martes, 28 de septiembre de 2010

Vigésimo Séptimo Domingo del Tiempo Ordinario- Ciclo C

Domingo 03 de Octubre, 2010

Día del Señor
Señor, que no seamos sordos a tu voz
Bueno es el Señor con los que en él confían

Primera Lectura
Lectura del libro del profeta Habacuc (1, 2-3; 2, 2-4)
¿Hasta cuándo, Señor, pediré auxilio, sin que me escuches, y denunciaré a gritos la violencia que reina, sin que vengas a salvarme? ¿Por qué me dejas ver la injusticia y te quedas mirando la opresión? Ante mí no hay más que asaltos y violencias, y surgen rebeliones y desórdenes.
El Señor me respondió y me dijo: “Escribe la visión que te he manifestado, ponla clara en tablillas para que se pueda leer de corrido.
Es todavía una visión de algo lejano, pero que viene corriendo y no fallará; si se tarda, espéralo, pues llegará sin falta. El malvado sucumbirá sin remedio; el justo, en cambio, vivirá por su fe”.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 94
Señor, que no seamos sordos a tu voz.
Vengan, lancemos vivas al Señor, aclamemos al Dios que nos salva. Acerquémonos a él, llenos de júbilo, y démosle gracias.
Señor, que no seamos sordos a tu voz.
Vengan, y puestos de rodillas, adoremos y bendigamos al Señor, que nos hizo, pues él es nuestro Dios y nosotros, su pueblo; él es nuestro pastor y nosotros, sus ovejas.
Señor, que no seamos sordos a tu voz.
Hagámosle caso al Señor, que nos dice: “No endurezcan su corazón, como el día de la rebelión en el desierto, cuando sus padres dudaron de mí, aunque habían visto mis obras”.
Señor, que no seamos sordos a tu voz.

Segunda Lectura
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo (1, 6-8. 13-14)
Querido hermano: Te recomiendo que reavives el don de Dios que recibiste cuando te impuse las manos. Porque el Señor no nos ha dado un espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de moderación.
No te avergüences, pues, de dar testimonio de nuestro Señor, ni te avergüences de mí, que estoy preso por su causa. Al contrario, comparte conmigo los sufrimientos por la predicación del Evangelio, sostenido por la fuerza de Dios. Conforma tu predicación a la sólida doctrina que recibiste de mí acerca de la fe y el amor que tienen su fundamento en Cristo Jesús. Guarda este tesoro con la ayuda del Espíritu Santo, que habita en nosotros.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Lucas (17, 5-10)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, los apóstoles dijeron al Señor: “Auméntanos la fe”. El Señor les contestó:
“Si tuvieran fe, aunque fuera tan pequeña como una semilla de mostaza, podrían decir a ese árbol frondoso: ‘Arráncate de raíz y plántate en el mar’, y los obedecería.
¿Quién de ustedes, si tiene un siervo que labra la tierra o pastorea los rebaños, le dice cuando éste regresa del campo: ‘Entra enseguida y ponte a comer’? ¿No le dirá más bien: ‘Prepárame de comer y disponte a servirme, para que yo coma y beba; después comerás y beberás tú’? ¿Tendrá acaso que mostrarse agradecido con el siervo, porque éste cumplió con su obligación?
Así también ustedes, cuando hayan cumplido todo lo que se les mandó, digan: ‘No somos más que siervos, sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer’ ”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Comentario a la Palabra de Dios
Queridos hermanos y hermanas, el Señor que dirige nuestros corazones para que amemos a Dios esté con todos ustedes.
La liturgia de hoy nos pone en sintonía con lo que vivimos a diario en este mundo un tanto convulsionado y apartado de las cosas de Dios.
En boca del profeta Habacuc está la queja: “¿Hasta cuándo, Señor, pediré auxilio, sin que me escuches, y denunciaré a gritos la violencia que reina, sin que vengas a salvarme? ¿Por qué me dejas ver la injusticia y te quedas mirando la opresión? Ante mí no hay más que asaltos y violencias, y surgen rebeliones y desórdenes”. Pero el Señor le respondió al profeta: “Escribe la visión que te he manifestado…
es todavía una visión de algo lejano, pero… no fallará; si se tarda, espéralo, pues llegará sin falta. El malvado sucumbirá sin remedio; el justo, en cambio, vivirá por su fe”.
Estas palabras pueden ser también las nuestras. Viendo tanta violencia, tanta injusticia y opresión, tanta corrupción… sólo nos cabe la queja, y muchas veces ésta va dirigida a Dios, el Todopoderoso, pero no nos damos cuenta que Dios nos creó libres y muchas veces no usamos bien y dignamente de este tesoro en nuestro obrar, y terminamos obrando el mal, siendo malos con los demás, o sufriendo la maldad de los otros. Sea como sea, esperamos que algún día todo esto cambie y podamos vivir como hermanos en este mismo mundo donde Dios nos puso y donde quiere que demos frutos en abundancia.
Frente a todo esto está la promesa de Dios, de que llegará -en algún momento- la justicia, y quien se mantenga justo a los ojos de Dios vivirá, pues aunque haya muerto vivirá por la gracia de Dios y por permanecer en Dios. Pero para esto es necesario que estemos atentos a no dejarnos transformar por el mal de este mundo, por eso hacemos nuestras las palabras de san Pablo: “Te recomiendo que reavives el don de Dios que recibiste... Porque el Señor no nos ha dado un espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de moderación”. Y “no te avergüences, pues, de dar testimonio de nuestro Señor… al contrario, comparte… los sufrimientos por la predicación del Evangelio, sostenido por la fuerza de Dios”. Recuerda que la fe y el amor que has recibido tienen su fundamento en Cristo Jesús. “Guarda este tesoro con la ayuda del Espíritu Santo, que habita en nosotros”.
Y si flaqueara su fe por el camino, no olviden que el Señor ha puesto la fe y la confianza en sus corazón, y que esta fe “aunque fuera tan pequeña como una semilla de mostaza, podrían decir a ese árbol frondoso: ‘Arráncate de raíz y plántate en el mar’, y los obedecería”. Amén. 

