jueves, 24 de marzo de 2011

Tercer Domingo de Cuaresma – Ciclo A


Domingo 27 de Marzo, 2011

Señor, que no seamos sordos a tu voz
Acerquémonos a Dios, llenos de júbilo

Primera Lectura
Lectura del libro del Exodo (17, 3-7)
En aquellos días, el pueblo, torturado por la sed, fue a protestar contra Moisés, diciéndole: “¿Nos has hecho salir de Egipto para hacernos morir de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestro ganado?” Moisés clamó al Señor y le dijo: “¿Qué puedo hacer con este pueblo? Sólo falta que me apedreen”. Respondió el Señor a Moisés: “Preséntate al pueblo, llevando contigo a algunos de los ancianos de Israel, toma en tu mano el cayado con que golpeaste el Nilo y vete. Yo estaré ante ti, sobre la peña, en Horeb. Golpea la peña y saldrá de ella agua para que beba el pueblo”.
Así lo hizo Moisés a la vista de los ancianos de Israel y puso por nombre a aquel lugar Masá y Meribá, por la rebelión de los hijos de Israel y porque habían tentado al Señor, diciendo:
“¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?”
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 94
Señor, que no seamos sordos a tu voz.
Vengan, lancemos vivas al Señor, aclamemos al Dios que nos salva. Acerquémonos a él, llenos de júbilo, y démosle gracias.
Señor, que no seamos sordos a tu voz.
Vengan, y puestos de rodillas, adoremos y bendigamos al Señor, que nos hizo, pues él es nuestro Dios y nosotros, su pueblo; él es nuestro pastor y nosotros, sus ovejas.
Señor, que no seamos sordos a tu voz.
Hagámosle caso al Señor, que nos dice: “No endurezcan su corazón, como el día de la rebelión en el desierto, cuando sus padres dudaron de mí, aunque habían visto mis obras”.
Señor, que no seamos sordos a tu voz.

