Domingo 13 de Marzo, 2011
Misericordia, Señor, hemos pecado
Crea en mí, Señor, un corazón puro
Primera Lectura
Lectura del libro del Génesis (2, 7-9; 3, 1-7)
Después de haber creado el cielo y la tierra, el Señor Dios tomó polvo del suelo y con él formó al hombre; le sopló en las narices un aliento de vida, y el hombre comenzó a vivir. Después plantó el Señor un jardín al oriente del Edén y allí puso al hombre que había formado. El Señor Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles, de hermoso aspecto y sabrosos frutos, y además, en medio del jardín, el árbol de la vida y el árbol del conocimiento del bien y del mal.
La serpiente, que era el más astuto de los animales del campo que había creado el Señor Dios, dijo a la mujer:
“¿Conque Dios les ha prohibido comer de todos los árboles del jardín?”
La mujer respondió: “Podemos comer del fruto de todos los árboles del huerto, pero del árbol que está en el centro del jardín, dijo Dios: ‘No comerán de él ni lo tocarán, porque de lo contrario, habrán de morir’ ”.
La serpiente replicó a la mujer:
“De ningún modo. No morirán.
Bien sabe Dios que el día que coman de los frutos de ese árbol, se les abrirán a ustedes los ojos y serán como Dios, que conoce el bien y el mal”.
La mujer vio que el árbol era bueno para comer, agradable a la vista y codiciable, además, para alcanzar la sabiduría. Tomó, pues, de su fruto, comió y le dio a su marido, el cual también comió.
Entonces se les abrieron los ojos a los dos y se dieron cuenta de que estaban desnudos. Entrelazaron unas hojas de higuera y se las ciñeron para cubrirse.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Salmo Responsorial Salmo 50
Misericordia, Señor, hemos pecado.
Por tu inmensa compasión y misericordia, Señor, apiádate de mí y olvida mis ofensas. Lávame bien de todos mis delitos y purifícame de mis pecados.
Misericordia, Señor, hemos pecado.
Puesto que reconozco mis culpas, tengo siempre presentes mis pecados. Contra ti solo pequé, Señor, haciendo lo que a tus ojos era malo.
Misericordia, Señor, hemos pecado.
Crea en mí, Señor, un corazón puro, un espíritu nuevo para cumplir tus mandamientos. No me arrojes, Señor, lejos de ti, ni retires de mí tu santo espíritu.
Misericordia, Señor, hemos pecado.
Devuélveme tu salvación, que regocija, mantén en mí un alma generosa. Señor, abre mis labios y cantará mi boca tu alabanza.
Misericordia, Señor, hemos pecado.
Segunda Lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los romanos (5, 12-19)
Hermanos: Así como por un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado entró la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, porque todos pecaron.
Antes de la ley de Moisés ya existía el pecado en el mundo y, si bien es cierto que el pecado no se castiga cuando no hay ley, sin embargo, la muerte reinó desde Adán hasta Moisés, aun sobre aquellos que no pecaron como pecó Adán, cuando desobedeció un mandato directo de Dios. Por lo demás, Adán era figura de Cristo, el que había de venir.
Ahora bien, el don de Dios supera con mucho al delito. Pues si por el delito de un solo hombre todos fueron castigados con la muerte, por el don de un solo hombre, Jesucristo, se ha desbordado sobre todos la abundancia de la vida y la gracia de Dios. Tampoco pueden compararse los efectos del pecado de Adán con los efectos de la gracia de Dios. Porque ciertamente, la sentencia vino a causa de un solo pecado y fue sentencia de condenación, pero el don de la gracia vino a causa de muchos pecados y nos conduce a la justificación.
En efecto, si por el pecado de un solo hombre estableció la muerte su reinado, con mucha mayor razón reinarán en la vida por un solo hombre, Jesucristo, aquellos que reciben la gracia sobre abundante que los hace justos.
En resumen, así como por el pecado de un solo hombre, Adán, vino la condenación para todos, así por la justicia de un solo hombre, Jesucristo, ha venido para todos la justificación que da la vida.
Y así como por la desobediencia de uno, todos fueron hechos pecadores, así por la obediencia de uno solo, todos serán hechos justos.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Mateo (4, 1-11)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús fue conducido por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el demonio. Pasó cuarenta días y cuarenta noches sin comer y, al final, tuvo hambre. Entonces se le acercó el tentador y le dijo: “Si tú eres el Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en panes”. Jesús le respondió:
“Está escrito: No sólo de pan vive el hombre, sino también de toda palabra que sale de la boca de Dios”.
Entonces el diablo lo llevó a la ciudad santa, lo puso en la parte más alta del templo y le dijo:
“Si eres el Hijo de Dios, échate para abajo, porque está escrito: Mandará a sus ángeles que te cuiden y ellos te tomarán en sus manos, para que no tropiece tu pie en piedra alguna”. Jesús le contestó: “También está escrito:
No tentarás al Señor, tu Dios”.
Luego lo llevó el diablo a un monte muy alto y desde ahí le hizo ver la grandeza de todos los reinos del mundo y le dijo:
“Te daré todo esto, si te postras y me adoras”. Pero Jesús le replicó: “Retírate, Satanás, porque está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a él sólo servirás”.
Entonces lo dejó el diablo y se acercaron los ángeles para servirle.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Comentario a la Palabra de Dios
Queridos hermanos y hermanas, que el Dios de la vida que nos llama a la conversión en su Hijo Jesucristo, nos haga renacer de nuevo por la acción de su Espíritu para dar razones de nuestra esperanza.