sábado, 25 de septiembre de 2010

Vigésimo Sexto Domingo del Tiempo Ordinario-Ciclo C

Domingo 26 de Septiembre, 2010

El Señor siempre es fiel a su palabra
Abre el Señor los ojos de los ciegos

Primera Lectura
Lectura del libro del profeta Amós (6, 1. 4-7)
Esto dice el Señor todopoderoso: “¡Ay de ustedes, los que se sienten seguros en Sión y los que ponen su confianza en el monte sagrado de Samaria! Se reclinan sobre divanes adornados conmarfil, se recuestan sobre almohadones para comer los corderos del rebaño y las terneras en engorda. Canturrean al son del arpa, creyendo cantar como David. Se atiborran de vino, se ponen los perfumes más costosos, pero no se preocupan por las desgracias de sus hermanos.
Por eso irán al destierro a la cabeza de los cautivos y se acabará la orgía de los disolutos”.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 145
Alabemos al Señor, que viene a salvarnos.
El Señor siempre es fiel a su palabra, y es quien hace justicia al oprimido; él proporciona pan a los hambrientos y libera al cautivo.
Alabemos al Señor, que viene a salvarnos.
Abre el Señor los ojos de los ciegos y alivia al agobiado. Ama el Señor al hombre justo y toma al forastero a su cuidado.
Alabemos al Señor, que viene a salvarnos.
A la viuda y al huérfano sustenta y trastorna los planes del inicuo. Reina el Señor eternamente, reina tu Dios, oh Sión, reina por siglos.
Alabemos al Señor, que viene a salvarnos.

