martes, 7 de septiembre de 2010

Vigesimo Cuarto Domingo del Tiempo Ordinario-Ciclo C

Domingo 12 de Septiembre, 2010

Día del Señor
Crea en mí, Señor, un corazón puro
Señor Dios, que valioso es tu amor

Primera Lectura
Lectura del libro del Éxodo (32, 7-11. 13-14)
En aquellos días, dijo el Señor a Moisés: “Anda, baja del monte, porque tu pueblo, el que sacaste de Egipto, se ha pervertido. No tardaron en desviarse del camino que yo les había señalado. Se han hecho un becerro de metal, se han postrado ante él y le han ofrecido sacrificios y le han dicho: ‘Este es tu dios, Israel; es el que te sacó de Egipto’ ”.
El Señor le dijo también a Moisés: “Veo que éste es un pueblo de cabeza dura. Deja que mi ira se encienda contra ellos hasta consumirlos. De ti, en cambio, haré un gran pueblo”.
Moisés trató de aplacar al Señor, su Dios, diciéndole:
“¿Por qué ha de encenderse tu ira, Señor, contra este pueblo que tú sacaste de Egipto con gran poder y vigorosa mano?
Acuérdate de Abraham, de Isaac y de Jacob, siervos tuyos, a quienes juraste por ti mismo, diciendo: ‘Multiplicaré su descendencia como las estrellas del cielo y les daré en posesión perpetua toda la tierra que les he prometido’ ”. Y el Señor renunció al castigo con que había amenazado a su pueblo.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 50
Me levantaré y volveré a mi padre.
Por tu inmensa compasión y misericordia, Señor, apiádate de mí y olvida mis ofensas. Lávame bien de todos mis delitos y purifícame de mis pecados.
Me levantaré y volveré a mi padre.
Crea en mí, Señor, un corazón puro, un espíritu nuevo para cumplir tus mandamientos. No me arrojes, Señor, lejos de ti, ni retires de mí tu santo espíritu.
Me levantaré y volveré a mi padre.
Señor, abre mis labios y cantará mi boca tu alabanza. Un corazón contrito te presento, y a un corazón contrito, tú nunca lo desprecias.
Me levantaré y volveré a mi padre.

Segunda Lectura
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo (1, 12-17)
Querido hermano: Doy gracias a aquel que me ha fortalecido, a nuestro Señor Jesucristo, por haberme considerado digno de confianza al ponerme a su servicio, a mí, que antes fui blasfemo y perseguí a la Iglesia con violencia; pero Dios tuvo misericordia de mí, porque en mi incredulidad obré por ignorancia, y la gracia de nuestro Señor se desbordó sobre mí al darme la fe y el amor que provienen de Cristo Jesús.
Puedes fiarte de lo que voy a decirte y aceptarlo sin reservas: que Cristo Jesús vino a este mundo a salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero. Pero Cristo Jesús me perdonó, para que fuera yo el primero en quien él manifestara toda su generosidad y sirviera yo de ejemplo a los que habrían de creer en él, para obtener la vida eterna.
Al rey eterno, inmortal, invisible, único Dios, honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Lucas (15, 1-32)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharlo; por lo cual los fariseos y los escribas murmuraban entre sí: “Este recibe a los pecadores y come con ellos”.
Jesús les dijo entonces esta parábola: “¿Quién de ustedes, si tiene cien ovejas y se le pierde una, no deja las noventa y nueve en el campo y va en busca de la que se le perdió hasta encontrarla? Y una vez que la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría, y al llegar a su casa, reúne a los amigos y vecinos y les dice:
‘Alégrense conmigo, porque ya encontré la oveja que se me había perdido’. Yo les aseguro que también en el cielo habrá más alegría por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos, que no necesitan arrepentirse.
¿Y qué mujer hay, que si tiene diez monedas de plata y pierde una, no enciende luego una lámpara y barre la casa y la busca con cuidado hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, reúne a sus amigas y vecinas y les dice: ‘Alégrense conmigo, porque ya encontré la moneda que se me había perdido’. Yo les aseguro que así también se alegran los ángeles de Dios por un solo pecador que se arrepiente”.
También les dijo esta parábola:
“Un hombre tenía dos hijos, y el menor de ellos le dijo a su padre: ‘Padre dame la parte que me toca de la herencia’. Y él les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se fue a un país lejano y allá derrochó su fortuna, viviendo de una manera disoluta. Después de malgastarlo todo, sobrevino en aquella región una gran hambre y él empezó a pasar necesidad. Entonces fue a pedirle trabajo a un habitante de aquel país, el cual lo mandó a sus campos a cuidar cerdos.
Tenía ganas de hartarse con las bellotas que comían los cerdos, pero no lo dejaban que se las comiera. Se puso entonces a reflexionar y se dijo: ‘¡Cuántos trabajadores en casa de mi padre tienen pan de sobra, y yo, aquí, me estoy muriendo de hambre! Me levantaré, volveré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Recíbeme como a uno de tus trabajadores’.
Enseguida se puso en camino hacia la casa de su padre. Estaba todavía lejos, cuando su padre lo vio y se enterneció profundamente. Corrió hacia él, y echándole los brazos al cuello, lo cubrió de besos. El muchacho le dijo: ‘Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo’.
Pero el padre les dijo a sus criados: ‘¡Pronto!, traigan la túnica más rica y vístansela; pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies; traigan el becerro gordo y mátenlo. Comamos y hagamos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado’. Y empezó el banquete.
El hijo mayor estaba en el campo, y al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y los cantos. Entonces llamó a uno de los criados y le preguntó qué pasaba. Este le contestó: ‘Tu hermano ha regresado, y tu padre mandó matar el becerro gordo, por haberlo recobrado sano y salvo’.
El hermano mayor se enojó y no quería entrar.
Salió entonces el padre y le rogó que entrara; pero él replicó: ‘¡Hace tanto tiempo que te sirvo, sin desobedecer jamás una orden tuya, y tú no me has dado nunca ni un cabrito para comérmelo con mis amigos! Pero eso sí, viene ese hijo tuyo, que despilfarró tus bienes con malas mujeres, y tú mandas matar el becerro gordo’.
El padre repuso: ‘Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo. Pero era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado’ ”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