En este primer domingo de Cuaresma, la iglesia nos presenta las figuras de Adán (y Eva) y Jesucristo, pues el primer hombre, Adán (y Eva), es tentado, es puesto en una encrucijada, llevado por el tentador a optar por algo que Dios ya había dado orden de no ceder ante los frutos ese árbol. Lo que hace el tentador es poner en tela de juicio la autoridad de Dios, pues el maestro de la mentira usa muy bien de sus mañas para quitarles la confianza en Dios: “La serpiente, que era el más astuto de los animales del campo que había creado el Señor Dios, dijo a la mujer: “¿Conque Dios les ha prohibido comer de todos los árboles del jardín?” La mujer respondió: “Podemos comer del fruto de todos los árboles del huerto, pero del árbol que está en el centro del jardín, dijo Dios: ‘No comerán de él ni lo tocarán, porque de lo contrario, habrán de morir’ ”. La serpiente replicó a la mujer: “De ningún modo. No morirán. Bien sabe Dios que el día que coman de los frutos de ese árbol, se les abrirán a ustedes los ojos y serán como Dios, que conoce el bien y el mal”.
Adán y Eva quedan expuestos a un gran debate existencial: la plena y absoluta confianza en Dios. Luego de entrar en diálogo con el tentador y la tentación, Adán y Eva no se fían de Dios, dudan y desconfían de su mensaje, creen que la verdad viene de la serpiente, y por eso deciden por ellos mismos, y así se “independizan” de su creador; pasan de ser creaturas a querer ponerse en el lugar del creador. Esta orgullo y autosuficiencia, esta independencia y desobediencia hace que pierdan también la comunión con Dios, la paz, la alegría y su estado natural, y comenzarán a encontrar sólo vergüenza, sufrimiento, amargura, dolor, muerte….
San Pablo nos dice que “así como por un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado entró la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, porque todos pecaron”. La muerte reinó desde Adán cuando desobedeció un mandato directo de Dios. Por lo demás, Adán era figura de Cristo, el que había de venir.
“Ahora bien, el don de Dios supera con mucho al delito. Pues si por el delito de un solo hombre todos fueron castigados con la muerte, por el don de un solo hombre, Jesucristo, se ha desbordado sobre todos la abundancia de la vida y la gracia de Dios”. Sí, todos hemos caído y cedido ante la tentación, tenemos la inclinación a pecar, a rebelarnos, a independizarnos, a negarnos a la voluntad de Dios. Pero gracias al Nuevo Adán, Jesucristo, todos hemos sido salvados. Y es lo que nos presenta el Evangelio de hoy, pues Jesús es puesto también en la encrucijada del tentador como sucedió con nuestros padres (Adán y Eva).
Jesús es tentado por Satanás. El Padre permite que sea tentado y experimente en su carne lo que significa obedecer; Él, siendo Dios podía tener todo el honor, la gloria y las riquezas de todo el mundo, sin embargo escoge el camino de la humildad, de la humillación, del sacrificio y el esfuerzo, del dolor, etc., experimentando los signos de la encarnación, los límites de lo humano; pero Él no actúa con autonomía sino que se sujeta a la voluntad de Dios; obra confiado y se abandona con amor en los brazos del Padre, aceptando sus designios, por eso su respuesta al tentador: “Retírate Satanás…”.
Lo que Adán nos quitó por el pecado, por aceptar la propuesta del tentador, Jesús nos lo recupera negándose al tentador y haciendo la voluntad del Padre; gracias a esa entrega de Jesús se logra el triunfo sobre la muerte y nos da la vida.
Por el bautismo pasamos a ser hijos de Dios en el Hijo, y en este camino cuaresmal la Iglesia nos invita a renovar nuestro bautismo en este tiempo de conversión, y de profundización de nuestra vida cristiana. Es un tiempo para hacer más intensa nuestra vida de oración y de unión con Dios y el prójimo; es un tiempo para revisar nuestros caminos y ver si van de acuerdo a la voluntad de Dios y corresponden al seguimiento de Jesús.
En nuestro bautismo hemos renunciado a Satanás, a sus tentaciones y sus obras, hoy se nos propone renovar nuestro SÍ a Dios y nuestro NO al tentador.
En cada Eucaristía dominical el Señor renueva su Alianza nueva y eterna, y nos invita a renovar nuestro SÍ a través del Credo.
Como dice el Papa Benedicto XVI en su mensaje de Cuaresma de este año, “el primer domingo del itinerario cuaresmal subraya nuestra condición de hombre en esta tierra. La batalla victoriosa contra las tentaciones, que da inicio a la misión de Jesús, es una invitación a tomar conciencia de la propia fragilidad para acoger la Gracia que libera del pecado e infunde nueva fuerza en Cristo, camino, verdad y vida (cf. Ordo Initiationis Christianae Adultorum, n. 25). Es una llamada decidida a recordar que la fe cristiana implica, siguiendo el ejemplo de Jesús y en unión con él, una lucha «contra los Dominadores de este mundo tenebroso» (Ef 6, 12), en el cual el diablo actúa y no se cansa, tampoco hoy, de tentar al hombre que quiere acercarse al Señor: Cristo sale victorioso, para abrir también nuestro corazón a la esperanza y guiarnos a vencer las seducciones del mal”. Amén.
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