Segunda Lectura
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo (6, 11-16)
Hermano: Tú, como hombre de Dios, lleva una vida de rectitud, piedad, fe, amor, paciencia y mansedumbre.
Lucha en el noble combate de la fe, conquista la vida eterna a la que has sido llamado y de la que hiciste tan admirable profesión ante numerosos testigos.
Ahora, en presencia de Dios, que da vida a todas las cosas, y de Cristo Jesús, que dio tan admirable  testimonio ante Poncio Pilato, te ordeno que cumplas fiel e irreprochablemente, todo lo mandado, hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo, la cual dará a conocer a su debido tiempo Dios, el bienaventurado y único soberano, Rey de los reyes y Señor de los señores, el único que posee la inmortalidad, el que habita en una luz inaccesible y a quien ningún hombre ha visto ni puede ver. A él todo honor y poder para siempre.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Lucas (16, 19-31)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos: “Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y telas finas y banqueteaba espléndidamente cada día.
Y un mendigo, llamado Lázaro, yacía a la entrada de su casa, cubierto de llagas y ansiando llenarse con las sobras que caían de la mesa del rico. Y hasta los perros se acercaban a lamerle las llagas.
Sucedió, pues, que murió el mendigo y los ángeles lo llevaron al seno de Abraham. Murió también el rico y lo enterraron. Estaba éste en el lugar de castigo, en medio de tormentos, cuando levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham y a Lázaro junto a él.
Entonces gritó: ‘Padre Abraham, ten piedad de mí. Manda a Lázaro que moje en agua la punta de su dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas’. Pero Abraham le contestó: ‘Hijo, recuerda que en tu vida recibiste bienes y Lázaro, en cambio, males.
Por eso él goza ahora de consuelo, mientras que tú sufres tormentos. Además, entre ustedes y nosotros se abre un abismo inmenso, que nadie puede cruzar, ni hacia allá ni hacia acá’.
El rico insistió: ‘Te ruego, entonces, padre Abraham, que mandes a Lázaro a mi casa, pues me quedan allá cinco hermanos, para que les advierta y no acaben también ellos en este lugar de tormentos’. Abraham le dijo: ‘Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen’.
Pero el rico replicó: ‘No, padre Abraham. Si un muerto va a decírselo, entonces sí se arrepentirán’. Abraham repuso: ‘Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso, ni aunque resucite un muerto’”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Comentario a la Palabra de Dios
Queridos hermanos y hermanas, el Señor que dirige nuestros corazones para que amemos a Dios esté con todos ustedes.
La liturgia de hoy nos regala este hermoso texto del mendigo Lázaro y el rico. Lázaro (del hebreo el ‘azar que significa “Dios ayuda”), es imagen de mendigo, como tantos seres humanos de hoy que viven mendigando (“cubierto de llagas y ansiando llenarse con las sobras que caían de la mesa del rico”). Y aparece también un rico sin nombre, uno de tantos, al que tradicionalmente se lo ha calificado como el rico “epulón”, el banqueteador “que se vestía de púrpura y telas finas y banqueteaba espléndidamente  cada día”.
Por lo visto en el relato, Lázaro tenía pocas aspiraciones, pues se contentaba con llenarse el  estómago con lo que caía de la mesa del rico. Pero nadie lo hizo entrar a la sala del banquete, y hasta
unos perros callejeros se le acercaban para lamerle las llagas. Nada dice el evangelio de las creencias  religiosas de estos dos hombres.
Pero sucedió un día murieron los dos, y estando el rico en el lugar de castigo, en medio de tormentos, y ver a lo lejos a Abraham y a Lázaro junto a él, ahí se acordó del mendigo que yacía a la puerta de su casa, pero antes lo había ignorado, mientras él se daba la buena vida.
El texto marca luego dos estados o situaciones de vida que luego de la muerte aparecen invertidos, pues el que gozó en vida ahora padece, y el que padece en vida, luego de muerto goza de la vida eterna. Con esto el evangelio no nos presenta una situación para que nos conformemos con lo que vivimos, y tampoco nos muestra esta situación para que nos hagamos mendigos.
La parábola nos muestra esta falta de “darse cuenta” del rico que no atendía a las necesidades de su prójimo y se daba la buena vida. No es que el “ser rico” sea un mal, un castigo, sino el no saber administrar los bienes a favor del prójimo y en modo desprendido de las riquezas que pueden esclavizar al hombre.
Pero el rico insistió: “Te ruego, entonces, padre Abraham, que mandes a Lázaro a mi casa, pues me  quedan allá cinco hermanos, para que les advierta y no acaben también ellos en este lugar de tormentos’. Abraham le dijo: ‘Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen’. Pero el rico replicó: ‘No, padre  Abraham. Si un muerto va a decírselo, entonces sí se arrepentirán’. Abraham repuso: ‘Si no escuchan a  Moisés y a los profetas, no harán caso, ni aunque resucite un muerto’”.
Lo que el señor nos deja como mensaje con este último parágrafo es que ni siquiera los milagros como el de ver un muerto que esté vivo hará cambiar el corazón endurecido y el ojo enceguecido por las riquezas.
Por eso, hacemos presentes las palabras de San Pablo que nos ayudan a fortalecernos en nuestro deseo de seguir a Jesús más de cerca: “Hermano: Tú, como hombre de Dios, lleva una vida de rectitud,  piedad, fe, amor, paciencia y mansedumbre. Lucha en el noble combate de la fe, conquista la vida eterna a la que has sido llamado”. Sí, es así queridos míos, quien no lucha bien el combate de ser un verdadero cristiano comprometido, ¡sucumbe! Pidamos al Señor la gracia de estar abiertos a su voluntad, y desprendidos de las riquezas, pero a la vez atentos a las necesidades de nuestros hermanos para ayudarlos. Amén.

