viernes, 29 de octubre de 2010

Trigesimo Primer Domingo del Tiempo Ordinario-Ciclo C

Domingo 31 de Octubre, 2010

Día del Señor
El Señor es compasivo y misericordioso
Bendeciré al Señor eternamente

Primera Lectura
Lectura del libro de la Sabiduría (11, 22—12, 2)
Señor, delante de ti, el mundo entero es como un grano de arena en la balanza, como gota de rocío mañanero, que cae sobre la tierra.
Te compadeces de todos, y aunque puedes destruirlo todo, aparentas no ver los pecados de los hombres, para darles ocasión de arrepentirse. Porque tú amas todo cuanto existe y no aborreces nada de lo que has hecho; pues si hubieras aborrecido alguna cosa, no la habrías creado.
¿Y cómo podrían seguir existiendo las cosas, si tú no lo quisieras? ¿Cómo habría podido conservarse algo hasta ahora, si tú no lo hubieras llamado a la existencia?
Tú perdonas a todos, porque todos son tuyos, Señor, que amas la vida, porque tu espíritu inmortal, está en todos los seres. Por eso a los que caen, los vas corrigiendo poco a poco, los reprendes y les traes a la memoria sus pecados, para que se arrepientan de sus maldades y crean en ti, Señor.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 144
Bendeciré al Señor eternamente.
Dios y rey mío, yo te alabaré, bendeciré tu nombre siempre y para siempre. Un día tras otro bendeciré tu nombre y no cesará mi boca de alabarte.
Bendeciré al Señor eternamente.
El Señor es compasivo y misericordioso, lento para enojarse y generoso para perdonar. 
Bueno es el Señor para con todos y su amor se extiende a todas sus creaturas.
Bendeciré al Señor eternamente.
Que te alaben, Señor, todas tus obras y que todos tus fieles te bendigan. 
Que proclamen la gloria de tu reino y narren tus proezas a los hombres.
Bendeciré al Señor eternamente.
El Señor es siempre fiel a sus palabras y lleno de bondad en sus acciones. Da su apoyo el Señor al que tropieza y al agobiado alivia.
Bendeciré al Señor eternamente.

Segunda Lectura
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los tesalonicenses (1, 11—2, 2)
Hermanos: Oramos siempre por ustedes, para que Dios los haga dignos de la vocación a la que los ha llamado, y con su poder, lleve a efecto tanto los buenos propósitos que ustedes han formado, como lo que ya han emprendido por la fe. Así glorificarán a nuestro Señor Jesús y él los glorificará a  ustedes, en la medida en que actúe en ustedes la gracia de nuestro Dios y de Jesucristo, el Señor.
Por lo que toca a la venida de nuestro Señor Jesucristo y a nuestro encuentro con él, les rogamos que no se dejen perturbar tan fácilmente. No se alarmen ni por supuestas revelaciones, ni por palabras o  cartas atribuidas a nosotros, que los induzcan a pensar que el día del Señor es inminente.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Lucas (19, 1-10)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús entró en Jericó, y al ir atravesando la ciudad, sucedió que un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de conocer a Jesús; pero la gente se lo impedía, porque era de baja estatura. Entonces corrió y se subió a un árbol para verlo cuando pasara por ahí. Al llegar a ese lugar, Jesús levantó los ojos y le dijo: “Zaqueo, bájate pronto, porque hoy tengo que hospedarme en tu casa”.
El bajó enseguida y lo recibió muy contento. Al ver esto, comenzaron todos a murmurar diciendo: “Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador”.
Zaqueo, poniéndose de pie, dijo a Jesús: “Mira, Señor, voy a dar a los pobres la mitad de mis bienes, y si he defraudado a alguien, le restituiré cuatro veces más”. Jesús le dijo: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también él es hijo de Abraham, y el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que se había perdido”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Comentario a la Palabra de Dios
Queridos hermanos y hermanas, que el Señor, el Dios de la vida, los colme con su alegría y con su paz y que su gracia sea fecunda en sus vidas para dar testimonio de Él en medio del mundo.
La liturgia de hoy nos pone en contacto con el relato del encuentro de Jesús con Zaqueo. El texto del evangelio nos dice que Jesús entró en Jericó, y al ir atravesando la ciudad “un hombre llamado Zaqueo,  jefe de publicanos y rico, trataba de conocer a Jesús”. Dos personajes principales aparecen en escena, Jesús y Zaqueo.
Zaqueo no sólo era publicano, sino además “jefe de publicanos”, y por tanto, una persona muy mal vista en la sociedad –como hemos dicho en otras oportunidades- ya que era un traidor y un ladrón de su propio pueblo para darle a la opresora Roma y enriquecerse personalmente.
El ansia de conocer a Jesús lo hizo llegar al punto de realizar algo alocado, ya que era bajo de estatura, y como la gente le impedía ver a Jesús, “entonces corrió y se subió a un árbol para verlo cuando pasara por ahí”.  Debió ser para él una gran sorpresa el ver que al llegar Jesús a ese lugar levantó los ojos y le dijo: “Zaqueo, bájate pronto, porque hoy tengo que hospedarme en tu casa”. Zaqueo bajó enseguida y lo recibió muy contento. Al ver esto, comenzaron todos a murmurar diciendo: “Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador”.
Pero esto al Señor lo tuvo sin cuidado como tantas otras veces, pues como dice el libro de la Sabiduría: “Te compadeces de todos, y aunque puedes destruirlo todo, aparentas no ver los pecados de los hombres, para darles ocasión de arrepentirse”. 
Y así fue, pues Zaqueo, poniéndose de pie, dijo a Jesús: “Mira, Señor, voy a dar a los pobres la mitad de mis bienes, y si he defraudado a alguien, le restituiré cuatro veces más”. Sí, así fue, ese encuentro de Zaqueo con Jesús le cambió la vida, pasó de ser una simple curiosidad a una conversión; conversión que se dio por ese encuentro íntimo con Jesús y que lo transformó, lo hizo pasar del hombre viejo al hombre nuevo. Y los frutos de tal encuentro y conversión se manifestaron en la actitud nueva de querer reparar el daño ocasionado al prójimo y de enmendarse en adelante. Porque “Tú perdonas a todos, porque todos son tuyos, Señor, que amas la vida”. Porque “el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que se había perdido”.
Porque el Señor ama todo cuanto existe y no aborrece nada de lo que ha hecho, y más cuando se trata de sus hijos. Por eso a los que caen, los va corrigiendo poco a poco, lo reprende y les trae a la memoria sus pecados, para que se arrepientan de sus maldades y crean en el Señor (como dice el libro de la Sabiduría).
Que esta enseñanza que nos deja la liturgia de hoy sea para nosotros un motivo de crecimiento espiritual; es decir, que podamos buscar con sincero corazón a Cristo Jesús, para que dejándonos encontrar por Él, viviendo en intimidad con Él y llegando a enamorarnos de Él, podamos lograr con la gracia de Dios un cambio de vida sincero y sentido, pues Dios corrige a los que ama, y nos da su misericordia en abundancia. Amén.

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