sábado, 4 de septiembre de 2010

Vigésimo Tercer Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo C

Domingo 05 de Septiembre, 2010

Día del Señor
Eres justo, Señor, y rectos son tus mandamientos
Tú eres, Señor, nuestro refugio

Primera Lectura
Lectura del libro de la Sabiduría (9, 13-19)
¿Quién es el hombre que puede conocer los designios de Dios? ¿Quién es el que puede saber lo que el Señor tiene dispuesto? Los pensamientos de los mortales son inseguros y sus razonamientos pueden equivocarse, porque un cuerpo corruptible hace pesada el alma y el barro de que estamos hechos entorpece el entendimiento.
Con dificultad conocemos lo que hay sobre la tierra y a duras penas encontramos lo que está a nuestro alcance. ¿Quién podrá descubrir lo que hay en el cielo? ¿Quién conocerá tus designios, si tú no le das la sabiduría, enviando tu santo espíritu desde lo alto?
Sólo con esa sabiduría lograron los hombres enderezar sus caminos y conocer lo que te agrada. Sólo con esa sabiduría se salvaron, Señor, los que te agradaron desde el principio.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 89
Tú eres, Señor, nuestro refugio.
Tú haces volver al polvo a los humanos, diciendo a los mortales que retornen. Mil años para ti son como un día que ya pasó; como una breve noche.
Tú eres, Señor, nuestro refugio.
Nuestra vida es tan breve como un sueño; semejante a la hierba, que despunta y florece en la mañana y por la tarde se marchita y se seca.
Tú eres, Señor, nuestro refugio.
Enséñanos a ver lo que es la vida y seremos sensatos. ¿Hasta cuándo, Señor, vas a tener compasión de tus siervos? ¿Hasta cuándo?
Tú eres, Señor, nuestro refugio.
Llénanos de tu amor por la mañana y júbilo será la vida toda. Haz, Señor, que tus siervos y sus hijos, puedan mirar tus obras y tu gloria.
Tú eres, Señor, nuestro refugio.