martes, 7 de septiembre de 2010

Vigesimo Cuarto Domingo del Tiempo Ordinario-Ciclo C

Domingo 12 de Septiembre, 2010

Día del Señor
Crea en mí, Señor, un corazón puro
Señor Dios, que valioso es tu amor

Primera Lectura
Lectura del libro del Éxodo (32, 7-11. 13-14)
En aquellos días, dijo el Señor a Moisés: “Anda, baja del monte, porque tu pueblo, el que sacaste de Egipto, se ha pervertido. No tardaron en desviarse del camino que yo les había señalado. Se han hecho un becerro de metal, se han postrado ante él y le han ofrecido sacrificios y le han dicho: ‘Este es tu dios, Israel; es el que te sacó de Egipto’ ”.
El Señor le dijo también a Moisés: “Veo que éste es un pueblo de cabeza dura. Deja que mi ira se encienda contra ellos hasta consumirlos. De ti, en cambio, haré un gran pueblo”.
Moisés trató de aplacar al Señor, su Dios, diciéndole:
“¿Por qué ha de encenderse tu ira, Señor, contra este pueblo que tú sacaste de Egipto con gran poder y vigorosa mano?
Acuérdate de Abraham, de Isaac y de Jacob, siervos tuyos, a quienes juraste por ti mismo, diciendo: ‘Multiplicaré su descendencia como las estrellas del cielo y les daré en posesión perpetua toda la tierra que les he prometido’ ”. Y el Señor renunció al castigo con que había amenazado a su pueblo.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 50
Me levantaré y volveré a mi padre.
Por tu inmensa compasión y misericordia, Señor, apiádate de mí y olvida mis ofensas. Lávame bien de todos mis delitos y purifícame de mis pecados.
Me levantaré y volveré a mi padre.
Crea en mí, Señor, un corazón puro, un espíritu nuevo para cumplir tus mandamientos. No me arrojes, Señor, lejos de ti, ni retires de mí tu santo espíritu.
Me levantaré y volveré a mi padre.
Señor, abre mis labios y cantará mi boca tu alabanza. Un corazón contrito te presento, y a un corazón contrito, tú nunca lo desprecias.
Me levantaré y volveré a mi padre.