Segunda Lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los romanos (5, 1-2. 5-8)
Hermanos: Ya que hemos sido justificados por la fe, mantengámonos en paz con Dios, por mediación de nuestro Señor Jesucristo. Por él hemos obtenido, con la fe, la entrada al mundo de la gracia, en la cual nos encontramos; por él, podemos gloriarnos de tener la esperanza de participar en la gloria de Dios.
La esperanza no defrauda, porque Dios ha infundido su amor en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo, que él mismo nos ha dado. En efecto, cuando todavía no teníamos fuerzas para salir del pecado, Cristo murió por los pecadores en el tiempo señalado.
Difícilmente habrá alguien que quiera morir por un justo, aunque puede haber alguno que esté dispuesto a morir por una persona sumamente buena. Y la prueba de que Dios nos ama está en que Cristo murió por nosotros, cuando aún éramos pecadores.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Juan (4, 5-42)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, llegó Jesús a un pueblo de Samaria, llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José. Ahí estaba el pozo de Jacob. Jesús, que venía cansado del camino, se sentó sin más en el brocal del pozo. Era cerca del mediodía. Entonces llegó una mujer de Samaria a sacar agua y Jesús le dijo: “Dame de beber”. (Sus discípulos habían ido al pueblo a comprar comida). La samaritana le contestó: “¿Cómo es que tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?”(Porque los judíos no tratan a los samaritanos).
 Jesús le dijo:
“Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, tú le pedirías a él, y él te daría agua viva”.
La mujer le respondió: “Señor, ni siquiera tienes con qué sacar agua y el pozo es profundo, ¿cómo vas a darme agua viva? ¿Acaso eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, del que bebieron él, sus hijos y sus ganados?”
Jesús le contestó: “El que bebe de esta agua vuelve a tener sed. Pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed; el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un manantial capaz de dar la vida eterna”.
La mujer le dijo: “Señor, dame de esa agua para que no vuelva a tener sed ni tenga que venir hasta aquí a sacarla”. El le dijo: “Ve a llamar a tu marido y vuelve”. La mujer le contestó: “No tengo marido”. Jesús le dijo: “Tienes razón en decir: ‘No tengo marido’. Has tenido cinco, y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad”.
La mujer le dijo: “Señor, ya veo que eres profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte y ustedes dicen que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén”. Jesús le dijo: “Créeme, mujer, que se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adorarán al Padre. Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos. Porque la salvación viene de los judíos.
Pero se acerca la hora, y ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así es como el Padre quiere que se le dé culto. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad”.
La mujer le dijo: “Ya sé que va a venir el Mesías (es decir, Cristo). Cuando venga, él nos dará razón de todo”. Jesús le dijo: “Soy yo, el que habla contigo”.
En esto llegaron los discípulos y se sorprendieron de que estuviera conversando con una mujer; sin embargo, ninguno le dijo: ‘¿Qué le preguntas o de qué hablas con ella?’ Entonces la mujer dejó su cántaro, se fue al pueblo y comenzó a decir a la gente: “Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será éste el Mesías?” Salieron del pueblo y se pusieron en camino hacia donde él estaba.
Mientras tanto, sus discípulos le insistían: “Maestro, come”. El les dijo: “Yo tengo por comida un alimento que ustedes no conocen”. Los discípulos comentaban entre sí: “¿Le habrá traído alguien de comer?”
Jesús les dijo: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra. ¿Acaso no dicen ustedes que todavía faltan cuatro meses para la siega? Pues bien, yo les digo: Levanten los ojos y contemplen los campos, que ya están dorados para la siega. Ya el segador recibe su jornal y almacena frutos para la vida eterna. De este modo se alegran por igual el sembrador y el segador. Aquí se cumple el dicho: ‘Uno es el que siembra y otro el que cosecha’. Yo los envié a cosechar lo que no habían trabajado. Otros trabajaron y ustedes recogieron su fruto”.
Muchos samaritanos de aquel poblado creyeron en Jesús por el testimonio de la mujer: ‘Me dijo todo lo que he hecho’. Cuando los samaritanos llegaron a donde él estaba, le rogaban que se quedara con ellos, y se quedó allí dos días. Muchos más creyeron en él al oír su palabra.
Y decían a la mujer: “Ya no creemos por lo que tú nos has contado, pues nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es, de veras, el salvador del mundo”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Comentario a la Palabra de Dios
            Queridos hermanos y hermanas, que el Dios de la vida que nos llama a la conversión en su Hijo Jesucristo, nos haga renacer de nuevo por la acción de su Espíritu para una esperanza viva.
            Esta vez nos detendremos en analizar la lectura del Evangelio, pues posee una gran riqueza. Es indudable que las lecturas nos llevan a reflexionar sobre el tema del agua, y por ende, en nuestro bautismo; algo así nos da a entender el párrafo anterior donde dice: “Cuando Jesús se enteró de que había llegado a oídos de los fariseos que él hacía más discípulos y bautizaba más que Juan -aunque no era Jesús mismo el que bautizaba, sino sus discípulos-, abandonó Judea y volvió a Galilea. Tenía que pasar por Samaria”.