 Comentario a la Palabra de Dios
Queridos hermanos y hermanas, el Señor que dirige nuestros corazones para que amemos a Dios esté con todos ustedes.
Los textos de la liturgia de este domingo están claramente referidos al perdón y a la acción y a la misericordia de Dios, pero a la vez a un pedido de conversión y de aceptación de la voluntad de Dios manifestada en su palabra que es Vida.
El texto del Evangelio nos presenta tres parábolas, propias (casi todas) de Lucas. El contexto está dado porque se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharlo; por lo cual los fariseos y los escribas murmuraban entre sí: “Este recibe a los pecadores y come con ellos”.
Entonces fue que Jesús les dijo estas parábolas, la primera sobre la oveja perdida, la segunda sobre la dracma perdida y la tercera sobre el padre misericordioso que recupera a su hijo.
Nos detendremos en la última parábola, que es la más rica en signos y contenido. Aparece con claridad que el discurso nos lleva a que los pecadores y publicanos son el hijo menor y los fariseos y escribas el hijo mayor.
Dice Jesús que “un hombre tenía dos hijos, y el menor de ellos le dijo a su padre: ‘Padre dame la parte que me toca de la herencia’. Y él les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se fue a un país lejano y allá derrochó su fortuna, viviendo de una manera disoluta. Después de malgastarlo todo, sobrevino en aquella región una gran hambre y él empezó a pasar necesidad. Entonces fue a pedirle trabajo a un habitante de aquel país, el cual lo mandó a sus campos a cuidar cerdos”.
El padre les reparte la herencia y el hijo menor la derrocha en banalidades, en vicios y pecados, y llega al colmo de criar cerdos, un animal impuro para los judíos.
El hambre comenzó a apretar y recapacitó: “¡Cuántos trabajadores en casa de mi padre tienen pan de sobra, y yo, aquí, me estoy muriendo de hambre! Me levantaré, volveré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Recíbeme como a uno de tus trabajadores”. Claramente el pedido de perdón es el de poder volver a la casa porque tenía para comer, aún los trabajadores de su padre comían mejor de lo que él podía en ese momento. No tomó conciencia –al parecer- de que había estado mal y que debía pedir perdón por lo sucedido, más bien lo hacía para poder volver a casa y tener al menos un techo y alimento seguro. Y enseguida se puso en camino hacia la casa de su padre. “Estaba todavía lejos, cuando su padre lo vio y se enterneció profundamente. Corrió hacia él, y echándole los brazos al cuello, lo cubrió de besos. El muchacho le dijo: ‘Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”. El padre, al verlo no se enojó, sino que lo tomó en sus brazos y lo recibió con una fiesta, no le dejó ni siquiera terminar el discurso que había preparado para pedir perdón… “porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado”. Y empezó el banquete.
El hijo mayor que estaba en el campo, al enterarse de lo sucedido se resintió y se enojó con su padre, pero este le contestó: “Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo. Pero era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado”.
El padre repartió su herencia a los dos hijos, sólo que uno la malgastó y el otro no supo aprovecharla, pero… en conclusión: ninguno de los dos pudo gozarla y disfrutarla debidamente. Y es que la herencia verdadera es el padre mismo, su amor por sus hijos, el estar en las cosas del padre.
Es lo que sucede cuando no entendemos lo que significa la gracia de Dios, esa es su herencia: su amor, su gracia, el amo y la gracia de ser hijos en el Hijo, de ser hijos de Dios Padre, de estar unidos a Él.
El hijo menor entendió que la herencia era para malgastar, pues se ve que tenía mucho, y no le importó usarla mal, y vaciarse de todo lo que significaba esa herencia. Y el hijo mayor tampoco supo cómo vivir realmente estando en las cosas del padre, creyó que consistía en cumplir con los deberes y responsabilidades para agradarlo, sin poder gozar de su presencia.
Si hacemos una aplicación a nivel personal de los personajes, ¿con cuál nos identificamos? ¿por qué? ¿qué haremos en más?...
Demos gracias –junto con el apóstol Pablo- a aquel que nos ha fortalecido, a nuestro Señor Jesucristo, por habernos considerado dignos de confianza al ponernos a su servicio, “porque Dios tuvo misericordia de mí, porque en mi incredulidad obré por ignorancia, y la gracia de nuestro Señor se desbordó sobre mí al darme la fe y el amor que provienen de Cristo Jesús”.
Confiémonos en que Cristo Jesús vino a este mundo a salvar a los pecadores. El Padre Dios en Cristo Jesús me perdonó, “para que fuera yo el primero en quien él manifestara toda su generosidad y sirviera yo de ejemplo a los que habrían de creer en él, para obtener la vida eterna”.
Dios Padre bueno nos da su herencia, ser poseedores del Reino de los Cielos, no por ser libertinos, no por ser autosuficientes y leguleyos, sino por vivir unidos a Él en gracia y caridad, delante de Él y de los hermanos, pues Él envió a su Hijo para rescatarnos de todo pecado y toda esclavitud, dándonos su herencia eterna. “Al rey eterno, inmortal, invisible, único Dios, honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén”.

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