Segunda Lectura
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo (1, 12-17)
Querido hermano: Doy gracias a aquel que me ha fortalecido, a nuestro Señor Jesucristo, por haberme considerado digno de confianza al ponerme a su servicio, a mí, que antes fui blasfemo y perseguí a la Iglesia con violencia; pero Dios tuvo misericordia de mí, porque en mi incredulidad obré por ignorancia, y la gracia de nuestro Señor se desbordó sobre mí al darme la fe y el amor que provienen de Cristo Jesús.
Puedes fiarte de lo que voy a decirte y aceptarlo sin reservas: que Cristo Jesús vino a este mundo a salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero. Pero Cristo Jesús me perdonó, para que fuera yo el primero en quien él manifestara toda su generosidad y sirviera yo de ejemplo a los que habrían de creer en él, para obtener la vida eterna.
Al rey eterno, inmortal, invisible, único Dios, honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Lucas (15, 1-32)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharlo; por lo cual los fariseos y los escribas murmuraban entre sí: “Este recibe a los pecadores y come con ellos”.
Jesús les dijo entonces esta parábola: “¿Quién de ustedes, si tiene cien ovejas y se le pierde una, no deja las noventa y nueve en el campo y va en busca de la que se le perdió hasta encontrarla? Y una vez que la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría, y al llegar a su casa, reúne a los amigos y vecinos y les dice:
‘Alégrense conmigo, porque ya encontré la oveja que se me había perdido’. Yo les aseguro que también en el cielo habrá más alegría por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos, que no necesitan arrepentirse.
¿Y qué mujer hay, que si tiene diez monedas de plata y pierde una, no enciende luego una lámpara y barre la casa y la busca con cuidado hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, reúne a sus amigas y vecinas y les dice: ‘Alégrense conmigo, porque ya encontré la moneda que se me había perdido’. Yo les aseguro que así también se alegran los ángeles de Dios por un solo pecador que se arrepiente”.
También les dijo esta parábola:
“Un hombre tenía dos hijos, y el menor de ellos le dijo a su padre: ‘Padre dame la parte que me toca de la herencia’. Y él les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se fue a un país lejano y allá derrochó su fortuna, viviendo de una manera disoluta. Después de malgastarlo todo, sobrevino en aquella región una gran hambre y él empezó a pasar necesidad. Entonces fue a pedirle trabajo a un habitante de aquel país, el cual lo mandó a sus campos a cuidar cerdos.
Tenía ganas de hartarse con las bellotas que comían los cerdos, pero no lo dejaban que se las comiera. Se puso entonces a reflexionar y se dijo: ‘¡Cuántos trabajadores en casa de mi padre tienen pan de sobra, y yo, aquí, me estoy muriendo de hambre! Me levantaré, volveré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Recíbeme como a uno de tus trabajadores’.
Enseguida se puso en camino hacia la casa de su padre. Estaba todavía lejos, cuando su padre lo vio y se enterneció profundamente. Corrió hacia él, y echándole los brazos al cuello, lo cubrió de besos. El muchacho le dijo: ‘Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo’.
Pero el padre les dijo a sus criados: ‘¡Pronto!, traigan la túnica más rica y vístansela; pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies; traigan el becerro gordo y mátenlo. Comamos y hagamos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado’. Y empezó el banquete.
El hijo mayor estaba en el campo, y al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y los cantos. Entonces llamó a uno de los criados y le preguntó qué pasaba. Este le contestó: ‘Tu hermano ha regresado, y tu padre mandó matar el becerro gordo, por haberlo recobrado sano y salvo’.
El hermano mayor se enojó y no quería entrar.
Salió entonces el padre y le rogó que entrara; pero él replicó: ‘¡Hace tanto tiempo que te sirvo, sin desobedecer jamás una orden tuya, y tú no me has dado nunca ni un cabrito para comérmelo con mis amigos! Pero eso sí, viene ese hijo tuyo, que despilfarró tus bienes con malas mujeres, y tú mandas matar el becerro gordo’.
El padre repuso: ‘Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo. Pero era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado’ ”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