Segunda Lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a Filemón (9-10. 12-17)
Querido hermano: Yo, Pablo, ya anciano y ahora, además, prisionero por la causa de Cristo Jesús, quiero pedirte algo en favor de Onésimo, mi hijo, a quien he engendrado para Cristo aquí, en la cárcel.
Te lo envío. Recíbelo como a mí mismo. Yo hubiera querido retenerlo conmigo, para que en tu lugar me atendiera, mientras estoy preso por la causa del Evangelio. Pero no he querido hacer nada sin tu consentimiento, para que el favor que me haces no sea como por obligación, sino por tu propia voluntad.
Tal vez él fue apartado de ti por un breve tiempo, a fin de que lo recuperaras para siempre,  pero ya no como esclavo, sino como algo mejor que un esclavo, como hermano amadísimo. El ya lo es para mí. ¡Cuánto más habrá de serlo para ti, no sólo por su calidad de hombre, sino de hermano en Cristo! Por tanto, si me consideras como compañero tuyo, recíbelo como a mí mismo.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Lucas (14, 25-33)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, caminaba con Jesús una gran muchedumbre y él, volviéndose a sus discípulos, les dijo: “Si alguno quiere seguirme y no me prefiere a su padre y a su madre, a su esposa y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, más aún, a sí mismo, no puede ser mi discípulo. Y el que no carga su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo.
Porque, ¿quién de ustedes, si quiere construir una torre, no se pone primero a calcular el costo,  para ver si tiene con qué terminarla? No sea que, después de haber echado los cimientos, no pueda acabarla y todos los que se enteren comiencen a burlarse de él, diciendo: ‘Este hombre comenzó a construir y no pudo terminar’.
¿O qué rey que va a combatir a otro rey, no se pone primero a considerar si será capaz de salir con diez  mil soldados al encuentro del que viene contra él con veinte mil? Porque si no, cuando el otro esté  aún lejos, le enviará una embajada para proponerle las condiciones de paz.
Así pues, cualquiera de ustedes que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser mi discípulo”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
 Comentario a la Palabra de Dios
Queridos hermanos y hermanas, el Señor que dirige nuestros corazones para que amemos a Dios esté con todos ustedes.
El Evangelio de hoy nos pone en un tema crucial de nuestro ser de bautizados, pues desde el momento que somos parte del cuerpo místico de Cristo, debemos vivir como tales.
Pero hoy en día vemos que nuestro ser “cristiano” está un tanto entibiado, pues entramos a pactar con cosas que la sociedad propone y que no van de acuerdo al mensaje de Dios, y se convierte todo en una vida tibia, donde la Iglesia exige en realidad muy poco, o donde uno no se auto-exige en vivir un cristianismo comprometido y enamorado de Cristo.
Se suele bautizar a los niños recién nacidos y más allá de que apenas se exige algo a sus padres y padrinos, todo parece quedar en el asistir a unas charlas que preparan el bautismo y luego no se llega a un verdadero compromiso por educar al niño según el mensaje cristiano.
Sin embargo, al principio las cosas eran un tanto diferentes, pues la fe y la vida –desde los primeros siglos de la Iglesia- eran vividos en una íntima unión, donde la vida estaba impregnada de fe y la fe impregnada de la vida; donde el compromiso y el ser cristiano eran algo vivido con alegría, con gozo, en el hermoso testimonio de ser parte del mismo Cristo. Por eso, seguir a Jesucristo significaba una convicción y un compromiso total con Él. Y así lo vemos en el pasaje del evangelio de hoy, Jesús pone unas duras condiciones para seguirlo, y llevan a pensar seriamente el optar por Él.
Hoy en día, vivimos invadidos de cosas que son contrarias a los valores del evangelio anunciado por Cristo, y nos dejamos robar nuestra identidad, y ante el menor síntoma de sacrificio y de renuncia, somos capaces de abandonarlo por seguir otros “dioses” que son conforme a nuestra medida. Pocos seríamos cristianos si tuviéramos que cumplir con las tres condiciones que Jesús exige a sus  discípulos en este pasaje de la Escritura:
La primera (“Si alguno quiere seguirme y no me prefiere a su padre y a su madre, a su esposa y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, más aún, a sí mismo, no puede ser mi discípulo), nos dice que el discípulo debe estar dispuesto a poner todo en segundo lugar para seguir al maestro. Frente a la elección por Cristo, la familia pasa a un segundo lugar y Jesús tiene la preferencia. Y su plan está por encima de los lazos de familia, pues es más amplio y demandante.
La segunda condición (“el que no carga su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo) trata respecto al sacrificio, que consiste en aceptar y asumir que el seguir a Jesús conlleva renuncia, dolor y persecución. Por eso, no hay que apurarse, no sea que no podamos hacer más de lo que podemos cumplir, es el ejemplo de la construcción de la torre que exige hacer una buena planificación para calcular los materiales de que disponemos o el ejemplo del rey que planea la batalla.
La tercera condición (“Así pues, cualquiera de ustedes que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser mi discípulo) es renunciar ¡a todo! lo que se tiene. Tal expresión significa que el discípulo debe estar dispuesto incluso a renunciar a todo lo que tiene para que no sea un obstáculo para el seguimiento de Jesús y el anuncio del Reino.
Por eso, el libro de la Sabiduría que nos presenta la liturgia hoy nos muestra la dificultad que tenemos los hombres de poder conocer el designio de Dios y comprender lo que Dios quiere, para esto será necesaria la sabiduría y Espíritu Santo para adecuar nuestra vida a la voluntad de Dios manifestada en Jesús. 
Tal vez no lleguemos nunca a vivir con radicalidad las exigencias que nos presenta Jesús, pero no por ello debemos renunciar, pues contamos con su gracia y con su llamado a la perfección, al seguimiento y al compromiso por el Reino. Amén. 

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