vida de los discípulos era un primer paso, un ir abriendo los ojos de la fe a la gracia y la acción de Dios. Por eso también en la oscuridad de la noche no pescaron nada, porque no obraban en nombre de Jesús sino en su propio nombre.


Por eso Jesús les dijo: “Echen la red a la derecha de la barca y encontrarán peces. Así lo hicieron, y luego ya no podían tirar de la red por tantos pescados”. Es lo que sucede cuando sabemos escuchar la Palabra pronunciada por Dios, por Jesús, nos abre la mente, la inteligencia y el corazón para poder comprender y ser obedientes a su llamado y a su pedido. Así, en nuestra vida, eso se vuelve fecundidad por la acción de Dios.


(El texto es muy rico en contenido y en detalles que nos ayudan a seguir profundizando en la figura de Jesús y de Pedro, pero optamos por esta parte del texto para no extendernos demasiado y ayudarnos a meditar).


Y esto es así, tanto que cuando los apóstoles reciben el Espíritu son capaces de dejarlo todo y arriesgarlo todo con tal de ganar a Cristo y de llevarlo hasta los confines del mundo.


El texto de los Hechos de los Apóstoles nos dice que “en aquellos días, el sumo sacerdote reprendió a los apóstoles y les dijo: “Les hemos prohibido enseñar en nombre de ese Jesús; sin embargo, ustedes han llenado a Jerusalén con sus enseñanzas y quieren hacernos responsables de la sangre de ese hombre”.


Son amenazados por anunciar y predicar a Jesús, sin embargo ellos no los escuchan y ponen primero a Dios que a los hombres: “Primero hay que obedecer a Dios y luego a los hombres. El Dios de nuestros padres resucito a Jesús, a quien ustedes dieron muerte colgándolo de la cruz. La mano de Dios lo exaltó y lo ha hecho jefe y salvador, para dar a Israel la gracia de la conversión y el perdón de los pecados. Nosotros somos testigos de todo esto y también lo es el Espíritu Santo, que Dios ha dado a los que lo obedecen”.


Creo que este texto nos ayuda para concluir nuestra reflexión. Quien obra en la luz de la fe, a la luz de la Pascua de Cristo, escucha su voz, su mandato y es obediente a su Palabra, esa acción se vuelve fecunda, se vuelve fuerza evangelizadora sin límites, aún hasta sufrir por anunciar a Cristo.


Es un ejemplo que nos sirve a nosotros, cristianos, que nos decimos seguidores de Jesucristo. Los tiempos que corren no son para nada fáciles, al contrario, de mil maneras se persigue a los seguidores de Jesús, pero la fuerza para llevar a cabo su obra proviene de Él, pues es Él quien nos llamó y nos sostiene.


Tal es el punto, que los mismos discípulos, al ser azotados por pedido de los miembros del sanedrín y prohibirles hablar en nombre de Jesús, ellos se retiraron, felices de haber padecido aquellos ultrajes por el nombre de Jesús.


Hermanas y hermanos queridos en Jesucristo, Dios nos conceda un oído de discípulo para saber escuchar su voz, su Palabra y siendo obedientes a su amor seamos fervorosos misioneros y evangelizadores convencidos del anuncio pascual al mundo entero. Amén.

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