            El relato está situado en un pueblo de Samaria, llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José. Donde estaba el pozo de Jacob. Se nos dice que Jesús venía cansado del camino y se sentó sin más en el brocal del pozo. Era cerca del mediodía (la hora sexta, hora en que Jesús estará ante el tribunal de Pilato y será luego ejecutado en la cruz). Es en ese momento que llega una mujer de Samaria a sacar agua y Jesús le dice: “Dame de beber”. La samaritana le contestó: “¿Cómo es que tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?”(Porque los judíos no tratan a los samaritanos).
            La samaritana se sorprende de que un judío se dirija a ella y encima le pida algo. Pero Jesús le pide de beber no del agua del pozo, sino de otro agua.
            Como sabemos, el evangelio de Juan juega mucho con los “mal entendidos”, en este caso respecto al agua, ¿de qué agua habla? Este modo de llevar el diálogo hace ir descubriendo poco a poco el sentido del relato y el fundamento de todo lo que hay detrás del mismo.
Por eso Jesús le dijo: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, tú le pedirías a él, y él te daría agua viva”. ¿Cómo, no era que Jesús le pide agua y ahora le dice que Él tiene el agua viva? Seguramente la mujer habrá quedado desconcertada de lo que le dice y por eso la mujer le respondió: “Señor, ni siquiera tienes con qué sacar agua y el pozo es profundo, ¿cómo vas a darme agua viva? ¿Acaso eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, del que bebieron él, sus hijos y sus ganados?”
Jesús le contestó: “El que bebe de esta agua vuelve a tener sed. Pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed; el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un manantial capaz de dar la vida eterna”.
            Nuevamente juega con los “mal entendidos” y frente a eso la mujer le dirá: “Señor, dame de esa agua para que no vuelva a tener sed ni tenga que venir hasta aquí a sacarla”. Ella piensa en el agua material, en aquella que tiene que venir a buscar seguido al pozo.
            Y Jesús aprovecha para ir entrando en su vida y decirle algo de lo que ella es. Pues en el fondo lo que Jesús quiere es que ella le dé a beber a Él del “agua” de su corazón y así Jesús darle del agua viva de Su Corazón, que todo lo sana, que todo lo cura, que renueva, limpia, purifica. Es por eso que le pide: “Ve a llamar a tu marido y vuelve”. La mujer le contestó: “No tengo marido”. Jesús le dijo: “Tienes razón en decir: ‘No tengo marido’. Has tenido cinco, y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad”.
            La mujer queda descubierta en lo que ella es, y quizás por eso mismo busca agua en el pozo en el momento en que ninguna mujer lo hace, por miedo o vergüenza a ser vista por los demás, ya que su vida está desordenada, ha tenido cinco maridos y el sexto que ahora tiene no es su marido. Jesús sería el séptimo marido (con todo lo que significa el número 7 en el lenguaje bíblico), Cristo es el marido que puede darle a la samaritana plenitud a su vida.
A partir de lo que le dice, la mujer lo cree un profeta. Jesús le dice: “Créeme, mujer, que se acerca la hora…, y ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así es como el Padre quiere que se le dé culto. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad”. La mujer le dijo: “Ya sé que va a venir el Mesías (es decir, Cristo). Cuando venga, él nos dará razón de todo”. Jesús le dijo: “Soy yo, el que habla contigo”.
Jesús la fue llevando a descubrir en el discurso con quién estaba hablando y lo que Él venía a ofrecerle. Ya no se trata de adorar aquí o allá, sino en espíritu y en verdad, pero para eso hay que beber del “agua viva” que es Él mismo. El agua que nos purifica y nos lleva a adorar en espíritu y en verdad.
“Entonces la mujer dejó su cántaro, se fue al pueblo y comenzó a decir a la gente: “Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será éste el Mesías?” Salieron del pueblo y se pusieron en camino hacia donde él estaba”. La mujer se siente tocada, transformada, ha podido beber del agua viva de Jesús, y se olvida del “para qué” fue al pozo, deja su cántaro, y va al pueblo a anunciar lo que “ha visto y oído”. La que se escondía o iba en otra hora a buscar agua al pozo termina siendo evangelizadora de su propio pueblo.
Así, “muchos samaritanos de aquel poblado creyeron en Jesús por el testimonio de la mujer: ‘Me dijo todo lo que he hecho’. Cuando los samaritanos llegaron a donde él estaba, le rogaban que se quedara con ellos, y se quedó allí dos días. Muchos más creyeron en él al oír su palabra. Y decían a la mujer: “Ya no creemos por lo que tú nos has contado, pues nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es, de veras, el salvador del mundo”.
A través del anuncio de la mujer se evangelizó al pueblo, y así muchos creyeron en Él, como el salvador del mundo.
Como dice el Papa Benedicto en su discurso sobre la Cuaresma de este año: “La petición de Jesús a la samaritana: «Dame de beber» (Jn 4, 7), expresa la pasión de Dios por todo hombre y quiere suscitar en nuestro corazón el deseo del don del «agua que brota para vida eterna» (v. 14): es el don del Espíritu Santo, que hace de los cristianos «adoradores verdaderos» capaces de orar al Padre «en espíritu y en verdad» (v. 23). ¡Sólo esta agua puede apagar nuestra sed de bien, de verdad y de belleza! Sólo esta agua, que nos da el Hijo, irriga los desiertos del alma inquieta e insatisfecha, «hasta que descanse en Dios», según las célebres palabras de san Agustín”.
Que sepamos hoy darle de beber a Jesús de nuestra vida, de lo que somos, de lo que vivimos, de lo que sufrimos, de lo que nos pesa y nos aparta de Él para poder recibir el agua viva que purifica y que salta hasta la vida eterna. Que el recordar el agua viva nos ayude a renovar nuestro bautismo. Amén. 

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