 Comentario a la Palabra de Dios
Queridos hermanos y hermanas, el Señor que dirige nuestros corazones para que amemos a Dios esté con todos ustedes.
Los textos de la liturgia de este domingo están claramente referidos al perdón y a la acción y a la misericordia de Dios, pero a la vez a un pedido de conversión y de aceptación de la voluntad de Dios manifestada en su palabra que es Vida.
El texto del Evangelio nos presenta tres parábolas, propias (casi todas) de Lucas. El contexto está dado porque se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharlo; por lo cual los fariseos y los escribas murmuraban entre sí: “Este recibe a los pecadores y come con ellos”.
Entonces fue que Jesús les dijo estas parábolas, la primera sobre la oveja perdida, la segunda sobre la dracma perdida y la tercera sobre el padre misericordioso que recupera a su hijo.
Nos detendremos en la última parábola, que es la más rica en signos y contenido. Aparece con claridad que el discurso nos lleva a que los pecadores y publicanos son el hijo menor y los fariseos y escribas el hijo mayor.
Dice Jesús que “un hombre tenía dos hijos, y el menor de ellos le dijo a su padre: ‘Padre dame la parte que me toca de la herencia’. Y él les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se fue a un país lejano y allá derrochó su fortuna, viviendo de una manera disoluta. Después de malgastarlo todo, sobrevino en aquella región una gran hambre y él empezó a pasar necesidad. Entonces fue a pedirle trabajo a un habitante de aquel país, el cual lo mandó a sus campos a cuidar cerdos”.
El padre les reparte la herencia y el hijo menor la derrocha en banalidades, en vicios y pecados, y llega al colmo de criar cerdos, un animal impuro para los judíos.
El hambre comenzó a apretar y recapacitó: “¡Cuántos trabajadores en casa de mi padre tienen pan de sobra, y yo, aquí, me estoy muriendo de hambre! Me levantaré, volveré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Recíbeme como a uno de tus trabajadores”. Claramente el pedido de perdón es el de poder volver a la casa porque tenía para comer, aún los trabajadores de su padre comían mejor de lo que él podía en ese momento. No tomó conciencia –al parecer- de que había estado mal y que debía pedir perdón por lo sucedido, más bien lo hacía para poder volver a casa y tener al menos un techo y alimento seguro. Y enseguida se puso en camino hacia la casa de su padre. “Estaba todavía lejos, cuando su padre lo vio y se enterneció profundamente. Corrió hacia él, y echándole los brazos al cuello, lo cubrió de besos. El muchacho le dijo: ‘Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”. El padre, al verlo no se enojó, sino que lo tomó en sus brazos y lo recibió con una fiesta, no le dejó ni siquiera terminar el discurso que había preparado para pedir perdón… “porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado”. Y empezó el banquete.
El hijo mayor que estaba en el campo, al enterarse de lo sucedido se resintió y se enojó con su padre, pero este le contestó: “Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo. Pero era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado”.
El padre repartió su herencia a los dos hijos, sólo que uno la malgastó y el otro no supo aprovecharla, pero… en conclusión: ninguno de los dos pudo gozarla y disfrutarla debidamente. Y es que la herencia verdadera es el padre mismo, su amor por sus hijos, el estar en las cosas del padre.
Es lo que sucede cuando no entendemos lo que significa la gracia de Dios, esa es su herencia: su amor, su gracia, el amo y la gracia de ser hijos en el Hijo, de ser hijos de Dios Padre, de estar unidos a Él.
El hijo menor entendió que la herencia era para malgastar, pues se ve que tenía mucho, y no le importó usarla mal, y vaciarse de todo lo que significaba esa herencia. Y el hijo mayor tampoco supo cómo vivir realmente estando en las cosas del padre, creyó que consistía en cumplir con los deberes y responsabilidades para agradarlo, sin poder gozar de su presencia.
Si hacemos una aplicación a nivel personal de los personajes, ¿con cuál nos identificamos? ¿por qué? ¿qué haremos en más?...
Demos gracias –junto con el apóstol Pablo- a aquel que nos ha fortalecido, a nuestro Señor Jesucristo, por habernos considerado dignos de confianza al ponernos a su servicio, “porque Dios tuvo misericordia de mí, porque en mi incredulidad obré por ignorancia, y la gracia de nuestro Señor se desbordó sobre mí al darme la fe y el amor que provienen de Cristo Jesús”.
Confiémonos en que Cristo Jesús vino a este mundo a salvar a los pecadores. El Padre Dios en Cristo Jesús me perdonó, “para que fuera yo el primero en quien él manifestara toda su generosidad y sirviera yo de ejemplo a los que habrían de creer en él, para obtener la vida eterna”.
Dios Padre bueno nos da su herencia, ser poseedores del Reino de los Cielos, no por ser libertinos, no por ser autosuficientes y leguleyos, sino por vivir unidos a Él en gracia y caridad, delante de Él y de los hermanos, pues Él envió a su Hijo para rescatarnos de todo pecado y toda esclavitud, dándonos su herencia eterna. “Al rey eterno, inmortal, invisible, único Dios, honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén”.