viernes, 18 de marzo de 2011

Segundo Domingo de Cuaresma - Ciclo A

Domingo 20 de Marzo, 2011




Señor, ten misericordia de nosotros
En el Señor está nuestra esperanza

Primera Lectura
Lectura del libro del Génesis (12, 1-4 )
En aquellos días, dijo el Señor a Abram:
“Deja tu país, a tu parentela y la casa de tu padre, para ir a la tierra que yo te mostraré. Haré nacer de ti un gran pueblo y te bendeciré. Engrandeceré tu nombre y tú mismo serás una bendición. Bendeciré a los que te bendigan, maldeciré a los que te maldigan. En ti serán bendecidos todos los pueblos de la tierra”. Abram partió, como se lo había ordenado el Señor.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor

Salmo Responsorial Salmo 32
Señor, ten misericordia de nosotros.

Sincera es la palabra del Señor y todas sus acciones son leales. El ama la justicia y el derecho, la tierra llena está de sus bondades.
Señor, ten misericordia de nosotros.

Cuida el Señor de aquellos que lo temen y en su bondad confían; los salva de la muerte y en épocas de hambre les da vida.
Señor, ten misericordia de nosotros.

En el Señor está nuestra esperanza, pues él es nuestra ayuda y nuestro amparo. Muéstrate bondadoso con nosotros, puesto que en ti, Señor, hemos confiado.
Señor, ten misericordia de nosotros.

Segunda Lectura
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo (1, 8-10)
Querido hermano: Comparte conmigo los sufrimientos por la predicación del Evangelio, sostenido por la fuerza de Dios. Pues Dios es quien nos ha salvado y nos ha llamado a que le consagremos nuestra vida, no porque lo merecieran nuestras buenas obras, sino por que así lo dispuso él gratuitamente.
Este don, que Dios ya nos ha concedido por medio de Cristo Jesús desde toda la eternidad, ahora se ha manifestado con la venida del mismo Cristo Jesús, nuestro salvador, que destruyó la muerte y ha hecho brillar la luz de la vida y de la inmortalidad, por medio del Evangelio.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Mateo (17, 1-9)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, el hermano de éste, y los hizo subir a solas con él a un monte elevado. Ahí se transfiguró en su presencia: su rostro se puso resplandeciente como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la nieve. De pronto aparecieron ante ellos Moisés y Elías, conversando con Jesús.
Entonces Pedro le dijo a Jesús: “Señor, ¡qué bueno sería quedarnos aquí! Si quieres, haremos aquí tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”.
Cuando aún estaba hablando, una nube luminosa los cubrió y de ella salió una voz que decía: “Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo puestas mis complacencias; escúchenlo”. Al oír esto, los discípulos cayeron rostro en tierra, llenos de un gran temor. Jesús se acercó a ellos, los tocó y les dijo: “Levántense y no teman”. Alzando entonces los ojos, ya no vieron a nadie más que a Jesús.
Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: “No le cuenten a nadie lo que han visto, hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.


Comentario a la Palabra de Dios
     Queridos hermanos y hermanas, que el Dios de la vida que nos llama a la conversión en su Hijo Jesucristo, nos haga renacer de nuevo por la acción de su Espíritu para una esperanza viva.

     En este segundo domingo de Cuaresma la liturgia se centra en la Transfiguración del Señor. Este misterio forma parte del itinerario cuaresmal hacia la Pascua.
     con las lecturas de este domingo se nos marca un itinerario a seguir, que podemos ver desde dos lados: el del hombre hacia Dios y el de Dios hacia el hombre, aunque la iniciativa siempre es de Dios: Él llama al hombre (Abrahán, nosotros) a vivir una vocación en la santidad.
     Con la primera lectura Dios invita a Abram: “Deja tu país, a tu parentela y la casa de tu padre, para ir a la tierra que yo te mostraré. Haré nacer de ti un gran pueblo y te bendeciré.... En ti serán bendecidos todos los pueblos de la tierra”. Es una llamada a salir de uno mismo para ir al encuentro de Dios, al lugar donde Dios nos llama, donde Él quiere obrar; es una llamada a ponernos en camino "para ir hacia" el cumplimiento de la promesa a través de la obediencia.
     En la carta a Timoteo (1, 8-10), San Pablo nos invita a vivir la realidad de lo que significa seguir a Jesús, es decir, compartir los sufrimientos por la predicación del Evangelio, sostenido por la fuerza de Dios. "Pues Dios es quien nos ha salvado y nos ha llamado a que le consagremos nuestra vida, no porque lo merecieran nuestras buenas obras, sino por que así lo dispuso él gratuitamente". Sí, así es, todo es gratuito, todo es gracia de Dios, pero también es respuesta y responsabilidad de nuestra parte. Y este don, "que Dios ya nos ha concedido por medio de Cristo Jesús desde toda la eternidad, ahora se ha manifestado con la venida del mismo Cristo Jesús, nuestro salvador, que destruyó la muerte y ha hecho brillar la luz de la vida y de la inmortalidad, por medio del Evangelio".
     Pero el compartir los sufrimientos por la predicación del Evangelio es algo que viene añadido al pedido hermoso de seguimiento a Cristo, por eso el mismo cristo Jesús se transfiguró en presencia de sus discípulos, para que a través de este signo se vieran fortalecidos en la prueba.
     Y en esta gran imagen se nos presenta al Hijo, el Amado, el Predilecto, para que lo escuchemos y sigamos y participemos de su gloria. Pues el amor de Dios acompaña al hombre en su itinerario de seguimiento al Señor, y por esa acción de Dios también nos veremos liberados un día del dolor y de la muerte en la esperanza de la glorificación con Cristo.
     Sí, porque la palabra final no la tiene la muerte, no la tiene el pecado, el sufrimiento o el dolor, sino la resurrección y la gloria de Dios, que es la condición salvífica del misterio pascual.
     Escuchemos y sigamos al Amado, que Él nos conduce a través de su llamada y de nuestra respuesta hacia la Patria Celeste, pero mientras peregrinamos en este mundo saliendo al encuentro de Dios en lo cotidiano, recorriendo el camino que nos invita a seguir. 
     Nos confiamos en el amor gratuito de Dios que nos hace vivir de antemano lo que será la gloria junto a Él. Que vivamos en este mundo con los pies en la tierra, escuchando la llamada y la voz del Señor, recorriendo sus caminos, pero con la mirada puesta en la promesa hecha por Él, porque nos ama con amor eterno. Amén.
 

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